«¡Queridos
hermanos y hermanas buenos días y feliz fiesta!
Hoy
contemplamos la belleza de María Inmaculada. El Evangelio, que narra el
episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender lo que festejamos, sobre
todo a través del saludo del ángel. Él se dirige a María con una palabra no
fácil de traducir, que significa ‘colmada de gracia’, ‘creada por la gracia’,
“llena de gracia” (Lc 1,28). Antes de llamarla María, la llama llena de
gracia y así revela el nombre nuevo que Dios le ha dado y que es más
apropiado para Ella que el que le dieron sus padres. También nosotros la
llamamos así, en cada Ave María.
¿Qué quiere
decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de
Dios. Y si está enteramente habitada por Dios, no hay lugar en Ella para el
pecado. Es una cosa extraordinaria, porque todo en el mundo, lamentablemente,
está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, mirándose dentro, ve algunos
lados oscuros. También los santos más grandes eran pecadores y todas las
realidades, incluso las más bellas, están afectadas por el mal: todas, menos
María. Ella es el único ‘oasis siempre verde’ de la humanidad, la única
incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su ‘sí’ a Dios que
venía al mundo y comenzar así una historia nueva.
Cada vez
que la reconocemos llena de gracia, le dirigimos el cumplido más
grande, el mismo que le dirigió Dios. Un lindo cumplido que hacer a una señora
es decirle con amabilidad, que demuestra una edad joven. Cuando le decimos a
María llena de gracia, en cierto sentido también le decimos eso, a
nivel más alto. En efecto, la reconocemos siempre joven, nunca envejecida por
el pecado. Sólo hay una cosa que hace envejecer, envejecer interiormente: no es
la edad, sino el pecado. El pecado envejece porque esclerotiza el
corazón. Lo cierra, lo vuelve inerte, lo hace marchitar. Pero la llena
de gracia está vacía de pecado. Entonces es siempre joven ‘más joven
que el pecado’ es ‘la más joven del género humano’ (G Bernanos, Diario de un
Cura Rural, II, 1088, p 175).
Hoy la
Iglesia felicita a María llamándola toda bella, tota pulchra. Así
como su juventud no está en su edad, tampoco su belleza consiste en lo
exterior. María, como muestra el Evangelio hodierno, no sobresale en
apariencia: de familia sencilla, vivía humildemente en Nazaret, un pueblito
casi desconocido. Y no era famosa: aun cuando el ángel la visitó nadie lo supo,
ese día no había ningún reportero. La Virgen no tuvo tampoco una vida
acomodada, sino preocupaciones y temores: ‘se conturbó’ (v 29), dice el
Evangelio, y, cuando el ángel ‘dejándola se fue’ (v 38), los problemas
aumentaron.
Sin
embargo, la llena de gracia ha vivido una vida bella. ¿Cuál
era su secreto? Podemos percibirlo mirando nuevamente la escena de la
Anunciación. En muchas pinturas, María está representada sentada ante el ángel
con un pequeño libro en sus manos. Este libro es la Escritura. Así María solía
escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. La Palabra de Dios era su secreto:
cercana a su corazón, se hizo carne luego en su vientre. Permaneciendo con
Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la
apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la
vida. Miremos hoy con alegría a la llena de gracia. Pidámosle que
nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo ‘no’ al pecado, y a vivir una vida
bella, diciendo sí’ a Dios.
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