¿Qué movió a
tres jóvenes «perfectamente integrados» a cometer los ataques islamistas de
hace un mes en Francia? Es una de las preguntas a las que intentó responder el
filósofo y novelista Fabrice Hadjadj hace unos días en la Fundación De Gasperi,
de Roma. En su conferencia, titulada Los yihadistas, el 11 de enero y
la Europa del vacío, explicó que los movimientos islamistas, «en realidad,
son movimientos posteriores a las Luces. Saben que las utopías humanistas, que
habían sustituido a la fe religiosa, se han derrumbado». Por ello ofrecen otra
respuesta a los jóvenes, una razón para dar la vida que Europa no da.
«Demasiada buena conciencia y la ceguera ideológica están preparando para muy
pronto, si no la guerra civil, por lo menos el suicidio de Europa». Ofrecemos
la versión de la conferencia publicada en Le Figaro
Queridos yihadistas es el título de una carta abierta publicada por
Philippe Muray -uno de nuestros grandes polemistas franceses- poco después de
los atentados del 11 de septiembre de 2001. Esta carta termina con una serie de
advertencias a los terroristas islámicos, pero en realidad a quien apunta, de
rebote y con ironía, es a los Occidentales fanáticos del confort y el
supermercado. Les cito un pasaje cuyo feliz y mordaz sarcasmo van a captar
inmediatamente. «[Queridos yihadistas], ¡temed la ira del consumidor, del
turista, del veraneante que baja de su autocaravana! ¿Nos imagináis
repantingados en las diversiones que nos han ablandado? Pues lucharemos como
leones para proteger nuestro ablandamiento. […] Lucharemos por todo, por las
palabras que ya no tienen sentido y por la vida que las acompaña».
Y hoy podemos añadir: ¡lucharemos por Charlie
Hébdo, periódico ayer moribundo, y que no tenía ningún espíritu crítico
-pues criticar es discernir, y “Charlie” metía en el mismo saco a los
yihadistas, los rabinos, los policías, los católicos, los franceses medios…-
pero del que haremos el emblema de la nada y la confusión que nos animan!
He
aquí, más o menos, el estado del Estado francés. En lugar de dejarse interpelar
por los acontecimientos, insiste, y aprovecha para aliviar su conciencia, ganar
puntos en las encuestas, alinearse con las víctimas inocentes, la libertad
abofeteada, la moralidad ultrajada, con tal de no reconocer el vacío humano de
una política que se viene aplicando desde hace décadas ni el error de un cierto
modelo eurocéntrico según el cual el mundo evolucionaría fatalmente hacia la
secularización mientras asistimos en todas partes, por lo menos desde 1979, al
retorno de lo religioso en la esfera pública. Pero hete aquí que demasiada
buena conciencia y la ceguera ideológica están preparando para muy pronto, si
no la guerra civil, por lo menos el suicidio de Europa.
Terroristas franceses
Lo primero que hay que constatar es que
los terroristas de los recientes atentados de París son franceses, han crecido
en Francia y no son ni accidentes ni monstruos, sino producto de la integración
a la francesa, auténticos retoños de la República actual, con toda la revuelta
que tal descendencia puede inducir.
En 2009, Amedy Coulibaly, autor de los
atentados de Montrouge y del supermercado kosher de
Saint-Mandé, fue recibido por Nicolas Sarkozy en el Palacio del Elíseo junto a
otros nueve jóvenes elegidos por sus empleadores para dar testimonio de las
virtudes de la formación por alternancia: trabajaba entonces bajo contrato de
profesionalización en la fábrica que Coca Cola tiene en Gagny, su ciudad natal.
Los
hermanos Kouachi [autores de la matanza de Charlie Hebdo, N. d.
T.], huérfanos procedentes de la inmigración, fueron acogidos en un centro
educativo sito en Corrèze [provincia del centro de Francia y feudo electoral de
los presidentes Jacques Chirac y François Hollande, N. d. T], y perteneciente a
la Fundación Claude-Pompidou.
«Estaban perfectamente integrados»
Al día siguiente de la matanza en la
sede de Charlie Hébdo, el director del centro educativo sentía estupor: «A
todos nos choca este asunto porque conocíamos a estos jóvenes. Nos cuesta
imaginar que estos chavales que estaban perfectamente integrados (jugaban el
fútbol en los equipos locales) hayan sido capaces de matar de forma deliberada.
Nos cuesta creerlo. Mientras estuvieron con nosotros, su comportamiento no fue
nada problemático. Said Kouachí […] estaba preparado para entrar en la vida
socioprofesional». Unas declaraciones que recuerdan a las del alcalde de Lunel
-pequeña ciudad del sur de Francia- que se extrañaba porque diez jóvenes de su
municipio se unieran a la Yihad en Siria, justo cuando acababa de renovar una
magnífica pista de skate board en mitad de su barrio.
¡Qué ingratitud! ¿Cómo es que estos
jóvenes no han tenido la impresión de haber podido colmar sus aspiraciones más
profundas trabajando en Coca Cola, practicando el skate board o
jugando en el equipo local de fútbol? ¿Cómo es que su deseo de heroicidad, de
contemplación y de libertad no ha sido colmado por esa oferta tan generosa que
consiste en poder elegir entre dos platos congelados, mirar una serie americana
o de abstenerse en las elecciones? ¿Cómo es que sus esperanzas de pensamiento y
de amor no han podido cumplirse al ver todos los progresos que están en marcha,
como el matrimonio gay o la legalización de la eutanasia?
Y
es que, precisamente, el debate que interesaba al Gobierno francés justo antes
de los atentados: la República estaba completamente centrada en esa gran
conquista humana, sin duda la última, y que es el derecho de ser asistido en el
propio suicidio o rematado por verdugos cuya delicadeza está garantizada por un
diploma en Medicina…
¿Hay razones en Europa para dar la vida?
Entiéndanme: los Kouachis y Coulibalys
estaban «perfectamente integrados», pero integrados en la nada, integrados en
la negación de cualquier impulso espiritual, y es por eso por lo que acabaron
sometiéndose a un islamismo que no era solo una reacción a este vacío sino
también una continuidad con ese vacío, a través de su logística de desarraigo
planetario, de pérdida de la transmisión familiar y de mejora técnica de los
cuerpos para convertirlos en súper instrumentos conectados a un dispositivo sin
alma…
Un joven no busca sólo razones para
vivir; también y sobre todo -porque no podemos vivir eternamente- busca razones
para dar su vida. Ahora bien, ¿todavía hay razones en Europa para dar su vida?
¿La libertad de expresión? De acuerdo. ¿Pero qué cosa importante tenemos que
expresar? ¿Qué Buena Nueva tenemos aún que anunciar al mundo?
Este
asunto de saber si Europa es todavía capaz de ser portadora de una
trascendencia que dé un sentido a nuestros actos; este asunto, digo, ya que es
el más espiritual de todos, es asimismo el más carnal. No solo se trata de dar
su vida, sino también de dar la vida. De forma curiosa, o providencial, durante
su audiencia del 7 de enero, el mismo día de los atentados, el Papa Francisco
citaba una homilía de Óscar Romero que demostraba el vínculo existente entre el
martirio y la maternidad, entre el hecho de estar dispuesto a dar su vida y el
hecho de estar dispuesto a dar la vida.
Debilidad espiritual
Es una evidencia ineludible: nuestra
debilidad espiritual repercute sobre la demografía; nos guste o no, la
fecundidad biológica siempre es un signo de esperanza vivida (aunque esa
esperanza sea desordenada, como en el natalismo nacionalista o imperialista).
Si adoptamos un punto de vista
completamente darwiniano, tenemos que admitir que el darwinismo no es una
ventaja selectiva. Creer que el hombre es el resultado mortal de un apaño
azaroso de la evolución no ayuda, no nos anima en absoluto a tener hijos. Mejor
tener un gato o un caniche. O tal vez uno o dos sapiens sapiens,
por inercia, por convencionalismo, pero, a fin de cuentas, menos como niños que
como juguetes sobre los cuales ejercer vuestro despotismo y distraeros de
vuestra angustia (antes de agravarla de forma radical).
Así
pues, el éxito teórico del darwinismo solo puede desembocar en el éxito
práctico de los fundamentalistas que niegan esta teoría, pero que tienen muchos
hijos. Annie Laurent, una amiga islamóloga, me dijo unas palabras muy
clarividentes: «La procreación es el yihad de las mujeres».
La dominación de las mujeres con burqa
Antaño, lo que impulsó al general de
Gaulle a otorgar la independencia a Argelia fue, precisamente, la cuestión
demográfica. Conservar la Argelia francesa de forma justa equivalía a conceder
la ciudadanía a todos, pero al estar la democracia francesa sometida a la ley
de la mayoría, y por lo tanto a la demografía, acabaría sometiéndose a la ley
coránica.
El 5 de marzo de 1959, De Gaulle
confiaba a Alain Peyrefitte [ministro, confidente y memorialista del general N.
d. T.]: «¿Cree usted que el cuerpo francés puede absorber a diez millones de
musulmanes, que mañana serán veinte millones y pasado mañana cuarenta? Si
hacemos la integración, si todos los árabes y bereberes de Argelia fuesen
considerados como franceses ¿cómo se les impediría instalarse en la metrópoli
donde el nivel de vida es mucho más elevado? Mi pueblo ya no se llamaría
Colombey-les-Deux-Églises [Iglesias] sino Colombey-les-Deux-Mosquées
[Mezquitas]».
Es
cierto que se ha producido una liberación de la mujer de la que podemos estar
orgullosos. Sin embargo, cuando esta liberación desemboca en un militantismo
contraceptivo y abortivo -ya que la paternidad se concibe de ahora en adelante
como cargas insoportables para individuos que han olvidado que son antes de
todo hijos e hijas- sólo puede ceder el paso, tras unas generaciones, a la
dominación masiva de las mujeres con burqa, puesto que las mujeres
en minifalda se reproducen mucho menos.
Un movimiento posterior a la Ilustración
Por mucho que protestemos «Oh, el burqa.
¡Qué costumbres más bárbaras!», ésta y otras costumbres bárbaras hacen
funcionar a nuestra civilización del futuro; bueno, de un futuro sin
posteridad…
En el fondo, los yihadistas cometen un
grave error estratégico: al provocar reacciones indignadas, lo único que logran
es ralentizar la islamización suave de Europa, la que presenta Michel
Houellebecq en su última novela -que también salió a la venta el 7 de enero-, y
que se pone en marcha gracias a nuestra doble astenia religiosa y sexual. A
menos que nuestra insistencia en «no generar confusiones», en decir que el
islam no tiene nada que ver con el islamismo (cuando tanto el presidente
egipcio Al-Sissi como los Hermanos Musulmanes nos dicen lo contrario) y en
sentirnos culpables de nuestro pasado colonial nos entreguen con más
obsequiosidad, si cabe, al proceso en curso.
Sea
como fuere, hay una vanidad que debemos perder: la que consiste en creer que
los movimientos islamistas son movimientos previos a las Luces y bárbaros -como
lo apuntaba más arriba-, que se templarán tan pronto como conozcan el esplendor
del consumismo. En realidad, son movimientos posteriores a las Luces. Saben que
las utopías humanistas, que habían sustituido a la fe religiosa, se han
derrumbado.
¿Para qué Europa estamos dispuestos a
dar la vida?
De ahí que nos hagamos la pregunta de si
el islam no es el término dialéctico en una Europa tecno-liberal que rechaza
sus raíces grecolatinas y sus alas judía y cristiana: esta Europa no puede
vivir demasiado tiempo sin Dios ni madres, pero, como niña mimada que es,
tampoco será capaz de volver a su Madre Iglesia, y al final consiente a
entregarse a un monoteísmo fácil en el que la relación con la riqueza está
desdramatizada, la moral sexual es más relajada y la posmodernidad hi-tech edifica
ciudades tan radiantes como las de Catar. Dios + el capitalismo, las huris de
harén + los ratones de ordenador ¿Por qué no sería el último compromiso, el
verdadero final de la Historia?
Una cosa me parece cierta: lo bueno que
hay en el siglo de las Luces ya no puede subsistir sin la Luz de los siglos.
Pero, ¿seremos capaces de reconocer que esta Luz es la Verbo que se hizo carne,
del Dios hecho hombre, es decir, de una divinidad que no aplasta lo humano sino
que lo asume en su libertad y en su debilidad?
Os hago una última pregunta: sois
romanos, pero ¿tenéis motivos sólidos para evitar que la Basílica de San Pedro
no acabe como la Catedral de Santa-Sofía? Sois italianos pero ¿seréis capaces
de luchar por la Divina Comedia? ¿O bien os avergonzáis porque
Dante tuvo la osadía, en el Cántico XVIII de su Infierno, de hablar de Mahoma
en el noveno Fraudulento del octavo círculo?
Para
terminar: somos europeos. Pero ¿estamos orgullosos de nuestra bandera con doce
estrellas? ¿Nos acordamos del sentido mismo de esas doce estrellas que nos
reenvían al Apocalipsis de San Juan y a la fe de Schuman y de De Gasperi? El
tiempo del confort se ha terminado. Ahora tenemos que contestar, o estaremos
muertos: ¿para qué Europa estamos dispuestos a dar la vida?
Fabrice Hadjadj / Traducción: J.M. Ballester
Fuente: Alfa y Omega
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