El núcleo de la invitación que hizo
el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada
en la capilla de la Casa de Santa Marta el segundo lunes de diciembre. El Santo
Padre reflexionó sobre la Primera Lectura tomada
del Profeta Isaías (Is 35, 1-10) en la que el
Señor promete a su pueblo la consolación.
El Señor ha venido a consolarnos
“El Señor ha
venido a consolarnos”, reafirmó el Papa. El mismo San
Ignacio “nos dice que es bueno contemplar el oficio de consolador de Cristo “paragonándolo
al modo con que algunos amigos consuelan a los demás. Y, después, basta pensar
en la mañana de la Resurrección en el Evangelio de Lucas cuando Jesús se
aparece a los apóstoles y era tanta la alegría que no podían creerlo. “Muchas
veces – afirmó Francisco – el consuelo del Señornos
parece una maravilla”.
“Pero no es fácil dejarse consolar;
es más fácil consolar a los demás que dejarse consolar. Porque tantas veces nosotros
estamos apegados a lo negativo, estamos apegados a la herida del pecado dentro
de nosotros y, muchas veces, preferimos permanecer allí, solos, o sea en la
cama, como aquel del Evangelio, aislados, allí, y no levantarnos. “Levántate”
es la palabra de Jesús, siempre: “Levántate”.
El problema – explicó el Papa
Bergoglio – es que en lo “negativo somos patrones”, porque tenemos
dentro la herida del pecado mientras “en lo positivo somos mendicantes” y no
nos gusta mendigar el consuelo.
Jonás: Premio Nobel de las quejas
Para explicar esto el Pontífice puso
dos ejemplos: cuando se prefiere “el rencor” y “cocinamos nuestros
sentimientos” en el caldo del resentimiento, cuando hay “un corazón amargo”,
cuando nuestro tesoro es nuestra amargura. Su pensamiento fue al paralítico de
la piscina de Siloé: 38 años con su amargura diciendo que cuando se movían las
aguas, nadie lo ayudaba. “Para estos corazones es mejor lo amargo que lo
dulce”. Tanta gente lo prefiere, notó Francisco: “Raíz amarga”,
“que nos lleva con la memoria al pecado original. Y éste es precisamente un
modo para no dejarse consolar.
También en las quejas hay cosas contradictorias
Después está la amargura que
“siempre nos conduce a expresiones de quejas”: los hombres que se quejan ante
Dios en lugar de alabarlo: quejas como música que acompaña la vida. El
pensamiento del Papa se centró en Santa Teresa que
decía: “Atención a la monja que dice: ‘Me han hecho una injusticia, me han
hecho una cosa no razonable’”. Y después, aludió al profeta Jonás,
a quien el Papa Francisco definió: “Premio Nobel de las
quejas”. Huyó de Dios porque se lamentaba de que Dios le habría hecho algo.
Después terminó ahogado y engullido por el pez y después volvió a la misión. Y
en lugar de alegrarse por la conversión de la gente, se lamentaba porque Dios
la salvaba. “También en las quejas hay cosas contradictorias”, añadió el Pontífice antes
de relatar que había conocido a un buen sacerdote, pero que se quejaba de todo:
“Tenía la característica de encontrar la mosca en la leche”:
“Era un buen sacerdote. Decían que
en el confesionario era tan misericordioso, ya era anciano y sus compañeros de
presbiterio decían cómo habría sido su muerte y cuando habría ido al cielo.
Decían: “Lo primero que dirá a San Pedro, en lugar de saludarlo, es: ‘¿Dónde
está el infierno?’. Siempre lo negativo. Y que San Pedro le mostraría el
infierno. Y una vez visto…: ‘¿Pero cuántos condenados hay? - ‘Sólo uno’- ‘Ah,
qué desastre la redención’… Siempre... sucede esto. Y ante la amargura, el
rencor, las quejas, la palabra de la Iglesia de hoy es ‘coraje’, ‘coraje’”.
En efecto, Isaías invita
al coraje porque Dios – recordó Francisco – “viene a
salvarnos”. De manera que el pensamiento del Papa se dirigió
el Evangelio del día (Lc 5, 17-26): cuando algunas personas van sobre el techo
– porque había mucha gente – y bajan al paralítico para ponerlo delante de
Jesús. No pensaron que estaban los escribas u otros, sino que sólo querían la
curación de aquel hombre.
Dejarse consolar por el Señor
El Papa Francisco concluyó
su homilía afirmando que el mensaje de la Liturgia del día es el de “dejarse
consolar por el Señor”.
“Y no es fácil porque para dejarse
consolar por el Señor debemos despojarnos de nuestros egoísmos, de aquellas
cosas que son el propio tesoro, ya sea la amargura, o las quejas, o tantas
cosas. Nos hará bien hoy, a cada uno de nosotros, hacer un examen de
conciencia: ¿cómo es mi corazón? ¿Tengo alguna amargura allí? ¿Tengo alguna
tristeza? ¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabanza a Dios, de belleza, o siempre
de quejas? Y pedir al Señor la gracia del coraje, porque en el coraje Él viene
a consolarnos. Y decir: Señor, ven a consolarnos”.
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