«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
La catequesis de hoy tiene por tema:
“educar a la esperanza”. Y por esto yo la voy a dirigir directamente, con el
“tú”, imaginando hablar como educador, como un padre a un joven, o a alguna
persona abierta a aprender.
Piensa, ahí donde Dios te ha sembrado,
¡ten esperanza! Siempre ten esperanza.
No te rindas a la noche: recuerda que el
primer enemigo por derrotar no está fuera de ti: está dentro. Por lo tanto, no
concedas espacio a los pensamientos amargos, oscuros, ¿no?
Este mundo es el primer milagro que Dios
ha hecho, ha puesto en nuestras manos la gracia de nuevos prodigios. Fe y
esperanza van juntos. Cree en la existencia de las verdades más altas y más
bellas. Confía en Dios Creador, en el Espíritu Santo que mueve todo hacia el
bien, en el abrazo de Cristo que espera a todo hombre al final de su
existencia; cree, Él te espera.
El mundo camina gracias a la mirada de
tantos hombres que han abierto brechas, que han construido puentes, que han
soñado y creído; incluso cuando alrededor de ellos oían palabras de burla.
No pienses jamás que la lucha que conduces
aquí abajo sea del todo inútil. Al final de la existencia no nos espera el
naufragio: en nosotros palpita una semilla de absoluto. Dios no desilusiona: si
ha puesto una esperanza en nuestros corazones, no la quiere truncar con
continuas frustraciones. Todo nace para florecer en una eterna primavera.
También Dios nos ha hecho para florecer. Recuerdo ese diálogo, cuando el roble
pidió a la almendra: “Háblame de Dios”. Y la almendra floreció.
¡Donde quiera que te encuentres,
construye! ¡Si estás por los suelos, levántate! No permanezcas jamás caído,
levántate, déjate ayudar para estar de pie. ¡Si estas sentado, ponte en camino!
¡Si el aburrimiento te paraliza, échalo con las obras de bien! Si te sientes
vacío o desmoralizado, pide que el Espíritu Santo pueda nuevamente llenar tu
nada.
Obra la paz en medio a los hombres, y no
escuches la voz de quien derrama odio y división. No escuches estas voces. Los
seres humanos, por cuanto sean diversos los unos de los otros, han sido creados
para vivir juntos. En los contrastes, paciencia, un día descubrirás que cada
uno es depositario de un fragmento de verdad.
Ama a las personas. Ámalos uno a uno.
Respeta el camino de todos, recto o atormentado que sea, porque cada uno tiene
una historia para contar. También cada uno de nosotros tiene su propia historia
por narrar. Todo niño que nace es la promesa de una vida que todavía una vez
más se demuestra más fuerte que la muerte. Todo amor que surge es una potencia
de transformación que anhela la felicidad.
Jesús nos ha entregado una luz que brilla
en las tinieblas: defiéndela, protégela. Esta única luz es la riqueza más
grande confiada a tu vida. Y sobre todo, sueña. No tengas miedo de soñar.
¡Sueña! Sueña con un mundo que todavía no se ve, pero que es cierto que
llegará.
La esperanza nos lleva a la existencia de
una creación que se extiende hasta su cumplimiento definitivo, cuando Dios será
todo en todos. Los hombres capaces de imaginación han regalado al hombre
descubrimientos científicos y tecnológicos; han atravesado los océanos y han
pisado tierras que nadie había pisado jamás. Los hombres que han cultivado
esperanzas son también aquellos que han vencido la esclavitud y traído mejores
condiciones de vida sobre esta tierra. Piensen en estos hombres.
Se responsable de este mundo y de la vida
de cada hombre. Porque toda injusticia contra un pobre es una herida abierta y
disminuye tu misma dignidad. La vida no cesa con tu existencia, y en este mundo
vendrán otras generaciones que seguirán a la nuestra, y muchas otras todavía.
Y cada día pide a Dios el don de la
valentía. Recuérdate que Jesús ha vencido por nosotros al miedo. ¡Él ha vencido
al miedo! Nuestra enemiga más traicionera no puede nada contra la fe. Y cuando
te encuentres atemorizado ante cualquier dificultad de la vida, recuérdate que
tú no vives sólo por ti mismo. En el Bautismo tu vida ha sido ya sumergida en
el misterio de la Trinidad y tú perteneces a Jesús.
Y si un día te toma el miedo, o tú
pensaras que el mal es demasiado grande para ser derrotado, piensa simplemente
que Jesús vive en ti. Y es Él que, a través de ti, con su humildad quiere
someter a todos los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la
violencia, todos nuestros enemigos.
Ten siempre el coraje de la verdad, pero
recuérdate: no eres superior a nadie. Recuérdate de esto, no eres superior a
nadie. Si tú fueras el último en creer en la verdad, no rechaces por esto la
compañía de los hombres. Incluso si tú vivieras en el silencio de una ermita, lleva
en el corazón los sufrimientos de toda criatura. Eres cristiano; y en la
oración todo devuelves a Dios.
Y cultiva ideales. Vive por alguna cosa
que supera al hombre. Y si un día estos ideales te pidieran una cuenta salda
por pagar, no dejes jamás de llevarlos en tu corazón. La fidelidad obtiene
todo.
Si te equivocas, levántate: nada es más
humano que cometer errores. Y esos mismos errores no deben de convertirse para
ti en una prisión. No te quedes enjaulado en los propios errores. El Hijo de
Dios ha venido no por los sanos, sino por los enfermos: por lo tanto ha venido
también por ti. Y si te equivocas incluso en el futuro, no temas, ¡levántate!
¿Sabes por qué? Porque Dios es tu amigo. ¡Dios es tu amigo!
Si te afecta la amargura, cree firmemente
en todas las personas que todavía obran por el bien: en su humildad esta la
semilla de un mundo nuevo. Frecuenta a las personas que han cuidado el corazón
como aquel de un niño. Aprende de las maravillas, cultiva el asombro, cultiva
el asombro.
Vive, ama, sueña, cree. Y, con la gracia
de Dios, no te desesperes jamás. Gracias».