Texto completo de la
catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya desde hace algunas semanas el Apóstol Pablo nos está
ayudando a comprender mejor en que cosa consiste la esperanza cristiana. Y
hemos dicho que no era un optimismo, no: era otra cosa. Y el Apóstol nos ayuda
a entender que cosa es esto. Hoy lo hace uniéndola a dos actitudes aún más
importantes para nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la «perseverancia» y
la «consolación» (vv. 4.5). En el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos
apenas escuchado son citados dos veces: la primera en relación a las Escrituras
y luego a Dios mismo. ¿Cuál es su significado más profundo, más verdadero? Y
¿En qué modo iluminan la realidad de la esperanza? Estas dos actitudes: la
perseverancia y la consolación.
La perseverancia podríamos definirla también como
paciencia: es la capacidad de soportar, llevar sobre los hombros, “soportar”,
de permanecer fieles, incluso cuando el peso parece hacerse demasiado grande,
insostenible, y estamos tentados de juzgar negativamente y de abandonar todo y
a todos. La consolación, en cambio, es la gracia de saber acoger y mostrar en
toda situación, incluso en aquellas marcadas por la desilusión y el
sufrimiento, la presencia y la acción compasiva de Dios. Ahora, San Pablo nos
recuerda que la perseverancia y la consolación nos son transmitidas de modo
particular por las Escrituras (v. 4), es decir, por la Biblia. De hecho, la
Palabra de Dios, en primer lugar, nos lleva a dirigir la mirada a Jesús, a
conocerlo mejor y a conformarnos a Él, a asemejarnos siempre más a Él. En
segundo lugar, la Palabra nos revela que el Señor es de verdad «el Dios de la
constancia y del consuelo» (v. 5), que permanece siempre fiel a su amor por
nosotros, es decir, que es perseverante en el amor con nosotros, no se cansa de
amarnos: ¡no! Es perseverante: ¡siempre nos ama! Y también se preocupa por
nosotros, curando nuestras heridas con la caricia de su bondad y de su
misericordia, es decir, nos consuela. Tampoco, se cansa de consolarnos.
En esta perspectiva, se comprende también la afirmación
inicial del Apóstol: «Nosotros, los que somos fuertes, debemos sobrellevar las
flaquezas de los débiles y no complacernos a nosotros mismos» (v. 1). Esta
expresión «nosotros, los que somos fuertes» podría parecer arrogante, pero en
la lógica del Evangelio sabemos que no es así, es más, es justamente lo
contrario porque nuestra fuerza no viene de nosotros, sino del Señor. Quien
experimenta en su propia vida el amor fiel de Dios y su consolación está en
grado, es más, en el deber de estar cerca de los hermanos más débiles y hacerse
cargo de sus fragilidades. Si nosotros estamos cerca al Señor, tendremos esta
fortaleza para estar cerca a los más débiles, a los más necesitados y
consolarlos y darles fuerza. Esto es lo que significa. Esto nosotros podemos
hacerlo sin auto-complacencia, sino sintiéndose simplemente como un “canal” que
transmite los dones del Señor; y así se convierte concretamente en un
“sembrador” de esperanza. Es esto lo que el Señor nos pide a nosotros, con esa
fortaleza y esa capacidad de consolar y ser sembradores de esperanza. Y hoy, se
necesita sembrar esperanza, ¿eh? No es fácil.
El fruto de este estilo de vida no es una comunidad en la
cual algunos son de “serie A”, es decir, los fuertes, y otros de “serie B”, es
decir, los débiles. El fruto en cambio es, como dice Pablo, «tener los mismos
sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús» (v. 5). La Palabra de
Dios alimenta una esperanza que se traduce concretamente en el compartir, en el
servicio recíproco. Porque incluso quien es “fuerte” se encuentra antes o
después con la experiencia de la fragilidad y de la necesidad de la consolación
de los demás; y viceversa en la debilidad se puede siempre ofrecer una sonrisa
o una mano al hermano en dificultad. Y así es una comunidad que «con un solo
corazón y una sola voz, glorifica a Dios» (Cfr. v. 6). Pero todo esto es
posible si se pone al centro a Cristo, su Palabra, porque Él es el “fuerte”, Él
es quien nos da la fortaleza, quien nos da la paciencia, quien nos da la
esperanza, quien nos da la consolación. Él es el “hermano fuerte” que cuida de
cada uno de nosotros: todos de hecho tenemos necesidad de ser llevados en los
hombros del Buen Pastor y de sentirnos acogidos en su mirada tierna y solícita.
Queridos amigos, jamás agradeceremos suficientemente a Dios
por el don de su Palabra, que se hace presente en las Escrituras. Es ahí que el
Padre de nuestro Señor Jesucristo se revela como «Dios de la perseverancia y de
la consolación». Y es ahí que nos hacemos conscientes de como nuestra esperanza
no se funda en nuestras capacidades y en nuestras fuerzas, sino en el
fundamento de Dios y en la fidelidad de su amor, es decir, en la fuerza de Dios
y en la consolación de Dios. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
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