«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


26 de noviembre de 2014

EL PAPA AL CONSEJO DE EUROPA: MANTENER VIVO EL SENTIDO DE SOLIDARIDAD Y CARIDAD MUTUA


Palabras del Santo Padre:

Señor Secretario General, Señora Presidenta,
Excelencias, Señoras y Señores

            Me alegra poder tomar la palabra en esta Convención que reúne una representación significativa de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, de representantes de los países miembros, de los jueces del Tribunal Europeo de los derechos humanos, así como de las diversas Instituciones que componen el Consejo de Europa. En efecto, casi toda Europa está presente en esta aula, con sus pueblos, sus idiomas, sus expresiones culturales y religiosas, que constituyen la riqueza de este Continente. Estoy especialmente agradecido al Secretario General del Consejo de Europa, Sr. Thorbjørn Jagland, por su amable invitación y las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido. Saludo también a la Sra. Anne Brasseur, Presidente de la Asamblea Parlamentaria. Agradezco a todos de corazón su compromiso y la contribución que ofrecen a la paz en Europa, a través de la promoción de la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho.

            En la intención de sus Padres fundadores, el Consejo de Europa, que este año celebra su 65 aniversario, respondía a una tendencia ideal hacia la unidad, que ha animado en varias fases la vida del Continente desde la antigüedad. Sin embargo, a lo largo de los siglos, han prevalecido muchas veces las tendencias particularistas, marcadas por reiterados propósitos hegemónicos. Baste decir que, diez años antes de aquel 5 de mayo de 1949, cuando se firmó en Londres el Tratado que estableció el Consejo de Europa, comenzaba el conflicto más sangriento y cruel que recuerdan estas tierras, cuyas divisiones han continuado durante muchos años después, cuando el llamado Telón de Acero dividió en dos el Continente, desde el mar Báltico hasta el Golfo de Trieste. El proyecto de los Padres fundadores era reconstruir Europa con un espíritu de servicio mutuo, que aún hoy, en un mundo más proclive a reivindicar que a servir, debe ser la llave maestra de la misión del Consejo de Europa, en favor de la paz, la libertad y la dignidad humana.
            Por otro lado, el camino privilegiado para la paz – para evitar que se repita lo ocurrido en las dos guerras mundiales del siglo pasado –  es reconocer en el otro no un enemigo que combatir, sino un hermano a quien acoger. Es un proceso continuo, que nunca puede darse por logrado plenamente. Esto es precisamente lo que intuyeron los Padres fundadores, que entendieron cómo la paz era un bien que se debe conquistar continuamente, y que exige una vigilancia absoluta. Eran conscientes de que las guerras se alimentan por los intentos de apropiarse espacios, cristalizar los procesos y tratar de detenerlos; ellos, por el contrario, buscaban la paz que sólo puede alcanzarse con la actitud constante de iniciar procesos y llevarlos adelante.

            Afirmaban de este modo la voluntad de caminar madurando con el tiempo, porque es precisamente el tiempo lo que gobierna los espacios, los ilumina y los transforma en una cadena de crecimiento continuo, sin vuelta atrás. Por eso, construir la paz requiere privilegiar las acciones que generan nuevo dinamismo en la sociedad e involucran a otras personas y otros grupos que los desarrollen, hasta que den fruto en acontecimientos históricos importantes.

            Por esta razón dieron vida a este Organismo estable. Algunos años más tarde, el beato Pablo VI recordó que «las mismas instituciones que en el orden jurídico y en el concierto internacional tienen la función y el mérito de proclamar y de conservar la paz alcanzan su providencial finalidad cuando están continuamente en acción, cuando en todo momento saben engendrar la paz, hacer la paz». Es preciso un proceso constante de humanización, y «no basta reprimir las guerras, suspender las luchas (...); no basta una paz impuesta, una paz utilitaria y provisoria; hay que tender a una paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos». Es decir, continuar los procesos sin ansiedad, pero ciertamente con convicciones claras y con tesón.

            Para lograr el bien de la paz es necesario ante todo  educar para ella, abandonando una cultura del conflicto, que tiende al miedo del otro, a la marginación de quien piensa y vive de manera diferente. Es cierto que el conflicto no puede ser ignorado o encubierto, debe ser asumido. Pero si nos quedamos atascados en él, perdemos perspectiva, los horizontes se limitan y la realidad misma sigue estando fragmentada. Cuando nos paramos en la situación conflictual perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad, detenemos la historia y caemos en desgastes internos y en contradicciones estériles.
            Por desgracia, la paz está todavía demasiado a menudo herida. Lo está en tantas partes del mundo, donde arrecian furiosos conflictos de diversa índole. Lo está aquí, en Europa, donde no cesan las tensiones. Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este Continente, que anhela la paz, pero que vuelve a caer fácilmente en las tentaciones de otros tiempos. Por eso es importante y prometedora la labor del Consejo de Europa en la búsqueda de una solución política a las crisis actuales.

            Pero la paz sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes. Por desgracia, este fenómeno se abastece de un tráfico de armas a menudo impune. La Iglesia considera que «la carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable». La paz también se quebranta por el tráfico de seres humanos, que es la nueva esclavitud de nuestro tiempo, y que convierte a las personas en un artículo de mercado, privando a las víctimas de toda dignidad. No es difícil constatar cómo estos fenómenos están a menudo relacionados entre sí. El Consejo de Europa, a través de sus Comités y Grupos de Expertos, juega un papel importante y significativo en la lucha contra estas formas de inhumanidad.
            Con todo, la paz no es solamente ausencia de guerra, de conflictos y tensiones. En la visión cristiana, es al mismo tiempo un don de Dios y fruto de la acción libre y racional del hombre, que intenta buscar el bien común en la verdad y el amor. «Este orden racional y moral se apoya precisamente en la decisión de la conciencia de los seres humanos de buscar la armonía en sus relaciones mutuas, respetando la justicia en todos».

            Entonces, ¿cómo lograr el objetivo ambicioso de la paz?

            El camino elegido por el Consejo de Europa es ante todo el de la promoción de los derechos humanos, que enlaza con el desarrollo de la democracia y el estado de derecho. Es una tarea particularmente valiosa, con significativas implicaciones éticas y sociales, puesto que de una correcta comprensión de estos términos y una reflexión constante sobre ellos, depende el desarrollo de nuestras sociedades, su convivencia pacífica y su futuro. Este estudio es una de las grandes aportaciones que Europa ha ofrecido y sigue ofreciendo al mundo entero.

            Así pues, en esta sede siento el deber de señalar la importancia de la contribución y la responsabilidad europea en el desarrollo cultural de la humanidad. Quisiera hacerlo a partir de una imagen tomada de un poeta italiano del siglo XX, Clemente Rebora, que, en uno de sus poemas, describe un álamo, con sus ramas tendidas al cielo y movidas por el viento, su tronco sólido y firme, y sus raíces profundamente ancladas en la tierra. En cierto sentido, podemos pensar en Europa a la luz de esta imagen.

            A lo largo de su historia, siempre ha tendido hacia lo alto, hacia nuevas y ambiciosas metas, impulsada por un deseo insaciable de conocimientos, desarrollo, progreso, paz y unidad. Pero el crecimiento del pensamiento, la cultura, los descubrimientos científicos son posibles por la solidez del tronco y la profundidad de las raíces que lo alimentan. Si pierde las raíces, el tronco se vacía lentamente y muere, y las ramas – antes exuberantes y rectas – se pliegan hacia la tierra y caen. Aquí está tal vez una de las paradojas más incomprensibles para una mentalidad científica aislada: para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía.

            Por otro lado – observa Rebora – «el tronco se ahonda donde es más verdadero». Las raíces se nutren de la verdad, que es el alimento, la linfa vital de toda sociedad que quiera ser auténticamente libre, humana y solidaria. Además, la verdad hace un llamamiento a la conciencia, que es irreductible a los condicionamientos, y por tanto capaz de conocer su propia dignidad y estar abierta a lo absoluto, convirtiéndose en fuente de opciones fundamentales guiadas por la búsqueda del bien para los demás y para sí mismo, y la sede de una libertad responsable.

            También hay que tener en cuenta que, sin esta búsqueda de la verdad, cada uno se convierte en medida de sí mismo y de sus actos, abriendo el camino a una afirmación subjetiva de los derechos, por lo que el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal, queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo, fruto de una concepción del hombre incapaz de acoger la verdad y vivir una auténtica dimensión social.

            Este individualismo nos hace humanamente pobres y culturalmente estériles, pues cercena de hecho esas raíces fecundas que mantienen la vida del árbol. Del individualismo indiferente nace el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos. Efectivamente, tenemos demasiadas cosas, que a menudo no sirven, pero ya no somos capaces de construir auténticas relaciones humanas, basadas en la verdad y el respeto mutuo. Así, hoy tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida, por las muchas pruebas del pasado, pero también por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista, que se siente asediada por las novedades de otros continentes.
            Podemos preguntar a Europa: ¿Dónde está tu vigor? ¿Dónde está esa tensión ideal que ha animado y hecho grande tu historia? ¿Dónde está tu espíritu de emprendedor curioso? ¿Dónde está tu sed de verdad, que hasta ahora has comunicado al mundo con pasión?

            De la respuesta a estas preguntas dependerá el futuro del Continente. Por otro lado – volviendo a la imagen de Rebora – un tronco sin raíces puede seguir teniendo una apariencia vital, pero por dentro se vacía y muere. Europa debe reflexionar sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político, económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad. En la respuesta a este interrogante, el Consejo de Europa y sus instituciones tienen un papel de primera importancia.

            Pienso especialmente en el papel de la Corte Europea de los Derechos Humanos, que es de alguna manera la «conciencia» de Europa en el respeto de los derechos humanos. Mi esperanza es que dicha conciencia madure cada vez más, no por un mero consenso entre las partes, sino como resultado de la tensión hacia esas raíces profundas, que es el pilar sobre los que los Padres fundadores de la Europa contemporánea decidieron edificar.
            Junto a las raíces – que se deben buscar, encontrar y mantener vivas con el ejercicio cotidiano de la memoria, pues constituyen el patrimonio genético de Europa –, están los desafíos actuales del Continente, que nos obligan a una creatividad continua, para que estas raíces sean fructíferas hoy, y se proyecten hacia utopías del futuro. Permítanme mencionar sólo dos: el reto de la multipolaridad y el desafío de la transversalidad.

            La historia de Europa puede llevarnos a concebirla ingenuamente como una bipolaridad o, como mucho, una tripolaridad (pensemos en la antigua concepción: Roma - Bizancio - Moscú), y dentro de este esquema, fruto de reduccionismos geopolíticos hegemónicos, movernos en la interpretación del presente y en la proyección hacia la utopía del futuro.

            Hoy las cosas no son así, y podemos hablar legítimamente  de una Europa multipolar. Las tensiones – tanto las que construyen como las que disgregan – se producen entre múltiples polos culturales, religiosos y políticos. Europa afronta hoy el reto de «globalizar» de modo original esta multipolaridad. Las culturas no se identifican necesariamente con los países: algunos de ellos tienen diferentes culturas y algunas culturas se manifiestan en diferentes países. Lo mismo ocurre con las expresiones políticas, religiosas y asociativas.

            Globalizar de modo original la multipolaridad comporta el reto de una armonía constructiva, libre de hegemonías que, aunque pragmáticamente parecen facilitar el camino, terminan por destruir la originalidad cultural y religiosa de los pueblos.

            Hablar de la multipolaridad europea es hablar de pueblos que nacen, crecen y se proyectan hacia el futuro. La tarea de globalizar la multipolaridad de Europa no se puede imaginar con la figura de la esfera – donde todo es igual y ordenado, pero que resulta reductiva puesto que cada punto es equidistante del centro –, sino más bien con la del poliedro, donde la unidad armónica del todo conserva la particularidad de cada una de las partes. Hoy Europa es multipolar en sus relaciones y tensiones; no se puede pensar ni construir Europa sin asumir a fondo esta realidad multipolar.

            El otro reto que quisiera mencionar es la transversalidad. Comienzo con una experiencia personal: en los encuentros con políticos de diferentes países de Europa, he notado que los jóvenes afrontan la realidad política desde una perspectiva diferente a la de sus colegas más adultos. Tal vez dicen cosas aparentemente semejantes, pero el enfoque es diverso. Esto ocurre en los jóvenes políticos de diferentes partidos. Y es un dato que indica una realidad de la Europa actual de la que no se puede prescindir en el camino de la consolidación continental y de su proyección de futuro: tener en cuenta esta transversalidad que se percibe en todos los campos. No se puede recorrer este camino sin recurrir al diálogo, también intergeneracional. Si quisiéramos definir hoy el Continente, debemos hablar de una Europa dialogante, que sabe poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al servicio de pueblos armónicamente unidos.

            Asumir este camino de la comunicación transversal no sólo comporta empatía intergeneracional, sino metodología histórica de crecimiento. En el mundo político actual de Europa, resulta estéril el diálogo meramente en el seno de los organismos (políticos, religiosos, culturales) de la propia pertenencia. La historia pide hoy la capacidad de salir de las estructuras que «contienen» la propia identidad, con el fin de hacerla más fuerte y más fructífera en la confrontación fraterna de la transversalidad. Una Europa que dialogue únicamente dentro de los grupos cerrados de pertenencia se queda a mitad de camino; se necesita el espíritu juvenil que acepte el reto de la transversalidad.

            En esta perspectiva, acojo favorablemente la voluntad del Consejo de Europa de invertir en el diálogo intercultural, incluyendo su dimensión religiosa, mediante los Encuentros sobre la dimensión religiosa del diálogo intercultural. Es una oportunidad provechosa para el intercambio abierto, respetuoso y enriquecedor entre las personas y grupos de diverso origen, tradición étnica, lingüística y religiosa, en un espíritu de comprensión y respeto mutuo.

            Dichos encuentros parecen particularmente importantes en el ambiente actual multicultural, multipolar, en busca de una propia fisionomía, para combinar con sabiduría la identidad europea que se ha formado a lo largo de los siglos con las solicitudes que llegan de otros pueblos que ahora se asoman al Continente.

            En esta lógica se incluye la aportación que el cristianismo puede ofrecer hoy al desarrollo cultural y social europeo en el ámbito de una correcta relación entre religión y sociedad. En la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer. Toda la sociedad europea se beneficiará de una reavivada relación entre los dos ámbitos, tanto para hacer frente a un fundamentalismo religioso, que es sobre todo enemigo de Dios, como para evitar una razón «reducida», que no honra al hombre.

            Estoy convencido de que hay muchos temas, y actuales, en los que puede haber un enriquecimiento mutuo, en los que la Iglesia Católica – especialmente a través del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) – puede colaborar con el Consejo de Europa y ofrecer una contribución fundamental. En primer lugar, a la luz de lo que acabo de decir, en el ámbito de una reflexión ética sobre los derechos humanos, sobre los que esta Organización está frecuentemente llamada a reflexionar. Pienso particularmente en las cuestiones relacionadas con la protección de la vida humana, cuestiones delicadas que han de ser sometidas a un examen cuidadoso, que tenga en cuenta la verdad de todo el ser humano, sin limitarse a campos específicos, médicos, científicos o jurídicos.
            También hay numerosos retos del mundo contemporáneo que precisan estudio y un compromiso común, comenzando por la acogida  de los emigrantes, que necesitan antes que nada lo esencial para vivir, pero, sobre todo, que se les reconozca su dignidad como personas. Después tenemos todo el grave problema del trabajo, especialmente por los elevados niveles de desempleo juvenil que se produce en muchos países – una verdadera hipoteca para el futuro –,  pero también por la cuestión de la dignidad del trabajo.

            Espero ardientemente que se instaure una nueva colaboración social y económica, libre de condicionamientos ideológicos, que sepa afrontar el mundo globalizado, manteniendo vivo el sentido de la solidaridad y de la caridad mutua, que tanto ha caracterizado el rostro de Europa, gracias a la generosa labor de cientos de hombres y mujeres –  algunos de los cuales la Iglesia Católica considera santos – que, a lo largo de los siglos, se han esforzado por desarrollar el Continente, tanto mediante la actividad empresarial como con obras educativas, asistenciales y de promoción humana. Estas últimas, sobre todo, son un punto de referencia importante para tantos pobres que viven en Europa. ¡Cuántos hay por nuestras calles! No sólo piden pan para el sustento, que es el más básico de los derechos, sino también redescubrir el valor de la propia vida, que la pobreza tiende a hacer olvidar, y recuperar la dignidad que el trabajo confiere.

            En fin, entre los temas que requieren nuestra reflexión y nuestra colaboración está la defensa del medio ambiente, de nuestra querida Tierra, el gran recurso que Dios nos ha dado y que está a nuestra disposición, no para ser desfigurada, explotada y denigrada, sino para que, disfrutando de su inmensa belleza, podamos vivir con dignidad.

            Señora Presidenta, señor Secretario General, Excelencias, Señoras y Señores,

            El beato Pablo VI calificó a la Iglesia como «experta en humanidad». En el mundo, a imitación de Cristo, y no obstante los pecados de sus hijos, ella no busca más que servir y dar testimonio de la verdad. Nada más, sino sólo este espíritu, nos guía en el alentar el camino de la humanidad.

            Con esta disposición, la Santa Sede tiene la intención de continuar su colaboración con el Consejo de Europa, que hoy desempeña un papel fundamental para forjar la mentalidad de las futuras generaciones de europeos. Se trata de realizar juntos una reflexión a todo campo, para que se instaure una especie de «nueva agorá», en la que toda instancia civil y religiosa pueda confrontarse libremente con las otras, si bien en la separación de ámbitos y en la diversidad de posiciones, animada exclusivamente por el deseo de verdad y de edificar el bien común. En efecto, la cultura nace siempre del encuentro mutuo, orientado a estimular la riqueza intelectual y la creatividad de cuantos participan; y esto, además de ser una práctica del bien, es belleza. Mi esperanza es que Europa, redescubriendo su patrimonio histórico y la profundidad de sus raíces, asumiendo su acentuada multipolaridad y el fenómeno de la transversalidad dialogante, reencuentre esa juventud de espíritu que la ha hecho fecunda y grande.
            Gracias.


24 de noviembre de 2014

INVITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS: “REAVIVAR EL ESPÍRITU DE COLABORACIÓN Y DE CONCORDIA”



Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
Al final de esta celebración, deseo saludar a todos ustedes que han venido a rendir homenaje a los nuevos Santos, de modo especial a las Delegaciones Oficiales de Italia y de la India.

El ejemplo de cuatro Santos italianos, nacidos en las Provincias de Vicenza, Nápoles, Cosenza, y Rímini, ayudan al querido pueblo italiano a reavivar el espíritu de colaboración y de concordia por el bien común y a mirar con esperanza el futuro, en unidad, confiando en la cercanía de Dios que jamás nos abandona, incluso en los momentos difíciles.

Por intercesión de los dos Santos indianos, provenientes de Kerala, gran tierra de fe y de vocaciones sacerdotales y religiosas, el Señor conceda un nuevo impulso misionero a la Iglesia que está en India – ¡que es tan buena! – para que inspirándose en sus ejemplos de concordia y de reconciliación, los cristianos de la India prosigan en el camino de la solidaridad y de la convivencia fraterna.

Saludo con afecto a los Cardenales, los Obispos, los Sacerdotes, como también a las familias, los grupos parroquiales, las Asociaciones y las escuelas presentes. Con amor filial nos dirigimos ahora a la Virgen María, Madre de la Iglesia, Reina de los santos y modelo de todos los cristianos.
Les deseo un buen domingo, en paz, con la alegría de estos nuevos Santos. Les pido, por favor, recen por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


23 de noviembre de 2014

PAPA: CRISTO REY PASTOR LLENO DE AMOR, VERDAD, VIDA, JUSTICIA Y PAZ

Homilía completa del Papa Francisco 

La liturgia hoy nos invita a fijar la mirada en Jesús como Rey del Universo. La bella oración del Prefacio nos recuerda que su reino es «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz». Las lecturas que hemos escuchado nos muestran como Jesús ha realizado su reino; como lo realiza en el devenir de la historia; y que nos pide a nosotros.

Sobre todo, como Jesús ha realizado el reino: lo ha hecho con la cercanía y ternura hacia nosotros. Él es el Pastor, del cual nos ha hablado el profeta Ezequiel en la primera lectura (cfr. 34,11-12.15-17). Todo este pasaje esta tejido por verbos que indican la atención y el amor del Pastor a su rebaño: buscar, vigilar, reunir, llevar al pasto, hacer reposar, buscar la oveja perdida, encontrar la que se había perdido, vendar las heridas, sanar a la enferma, cuidarlas, pastorear. Todas estas actitudes se han hecho realidad en Jesucristo: Él es verdaderamente el “gran Pastor de las ovejas y guardián de nuestras almas” (cfr. Eb 13,20; 1Pt 2,25).

Y cuantos en la Iglesia estamos llamados a ser pastores, no podemos  separarnos de este modelo, si no queremos convertirnos en mercenarios. Al respecto, el pueblo de Dios posee un olfato infalible en reconocer los buenos pastores y distinguirlos de los mercenarios.

Después de su victoria, es decir después de su Resurrección, ¿cómo Jesús lleva adelante su reino? El apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, dice: «Es necesario que Él reine hasta que no haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies» (15,25). Es el Padre que poco a poco ha puesto todo bajo el Hijo, y al mismo tiempo el Hijo pone todo bajo el Padre, y al final también Él mismo. Jesús no es un rey a la manera de este mundo: para Él reinar no es mandar, sino obedecer al Padre, entregarse a Él, para que se cumpla su diseño de amor y de salvación. De este modo existe plena reciprocidad entre el Padre y el Hijo. Por lo tanto el tiempo del reino de Cristo es el largo tiempo de la sumisión de todo al Hijo y de la entrega de todo al Padre. «El último enemigo en ser vencido será la muerte» (1 Cor 15,26). Y al final, cuando todo será puesto bajo la majestad de Jesús, y todo, también Jesús mismo, será puesto bajo el Padre, Dios será todo en todos (cfr. 1 Cor 15, 28).

El Evangelio nos dice que cosa nos pide el reino de Jesús a nosotros: nos recuerda que la cercanía y la ternura son la regla de vida también para nosotros, y sobre esto seremos juzgados. Este será el protocolo de nuestro juicio. Es la gran parábola del juicio final de Mateo 25. El Rey dice: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, era forastero y me acogiste, estaba desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme» (25,34-36). Los justos le preguntaran: ¿cuándo hicimos todo esto? Y Él responderá: «En verdad les digo: que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Mt 25,40).

La salvación no comienza en la confesión de la soberanía de Cristo, sino en la imitación de las obras de misericordia mediante las cuales Él ha realizado el Reino. Quien las cumple demuestra de haber acogido la realiza de Jesús, porque ha hecho espacio en su corazón a la caridad de Dios. Al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor, sobre la projimidad y sobre la ternura hacia los hermanos. De esto dependerá nuestro ingreso o no en el reino de Dios, nuestra ubicación de una o de otra parte. Jesús, con su victoria, nos ha abierto su reino, pero está en cada uno de nosotros entrar o no, ya a partir de esta vida – el Reino inicia ahora – haciéndonos  concretamente prójimo al hermano que pide pan, vestido, acogida, solidaridad, catequesis. Y si verdaderamente amamos a este hermano o aquella hermana, seremos impulsados a compartir con él o con ella lo más precioso que tenemos, es decir ¡Jesús mismo y su Evangelio!
Hoy la Iglesia nos pone delante como modelos los nuevos Santos que, mediante las obras de generosa dedicación a Dios y a los hermanos, han servido, cada uno en su propio ámbito, el reino de Dios y se han convertido en herederos. Cada uno de ellos ha respondido con extraordinaria creatividad al mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Se han dedicado sin reparo al servicio de los últimos, asistiendo a los indigentes, a los enfermos, a los ancianos, a los peregrinos. Su predilección por los pequeños y por los pobres era el reflejo y la medida del amor incondicional a Dios. De hecho, han buscado y descubierto la caridad en la relación fuerte y personal con Dios, de la cual surge el verdadero amor por el prójimo. Por eso, en la hora del juicio, han escuchado esta dulce invitación: «Vengan, benditos de mi Padre, tomen en posesión el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo» (Mt 25,34).

Con el rito de canonización, una vez más hemos confesado el misterio del reino de Dios y honorado a Cristo Rey, Pastor lleno de amor por su grey. Que los nuevos Santos, con su ejemplo y su intercesión, hagan crecer en nosotros la alegría de caminar en la vía del Evangelio, la decisión de asumirlo como la brújula de nuestra vida. Sigamos sus huellas, imitemos su fe y su caridad, para que también nuestra esperanza se llene de inmortalidad. No nos dejemos distraer por otros intereses terrenos y pasajeros. Y nos guie en el camino hacia el reino de los Cielos la Madre, Reina de todos los Santos.


22 de noviembre de 2014

PAPA FRANCISCO: CONVERSION Y MISIÓN, PACIENCIA Y AMOR, TESTIMONIOS DECRISTO EN LA HUMANIDAD HERIDA

(RV).- Participar en la misión de Cristo, que nos precede y acompaña en la evangelización. Ante los desafíos de hoy - como la vida, la familia, la paz, la pobreza, la libertad religiosa y de educación, en un mundo que olvida a Dios y se centra en el consumo -  renovar siempre el «primer amor», con valentía evangélica y perseverando en el carisma original, «respetar la libertad de las personas» y «buscar siempre la comunión», son las tres sugerencias - para el camino de fe y de vida eclesial - que señaló el Papa Francisco, este sábado a los participantes en el III Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales y nuevas comunidades, que «ya han aportado tantos frutos a la Iglesia y al mundo entero» y que podrán brindar otros «aún más grandes, con la ayuda del Espíritu Santo, que suscita y renueva siempre dones y carismas, y la intercesión de María que «no cesa de socorrer y acompañar a sus hijos».

A los congresistas de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades, llegados de tantas partes del mundo, para reflexionar sobre el tema «La alegría del Evangelio: una alegría misionera» - inspirado en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Obispo de Roma -  en la primera sugerencia dedicada a los carismas - les recordó la importancia de preservar el carisma original, renovando «el primer amor», afianzados en la acción del Espíritu Santo, sin permanecer encerrados en esquemas estériles:

«La novedad de sus experiencias no consiste en los métodos y en las formas, aunque son importantes, sino en la disposición para responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor: es esta valentía evangélica que permitió el nacimiento de sus movimientos y nuevas comunidades. Si las formas y métodos se defienden por sí mismas, se vuelven ideológicos, alejados de la realidad que está en continua evolución; cerrados a las novedades del Espíritu, acabarán sofocando el carisma mismo que los ha generado. Es necesario volver siempre a la fuente de los carismas y así podrán volver a encontrar el impulso para afrontar los desafíos de hoy».

Reflexionando sobre cómo acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, en particular a los jóvenes, el Papa Francisco destacó la paciencia  el amor como hace el Señor con cada uno de nosotros, en el respeto de la libertad de las personas:

«Formamos parte de una humanidad herida, donde todas las agencias educativas, en especial la más importante, la familia, tiene graves dificultades casi en todo el mundo. El hombre de hoy vive serios problemas de identidad y tiene dificultades en cumplir sus propias opciones, porque tiene una disposición a dejarse condicionar, a delegar a los demás las decisiones importantes de la vida. Hay que resistir a la tentación de sustituirse con la libertad de las personas, de dirigirlas sin esperar que maduren realmente. Cada persona tiene su tiempo: camina a modo suyo y esto es lo que debemos acompañar. Un progreso moral o espiritual obtenido sobre la inmadurez de la gente es un éxito aparente, destinado a naufragar. Pocos, acompañando siempre sin ser teatreros y sin hacer show. Por lo contrario, la educación cristiana requiere un acompañamiento paciente, que sabe esperar los tiempos de cada uno, como hace con cada uno de nosotros el Señor; la paciencia es la única senda para amar de verdad y llevar a las personas a una relación sincera con el Señor».

«Otra indicación que no hay que olvidar es que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo, es la comunión»,  «es la gracia suprema que Jesús nos conquistó en la cruz, la gracia que el resucitado pide para nosotros incesantemente. «Para que el mundo crea que Jesús es el Señor tiene que ver la comunión entre los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencias, por cualquier causa que sea, ¿cómo se puede evangelizar? subrayó el Santo Padre recordando la comunión de los carismas al servicio de la Santa Madre Iglesia Jerárquica y la misión:

«La verdadera comunión no puede existir en un movimiento o en una nueva comunidad si no se integra en la comunión más grande que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte (cfr Exhort ap Evangelii Gaudium, 234-237) y la parte tiene sentido en relación a todo. Además, la comunión consiste también en afrontar juntos y unidos las cuestiones más importantes, como la vida, la familia, la paz, la lucha contra la pobreza en todas sus formas, la libertad religiosa y de educación. En particular, los movimientos y las comunidades están llamados a colaborar para contribuir a curar las heridas producidas por una mentalidad globalizada que pone en el centro el consumo, olvidando a Dios y los valores esenciales de la existencia». (CdM – RV)

21 de noviembre de 2014

LA REDENCIÓN DE CRISTO ES GRATUITA, QUE LAS IGLESIAS JAMÁS SEAN “ESPECULADORAS”, DIJO EL PAPA EN SU HOMILÍA DE LA MISA MATUTINA

(RV).-   Que las iglesias jamás se conviertan en casas de negocios, la redención de Jesús es siempre gratuita. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta en el día de la fiesta de la Presentación en el Templo de la Bienaventurada Virgen María.
Teniendo en cuenta la liturgia del día en que Jesús echó a los mercantes del Templo, porque habían transformado la casa de oración en una cueva de ladrones, el Papa explicó que Jesús realizó un gesto de purificación, porque “el Templo había sido profanado” y con el Templo, el pueblo de Dios. Profanado con el pecado sumamente grave que es el escándalo”.
Francisco observó que la gente era buena, iba al Templo, no veía estas cosas; buscaba a Dios, rezaba… pero debía cambiar las monedas para realizar las ofertas”. El pueblo de Dios iba al Templo no por esta gente, por lo que vendían, sino que iba al Templo por Dios” y “allí estaba la corrupción que escandalizaba al pueblo”. Asimismo, el Papa recordó el episodio bíblico de Ana, mujer humilde, madre de Samuel, que va al Templo para pedir la gracia de un hijo: “Susurraba en silencio sus oraciones”, mientras el sacerdote y sus dos hijos eran corruptos, sacaban provecho de los peregrinos y escandalizaban al pueblo.
“Yo pienso en el escándalo que podemos causar a la gente con nuestra actitud – subrayó el Papa –, con nuestros hábitos no sacerdotales en el Templo: el escándalo del comercio, el escándalo de la mundanidad… Cuántas veces vemos que entrando en una iglesia, aún hoy, está la lista de los precios” para el bautismo, la bendición, las intenciones para la Misa. “Y el pueblo se escandaliza”:
“Una vez, recién ordenado sacerdote, yo estaba un grupo de universitarios, y una pareja de novios quería casarse. Habían ido a una parroquia: pero, querían hacerlo con la Misa. Y allí, el secretario parroquial dijo: ‘No, no: no se puede’ – ‘Pero, ¿por qué no se puede con la Misa, si el Concilio recomienda hacerlo siempre con la Misa?’ – ‘No, no se puede, porque más de 20 minutos no se puede’ – ‘Pero, ¿por qué?’ – ‘Porque hay otros turnos’ – ‘Pero, ¡nosotros queremos la Misa!’ – ‘Entonces ¡paguen dos turnos!’. Y para casarse con la Misa tuvieron que pagar dos turnos. Esto es pecado de escándalo”.
El Santo Padre añadió: “Nosotros sabemos lo que dice Jesús a aquellos que son causa de escándalo: ‘Mejor ser tirados al mar”:
“Cuando los que están en el Templo – independientemente de que sean sacerdotes, laicos, secretarios que se ocupan de administrar la pastoral en el Templo – se vuelven especuladores, el pueblo se escandaliza. Y nosotros somos responsables de esto. También los laicos, ¡eh! Todos. Porque si yo veo que en mi parroquia se hace esto, debo tener el coraje de decírselo en la cara al párroco. Y la gente sufre por ese escándalo. Es curioso: el pueblo de Dios sabe perdonar a sus sacerdotes, cuando tienen unua debilidad, resbalan sobre un pecado… sabe perdonar. Pero hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero y a un sacerdote que maltrata a la gente. ¡No es capaz de perdonar! Y el escándalo, cuando el Templo, la Casa de Dios, se vuelve una casa de negocios, como aquel matrimonio: se alquilaba la iglesia”.
Jesús “no está enojado” – explicó el Papa – “es la Ira de Dios, es el celo por la Casa de Dios”, porque no se puede servir a dos patrones: “o das culto a Dios vivo, o das culto al dinero, al dinero”:
“Pero ¿por qué Jesús está contra el dinero? Porque la redención es gratuita; la gratuidad de Dios, Él viene a traernos la gratuidad total del amor de Dios. Y cuando la Iglesia o las iglesias se vuelven especuladoras, se dice que… ¡eh, no es tan gratuita la salvación!… Es por esto que Jesús toma el látigo para hacer este rito de purificación en el Templo. Hoy la Liturgia celebra la presentación de la Virgen en el Templo: desde muchachita… Una mujer sencilla, como Ana, en aquel momento, entra la Virgen. Que Ella nos enseñe, a todos nosotros, a todos los párrocos, a todos aquellos que tienen responsabilidades pastorales, a mantener limpio el Templo, a recibir con amor a aquellos que vienen, como si cada uno de ellos fuera la Virgen”.

Migrantes. Papa: la Iglesia, madre sin fronteras, reconoce a Jesús en los necesitados

(RV).- «La Iglesia anhela ser lugar de esperanza». Diálogo y acogida, dignidad humana, tutela de los derechos de los emigrantes y legalidad, cooperación, desarrollo y migraciones. Sin olvidar, el impulso a la integración y el respeto de las convenciones sociales y culturales de los países que reciben a los que emigran. Al concluir, este viernes, el VII Congreso Mundial de la Pastoral para los Migrantes, agradeciendo con aprecio el compromiso y la solicitud dedicada a los hombres y mujeres que aún hoy emprenden los denominados ‘viajes de la esperanza’, el Papa Francisco, alentando a acompañar a los que sufren la soledad y la marginación, aseguró su cercanía a los que desarrollan este apostolado y a quienes intentan ayudar:

«La Iglesia, además de ser una comunidad de fieles que reconoce a Jesucristo en el rostro del prójimo, es madre sin confines y sin fronteras. Es madre de todos y se esfuerza en alimentar la cultura de la acogida y de la solidaridad, donde nadie es inútil, está fuera de lugar o es para el descarte. Lo recordaba en el Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado de este año: El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. ¡En él está impresa la imagen de Cristo!

Por lo tanto los migrantes, con su misma humanidad, aun antes de sus valores culturales, ensanchan el sentido de la fraternidad humana. Y, al mismo tiempo, su presencia es un llamado a la necesidad de desarraigar las desigualdades, las injusticias y los atropellos y abusos. De este modo, los migrantes pueden llegar a ser partners en la construcción de una identidad más rica para las comunidades que los hospedan, así como las personas que los reciben, estimulando el desarrollo de sociedades inclusivas, creativas y respetuosas de la dignidad de todos».

«La migración es también una invitación a imaginar un futuro diferente, que persiga el desarrollo del género humano en su totalidad, incluyendo a cada ser humano con su potencial espiritual y cultural y su contribución a un mundo más equitativo, marcado por la solidaridad mundial y el pleno respeto de la dignidad humana y de la vida», reiteró el Papa, recordando el documento final del precedente Congreso Mundial de este sector pastoral, celebrado en 2009.

Tras  recordar que a pesar de los acontecimientos, a veces penosos e incluso dramáticos, que se han registrado, la emigración sigue siendo un anhelo de esperanza, sobre todo en las regiones deprimidas del planeta, donde la falta de trabajo impide la realización de una existencia digna para los individuos y para sus familias, el Obispo de Roma destacó la importancia de los temas tratados en este Congreso Mundial: las desigualdades, la pobreza, el crecimiento demográfico, la aumentada necesidad de empleo en algunos sectores del mercado del trabajo, las calamidades debidas a los cambios climáticos, las guerras y las persecuciones, el anhelo de las nuevas generaciones de viajar para buscar nuevas oportunidades.

Sin olvidar las dificultades que se presentan y alentando a impulsar los beneficios que se deben afianzar, tanto en los países de los emigrantes como en los que los acogen, el Papa Bergoglio hizo hincapié en la importante misión de los agentes pastorales y la promoción de proyectos de evangelización y acompañamiento de los migrantes, con la catequesis, la liturgia y la celebración de los Sacramentos.

Y antes de su bendición, renovando su profunda gratitud por el servicio que los agentes de la pastoral para los migrantes ofrecen a la Iglesia, a sus comunidades y a las sociedades a las que pertenecen, el Santo Padre invocó sobre todos la protección de la Madre de Dios y de San José, que experimentaron las duras dificultades del exilio, buscando refugio en Egipto.

Jesús llora cuando nuestro corazón se cierra a sus sorpresas, dijo el Papa en su homilía

(RV).- Jesús llora también hoy cuando las puertas de nuestro corazón, de los pastores, de la Iglesia, se cierran a sus sorpresas no reconociendo a Aquel que trae la paz. Es cuanto afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.

Jesús llora por Jerusalén, porque no ha reconocido a Aquel que trae la paz. Comentando el Evangelio del día, el Papa explicó que el Señor llora por “la cerrazón del corazón” de la “ciudad elegida, del pueblo elegido. Porque ¡no tenía tiempo de abrirle la puerta! Estaba demasiado ocupada y muy satisfecha de sí misma. Y Jesús sigue llamando a las puertas, como ha llamado a la puerta del corazón de Jerusalén: a las puertas de sus hermanos, de sus hermanas; a nuestras puertas, a las puertas de nuestro corazón, a las puertas de su Iglesia. Jerusalén se sentía contenta, tranquila con su vida y no tenía necesidad del Señor: no se había dado cuenta de la necesidad de salvación que tenía. Y por esta razón cerró su corazón ante el Señor”. “El llanto de Jesús” por Jerusalén  – afirmó Francisco  – es “el llanto por su Iglesia, hoy, por nosotros”:

“¿Y por qué Jerusalén no había recibido al Señor? Porque estaba tranquila con lo que tenía, no quería problemas. Pero también – lo dice el Señor en el Evangelio – ‘si hubieras comprendido también tú, en este día, lo que te trae la paz. No has reconocido el tiempo en el que has sido visitada’. Tenía miedo de ser visitada por el Señor; tenía miedo de la gratuidad de la visita del Señor. Estaba segura en las cosas que ella podía administrar. Estamos seguros en las cosas que nosotros podemos administrar… Pero nosotros no podemos administrar la visita del Señor, sus sorpresas”.

A lo que el Papa Francisco añadió:

“Y de esto tenía miedo Jerusalén: de ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía miedo del Señor, de su Esposo, de su Amado. Y así Jesús llora. Cuando el Señor visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos trae la conversión. Y todos nosotros tenemos miedo no de la alegría, ¡no! – pero sí de la alegría que trae el Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque convertirse significa dejar que el Señor nos conduzca”.

“Jerusalén estaba tranquila, contenta – prosiguió diciendo el Papa –, el templo funcionaba. Los sacerdotes hacían sacrificios, la gente iba en peregrinación, los doctores de la ley habían organizado todo, ¡todo! ¡Todo claro! Todos los mandamientos claros… Y con todo esto Jerusalén tenía la puerta cerrada”. La cruz, “precio de aquel rechazo” – observó Francisco –  nos muestra el amor de Jesús, lo que lo lleva “a llorar también hoy – tantas veces – por su Iglesia”.

“Yo me pregunto: hoy nosotros los cristianos, que conocemos la fe, el catecismo, que vamos a Misa todos los domingos, nosotros los cristianos, nosotros los pastores, ¿estamos contentos de nosotros? Porque tenemos todo ordenado y no tenemos necesidad de nuevas visitas del Señor… Y el Señor sigue llamando a la puerta, de cada uno de nosotros y de su Iglesia, de los pastores de la Iglesia. Eh sí, la puerta de nuestro corazón, de la Iglesia, de los pastores no se abre: el Señor llora, también hoy”.

Por último el Papa invitó a hacer un examen de conciencia: “Pensemos en nosotros – dijo –, ¿cómo estamos en este momento ante Dios?”.