BLOG DE LA DELEGACIÓN DIOCESANA PARA EL MATRIMONIO, FAMILIA Y DEFENSA DE LA VIDA DE ALMERÍA
«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).
12 de noviembre de 2015
11 de noviembre de 2015
QUE LA CONVIVIALIDAD FAMILIAR CREZCA EN EL TIEMPO DE GRACIA DEL JUBILEO, EL PAPA EN SU CATEQUESIS
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionaremos sobre una cualidad característica de la
vida familiar que se aprende desde los primeros años de vida: la convivencia,
es decir, la actitud de compartir los bienes de la vida y ser felices de
poderlo hacer. ¡Pero compartir y saber compartir es una virtud preciosa! Su
símbolo, su “ícono”, es la familia reunida alrededor de la mesa doméstica. El
compartir los alimentos – y por lo tanto, además de los alimentos, también los
afectos, los cuentos, los eventos… - es una experiencia fundamental. Cuando hay
una fiesta, un cumpleaños, un aniversario, nos reunimos alrededor de la mesa.
En algunas culturas es habitual hacerlo también por el luto, para estar cercanos
de quien se encuentra en el dolor por la pérdida de un familiar.
La convivialidad es un termómetro seguro para medir la salud
de las relaciones: si en la familia hay algo que no está bien, o alguna herida
escondida, en la mesa se percibe enseguida. Una familia que no come casi nunca
juntos, o en cuya mesa no se habla pero se ve la televisión, o el smartphone,
es una familia “poco familia”. Cuando los hijos en la mesa están pegados a la
computadora, al móvil, y no se escuchan entre ellos, esto no es familia, es un
jubilado.
El Cristianismo tiene una especial vocación por la
convivencia, todos lo saben. El Señor Jesús enseñaba frecuentemente en la
mesa, y representaba algunas veces el Reino de Dios como un banquete gozoso.
Jesús escogió la comida también para entregar a sus discípulos su testamento
espiritual – lo hizo en la cena – condensado en el gesto memorial de su
Sacrificio: donación de su Cuerpo y de su Sangre como Alimento y Bebida de
salvación, que nutren el amor verdadero y duradero.
En esta perspectiva, podemos bien decir que la familia es “de
casa” a la Misa, propio porque lleva a la Eucaristía la propia experiencia de
convivencia y la abre a la gracia de una convivencia universal, del amor de
Dios por el mundo. Participando en la Eucaristía, la familia es purificada de
la tentación de cerrarse en sí misma, fortalecida en el amor y en la fidelidad,
y extiende los confines de su propia fraternidad según el corazón de Cristo.
En nuestro tiempo, marcado por tantas cerrazones y tantos
muros, la convivencia, generada por la familia y dilatada en la Eucaristía,
se convierte en una oportunidad crucial. La Eucaristía y la familia nutridas
por ella pueden vencer las cerrazones y construir puentes de acogida y de
caridad. Sí, la Eucaristía de una Iglesia de familias, capaces de restituir a
la comunidad la levadura dinámica de la convivencia y de hospitalidad
recíproca, es una ¡escuela de inclusión humana que no teme confrontaciones! No
existen pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados,
desesperados y abandonados, que la convivencia eucarística de las familias no
pueda nutrir, restaurar, proteger y hospedar.
La memoria de las virtudes familiares nos ayuda a entender.
Nosotros mismos hemos conocido, y todavía conocemos, que milagros pueden
suceder cuando una madre tiene una mirada de atención, servicio y cuidado por
los hijos ajenos, además de los propios. ¡Hasta ayer, bastaba una mamá para
todos los niños del patio! Y además: sabemos bien la fuerza que adquiere un
pueblo cuyos padres están preparados para movilizarse para proteger a sus hijos
de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, que son felices y
orgullosos de proteger.
Hoy muchos contextos sociales ponen obstáculos a la
convivencia familiar. Es verdad, hoy no es fácil. Debemos encontrar el modo
de recuperarla; en la mesa se habla, en la mesa se escucha. Nada de silencio,
ese silencio que no es el silencio de las religiosas, es el silencio del
egoísmo: cada uno tiene lo suyo, o la televisión o el ordenador… y no se habla.
No, nada de silencio. Recuperar esta convivencia familiar aunque sea
adaptándola a los tiempos. La convivencia parece que se ha convertido en una
cosa que se compra y se vende, pero así es otra cosa. Y la nutrición no es
siempre el símbolo de un justo compartir de los bienes, capaz de alcanzar a
quien no tiene ni pan ni afectos. En los Países ricos somos estimulados a
gastar en una nutrición excesiva, y luego lo hacemos de nuevo para remediar el
exceso. Y este “negocio” insensato desvía nuestra atención del hambre
verdadera, del cuerpo y del alma. Cuando no hay convivencia hay egoísmo, cada
uno piensa en sí mismo. Es tanto así, que la publicidad la ha reducido a un
deseo de galletas y dulces. Mientras tanto, muchos hermanos y hermanas se
quedan fuera de la mesa. ¡Es un poco vergonzoso! ¿No?
Miremos el misterio del Banquete eucarístico. El Señor
entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por todos. De verdad no existe división
que pueda resistir a este Sacrificio de comunión; solo la actitud de falsedad,
de complicidad con el mal puede excluir de ello. Cualquier otra distancia no
puede resistir a la potencia indefensa de este pan partido y de este vino
derramado, Sacramento del único Cuerpo del Señor. La alianza viva y vital de
las familias cristianas, que precede, sostiene y abraza en el dinamismo de su
hospitalidad las fatigas y las alegrías cotidianas, coopera con la gracia de la
Eucaristía, que es capaz de crear comunión siempre nueva con la fuerza que
incluye y que salva.
La familia cristiana mostrará así, la amplitud de su
verdadero horizonte, que es el horizonte de la Iglesia Madre de todos los
hombres, de todos los abandonados y de los excluidos, en todos los pueblos.
Oremos para que esta convivencia familiar pueda crecer y madurar en el tiempo
de gracia del próximo Jubileo de la Misericordia. Gracias.
Escuchar la Catequesis AQUÍ
8 de noviembre de 2015
EL ROBO DE DOCUMENTOS NO DESVÍA A FRANCISCO Y SUS COLABORADORES EN LA REFORMA, CON LA ORACIÓN DE TODA LA IGLESIA
Texto completo de las palabras de Francisco sobre la
fuga de documentos reservados traducido del italiano por María Fernanda
Bernasconi
“Queridos
hermanos y hermanas, sé que muchos de ustedes se han sentido turbados por las
noticias que circularon en días pasados a propósito de documentos reservados de
la Santa Sede que fueron sustraídos y publicados. Por esta razón quisiera
decirles, ante todo, que robar aquellos documentos es un delito, es un acto
deplorable que no ayuda.
Yo
mismo había pedido que se hiciera ese estudio y mis colaboradores y yo, ya
conocíamos bien aquellos documentos. Y se tomaron algunas medidas que
comenzaron a dar frutos, incluso algunos visibles. Por esto quiero
asegurarles que este triste hecho ciertamente no me desvía del trabajo de reforma
que estamos llevando adelante, con mis colaboradores y con el apoyo de todos
ustedes. Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva
con la oración y con la santidad cotidiana de todo bautizado. Por
consiguiente, les agradezco y les pido que sigan rezando por el Papa y por la
Iglesia, sin dejarse turbar, sino yendo adelante con confianza y esperanza”.
EL PAPA EN EL ÁNGELUS: NO SE PUEDE DAR CULTO A DIOS Y CAUSAR DAÑO A LOS POBRES, O ANTEPONER AL AMOR A DIOS EL PROPIO INTERÉS
(RADIO VATICANA).- Sobre cómo no deben ser los seguidores de
Jesús y el ideal ejemplar del cristiano, habló Francisco en el Ángelus del 8 de
noviembre de 2015. No se puede dar culto a Dios y causar daño a los
pobres, o anteponer al amor a Dios a la vanagloria o el propio interés, dijo,
hablando de los escribas y doctores de la ley que tienen el defecto de
la soberbia, la avidez y la hipocresía. "Pero, bajo apariencias tan
solemnes se esconden falsedad e injusticia. Mientras se pavonean en público,
usan su autoridad – así dice Jesús - para devorar los bienes de las
viudas" y las personas más indefensas y desamparadas. "También
hoy existe el riesgo de asumir estas conductas, por ejemplo, cuando se separa
la oración de la justicia, porque no se puede rendir culto a Dios y causar daño
a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y, sin embargo, se antepone a
Él la propia vanagloria, el propio provecho".
Tomando el ejemplo de la viuda pobre que puso todo lo que
tenía para vivir en el tesoro del Templo, el Sucesor de Pedro explicó que
"Jesús observa atentamente a esa mujer y llama la atención de los
discípulos diciendo que la viuda, con discreción y humildad, ha dado
«todo lo que tenía para vivir» por ello – dice Jesús – ella ha dado más que
todos. "En su pobreza ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo;
se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué lindo
ejemplo esa viejita, lindo ejemplo!" Jesús, hoy, nos dice también a
nosotros que el metro de juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una
enfermedad que hace que el corazón se baje hasta la billetera".
El Papa comparó a la viuda pobre con la Virgen María que dió
toda su vida a Dios por nosotros, pidió que nos pongamos en su escuela y rogó a
Dios para todos un corazón pobre, pero rico de generosidad alegre y gratuita.
jesuita Guillermo Ortiz- RV
Texto completo de la reflexión dominical del Papa traducido
del italiano por Cecilia de Malak - RADIO VATICANA
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días, con este
lindo sol!
El episodio del Evangelio de este domingo se compone de dos
partes: en una se describe cómo no deben ser los seguidores de Cristo; en la
otra, se propone un ideal ejemplar de cristiano.
Comencemos por la primera, qué cosa no tenemos que hacer: en
la primera parte, Jesús adeuda a los escribas, maestros de la ley, tres
defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, avidez e
hipocresía. A ellos «les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en
las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes» (Mc
12,38-39). Pero, bajo apariencias tan solemnes, se esconden falsedad e
injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad – así dice Jesús
- para «devorar los bienes de las viudas» (cfr v 40), a las que se consideraba,
junto con los huérfanos y los extranjeros, como a las personas más indefensas y
desamparadas. En fin, los escribas – dice Jesús - «fingen hacer largas
oraciones» (v 40).
También hoy existe el riesgo de asumir estas conductas. Por
ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede rendir
culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y,
sin embargo, se antepone a Él la propia vanagloria, el propio provecho.
Y en esta línea, se coloca la segunda parte del Evangelio de
hoy. La escena se ambienta en el templo de Jerusalén, precisamente en el lugar
donde la gente echaba las monedas como oferta. Hay muchos ricos que echan
tantas monedas y hay una pobre mujer, viuda, que da apenas dos pequeñas
monedas. Jesús observa atentamente a esa mujer y llama la atención de los
discípulos sobre el contraste neto de la escena. Los ricos han dado, con gran
ostentación, lo que para ellos era superfluo, mientras que la viuda, con
discreción y humildad, ha dado «todo lo que tenía para vivir» (v 44); por
ello – dice Jesús – ella ha dado más que todos. Debido a su extrema pobreza,
hubiera podido ofrecer una sola moneda para el templo y quedarse con la otra.
Pero ella no quiere hacer a medias con Dios: se priva de todo. En su pobreza ha
comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por
Él y, a su vez, lo ama totalmente. ¡Qué lindo ejemplo esa viejita, lindo
ejemplo!
Jesús, hoy, nos dice también a nosotros que el metro de
juicio no es la cantidad, sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y
plenitud. Tú puedes tener tanto dinero, pero ser una persona vacía. No hay
plenitud en tu corazón. Piensen esta semana en la diferencia que hay entre
cantidad y plenitud. No es cosa de billetera, sino de corazón. Hay
diferencia entre billetera y corazón… Hay enfermedades cardiacas que
hacen que el corazón se baje hasta la billetera… ¡Y esto no va bien! Amar a
Dios «con todo el corazón» significa confiar en Él, en su providencia, y
servirlo en los hermanos más pobres, sin esperarnos nada a cambio.
Permítanme que cuente una anécdota, que sucedió en mi
diócesis precedente. Estaban en la mesa una mamá con sus tres hijos; el papá
estaba en el trabajo; estaban comiendo milanesas… Ese en ese momento, llaman a
la puerta y uno de los hijos – chicos, 5, 6 años, 7 años, el más grande – viene
y dice: «Mamá, hay un mendigo que pide comida». Y la mamá, una buena cristiana,
les pregunta: «¿qué hacemos? – Démosle mamá… Bien… Agarra el tenedor y el
cuchillo y les quita la mitad de cada milanesa. ¡Ah, non, mamá no! ¡Así no!
Agarra de la refrigeradora - ¡No! ¡Preparamos tres sándwiches así! Y los hijos
aprendieron que la verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con
lo que nos es necesario. Estoy seguro de que esa tarde tuvieron un poco de
hambre.. ¡pero, así se hace!
Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a
privarnos – como esos niños, de la mitad de la milanesa – de algo
indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo
necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin
reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros
objetivos personales o de grupo.
Pidamos al Señor que nos admita a la escuela de esta pobre
viuda, que Jesús, entre el desconcierto de los discípulos, hace subir a la
cátedra y presenta como maestra de Evangelio vivo. Por intercesión de María, la
mujer pobre que ha dado toda su vida a Dios por nosotros, pidamos el don de un
corazón pobre, pero rico de una generosidad alegre y gratuita. (Traducción
del italiano: Cecilia de Malak - Radio Vaticana)
PAPA: ES IMPERATIVO TUTELAR LA DIGNIDAD HUMANA Y LOS DERECHOS LABORALES
La persona humana debe ser principio, sujeto y fin para la
economía en general y para todas las instituciones sociales
(RV).- También este sábado, el Papa Francisco destacó que el
trabajo no puede ser un mecanismo perverso y que el derecho al trabajo implica
derechos basados en la persona humana y en su dignidad
trascendente: el derecho al reposo semanal y a la jubilación digna; el
derecho asistencial para el que ha perdido el trabajo, nunca lo tuvo o ha
tenido que dejarlo; atención privilegiada al trabajo femenino, asistencia a la maternidad,
tutelando la vida que nace. Que nunca falte el seguro para la
vejez, la enfermedad, los infortunios laborales.
Al recibir en la Plaza de San Pedro a los dirigentes y
empleados del Instituto nacional italiano para la seguridad social, Istituto
Nazionale della Prevvidenza Sociale, INPS, acompañados de sus familiares –
más de 23 mil personas, que lo recibieron con gran alegría – el Obispo de Roma
se refirió a los desafíos complejos que presentan la sociedad de hoy y
el mundo laboral, plagado por la insuficiencia de puestos de
trabajo y por la precariedad de las garantías que ofrece. Ante estas realidades
tristemente actuales en el mundo globalizado, el Papa reiteró su exhortación,
recordando que es un deber de justicia, con especial atención a los más desfavorecidos:
«¡Nunca olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar
y servir al hombre con conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar
para el que trabaja y no olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y
ello, no como obra de solidaridad, sino como deber de justicia y
de subsidiariedad. Sostener a los más débiles, para que a nadie le
falte la dignidad y la libertad de vivir una vida auténticamente humana».
Antes de pronunciar su discurso, el Santo Padre recibió un
saludo de Mons. Giorgio Corbellini, Presidente de la Oficina de Trabajo de la
Sede Apostólica, que recordó los acuerdos entre la Santa Sede y el INPS, y del
Presidente del citado instituto.
(CdM – RV)
Discurso del Papa a la INPS
Queridos hermanos y hermanas,
Con viva cordialidad dirijo mi saludo a ustedes, empleados y
dirigentes del Instituto Nacional Italiano para la Seguridad Social, reunidos
aquí en audiencia por primera vez en la historia secular del ente. ¡Muchas
gracias! Gracias por su presencia – ¡son tantos de verdad! – y gracias a su
Presidente por sus gentiles palabras.
Ustedes honran, en diferentes formas, la delicada tarea de
tutelar algunos derechos ligados al ejercicio del trabajo; derechos basados en
la misma naturaleza de la persona humana y sobre su trascendental dignidad.
Está confiada a su atención de forma particular aquella que quisiera definir
como la custodia del derecho al descanso. Me refiero no solamente a aquel
descanso que es sostenido y legitimado por una amplia serie de prestaciones
sociales (del día de reposo semanal a las vacaciones, a las que todo trabajador
tiene derecho: cfr Juan Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens, 19), sino
también y sobre todo a una dimensión del ser humano que no carece de raíces
espirituales y de la que también ustedes, en lo que les compete, son
responsables.
Dios llamó al hombre al descanso (cfr Es 34,21; Dt 5,12.15) y
Él mismo fue partícipe de este el séptimo día (cfr Es 31,17; Gen 2,2). Por lo
tanto el descanso, en el lenguaje de la fe, es dimensión humana y al mismo
tiempo divina. Pero con una prerrogativa única: aquella de no ser una simple
abstención de la fatiga y del empeño ordinario, sino una ocasión para vivir
plenamente la propia “creaturalidad”, elevada a la dignidad filial de Dios
mismo. La exigencia de “santificar” el descanso (cfr Es 20,8) se une a aquella
– vuelta a proponer semanalmente con el domingo – de un tiempo que
permita ocuparse de la vida familiar, cultural, social y religiosa (cfr Conc.
Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 67).
Del justo descanso los hijos de Dios, también ustedes son en
cierto sentido colaboradores. En la multiplicidad de servicios que brindan a la
sociedad, tanto en términos asistenciales cuanto de seguridad social, ustedes
contribuyen en poner las bases para que el descanso pueda ser vivido como una
dimensión auténticamente humana, y por ello abierta a la posibilidad de un
nuevo encuentro con Dios y con los demás.
Esto, que es un honor, se convierte al mismo tiempo en una
responsabilidad. De hecho, están llamados a enfrentar los desafíos siempre más
complejos. Esas provienen sea de la sociedad hodierna, con la criticidad de sus
equilibrios y la fragilidad de sus relaciones, sea del mundo del trabajo,
flagelado por la insuficiencia ocupacional y de la precariedad de las garantías
que logra ofrecer.
Y se vive así, ¿cómo se puede descansar? El descanso es el
derecho que todos tenemos cuando tenemos trabajo; pero si la situación de
desempleo, de injusticia social, de trabajo negro, de precariedad en el trabajo
es tan fuerte, ¿Cómo puedo descansar? ¿Qué decidimos? Podemos decir – ¡es
vergonzoso!-: “Ah, ¿tú quieres trabajar? –“Si” –“Fenomenal. Lleguemos a un
acuerdo: tu comienzas a trabajar en septiembre no comes, no descansas…”. ¡Esto
sucede hoy! Y pasa hoy en todo el mundo, aquí está; ¡pasa hoy en Roma también!
Descanso porque hay trabajo. Al contrario, no se puede descansar.
Hasta hace poco era común asociar la meta de la jubilación
con la adquisición de la llamada tercera edad, en la cual gozar del meritado
descanso y ofrecer sabiduría y consejos a las nuevas generaciones. La época
contemporánea ha sensiblemente cambiado este ritmo. De un parte, la
eventualidad del descanso ha sido anticipada, a veces diluido en el tiempo, a
veces renegociado hasta los extremos aberrantes, como aquel que llega a
desnaturalizar la hipótesis misma de un cese laboral. De otra parte, no han
disminuido las exigencias asistenciales, tanto para quien ha perdido o no ha tenido
jamás un trabajo, cuanto para quien es obligado a interrumpirlo por los
diferentes motivos. Tu interrumpes el trabajo y la asistencia sanitaria cae…
Su difícil tarea es contribuir para que no falten los
subsidios indispensables para la subsistencia de los trabajadores
desempleados y de sus familias. No falte entre sus prioridades una atención
privilegiada para el trabajo femenino, ni mucho menos la asistencia a la
maternidad que debe siempre tutelar la vida que nace y quien la sirve
cotidianamente. Tutelen a las mujeres, ¡el trabajo a las mujeres! Que no falte
jamás la aseguración para la ancianidad, la enfermedad, los accidentes de
trabajo. Que no falte el derecho a la jubilación y subrayo: el derecho, ¡la
pensión es un derecho!, porque se trata de esto. Sean conscientes de la alta
dignidad de cada uno de los trabajadores, al cual prestan servicio con obra.
Sosteniendo el aporte durante y después del periodo laboral, contribuyendo a la
cualidad de su compromiso como inversión para una vida en la medida del hombre.
Trabajar, por lo demás, quiere decir prolongar la obra de
Dios en la historia, contribuyendo en ella de manera personal, útil y creativa
(cfr ibid., 34). Sosteniendo el trabajo ustedes sostienen esta misma
obra. Y también, garantizando una existencia digna a aquellos que tienen
que dejar la actividad laboral, ustedes afirman su realidad más profunda: el
trabajo, de hecho, no puede ser un mero engranaje en el mecanismo perverso que
muele recursos para obtener ganancias siempre mayores; el trabajo por lo tanto
no puede ser ampliado o reducido en función de la ganancia de unos pocos y de
formas productivas que sacrifican valores, relaciones y principios. Esto vale
para la economía en general, que “no puede recurrir a remedios que son un nuevo
veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado
laboral y creando así nuevos excluidos”, (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 204).
Y vale, análogamente, para todas las instituciones sociales, cuyo principio,
sujeto y fin es y debe ser la persona humana (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost.
past. Gaudium et spes, 25). Su dignidad no puede ser prejuiciada nunca, ni
siquiera cuando deja de ser económicamente productiva.
Alguno de vosotros puede pensar: “Pero que extraño, este
Papa: primero nos habla del descanso, ¡y después dice todas estas cosas sobre
el derecho al trabajo!”. Son cosas enlazadas. El verdadero descanso viene
justamente del trabajo. Tu puedes reposarte cuando estás seguro de tener un
trabajo seguro, que te da una dignidad, a ti y a tu familia. Y tú puedes
descansar cuando en la ancianidad estás seguro de tener la pensión que es un
derecho. Están enlazados, los dos: el verdadero descanso y el trabajo.
¡Nunca olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar y
servir al hombre con conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar para
el que trabaja y no olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y
ello, no como solidaridad, sino como deber de justicia y de subsidiariedad.
Sostener a los más débiles, para que a nadie le falte la dignidad y la libertad
de vivir una vida auténticamente humana.
Muchas gracias por este encuentro. Invoco sobre cada uno de
ustedes y sobre sus familias la bendición del Señor. Les aseguro mi recuerdo en
mi oración y les pido por favor que recen por mí.
(Traducción de Renato Martinez, Raúl Cabrera, Mónica Zorita-
RV)
4 de noviembre de 2015
PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: “EN LA FAMILIA SE APRENDE Y SE VIVE EL AMOR Y EL PERDÓN MUTUO”.
Texto completo de la catequesis del Papa traducido del
italiano:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Asamblea del Sínodo de los Obispos que ha concluido hace
poco, ha reflexionado a fondo sobre la vocación y la misión de la familia en la
vida de la Iglesia y de la sociedad contemporánea. Ha sido un evento de gracia.
Al finalizar los Padres sinodales me han entregado el texto de sus
conclusiones. He querido que este texto fuera publicado, para que todos fueran
partícipes del trabajo que nos ha visto empeñados juntos por dos años. No es
este el momento de examinar tales conclusiones, sobre las cuales yo mismo debo
meditar.
Mientras tanto, pero, la vida no se detiene, en particular la
vida de las familias ¡no se detiene! Ustedes, queridas familias, están siempre
en camino. Y continuamente escriben en las páginas de la vida concreta la
belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces se convierte en
árido de vida y de amor, ustedes cada día hablan del gran don que son el
matrimonio y la familia.
Hoy quisiera subrayar este aspecto: que la familia es un gran
gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, la familia es un gran
gimnasio para entrenar al don y al perdón recíproco, sin el cual ningún amor
puede ser duradero. Sin donarse, sin perdonarse, el amor no permanece, no dura.
En la oración que Él mismo nos ha enseñado -es decir, el Padre Nuestro- Jesús
nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Si perdonan sus faltas
a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes» (Mt
6,12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir
bien, especialmente en familia. Cada día nos faltamos al respeto el uno al
otro. Debemos poner en consideración estos errores, debidos a nuestra
fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es sanar inmediatamente las
heridas que nos hacemos, retejer inmediatamente los hilos que rompemos en la
familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto
simple para sanar las heridas y para disolver las acusaciones. Y es este: no
dejar que termine el día sin pedirse perdón, sin hacer la paz entre el marido y
la mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… ¡entre nuera y
suegra! Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón
recíproco, sanan las heridas, el matrimonio se robustece, y la familia se
transforma en una casa más sólida, que resiste a los choques de nuestras
pequeñas y grandes maldades. Y para esto no es necesario hacer un gran
discurso, sino que es suficiente una caricia, una caricia y ha terminado todo y
se recomienza, pero no terminar el día en guerra ¿entienden?
Si aprendemos a vivir así en familia, lo hacemos también
fuera, en todas partes que nos encontramos. Es fácil ser escépticos sobre esto.
Muchos -también entre los cristianos- piensan que sea una exageración. Se dice:
si, son bellas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Pero gracias a
Dios no es así. De hecho es precisamente recibiendo el perdón de Dios que, a su
vez, somos capaces de perdonar a los otros. Por esto Jesús nos hace repetir
estas palabras cada vez que rezamos la oración del Padre Nuestro, es decir cada
día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya lugares,
como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a otros.
El Sínodo ha revivido
nuestra esperanza también en esto: forma parte de la vocación y de la misión de
la familia la capacidad de perdonar y de perdonarse. La práctica del perdón no
solo salva las familias de la división, sino que las hace capaces de ayudar a
la sociedad a ser menos malvada y menos cruel. Si, cada gesto de perdón repara
la casa de las grietas y refuerza sus muros. La Iglesia, queridas familias,
está siempre a su lado para ayudarlos a construir su casa sobre la roca de la
cual ha hablado Jesús. Y no olvidemos estas palabras que preceden
inmediatamente la parábola de la casa: «No son los que me dicen: “Señor,
Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la
voluntad de mi Padre». Y agrega: «Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor,
¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios en tu
Nombre?” Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí» (cfr Mt 7,21-23). Es
una palabra fuerte, no hay duda, que tiene por objetivo sacudirnos y llamarnos
a la conversión.
Les aseguro, queridas familias, que si serán capaces de
caminar siempre más decididamente sobre el camino de las Bienaventuranzas,
aprendiendo y enseñando a perdonarse recíprocamente, en toda la grande familia
de la Iglesia crecerá la capacidad de dar testimonio a la fuerza renovadora del
perdón de Dios. Diversamente, haremos predicas también bellas, y quizá
expulsaremos también cualquier demonio, pero al final el Señor ¡no nos
reconocerá como sus discípulos! Porque no hemos tenido la capacidad de perdonar
y de hacernos perdonar por los otros.
De verdad las familias cristianas pueden hacer mucho por la
sociedad de hoy, y también por la Iglesia. Por eso deseo que en el Jubileo de
la Misericordia las familias redescubran el tesoro del perdón recíproco.
Recemos para que las familias sean siempre más capaces de vivir y de construir
caminos concretos de reconciliación, donde ninguno se sienta abandonado al peso
de sus ofensas.
Y con esta intención, decimos juntos: “Padre nuestro, perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”.
Digámoslo juntos: “Padre nuestro, perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).
QUE LAS FAMILIAS REDESCUBRAN EL TESORO DEL PERDÓN RECÍPROCO, PIDIÓ EL PAPA EN LA CATEQUESIS
(Radio Vaticana).- El obispo de Roma reveló en su catequesis
del 4 de noviembre de 2015, que el Sínodo sobre la familia “ha visto en la
capacidad de perdonar y perdonarse no sólo una manera de evitar las divisiones
en familia, sino también una aportación a la sociedad, para que sea menos
malvada y cruel”. Por eso deseó que en el Jubileo Extraordinario de la
Misericordia “las familias descubran de nuevo el tesoro del perdón recíproco” y
rogó a la Virgen que “nos ayude a vivir cada vez más la experiencia del perdón
y de la reconciliación”, dado que “las familias cristianas pueden hacer mucho
por la sociedad y por la Iglesia”. Jesuita Guillermo Ortiz
Texto completo del resumen en español de la catequesis
"Queridos hermanos y hermanas:
La Asamblea del Sínodo de los Obispos ha terminado hace poco
y me ha entregado un texto, que aún debo meditar. Pero, entretanto, la vida
continúa, sobre todo la vida de las familias.
Hoy quisiera centrarme en la familia como ámbito para
aprender a vivir el don y el perdón recíproco, sin el cual ningún amor puede
ser duradero. Lo rezamos siempre en el Padre Nuestro: «Perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». No se puede
vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en
familia. Todos los días de una u otra manera nos hacemos daño. Pero lo que se
nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos causamos y restaurar los
vínculos que se han dañado. Si esperamos demasiado, todo es más difícil. Y hay
un remedio muy simple: no dejar que termine el día sin pedir disculpas, sin
hacer las paces, de los padres entre sí y de los padres con los hijos, también
entre los hermanos. Y para esto no hace falta un gran discurso, basta una
palmada y ya está. De esta manera el matrimonio y la familia se hacen una casa
más sólida, resistente a nuestras pequeñas y grandes fechorías.
El Sínodo ha visto en la capacidad de perdonar y perdonarse
no sólo una manera de evitar las divisiones en familia, sino también una
aportación a la sociedad, para que sea menos mala y menos cruel. Ciertamente,
las familias cristianas pueden hacer mucho por la sociedad y por la Iglesia.
Por eso deseo que en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia las familias
descubran de nuevo el tesoro del perdón recíproco.
ESCUCHAR LA CATEQUESIS AQUÍ
ESCUCHAR LA CATEQUESIS AQUÍ