Texto y audio completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo litúrgico de la
Cuaresma. Y ya que estamos desarrollando el ciclo de catequesis sobre la
esperanza cristiana, hoy quisiera presentarles la Cuaresma como camino de
esperanza.
De hecho, esta perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que la
Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación para la
Pascua, y por lo tanto, todo el sentido de este periodo de cuarenta días es iluminado
por el misterio pascual hacia el cual está orientado. Podemos imaginar al Señor
Resucitado que nos llama a salir de nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos
en camino hacia Él, que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús
Resucitado. La Cuaresma es un periodo de penitencia, también de mortificación,
pero no un fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a
renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo
alto”, desde el amor de Dios (Cfr. Jn 3,3). Por esto es que la Cuaresma es, por
su naturaleza, tiempo de esperanza.
Para comprender mejor que cosa significa esto, debemos referirnos a la
experiencia fundamental del éxodo de los Israelitas de Egipto, narrada en la
Biblia en el libro que lleva este nombre: Éxodo. El punto de partida es la
condición de esclavitud en Egipto, la opresión, los trabajos forzados. Pero el
Señor no se ha olvidado de su pueblo y de su promesa: llama a Moisés y, con
brazo poderoso, hace salir a los Israelitas de Egipto y los guía a través del
desierto hacia la Tierra de la libertad. Durante este camino de la esclavitud a
la libertad, el Señor da a los Israelitas la ley, para educarlos en el amor a
Él, el único Señor, y para amarse entre ellos como hermanos. La Escritura
muestra que el éxodo es largo y fatigoso: simbólicamente dura 40 años, es
decir, el tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante las
pruebas del camino, es siempre tentada a añorar Egipto y volver atrás. También
todos nosotros conocemos la tentación de regresar atrás, todos. Pero el Señor
permanece fiel y esta pobre gente, guiada por Moisés, llega a la Tierra
prometida. Todo este camino es realizado en la esperanza: la esperanza de
alcanzar la Tierra, y justamente en este sentido es un “éxodo”, una salida de
la esclavitud a la libertad. Y estos 40 días son también para todos nosotros
una salida de la esclavitud del pecado a la libertad, al encuentro del Cristo
Resucitado. Cada paso, cada fatiga, cada prueba, cada caída y cada salida, todo
tiene sentido solo dentro del designio de salvación de Dios, que quiere para su
pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.
La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha abierto la vía para
alcanzar la vida plena, eterna y gozosa. Para abrir esta vía, este camino,
Jesús ha debido despojarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la
muerte y la muerte de cruz. Abrirnos el camino a la vida eterna le ha costado
toda su sangre, y gracias a Él nosotros somos salvados de la esclavitud del
pecado. Pero esto no quiere decir que Él ha hecho todo y nosotros no debemos
hacer nada, que Él ha pasado por medio de la cruz y nosotros “vamos al paraíso
en un carruaje”. No, no quiere decir esto. No es así. Nuestra salvación es
ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro
“si” y nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María
y después de ella todos los santos.
La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y
nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por
nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos
con Él afrontar las tentaciones y superarlas. Él nos dona el agua viva de su
Espíritu, y a nosotros corresponde tomar de su fuente y beber, en los
Sacramentos, en la oración, en la adoración; Él es la luz que vence las
tinieblas, y a nosotros se nos pide alimentar la pequeña llama que nos ha sido
confiada el día de nuestro Bautismo.
En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra conversión»
(Misal Romano, Oración colecta I Dom. de Cuaresma), quien realiza el camino de
la Cuaresma esta siempre en el camino de la conversión. Es un signo sacramental
de nuestro camino de la esclavitud a la libertad, siempre por renovar. Un
camino ciertamente difícil, como es justo que sea, porque el amor es arduo,
pero es un camino lleno de esperanza. Es más, diría además: el éxodo cuaresmal
es el camino en el cual la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el
desierto – todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, las visiones… –
todo esto vale para forjar una esperanza fuerte, sólida, en el modelo de la
Virgen María, que en medio a las tinieblas de la pasión y de la muerte de su
Hijo continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor
de Dios.
Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en la Cuaresma.
Sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría hoy este
camino de esperanza. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
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