«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


11 de noviembre de 2015

QUE LA CONVIVIALIDAD FAMILIAR CREZCA EN EL TIEMPO DE GRACIA DEL JUBILEO, EL PAPA EN SU CATEQUESIS

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivencia, es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de poderlo hacer. ¡Pero compartir y saber compartir es una virtud preciosa! Su símbolo, su “ícono”, es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El compartir los alimentos – y por lo tanto, además de los alimentos, también los afectos, los cuentos, los eventos… - es una experiencia fundamental. Cuando hay una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa. En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos de quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida escondida, en la mesa se percibe enseguida. Una familia que no come casi nunca juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el smartphone, es una familia “poco familia”. Cuando los hijos en la mesa están pegados a la computadora, al móvil, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, es un jubilado.
El Cristianismo tiene una especial vocación por la convivencia, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en la mesa, y representaba algunas veces el Reino de Dios como un banquete gozoso. Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento espiritual – lo hizo en la cena – condensado en el gesto memorial de su Sacrificio: donación de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y Bebida de salvación, que nutren el amor verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir que la familia es “de casa” a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia experiencia de convivencia y la abre a la gracia de una convivencia universal, del amor de Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada de la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad, y extiende los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y tantos muros, la convivencia, generada por la familia y dilatada en la Eucaristía, se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a la comunidad la levadura dinámica de la convivencia y de hospitalidad recíproca, es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No existen pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados, que la convivencia eucarística de las familias no pueda nutrir, restaurar, proteger y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares nos ayuda a entender. Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros pueden suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado por los hijos ajenos, además de los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y orgullosos de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivencia familiar. Es verdad, hoy no es fácil. Debemos encontrar el modo de recuperarla; en la mesa se habla, en la mesa se escucha. Nada de silencio, ese silencio que no es el silencio de las religiosas, es el silencio del egoísmo: cada uno tiene lo suyo, o la televisión o el ordenador… y no se habla. No, nada de silencio. Recuperar esta convivencia familiar aunque sea adaptándola a los tiempos. La convivencia parece que se ha convertido en una cosa que se compra y se vende, pero así es otra cosa. Y la nutrición no es siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos estimulados a gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para remediar el exceso. Y este “negocio” insensato desvía nuestra atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma. Cuando no hay convivencia hay egoísmo, cada uno piensa en sí mismo. Es tanto así, que la publicidad la ha reducido a un deseo de galletas y dulces. Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se quedan fuera de la mesa. ¡Es un poco vergonzoso! ¿No?
Miremos el misterio del Banquete eucarístico. El Señor entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad, de complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor. La alianza viva y vital de las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con la fuerza que incluye y que salva.
La familia cristiana mostrará así, la amplitud de su verdadero horizonte, que es el horizonte de la Iglesia Madre de todos los hombres, de todos los abandonados y de los excluidos, en todos los pueblos. Oremos para que esta convivencia familiar pueda crecer y madurar en el tiempo de gracia del próximo Jubileo de la Misericordia. Gracias.

Escuchar la Catequesis AQUÍ

8 de noviembre de 2015

EL ROBO DE DOCUMENTOS NO DESVÍA A FRANCISCO Y SUS COLABORADORES EN LA REFORMA, CON LA ORACIÓN DE TODA LA IGLESIA

Texto completo de las palabras de Francisco sobre la fuga de documentos reservados traducido del italiano por María Fernanda Bernasconi
“Queridos hermanos y hermanas, sé que muchos de ustedes se han sentido turbados por las noticias que circularon en días pasados a propósito de documentos reservados de la Santa Sede que fueron sustraídos y publicados. Por esta razón quisiera decirles, ante todo, que robar aquellos documentos es un delito, es un acto deplorable que no ayuda.
Yo mismo había pedido que se hiciera ese estudio y mis colaboradores y yo, ya conocíamos bien aquellos documentos. Y se tomaron algunas medidas que comenzaron a dar frutos, incluso algunos visibles. Por esto quiero asegurarles que este triste hecho ciertamente no me desvía del trabajo de reforma que estamos llevando adelante, con mis colaboradores y con el apoyo de todos ustedes. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y con la santidad cotidiana de todo bautizado. Por consiguiente, les agradezco y les pido que sigan rezando por el Papa y por la Iglesia, sin dejarse turbar, sino yendo adelante con confianza y esperanza”.


EL PAPA EN EL ÁNGELUS: NO SE PUEDE DAR CULTO A DIOS Y CAUSAR DAÑO A LOS POBRES, O ANTEPONER AL AMOR A DIOS EL PROPIO INTERÉS


(RADIO VATICANA).- Sobre cómo no deben ser los seguidores de Jesús y el ideal ejemplar del cristiano, habló Francisco en el Ángelus del 8 de noviembre de 2015. No se puede dar culto a Dios y causar daño a los pobres, o anteponer al amor a Dios a la vanagloria o el propio interés, dijo, hablando de los escribas y doctores de la ley que tienen el defecto de la soberbia, la avidez y la hipocresía. "Pero, bajo apariencias tan solemnes se esconden falsedad e injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad – así dice Jesús - para devorar los bienes de las viudas" y las personas más indefensas y desamparadas. "También hoy existe el riesgo de asumir estas conductas, por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho".
Tomando el ejemplo de la viuda pobre que puso todo lo que tenía para vivir en el tesoro del Templo, el Sucesor de Pedro explicó que "Jesús observa atentamente a esa mujer y llama la atención de los discípulos diciendo que la viuda, con discreción  y humildad, ha dado «todo lo que tenía para vivir» por ello – dice Jesús – ella ha dado más que todos. "En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué lindo ejemplo esa viejita, lindo ejemplo!"  Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro de juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una enfermedad que hace que el corazón se baje hasta la billetera".
El Papa comparó a la viuda pobre con la Virgen María que dió toda su vida a Dios por nosotros, pidió que nos pongamos en su escuela y rogó a Dios para todos un corazón pobre, pero rico de generosidad alegre y gratuita. jesuita Guillermo Ortiz- RV
Texto completo de la reflexión dominical del Papa traducido del italiano por Cecilia de Malak - RADIO VATICANA
Queridos hermanos y  hermanas ¡buenos días, con este lindo sol!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera, qué cosa no tenemos que hacer: en la primera parte, Jesús adeuda a los escribas, maestros de la ley, tres defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, avidez e hipocresía. A ellos «les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes» (Mc 12,38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden falsedad e injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad – así dice Jesús - para «devorar los bienes de las viudas» (cfr v 40), a las que se consideraba, junto con los huérfanos y los extranjeros, como a las personas más indefensas y desamparadas. En fin, los escribas – dice Jesús -  «fingen hacer largas oraciones» (v 40).
También hoy existe el riesgo de asumir estas conductas. Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
Y en esta línea, se coloca la segunda parte del Evangelio de hoy. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar donde la gente echaba las monedas como oferta. Hay muchos ricos que echan tantas monedas y hay una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer y llama la atención de los discípulos sobre el contraste neto de la escena. Los ricos han dado, con gran ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con discreción  y humildad, ha dado «todo lo que tenía para vivir» (v 44); por ello – dice Jesús – ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza, hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra. Pero ella no quiere hacer a medias con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué lindo ejemplo esa viejita, lindo ejemplo!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro de juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay plenitud en tu corazón. Piensen esta semana en la diferencia que hay entre cantidad y plenitud.  No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades cardiacas  que hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y servirlo en los hermanos más pobres, sin esperarnos nada a cambio.
Permítanme que cuente una anécdota, que sucedió en mi diócesis precedente. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá estaba en el trabajo; estaban comiendo milanesas… Ese en ese momento, llaman a la puerta y uno de los hijos – chicos, 5, 6 años, 7 años, el más grande – viene y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una buena cristiana, les pregunta: «¿qué hacemos? – Démosle mamá… Bien… Agarra el tenedor y el cuchillo y les quita la mitad de cada milanesa. ¡Ah, non, mamá no! ¡Así no! Agarra de la refrigeradora - ¡No! ¡Preparamos tres sándwiches  así! Y los hijos aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Estoy seguro de que esa tarde tuvieron un poco de hambre.. ¡pero, así se hace!
Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos – como esos niños, de la mitad de la milanesa – de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita a la escuela de esta pobre viuda, que Jesús, entre el desconcierto de los discípulos, hace subir a la cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita. (Traducción del italiano: Cecilia de Malak - Radio Vaticana)


PAPA: ES IMPERATIVO TUTELAR LA DIGNIDAD HUMANA Y LOS DERECHOS LABORALES

La persona humana debe ser principio, sujeto y fin para la economía en general y para todas las instituciones sociales
(RV).- También este sábado, el Papa Francisco destacó que el trabajo no puede ser un mecanismo perverso y que el derecho al trabajo implica derechos basados en la persona humana y en su dignidad trascendente: el derecho al reposo semanal y a la jubilación digna; el derecho asistencial para el que ha perdido el trabajo, nunca lo tuvo o ha tenido que dejarlo; atención privilegiada al trabajo femenino, asistencia a la maternidad, tutelando la vida que nace. Que nunca falte el seguro para la vejez, la enfermedad, los infortunios laborales.
Al recibir en la Plaza de San Pedro a los dirigentes y empleados del Instituto nacional italiano para la seguridad social, Istituto Nazionale della Prevvidenza Sociale, INPS, acompañados de sus familiares – más de 23 mil personas, que lo recibieron con gran alegría – el Obispo de Roma se refirió a los desafíos complejos que presentan la sociedad de hoy y el mundo laboral, plagado por la insuficiencia de puestos de trabajo y por la precariedad de las garantías que ofrece. Ante estas realidades tristemente actuales en el mundo globalizado, el Papa reiteró su exhortación, recordando que es un deber de justicia, con especial atención a los más desfavorecidos:
«¡Nunca olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar y servir al hombre con conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar para el que trabaja y no olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y ello, no como obra de solidaridad, sino como deber de justicia y de subsidiariedad. Sostener a los más débiles, para que a nadie le falte la dignidad y la libertad de vivir una vida auténticamente humana».
Antes de pronunciar su discurso, el Santo Padre recibió un saludo de Mons. Giorgio Corbellini, Presidente de la Oficina de Trabajo de la Sede Apostólica, que recordó los acuerdos entre la Santa Sede y el INPS, y del Presidente del citado instituto.
 (CdM – RV)

Discurso del Papa a la INPS
Queridos hermanos y hermanas,
Con viva cordialidad dirijo mi saludo a ustedes, empleados y dirigentes del Instituto Nacional Italiano para la Seguridad Social, reunidos aquí en audiencia por primera vez en la historia secular del ente. ¡Muchas gracias! Gracias por su presencia – ¡son tantos de verdad! – y gracias a su Presidente por sus gentiles palabras.
Ustedes honran, en diferentes formas, la delicada tarea de tutelar algunos derechos ligados al ejercicio del trabajo; derechos basados en la misma naturaleza de la persona humana y sobre su trascendental dignidad. Está confiada a su atención de forma particular aquella que quisiera definir como la custodia del derecho al descanso. Me refiero no solamente a aquel descanso que es sostenido y legitimado por una amplia serie de prestaciones sociales (del día de reposo semanal a las vacaciones, a las que todo trabajador tiene derecho: cfr Juan Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens, 19), sino también y sobre todo a una dimensión del ser humano que no carece de raíces espirituales y de la que también ustedes, en lo que les compete, son responsables.
Dios llamó al hombre al descanso (cfr Es 34,21; Dt 5,12.15) y Él mismo fue partícipe de este el séptimo día (cfr Es 31,17; Gen 2,2). Por lo tanto el descanso, en el lenguaje de la fe, es dimensión humana y al mismo tiempo divina. Pero con una prerrogativa única: aquella de no ser una simple abstención de la fatiga y del empeño ordinario, sino una ocasión para vivir plenamente la propia “creaturalidad”, elevada a la dignidad filial de Dios mismo. La exigencia de “santificar” el descanso (cfr Es 20,8) se une a aquella – vuelta a proponer semanalmente con el domingo –  de un tiempo que permita ocuparse de la vida familiar, cultural, social y religiosa (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 67).
Del justo descanso los hijos de Dios, también ustedes son en cierto sentido colaboradores. En la multiplicidad de servicios que brindan a la sociedad, tanto en términos asistenciales cuanto de seguridad social, ustedes contribuyen en poner las bases para que el descanso pueda ser vivido como una dimensión auténticamente humana, y por ello abierta a la posibilidad de un nuevo encuentro con Dios y con los demás.
Esto, que es un honor, se convierte al mismo tiempo en una responsabilidad. De hecho, están llamados a enfrentar los desafíos siempre más complejos. Esas provienen sea de la sociedad hodierna, con la criticidad de sus equilibrios y la fragilidad de sus relaciones, sea del mundo del trabajo, flagelado por la insuficiencia ocupacional y de la precariedad de las garantías que logra ofrecer.
Y se vive así, ¿cómo se puede descansar? El descanso es el derecho que todos tenemos cuando tenemos trabajo; pero si la situación de desempleo, de injusticia social, de trabajo negro, de precariedad en el trabajo es tan fuerte, ¿Cómo puedo descansar? ¿Qué decidimos? Podemos decir – ¡es vergonzoso!-: “Ah, ¿tú quieres trabajar? –“Si” –“Fenomenal. Lleguemos a un acuerdo: tu comienzas a trabajar en septiembre no comes, no descansas…”. ¡Esto sucede hoy! Y pasa hoy en todo el mundo, aquí está; ¡pasa hoy en Roma también! Descanso porque hay trabajo. Al contrario, no se puede descansar.   
Hasta hace poco era común asociar la meta de la jubilación con la adquisición de la llamada tercera edad, en la cual gozar del meritado descanso y ofrecer sabiduría y consejos a las nuevas generaciones. La época contemporánea ha sensiblemente cambiado este ritmo. De un parte, la eventualidad del descanso ha sido anticipada, a veces diluido en el tiempo, a veces renegociado hasta los extremos aberrantes, como aquel que llega a desnaturalizar la hipótesis misma de un cese laboral. De otra parte, no han disminuido las exigencias asistenciales, tanto para quien ha perdido o no ha tenido jamás un trabajo, cuanto para quien es obligado a interrumpirlo por los diferentes motivos. Tu interrumpes el trabajo y la asistencia sanitaria cae…
Su difícil tarea es contribuir para que no falten los subsidios indispensables para la subsistencia de los trabajadores desempleados y de sus familias. No falte entre sus prioridades una atención privilegiada para el trabajo femenino, ni mucho menos la asistencia a la maternidad que debe siempre tutelar la vida que nace y quien la sirve cotidianamente. Tutelen a las mujeres, ¡el trabajo a las mujeres! Que no falte jamás la aseguración para la ancianidad, la enfermedad, los accidentes de trabajo. Que no falte el derecho a la jubilación y subrayo: el derecho, ¡la pensión es un derecho!, porque se trata de esto. Sean conscientes de la alta dignidad de cada uno de los trabajadores, al cual prestan servicio con obra. Sosteniendo el aporte durante y después del periodo laboral, contribuyendo a la cualidad de su compromiso como inversión para una vida en la medida del hombre.
Trabajar, por lo demás, quiere decir prolongar la obra de Dios en la historia, contribuyendo en ella de manera personal, útil y creativa (cfr ibid., 34). Sosteniendo el trabajo ustedes sostienen esta misma obra.  Y también, garantizando una existencia digna a aquellos que tienen que dejar la actividad laboral, ustedes afirman su realidad más profunda: el trabajo, de hecho, no puede ser un mero engranaje en el mecanismo perverso que muele recursos para obtener ganancias siempre mayores; el trabajo por lo tanto no puede ser ampliado o reducido en función de la ganancia de unos pocos y de formas productivas que sacrifican valores, relaciones y principios. Esto vale para la economía en general, que “no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos”, (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 204). Y vale, análogamente, para todas las instituciones sociales, cuyo principio, sujeto y fin es y debe ser la persona humana (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 25). Su dignidad no puede ser prejuiciada nunca, ni siquiera cuando deja de ser económicamente productiva.
Alguno de vosotros puede pensar: “Pero que extraño, este Papa: primero nos habla del descanso, ¡y después dice todas estas cosas sobre el derecho al trabajo!”. Son cosas enlazadas. El verdadero descanso viene justamente del trabajo. Tu puedes reposarte cuando estás seguro de tener un trabajo seguro, que te da una dignidad, a ti y a tu familia. Y tú puedes descansar cuando en la ancianidad estás seguro de tener la pensión que es un derecho. Están enlazados, los dos: el verdadero descanso y el trabajo.
¡Nunca olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar y servir al hombre con conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar para el que trabaja y no olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y ello, no como solidaridad, sino como deber de justicia y de subsidiariedad. Sostener a los más débiles, para que a nadie le falte la dignidad y la libertad de vivir una vida auténticamente humana.
Muchas gracias por este encuentro. Invoco sobre cada uno de ustedes y sobre sus familias la bendición del Señor. Les aseguro mi recuerdo en mi oración y les pido por favor que recen por mí.
(Traducción de Renato Martinez, Raúl Cabrera, Mónica Zorita- RV)



4 de noviembre de 2015

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: “EN LA FAMILIA SE APRENDE Y SE VIVE EL AMOR Y EL PERDÓN MUTUO”.

Texto completo de la catequesis del Papa traducido del italiano:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Asamblea del Sínodo de los Obispos que ha concluido hace poco, ha reflexionado a fondo sobre la vocación y la misión de la familia en la vida de la Iglesia y de la sociedad contemporánea. Ha sido un evento de gracia. Al finalizar los Padres sinodales me han entregado el texto de sus conclusiones. He querido que este texto fuera publicado, para que todos fueran partícipes del trabajo que nos ha visto empeñados juntos por dos años. No es este el momento de examinar tales conclusiones, sobre las cuales yo mismo debo meditar.
Mientras tanto, pero, la vida no se detiene, en particular la vida de las familias ¡no se detiene! Ustedes, queridas familias, están siempre en camino. Y continuamente escriben en las páginas de la vida concreta la belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces se convierte en árido de vida y de amor, ustedes cada día hablan del gran don que son el matrimonio y la familia.
Hoy quisiera subrayar este aspecto: que la familia es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, la familia es un gran gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro- Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt 6,12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al otro. Debemos poner en consideración estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar inmediatamente las heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y es este: no dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre el marido y la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre nuera y suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia se transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?
Si aprendemos a vivir así en familia, lo hacemos también fuera, en todas partes que nos encontramos. Es fácil ser escépticos sobre esto. Muchos -también entre los cristianos- piensan que sea una exageración. Se dice: si, son bellas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Pero gracias a Dios no es así. De hecho es precisamente recibiendo el perdón de Dios que, a su vez, somos capaces de perdonar a los otros. Por esto Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración del Padre Nuestro, es decir cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya lugares, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a otros.
El  Sínodo ha revivido nuestra esperanza también en esto: forma parte de la vocación y de la misión de la familia la capacidad de perdonar y de perdonarse. La práctica del perdón no solo salva las familias de la división, sino que las hace capaces de ayudar a la sociedad a ser menos malvada y menos cruel. Si, cada gesto de perdón repara la casa de las grietas y refuerza sus muros. La Iglesia, queridas familias, está siempre a su lado para ayudarlos a construir su casa sobre la roca de la cual ha hablado Jesús. Y no olvidemos estas palabras que preceden inmediatamente la parábola de la casa: «No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre». Y agrega: «Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios en tu Nombre?” Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí» (cfr Mt 7,21-23). Es una palabra fuerte, no hay duda, que tiene por objetivo sacudirnos y llamarnos a la conversión.
Les aseguro, queridas familias, que si serán capaces de caminar siempre más decididamente sobre el camino de las Bienaventuranzas, aprendiendo y enseñando a perdonarse recíprocamente, en toda la grande familia de la Iglesia crecerá la capacidad de dar testimonio a la fuerza renovadora del perdón de Dios. Diversamente, haremos predicas también bellas, y quizá expulsaremos también cualquier demonio, pero al final el Señor ¡no nos reconocerá como sus discípulos! Porque no hemos tenido la capacidad de perdonar y de hacernos perdonar por los otros.
De verdad las familias cristianas pueden hacer mucho por la sociedad de hoy, y también por la Iglesia. Por eso deseo que en el Jubileo de la Misericordia las familias redescubran el tesoro del perdón recíproco. Recemos para que las familias sean siempre más capaces de vivir y de construir caminos concretos de reconciliación, donde ninguno se sienta abandonado al peso de sus ofensas.
Y con esta intención, decimos juntos: “Padre nuestro, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Digámoslo juntos: “Padre nuestro, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Gracias.

(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

QUE LAS FAMILIAS REDESCUBRAN EL TESORO DEL PERDÓN RECÍPROCO, PIDIÓ EL PAPA EN LA CATEQUESIS

(Radio Vaticana).- El obispo de Roma reveló en su catequesis del 4 de noviembre de 2015, que el Sínodo sobre la familia “ha visto en la capacidad de perdonar y perdonarse no sólo una manera de evitar las divisiones en familia, sino también una aportación a la sociedad, para que sea menos malvada y cruel”. Por eso deseó que en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia “las familias descubran de nuevo el tesoro del perdón recíproco” y rogó a la Virgen que “nos ayude a vivir cada vez más la experiencia del perdón y de la reconciliación”, dado que “las familias cristianas pueden hacer mucho por la sociedad y por la Iglesia”. Jesuita Guillermo Ortiz
Texto completo del resumen en español de la catequesis
"Queridos hermanos y hermanas:
La Asamblea del Sínodo de los Obispos ha terminado hace poco y me ha entregado un texto, que aún debo meditar. Pero, entretanto, la vida continúa, sobre todo la vida de las familias.
Hoy quisiera centrarme en la familia como ámbito para aprender a vivir el don y el perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede ser duradero. Lo rezamos siempre en el Padre Nuestro: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en familia. Todos los días de una u otra manera nos hacemos daño. Pero lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos causamos y restaurar los vínculos que se han dañado. Si esperamos demasiado, todo es más difícil. Y hay un remedio muy simple: no dejar que termine el día sin pedir disculpas, sin hacer las paces, de los padres entre sí y de los padres con los hijos, también entre los hermanos. Y para esto no hace falta un gran discurso, basta una palmada y ya está. De esta manera el matrimonio y la familia se hacen una casa más sólida, resistente a nuestras pequeñas y grandes fechorías.

El Sínodo ha visto en la capacidad de perdonar y perdonarse no sólo una manera de evitar las divisiones en familia, sino también una aportación a la sociedad, para que sea menos mala y menos cruel. Ciertamente, las familias cristianas pueden hacer mucho por la sociedad y por la Iglesia. Por eso deseo que en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia las familias descubran de nuevo el tesoro del perdón recíproco. 
ESCUCHAR LA CATEQUESIS AQUÍ