Como es ya tradición, el Santo Padre llegó en torno a las
4:00 de la tarde a la plaza, sede de la embajada española ante la Santa
Sede, abarrotada de fieles deseosos de compartir el momento de la oración
del Papa y la entrega de la ofrenda floral al monumento de la Inmaculada, que
reposa sobre una esbelta columna de aproximadamente 12 metros de altura.
“Madre Inmaculada: por quinta vez me pongo a tus pies
como obispo de Roma, para rendirte homenaje en nombre de todos
los habitantes de esta ciudad”, dijo el Obispo de Roma.
“Queremos agradecerte por tu cuidado constante con el
que nos acompañas en nuestro camino. El camino de las familias, parroquias,
comunidades religiosas; el camino de aquellos que todos los días, a veces con
dificultad, pasan por Roma para ir a trabajar; el camino de los enfermos, de
los ancianos, de todos los pobres, de tantas personas que emigraron desde
tierras de guerra y hambre”, añadió el Sucesor de Pedro agradeciendo la
presencia materna, tierna y fuerte que encuentra el cristiano “tan pronto como
dirige a Nuestra Señora, un pensamiento, una mirada o un fugaz Ave María”.
«Oh Madre, ayuda a esta ciudad a desarrollar los "anticuerpos"
contra algunos virus de nuestros tiempos», prosiguió el Papa.
«La indiferencia, que dice: “no me concierne”, la mala
educación cívica que desprecia el bien común, el miedo al diferente y al
extranjero; el conformismo disfrazado de transgresión, la hipocresía de acusar
a los otros mientras se hacen las mismas cosas; la resignación a la degradación
ambiental y ética; la explotación de tantos hombres y mujeres. Ayúdanos a
rechazar estos y otros virus con los anticuerpos que provienen del Evangelio.
Haz que tomemos el buen hábito de leer todos los días un pasaje del Evangelio,
y siguiendo tu ejemplo, custodiemos la Palabra en el corazón, para
que como buena semilla dé frutos en nuestras vidas».
En su oración, el Santo Padre también recordó el ejemplo de
conversión acaecido hace 175 años en la Iglesia de San Andrea delle Fratte, a
unos pocos metros de distancia de Plaza de España; cuando la Virgen
tocó el corazón de Alfonso Ratisbonne, que en ese momento, de ateo y
enemigo de la Iglesia pasó a ser cristiano.
“A él te mostraste como una Madre de gracia y
misericordia”, dijo Francisco.
«Concédenos también a nosotros, especialmente en las
pruebas y en las tentaciones, fijar la mirada en tus manos abiertas que
dejan caer sobre la tierra las gracias del Señor, y deshacernos de toda
arrogancia orgullosa, para reconocernos como verdaderamente somos: pequeños
y pobres pecadores, pero siempre tus hijos. Y así poner nuestra mano en la
tuya para dejarnos llevar hasta Jesús, nuestro hermano y salvador, y hasta
nuestro Padre Celestial, que nunca se cansa de esperarnos ni de perdonarnos
cuando regresamos a Él.
¡Gracias, Oh Madre, porque siempre nos escuchas!
Bendice a la Iglesia de Roma, bendice a esta ciudad y al
mundo entero. Amén», concluyó el Papa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario