«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


28 de septiembre de 2016

EL PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: «JESÚS, MISERICORDIA DEL PADRE HA VENIDO PARA SALVAR LO QUE ESTABA PERDIDO»

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentran su culmen en el perdón. Las palabras de Jesús encuentran su culmen en el perdón. Jesús perdona: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). No sólo son palabras, porque se hacen un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que estaba junto a Él. San Lucas narra de dos ladrones crucificados con Jesús, los cuales se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero lo insulta, como lo insultaba toda la gente, ahí, como hacen los jefes del pueblo, pero este pobre hombre, llevado por la desesperación: « ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre ante el misterio de la muerte y la trágica conciencia que sólo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar en la cruz sin hacer nada para salvarse. Y no entendían esto. No entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y en cambio, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Y todos nosotros sabemos que no es fácil “permanecer en la cruz”, en nuestras pequeñas cruces de cada día: no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se quedó así y ahí nos ha mostrado su omnipotencia y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y surge para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él testimonia que la salvación de Dios puede alcanzar a todo hombre en cualquier condición, incluso en la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos: ¡para todos! Ninguno es excluido. Y la oferta es para todos. Por esto el Jubileo es el tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, para aquellos que están bien y para aquellos que sufren. Pero acuérdense de aquella parábola que narra Jesús en la fiesta de bodas de un hijo de un poderoso de la tierra: cuando los invitados no querían ir, dice a sus servidores: “Vayan al cruce de los caminos, llamen a todos, buenos y malos…”. Todos somos llamados: buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o para aquellos que parecen buenos o se creen buenos; la Iglesia es para todos, y preferiblemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia. Y este tiempo de gracia y de misericordia nos hace recordar que ¡nada nos puede separar del amor de Cristo! (Cfr. Rm 8,39). Para quien esta inmovilizado en una cama de un hospital, para quien vive cerrado en una prisión, para cuantos están atrapados por las guerras, yo digo: miren el Crucifijo; Dios está con nosotros, permanece con ustedes en la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña, a todos nosotros, a ustedes que sufren tanto, crucificado por ustedes, por nosotros, por todos. Dejen que la fuerza del Evangelio penetre en sus corazones y los consuele, les de esperanza y la íntima certeza que ninguno es excluido de su perdón. Pero ustedes pueden preguntarme: “Pero Padre, ¿Quién que ha hecho las cosas más malas en la vida, tiene la posibilidad de ser perdonado?” “¡Sí! Si: ninguno está excluido del perdón de Dios. Solamente quien se acerca a Jesús, arrepentido y con las aganas de ser abrazado”.
Este era el primer ladrón. El otro es el llamado “buen ladrón”. Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Primero, él se dirige a su compañero: «Pero tú, ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? ?» (Lc 23,40). Así subraya el punto de partida del arrepentimiento: el temor de Dios. No el miedo de Dios, no: el temor filial de Dios. No es el miedo, sino aquel respeto que se debe a Dios porque Él es Dios. Es un respeto filial porque Él es Padre. El buen ladrón evoca la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Es este respeto confiado que ayuda a hacer espacio a Dios y a encomendarse a su misericordia.
Luego, el buen ladrón declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente su propia culpa: «Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo» (Lc 23,41): así dice. Por lo tanto, Jesús está ahí en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él ofrece a ellos la salvación. Lo que es un escándalo para los jefes y para el primer ladrón, para aquellos que estaban ahí y se burlaban de Jesús, esto en cambio es el fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la Gracia; lo impensable ha sucedido: Dios me ha amado a tal punto que ha muerto en la cruz por mí. La fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de Dios por él, pobre pecador. Es verdad, era ladrón, era un ladrón: es verdad. Había robado toda su vida. Pero al final, arrepentido de aquello que había hecho, mirando a Jesús tan bueno y misericordioso ha logrado robarse el cielo: ¡éste es un buen ladrón!
Finalmente, el buen ladrón se dirige directamente a Jesús, invocando su ayuda: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino» (Lc 23,42). Lo llama por nombre, “Jesús”, con confianza, y así confiesa lo que este nombre indica: “el Señor salva”: esto significa “Jesús”. Aquel hombre pide a Jesús que se recuerde de él. ¡Cuánta ternura en esta expresión, cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, que Dios le esté siempre cercano. De este modo un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que confía en Jesús. Esto es profundo: un condenado a muerte es un modelo para nosotros. Un modelo de un hombre, de un cristiano que confía en Jesús; y también modelo de la Iglesia que en la liturgia muchas veces invoca al Señor diciendo: “Recuérdate… Recuérdate… Recuérdate de tu amor…”.
Mientras el buen ladrón habla en futuro: «Cuando vengas a establecer tu Reino», la respuesta de Jesús no se hace esperar; habla en presente: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: es decir, salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado: «la liberación a los cautivos» (Lc 4,18); en Jericó, en la casa del publicano Zaqueo, había declarado que «el Hijo del hombre – es decir, Él – vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9). En la cruz, el último acto confirma la realización de este diseño salvífico. Desde el inicio y hasta el final Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado la encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es de verdad el rosto de la misericordia del Padre. Y el buen ladrón lo ha llamado por nombre: “Jesús”. Es una oración breve, y todos nosotros podemos hacerla durante la jornada muchas veces: “Jesús”. “Jesús”, simplemente. Hagámosla juntos tres veces, todos juntos, vamos: “Jesús”, Jesús, Jesús”. Y así háganlo durante todo el día. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)


21 de septiembre de 2016

EL PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: "DEJÉMONOS LLENAR EL CORAZÓN CON LADIVINA MISERICORDIA"

  
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del cual es tomado el lema de este Año Santo Extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida. Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia. Cierto, Dios es perfecto. Todavía, si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él llenos de amor, de compasión y misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él?
Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor por los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda creatura. La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor talmente grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será en defecto. Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia.
Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todo tiempo y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, es llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad. ¡Pensemos en tantos santos que se han hecho misericordiosos porque se han dejado llenar el corazón con la divina misericordia! Han dado cuerpo al amor del Señor derramándolo en las múltiples necesidades de la humanidad sufriente. En este florecer de tantas formas de caridad es posible reconocer los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.
Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Y esto es explicado por Jesús con dos verbos: «perdonar» (v. 37) y «donar» (v. 38).
La misericordia se expresa, sobre todo, en el perdón: «No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados» (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, todavía recuerda a los discípulos que pera tener relaciones fraternas se necesita suspender los juicios y las condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en ella se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero. ¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la Plaza, todos nosotros, hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros, en su vida, no ha tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar. Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados. Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande de Dios? ¿Entienden esto? Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado primero. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe la relación de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos. No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima él: al contrario tenemos el deber de rescatarlo a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
A su Iglesia, a nosotros, Jesús indica también un segundo pilar: “donar”. Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Den, y se les dará […] Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes» (v. 38). Dios dona muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no donan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida  del amor que damos, seremos nosotros mismos a decidir cómo seremos juzgados, como seremos amados. Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida con la cual se dona al hermano, se recibe de Dios!
 El amor misericordioso es por esto la única vía a seguir. Cuanta necesidad tenemos todos de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. ¡No! Perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Esa – caridad y este amor – permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos – es decir, nosotros – practicamos en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12). Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón crece, crece en el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, hace el corazón pequeño, pequeño, pequeño, pequeño y se endurece como una piedra. ¿Qué cosa prefieren ustedes? ¿Un corazón de piedra? Les pregunto, respondan: “No”. No escucho bien… “No”. ¿Un corazón lleno de amor? “Si”. ¡Si prefieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!


(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

20 de septiembre de 2016

ORACIÓN ECUMÉNICA Y CEREMONIA CONCLUSIVA DE LA JORNADA MUNDIAL PARA LA PAZ...

DISCURSO DEL SANTO PADRE EN ASÍS: "SÓLO LA PAZ ES SANTA Y NO LA GUERRA".

Santidades, Ilustres Representantes de las Iglesias, de las Comunidades cristianas y de las Religiones, queridos hermanos y hermanas:
Los saludo con gran respeto y afecto, y les agradezco su presencia. Hemos venido a Asís como peregrinos en busca de paz. Llevamos dentro de nosotros y ponemos ante Dios las esperanzas y las angustias de muchos pueblos y personas. Tenemos sed de paz, queremos ser testigos de la paz, tenemos sobre todo necesidad de orar por la paz, porque la paz es un don de Dios y a nosotros nos corresponde invocarla, acogerla y construirla cada día con su ayuda.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). Muchos de ustedes han recorrido un largo camino para llegar a este lugar bendito. Salir, ponerse en camino, encontrarse juntos, trabajar por la paz: no sólo son movimientos físicos, sino sobre todo del espíritu, son respuestas espirituales concretas para superar la cerrazón abriéndose a Dios y a los hermanos. Dios nos lo pide, exhortándonos a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia.
No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por las guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y de pobreza. En Lesbos, con el querido Hermano y Patriarca ecuménico Bartolomé, he visto en los ojos de los refugiados el dolor de la guerra, la angustia de pueblos sedientos de paz. Pienso en las familias, cuyas vidas han sido alteradas; en los niños, que en su vida sólo han conocido la violencia; en los ancianos, obligados a abandonar sus tierras: todos ellos tienen una gran sed de paz. No queremos que estas tragedias caigan en el olvido. Juntos deseamos dar voz a los que sufren, a los que no tienen voz y no son escuchados. Ellos saben bien, a menudo mejor que los poderosos, que no hay futuro en la guerra y que la violencia de las armas destruye la alegría de la vida.
Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración. En esta jornada, la sed de paz se ha transformado en una invocación a Dios, para que cesen las guerras, el terrorismo y la violencia. La paz que invocamos desde Asís no es una simple protesta contra la guerra, ni siquiera «el resultado de negociaciones, compromisos políticos o acuerdos económicos, sino resultado de la oración» (JUAN PABLO II, Discurso, Basílica de Santa María de los Ángeles, 27 octubre 1986: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española [2 noviembre 1986, 1]). Buscamos en Dios, fuente de la comunión, el agua clara de la paz, que anhela la humanidad: ella no puede brotar de los desiertos del orgullo y de los intereses particulares, de las tierras áridas del beneficio a cualquier precio y del comercio de las armas.
Nuestras tradiciones religiosas son diversas. Pero la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego. Hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia. Por el contrario, sin sincretismos y sin relativismos, hemos rezado los unos con los otros, los unos por los otros. San Juan Pablo II dijo en este mismo lugar: «Acaso más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (ID., Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11). Continuando el camino iniciado hace treinta años en Asís, donde está viva la memoria de aquel hombre de Dios y de paz que fue san Francisco, «reunidos aquí una vez más, afirmamos que quien utiliza la religión para fomentar la violencia contradice su inspiración más auténtica y profunda» (ID., Discurso a los representantes de las Religiones, Asís, 24 enero 2001), que ninguna forma de violencia representa «la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción» (BENEDICTO XVI, Intervención en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, Asís, 27 octubre 2011). No nos cansamos de repetir que nunca se puede usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Sólo la paz es santa y no la guerra.
Hoy hemos implorado el don santo de la paz. Hemos orado para que las conciencias se movilicen y defiendan la sacralidad de la vida humana, promuevan la paz entre los pueblos y cuiden la creación, nuestra casa común. La oración y la colaboración concreta nos ayudan a no quedar encerrados en la lógica del conflicto y a rechazar las actitudes rebeldes de los que sólo saben protestar y enfadarse. La oración y la voluntad de colaborar nos comprometen a buscar una paz verdadera, no ilusoria: no la tranquilidad de quien esquiva las dificultades y mira hacia otro lado, cuando no se tocan sus intereses; no el cinismo de quien se lava las manos cuando los problemas no son suyos; no el enfoque virtual de quien juzga todo y a todos desde el teclado de un ordenador, sin abrir los ojos a las necesidades de los hermanos ni ensuciarse las manos para ayudar a quien tiene necesidad. Nuestro camino es el de sumergirnos en las situaciones y poner en el primer lugar a los que sufren; el de afrontar los conflictos y sanarlos desde dentro; el de recorrer con coherencia el camino del bien, rechazando los atajos del mal; el de poner en marcha pacientemente procesos de paz, con la ayuda de Dios y con la buena voluntad.
Paz, un hilo de esperanza, que une la tierra con el cielo, una palabra tan sencilla y difícil al mismo tiempo. Paz quiere decir Perdón que, fruto de la conversión y de la oración, nace de dentro y, en nombre de Dios, hace que se puedan sanar las heridas del pasado. Paz significa Acogida, disponibilidad para el diálogo, superación de la cerrazón, que no son estrategias de seguridad, sino puentes sobre el vacío. Paz quiere decir Colaboración, intercambio vivo y concreto con el otro, que es un don y no un problema, un hermano con quien tratar de construir un mundo mejor. Paz significa Educación: una llamada a aprender cada día el difícil arte de la comunión, a adquirir la cultura del encuentro, purificando la conciencia de toda tentación de violencia y de rigidez, contrarias al nombre de Dios y a la dignidad del hombre.
Aquí, nosotros, unidos y en paz, creemos y esperamos en un mundo fraterno. Deseamos que los hombres y las mujeres de religiones diferentes, allá donde se encuentren, se reúnan y susciten concordia, especialmente donde hay conflictos. Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio. Que los creyentes sean artesanos de paz invocando a Dios y trabajando por los hombres. Y nosotros, como Responsables religiosos, estamos llamados a ser sólidos puentes de diálogo, mediadores creativos de paz. Nos dirigimos también a quienes tienen la más alta responsabilidad al servicio de los pueblos, a los Líderes de las Naciones, para que no se cansen de buscar y promover caminos de paz, mirando más allá de los intereses particulares y del momento: que no quede sin respuesta la llamada de Dios a las conciencias, el grito de paz de los pobres y las buenas esperanzas de las jóvenes generaciones. Aquí, hace treinta años, san Juan Pablo II dijo: «La paz es una cantera abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal» (Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11). Asumamos esta responsabilidad, reafirmemos hoy nuestro sí a ser, todos juntos, constructores de la paz que Dios quiere y de la que la humanidad está sedienta.


MEDITACIÓN DEL PAPA EN ASÍS: «AÚN HOY JESÚS NOS DICE TENGO SED DE AMOR Y ES LA VOZ DE LOS QUE SUFREN»

Jesús nos interpela con su sed de amor en la cruz, es el grito de los pobres, de las víctimas de las guerras y de los emigrantes forzosos
Texto de la Meditación completa del Papa en la Basílica Inferior de San Francisco, en Asís:
«Ante Jesús crucificado, resuenan también para nosotros sus palabras: «Tengo sed» (Jn 19,28). La sed es, aún más que el hambre, la necesidad extrema del ser humano, pero además representa la miseria extrema. Contemplemos de este modo el misterio del Dios Altísimo, que se hizo, por misericordia, pobre entre los hombres.
¿De qué tiene sed el Señor? Ciertamente de agua, elemento esencial para la vida. Pero sobre todo tiene sed de amor, elemento no menos esencial para vivir. Tiene sed de darnos el agua viva de su amor, pero también de recibir nuestro amor. El profeta Jeremías habló de la complacencia de Dios por nuestro amor: «Recuerdo tu cariño juvenil, el amor que me tenías de novia» (Jer 2,2). Pero dio también voz al sufrimiento divino, cuando el hombre, ingrato, abandonó el amor, cuando parece que nos quiere decir también hoy el Señor «me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen agua» (v. 13). Es el drama del «corazón árido», del amor no correspondido, un drama que se renueva en el Evangelio, cuando a la sed de Jesús el hombre responde con el vinagre, que es un vino malogrado. Así, proféticamente, se lamentaba el salmista: «Para mi sed me dieron vinagre» (Sal 69,22).
«El amor no es amado»; según algunos relatos esta era la realidad que turbaba a san Francisco de Asís. Él, por amor del Señor que sufre, no se avergonzaba de llorar y de lamentarse a alta voz (cf. Fuentes Franciscanas, n. 1413). Debemos tomar en serio esta misma realidad cuando contemplamos a Dios crucificado, sediento de amor. La Madre Teresa de Calcuta quiso que, en todas las capillas de sus comunidades, cerca del crucifijo, estuviese escrita la frase «tengo sed». Su respuesta fue la de saciar la sed de amor de Jesús en la cruz mediante el servicio a los más pobres entre los pobres. En efecto, la sed del Señor se calma con nuestro amor compasivo, es consolado cuando, en su nombre, nos inclinamos sobre las miserias de los demás. En el juicio llamará «benditos» a cuantos hayan dado de beber al que tenía sed, a cuantos hayan ofrecido amor concreto a quien estaba en la necesidad: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Las palabras de Jesús nos interpelan, piden que encuentren lugar en el corazón y sean respondidas con la vida. En su «tengo sed», podemos escuchar la voz de los que sufren, el grito escondido de los pequeños inocentes a quienes se les ha negado la luz de este mundo, la súplica angustiada de los pobres y de los más necesitados de paz. Imploran la paz las víctimas de las guerras, las cuales contaminan los pueblos con el odio y la Tierra con las armas; imploran la paz nuestros hermanos y hermanas que viven bajo la amenaza de los bombardeos o son obligados a dejar su casa y a emigrar hacia lo desconocido, despojados de todo. Todos estos son hermanos y hermanas del Crucificado, los pequeños de su Reino, miembros heridos y resecos de su carne. Tienen sed. Pero a ellos se les da a menudo, como a Jesús, el amargo vinagre del rechazo. ¿Quién los escucha? ¿Quién se preocupa de responderles? Ellos encuentran demasiadas veces el silencio ensordecedor de la indiferencia, el egoísmo de quien está harto, la frialdad de quien apaga su grito de ayuda con la misma facilidad con la que se cambia de canal en televisión.
Ante Cristo crucificado, «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1,24), nosotros los cristianos estamos llamados a contemplar el misterio del Amor no amado, y a derramar misericordia sobre el mundo. En la Cruz, árbol de vida, el mal ha sido trasformado en bien; también nosotros, discípulos del Crucificado, estamos llamados a ser «árboles de vida», que absorben la contaminación de la indiferencia y restituyen al mundo el oxígeno del amor. Del costado de Cristo en la cruz brotó agua, símbolo del Espíritu que da la vida (cf Jn 19,34); que del mismo modo, de nosotros sus fieles, brote también compasión para todos los sedientos de hoy.
Que el Señor nos conceda, como a María junto a la cruz, estar unidos a él y cerca del que sufre. Acercándonos a cuantos hoy viven como crucificados y recibiendo la fuerza para amar del Señor Crucificado y resucitado, crecerá aún más la armonía y la comunión entre nosotros. «Él es nuestra paz» (Ef 2,14), él que ha venido a anunciar la paz a los de cerca y a los de lejos (Cf. v. 17). Que nos guarde a todos en el amor y nos reúna en la unidad, en la que estamos en camino,para que lleguemos a ser lo que él desea: «Que todos sean uno» (Jn 17,21).»


Llegada a Asís para la Jornada Mundial de oración para la Paz - 2016.09.20

19 de septiembre de 2016

PAPA FRANCISCO EL EL ÁNGELUS: SIGAMOS LA LÓGICA EVANGÉLICA DE LAJUSTICIA Y NO LA MUNDANA DE LA CORRUPCIÓN

Palabras del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus dominical
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy Jesús nos invita a reflexionar sobre dos estilos de vida contrapuestos: aquel mundano y aquel del Evangelio. El espíritu del mundo no es el espíritu de Jesús. Y lo hace mediante la narración de la parábola del administrador infiel y corrupto, que es alabado por Jesús no obstante su deshonestidad (Cfr. Lc 16,1-13). En seguida, es necesario precisar que este administrador no es presentado como un modelo a seguir, sino como un ejemplo de astucia. Este hombre es acusado de una mala gestión de los negocios de su amo y, antes de ser echado, busca astutamente cautivar la benevolencia de los deudores, condonando a ellos una parte de la deuda para asegurarse así un futuro. Comentando este comportamiento, Jesús observa: «Los hijos de este mundo son más astutos en su trato con lo demás que los hijos de la luz» (v. 8).
A tal astucia mundana nosotros estamos llamados a responder con la astucia cristiana, que es un don del Espíritu Santo. Se trata de alejarse del espíritu y de los valores del mundo, que tanto gustan al demonio, para vivir según el Evangelio. Y la mundanidad, ¿Cómo se manifiesta? La mundanidad se manifiesta con actitudes de corrupción, de engaño, de prepotencia, y constituyen el camino más equivocado, el camino del pecado, porque la una te lleva a la otra, ¡eh! Es como una cadena, a pesar – es verdad – que esa sea la más cómoda de recorrer, generalmente. En cambio, el espíritu del Evangelio requiere un estilo de vida serio – serio pero gozoso, ¡eh! Lleno de alegría – y comprometido, impostado en la honestidad, en la rectitud, en el respeto a los demás y a su dignidad, en el sentido del deber. ¡Y esta es la astucia cristiana!
El recorrido de la vida necesariamente implica una elección entre estos dos caminos: entre honestidad y deshonestidad, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre el bien y el mal. No se puede oscilar entre la una y la otra, porque se mueven sobre lógicas diversas y contrastantes. El profeta Elías decía al pueblo de Israel que caminaba sobre estas vías: “Ustedes cojean con los dos pies”. Es una bella imagen. Es importante decidir qué dirección tomar y luego, una vez decidida aquella justa, caminar con impulso y determinación, encomendándose a la gracia del Señor y a la ayuda de su Espíritu. Fuerte y categórico es la conclusión del pasaje evangélico: «Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo» (v. 13).
Con esta enseñanza, Jesús hoy nos exhorta a hacer una elección clara entre Él y el espíritu del mundo, entre la lógica de la corrupción, de la prepotencia y de la avaricia y aquella de la rectitud, de la mansedumbre y del compartir. Alguno se comporta con la corrupción como con las drogas: piensa de poderlas usar y dejarlas cuando quiere. Se comienza con poco: un manojo de aquí y una coima de allá… Y entre esta y aquella lentamente se pierde la libertad. También la corrupción produce dependencia, y genera pobreza, explotación, sufrimiento. ¡Y cuantas víctimas existen hoy en el mundo! Cuántas víctimas de esta difundida corrupción. En cambio, cuando buscamos seguir la lógica evangélica de la integridad, de la transparencia en las intenciones y en los comportamientos, de la fraternidad, nosotros nos convertimos en artesanos de justicia y abrimos horizontes de esperanza para la humanidad. En la gratuidad y en la donación de nosotros mismos a nuestros hermanos, servimos al amo justo: Dios.
La Virgen María nos ayude a escoger en cada ocasión y a todo costo el camino justo, encontrando también el coraje de caminar contra corriente, para poder seguir a Jesús y a su Evangelio.


(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

15 de septiembre de 2016

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO A LOS PARTICIPANTES EN LA SEMANA BÍBLICA NACIONAL DE ITALIA: EL HOMBRE Y LA MUJER TIENEN DIGNIDAD DE HIJOS DE DIOS, "NO LO NEGOCIEMOS CON IDOLATRÍA"


(RV).- “Dios nos ha hecho de modo artesanal, plasmando del barro de la tierra. Nos ha creado no sólo con su palabra, sino también con sus manos y su soplo vital, por así decir, todo el ser de Dios se ha involucrado en el dar la vida al ser humano”, lo dijo el Papa Francisco a los participantes en la Semana Bíblica Nacional, organizada por la Asociación Bíblica Italiana, a quienes recibió en audiencia en la Sala Clementina del Vaticano.

En su discurso, el Santo Padre resaltó la importancia del tema tratado por los exégetas italianos, sobre las “Declinaciones de la polaridad varón-mujer en las Escrituras”. El Pontífice subrayó la profundidad que tienen algunos aspectos de la relación entre el hombre y la mujer, a partir de algunos textos bíblicos fundamentales; en este sentido, el Papa recordó el “memorable ciclo de Catequesis” de su predecesor San Juan Pablo II durante la primera parte de su Pontificado.

Por ello, dijo el Obispo de Roma, “reflexionar sobre cómo hemos sido creados, formados a imagen y semejanza del Creador, la diferencia con las otras creaturas y con toda la creación es esencial. Esto nos ayuda a entender la dignidad que todos nosotros tenemos, hombres y mujeres, dignidad que tiene sus raíces en el mismo Creador”. Me ha siempre impresionado – dijo el Papa – que nuestra dignidad sea justamente aquella de ser hijos de Dios, y en toda la Escritura tal relación se manifiesta en el hecho que Él nos guía como un Padre hace con un hijo. “En la segunda narración de la creación, aparece como Dios nos ha hecho de modo ‘artesanal’, plasmando del barro de la tierra, es decir, las manos de Dios se han comprometido con nuestra vida. Nos ha creado no sólo con su palabra, sino también con sus manos y su soplo vital, por así decir que todo el ser de Dios se ha involucrado en el dar la vida al ser humano”.

Así mismo, el Sucesor de Pedro advirtió que existe la posibilidad que esta dignidad, conferida por Dios, pueda degradarse. “Esto sucede cuando negociamos la dignidad, cuando abrazamos la idolatría, cuando damos lugar en nuestro corazón a la experiencia de los ídolos”. Esto nos hace pensar en la fuerza atractiva de las riquezas, señaló el Papa, y el hombre pierde la propia dignidad cuando en su corazón las riquezas toman el lugar de Dios. Antes de concluir su discurso, el Pontífice exhortó a preguntarnos y examinarnos cómo y cuándo no contagiamos dignidad a nuestro prójimo

"CONCORDIA CODICI", MOTU PROPIO DEL PAPA PARA UNA NUEVA ARMONÍA ENTRE CÓDIGO LATINO Y ORIENTAL

Motu Proprio “Concordia Codici”, con la cual renueva la armonía en algunos puntos entre las normas del Código de Derecho Canónico. -

15/09/2016 
  
(RV).- “Los dos Códigos poseen, de una parte, normas comunes, y de la otra, peculiaridades propias, que las hacen recíprocamente autónomas. Es todavía necesario que también exista suficiente concordancia en las normas peculiares”, lo escribe el Papa Francisco en el Motu Proprio “Concordia Codici”, con la cual renueva la armonía en algunos puntos entre las normas del Código de Derecho Canónico.

La Carta Apostólica del Santo Padre, publicada la mañana de este 15 de septiembre, tiene por objeto brindar una disciplina concorde que ofrezca la certeza en el modo del obrar pastoral y modificar algunas normas que no están en perfecta armonía, en particular, en lo que se refiere a las relaciones entre sujetos pertenecientes respectivamente a la Iglesia latina y las Iglesias Orientales. Tales modificaciones se refieren a algunos aspectos del bautismo y del matrimonio, así como también sobre el tema de la irregularidad para recibir las ordenes sagradas.

El incremento de la movilidad de la población “ha determinado la presencia de un notable número de fieles orientales en territorios latinos”. Este hecho ha generado la necesidad de una nueva “armonía” entre las normas del Código de Derecho Canónico y los Cánones de las Iglesias Orientales. En el occidente, mayormente latino, evidencia el Papa, es necesario encontrar “un justo equilibrio entre la tutela del Derecho propio de la minoría oriental y el respeto de la histórica tradición canónica de la mayoría latina”, de tal modo que se pueda evitar “indebidas interferencias y conflictos” y promover la adecuada colaboración entre todos los miembros de la comunidad.

En lo que se refiere al bautismo, se reafirma el criterio de la pertenencia del niño a la Iglesia sui iuris del padre católico y se introduce la obligación de indicar la Iglesia de pertenencia en los registros parroquiales del bautismo. Lo que concierne a un eventual paso a otra Iglesia sui iuris, se establece que, salvo alguna dispensa específica, se hagan en estos casos un acto formal ante la autoridad competente y que el mencionado cambio sea inscrito también en el libro de los registros del bautismo.

Para los matrimonios, se precisa que “sólo el sacerdote” asiste válidamente a la boda entre las partes orientales o entre una parte latina y una parte oriental católica o no católica.

La Respuesta auténtica de hecho establece que también los no católicos deben ser considerados sujetos de esta irregularidad que constituyen prohibición – para quien en el pasado hubiese tenido comportamientos reprochables – de recibir la ordenación diaconal, presbiteral o episcopal, sin la debida dispensa por parte de la Autoridad. En particular se refiere a quien hubiese cometido homicidio o aborto o hubiese mutilado gravemente a alguien o a sí mismo o tratado de suicidarse.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)
 

EL PAPA EN LA CATEQUESIS: «APRENDAMOS DE JESÚS QUE COSA SIGNIFICA VIVIR DE MISERICORDIA»


Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Durante este Jubileo hemos reflexionado muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy, nos detenemos en un pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice – lo hemos escuchado –: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. […] Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-29). La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontraran descanso y alivio. La invitación es dirigida en forma imperativa: «vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí». ¡Tal vez los líderes del mundo pudieran decir esto! Tratemos de coger el significado de estas expresiones.
El primer imperativo es «Vengan a mí». Dirigiéndose a aquellos que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Y así dice, el pasaje de Isaías: «El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (50,4). A estos desconsolados de la vida, el Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los pequeños (Cfr. Mt 18,6). Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida. Una promesa que al final del Evangelio es extendida a todas las naciones: «Vayan – dice Jesús a los Apóstoles – y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas iglesias del mundo; en los hospitales, en las cárceles… ¿Para   qué atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para encontrar la amistad de Jesús, para encontrar el alivio que solo da Jesús. Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone en el seguimiento de Jesús. Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. Y esta misericordia es infinita e inagotable: es grande la misericordia del Señor. Atravesando la Puerta Santa, pues, profesamos «que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos». (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 7).
El segundo imperativo dice: «Tomen mi yugo». En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley. En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el cual la Ley encuentra su pleno cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos que descubrimos la voluntad de Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que el mismo Jesús condena. Podemos leer el capítulo 23 de Mateo, ¿no?. Él está al centro de su relación con Dios, está en el corazón de las relaciones entre los discípulos y se pone como fulcro de la vida de cada uno. Recibiendo el “yugo de Jesús” todo discípulo entra así en comunión con Él y es hecho participe del misterio de su cruz y de su destino de salvación.
Sigue el tercer imperativo: «Aprendan de mí». A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros cargas que Él no lleva: esta era la acusa que Él hacía a los doctores de la ley. Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo es pobre y experimentó los dolores. Para salvar a la humanidad Jesús no ha recorrido un camino fácil; al contrario, su camino ha sido doloroso y difícil. Como lo recuerda la Carta a los Filipenses: «Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2,8). El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él ha llevado antes que ellos: por esto es un yugo ligero. Él se ha cargado sobre sus espaldas los dolores y los pecados de la entera humanidad. Para el discípulo, por lo tanto, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y acogerla: en Él la misericordia de Dios se ha hecho cargo de la pobreza de los hombres, donando así a todos la posibilidad de la salvación. Pero, ¿por qué Jesús es capaz de decir estas cosas? Porque Él se ha hecho todo en todos, cercano a todos, a los pobres. Era un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba todo el día con ellos. Jesús no era un príncipe. Es feo para la Iglesia cuando los pastores se convierten en príncipes, alejados de la gente, alejados de los más pobres: este no es el espíritu de Jesús. A estos pastores Jesús los amonestaba, y sobre estos pastores Jesús decía a la gente: “pero, hagan aquello que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”.
Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Entonces recordémonos  estas palabras del Señor, que nos dan mucha consolación y nos hacen entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio es causado por haber puesto la confianza en cosas que no son esenciales, porque nos hemos alejado de lo que vale realmente en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada. Estamos llamados a aprender de Él que cosa significa vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia. Vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia: vivir de misericordia, es sentirse necesitados de la misericordia de Jesús, aprendamos a ser misericordiosos con los demás. Tener fija la mirada en el Hijo de Dios nos hace entender cuanto camino todavía debemos recorrer; pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber que estamos caminando con Él y no estamos jamás solos. ¡Entonces, animo! No dejémonos quitar la alegría de ser discípulos del Señor. “Pero, padre, yo soy pecador, soy pecadora, ¿Cómo puedo hacer? Déjate mirar por el Señor, abre tu corazón, siente sobre ti su mirada, su misericordia, y tu corazón estará lleno de alegría, de la alegría del perdón, si tú te acercas a pedir el perdón”. No dejémonos robar la esperanza de vivir esta vida junto a Él y con la fuerza de su consolación. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)


14 de septiembre de 2016

PREGÓN AL SANTO CRISTO DE LA LUZ

El domingo, 11 de septiembre, el Rvdo. D. Manuel Cuadrado Martín, Director del Secretariado de Familia y Vida, pregonaba, en su ciudad de Dalías, al Smo. Cristo de la Luz.

Con un “soy un emocionado y gozoso pregonero de mi Dios”, el pregonero invitó a los fieles a realizar una peregrinación virtual profundizando en el significado de la misma. Invitó a sacudir la rutina y las costumbres para poder tener un verdadero encuentro con el Señor.

A través de unas preguntas como: ¿qué buscamos?, ¿a quién buscamos?, nos conduce hasta el encuentro con Jesucristo que es la meta de nuestro caminar, la meta de nuestro peregrinar y que es el rostro de la misericordia del Padre.

Si nos hemos encontrado con Cristo, con el Cristo de la Luz, estamos llamados a ser sus testigos.

Testigos del Cristo de la Luz: «Vosotros sois la Luz del mundo». Los que hemos vivido el encuentro hemos de convertirnos en testigos de la misericordia porque «Cristo no es un bien sólo para nosotros mismos, sino que es el bien más precioso que tenemos que compartir con los demás».

Invitó a no tener miedo de comprometernos en el anuncio de lo experimentado porque Cristo ha vencido al mundo. La victoria de Cristo nace de la Cruz que es el signo más profundo del amor.

Que el Santo Cristo de la Luz nos lance a esta hermosa misión: «Vosotros sois la luz del mundo, irradiarla en todos los ambientes» y entonces todos juntos podremos cantar desde lo más profundo del corazón: «porque marca caminos de amor Dalías se rinde ante la Cruz lanzando al viento su clamor ¡¡Viva el Cristo de la Luz!!»


Para leer el pregón pinchar AQUÍ

13 de septiembre de 2016

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO: VENCER LA INDIFERENCIA, CONSTRUIR LA CULTURA DEL ENCUENTRO

 El encuentro con la ternura de Jesús vence la indiferencia y restituye la dignidad

Trabajemos la cultura del encuentro que venza la cultura de la indiferencia, fue la exhortación del Papa Francisco,  en su homilía de la Misa matutina, en la capilla de la Casa de Santa Marta. Invitó a reflexionar sobre el encuentro de Dios con su pueblo y puso en guardia contra las malas costumbres que nos distraen de escuchar a los demás, incluso en familia.

«Hoy la Palabra de Dios nos hace reflexionar sobre un encuentro», señaló el Santo Padre, con el Evangelio del martes de la XXIV semana del Tiempo Ordinario.  Para luego hacer hincapié en la diferencia que hay entre un encuentro y un mero cruzarse con otro, sin que haya un verdadero encuentro. Cada uno piensa en sus cosas, ve y no mira, oye y no escucha:

«El encuentro es otra cosa. Es lo que el Evangelio nos anuncia hoy: un encuentro. Un encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hijo único vivo y un hijo único muerto. Entre una multitud feliz, porque había encontrado a Jesús y lo seguía, y un grupo de gente llorando, que acompañaba a aquella mujer, que salía por un puerta de la ciudad. Encuentro entre aquella puerta de salida y la puerta de entrada. El redil. Un encuentro que nos hace reflexionar sobre cómo encontrarnos entre nosotros».

En el Evangelio leemos que el Señor sintió una gran compasión. Jesús no hace como hacemos nosotros cuando vamos por la calle y vemos algo triste. Y pensamos ‘qué pena’ y seguimos nuestro caminar. Jesús no pasa de largo, se deja llevar por la compasión. Se acerca a la mujer, la encuentra de verdad y luego hace el milagro. Vemos no sólo la ternura de Jesús, sino también la fecundidad de un encuentro, reiteró el Papa, haciendo hincapié en que «todo encuentro es fecundo»:

«Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro. De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro».

Tras recordar que todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, porque Dios había visitado y encontrado a su pueblo, el Santo Padre dijo que le gusta ver en ello «el encuentro de cada día entre Jesús y su esposa», la Iglesia, que espera su regreso.

También en familia vivamos el verdadero encuentro, escuchémonos los unos a los otros

«Éste es el mensaje de hoy: el encuentro de Jesús con su pueblo», «todos tenemos necesidad de la Palabra de Jesús», tenemos necesidad del encuentro con Él, destacó el Papa, con su aliento a impulsar la cultura del encuentro también en los hogares:

«En la mesa, en familia, cuántas veces se come y se mira la televisión o se escriben mensajes con el teléfono. Cada uno es indiferente a ese encuentro. Tampoco en el núcleo de la sociedad, como es la familia, hay encuentro. Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, como hizo simplemente Jesús. No sólo ver: mirar. No sólo oír: escuchar. No sólo cruzarse: detenerse. No sólo decir ‘qué pena, pobre gente’, sino dejarse llevar por la compasión. Y acercarse, tocar y decir en la lengua en que cada uno sienta en ese momento - la lengua del corazón -  ‘no llores’ y dar al menos una gota de vida».

11 de septiembre de 2016

EL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS: DIOS NOS ESPERA CON LOS BRAZOSABIERTOS, CON SU GRACIA PODEMOS RENACER

Texto completo de las palabras del Pontífice:

Queridos hermanos y hermanos, ¡buenos días!

La liturgia de hoy nos propone el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, considerado el capítulo de la misericordia, que contiene tres parábolas con las cuales Jesús responde a las murmuraciones de los escribas y de los fariseos. Ellos critican su comportamiento y dicen: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos” (v. 2). Con estos tres relatos Jesús quiere hacer entender que Dios Padre es el primero en tener una actitud acogedora y misericordiosa hacia los pecadores. Dios tiene esta actitud. En la primera parábola Dios es presentado como un pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir a la búsqueda de aquella perdida. En la segunda, es comparado con una mujer que perdió una moneda y la busca hasta que la encuentra. En la tercera parábola Dios es imaginado como un padre que acoge al hijo que se había alejado; la figura del padre desvela el corazón de Dios, de Dios misericordioso manifestado en Jesús.

Un elemento común de estas parábolas es aquel expresado por los verbos que significan alegrarse juntos, festejar. No se habla de estar de luto. Se goza, se festeja. El pastor llama a amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido" (v.6); la mujer llama a las amigas y a las vecinas diciendo: "Alégrense conmigo, porque encontré la moneda que se me había perdido" (v. 9); el padre dice al otro hijo: “Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado" (v.32). En las primeras dos parábolas el acento está puesto en la alegría tan incontenible que es necesario compartirla con “amigos y vecinos”. En la tercera parábola, el acento se pone en la fiesta que parte del corazón del padre misericordioso y se expande a toda su casa. ¡Esta fiesta de Dios por aquellos que regresan a Él arrepentidos se entona como nunca con el Año Jubilar que estamos viviendo, como dice el mismo término “Jubileo”! Es decir, júbilo.

Con estas tres parábolas, Jesús nos presenta el rostro verdadero de Dios, un Padre de brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión. La parábola que más conmueve, - a todos - porque manifiesta el infinito amor de Dios, es aquella del padre que estrecha hacia él y abraza al hijo reencontrado. Y lo que impresiona no es tanto la triste historia de un joven que precipita en la degradación sino sus palabras decisivas: “Ahora mismo iré a la casa de mi padre” (v. 18). El camino de regreso a casa es el camino de la esperanza y de la vida nueva. Dios espera siempre nuestro ponernos en viaje, nos espera con paciencia, nos mira cuando estamos lejanos, nos viene al encuentro, nos abraza, nos besa, nos perdona. ¡Así es Dios! ¡Así es nuestro Padre! Y su perdón cancela el pasado y nos regenera en el amor. Olvida el pasado: y ésta es la debilidad de Dios. Cuando nos abraza y nos perdona, pierde la memoria. ¡No tiene memoria! Olvida el pasado. Cuando nosotros pecadores nos convertimos y nos hacemos encontrar por Dios, no nos esperan reproches y durezas, porque Dios salva, vuelve a recibirnos en casa con alegría y festeja. Jesús mismo en el Evangelio de hoy, dice así: “Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta más que por  99 justos que no tienen necesidad de conversión”. Y les hago una pregunta:

¿Alguna vez han pensado que cada vez que nos acercamos al confesionario, hay alegría y fiesta en el cielo? ¿Han pensado esto? ¡Es hermoso!

Esto nos infunde gran esperanza porque no hay pecado en el que hayamos caído del cual, con la gracia de Dios, no podemos renacer; no hay una persona irrecuperable: ¡nadie es irrecuperable! Porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, ¡aun cuando pecamos!

La Virgen María, Refugio de los pecadores, haga nacer en nuestros corazones la confianza que se encendió en el corazón del hijo pródigo: “Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti” (v. 18). Por este camino, podemos dar alegría a Dios, y su alegría puede volverse su fiesta y la nuestra.


EL PAPA ALIENTA A LOS PEREGRINOS DEL MUNDO: NADA NOS IMPIDA SER AMIGOS DE JESÚS Y TESTIMONIAR LA MISERICORDIA

RV).- Acerquémonos sin temor a Jesús, acogiendo su gracia para que sane nuestras heridas, nos reconcilie con nuestros hermanos y renueve nuestras vidas en la paz y en la alegría de los hijos de Dios. Fue la exhortación del Papa Francisco a los peregrinos de tantas partes del mundo,  en su audiencia jubilar del sábado 10 de septiembre.

Reiterando y sintetizando su catequesis central en italiano, sobre «Misericordia y Redención» el Obispo de Roma alentó a los peregrinos jubilares a testimoniar el don que recibimos de Cristo: la verdadera libertad, que nos hace hijos de Dios. El don de la redención y de la vida nueva en el Señor:

«Hermanos y hermanas, la audiencia jubilar de hoy nos recuerda que no estamos solos en nuestras dificultades, en nuestras angustias y  dolores.  A nuestro lado está siempre Dios Redentor, que nos fortalece y nos sostiene con su Palabra; nos libera del pecado; nos levanta y eleva hacia Él y nos conduce a una vida nueva. ¡Tengamos confianza siempre en su misericordia!
Les deseo que nada ni nadie les pueda impedir vivir y crecer en la amistad de Dios. Dejen más bien que su amor los regenere como hijos y los reconcilie con Él y con los hermanos».

Con su cordial bienvenida, el Santo Padre dirigió un saludo especial a los participantes en dos peregrinaciones nacionales, la de la República Checa y la de Rumanía.

A la primera, encabezada por el Cardenal Vlk, agradeció la imagen que le donaron de Santa Inés de Bohemia, alentó a poner en práctica las obras de misericordia y pidió también que lleven el saludo del Papa a sus compatriotas:

«Queridos hermanos y hermanas, les deseo que vivan con fe este Jubileo, redescubriendo la belleza de cumplir las obras de misericordia, manifestación concreta del amor de Dios para cada uno de sus hijos. Lleven mi saludo a sus connacionales y, al tiempo que les pido que sigan rezando por mí, imparto de corazón la Bendición Apostólica a ustedes y a sus familias ¡alabado sea Jesucristo!»

En las palabras del Papa a los peregrinos rumanos, su exhortación a las obras de misericordia y a la unidad de los cristianos, a ser signos visibles de que Dios nunca quiere dejar a nadie solo y necesitado:

«Queridos hermanos y hermanas, obrar la misericordia quiere decir servir a la vida y a la comunión. Cada uno de nosotros puede ser levadura de vida e instrumento de comunión en su propia familia, en su trabajo, en su parroquia y en los grupos a los que pertenece. Los invito a ser,  en su día a día, un signo visible de la misericordia de Dios, que no quiere dejar a nadie en la soledad y en la necesidad. Fortalecidos con la oración y las obras de caridad, vayamos adelante juntos, con todos los cristianos, por el camino hacia la unidad. Los bendigo de corazón a ustedes y a sus familias. Cuento con sus oraciones ¡Alabado sea Jesucristo!»

Con especial emoción, el Santo Padre saludó al grupo del Servicio Nacional italiano de la Protección Civil, que no pudo estar presente para «proseguir la preciosa obra de socorro y asistencia a las poblaciones asoladas por el terremoto del pasado 24 de agosto». Y agradeció de corazón su dedicación y generosa ayuda.

A todos deseó el Papa Francisco que el pasar por la Puerta Santa suscite en cada uno el anhelo de ser cada vez más testimonios de misericordia, impulsando así la fe y el espíritu misionero en sus comunidades. Y después de expresar a los participantes en el Jubileo de las Universidades y de los Centros de investigación su anhelo de que «la enseñanza sea rica de valores, para formar a personas que sepan hacer fructificar los talentos que Dios les ha donado», resonó la invitación a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, a invocar los Nombres de Jesús y de María:

«Exhorto a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados a invocar con especial intensidad los Nombres de Jesús y de María para que nos enseñen a amar plenamente a Dios y al prójimo».
(CdM – RV)  

Homilía del Papa: evangelizar no es una función, es testimonio de vida

 
RV).- No hay que reducir la evangelización a un irse de paseo, a un funcionalismo, ni a un proselitismo. Es la advertencia del Papa Francisco en su homilía matutina en la Santa Misa, en Capilla de la Casa de Santa Marta. Subrayando la importancia del testimonio de vida, puso en guardia contra la tentación de intentar convencer con las palabras.

Con la primera lectura, de la Carta de San Pablo a los Corintios, el Obispo de Roma reflexionó sobre qué significa dar testimonio de Cristo. Empezando por lo que no quiere decir evangelizar: reducir la evangelización a una función.

Evangelizar no es una vanagloria, ni un mero funcionalismo
Lamentando que aun hoy hay cristianos que viven el servicio como una función, el Papa señaló que hay laicos y sacerdotes que se vanaglorian por lo que hacen:

«Vanagloriarse… me vanaglorio… Es reducir el Evangelio a una función o a una vanagloria: voy a evangelizar y llevo a la Iglesia a tantos… Hacer proselitismo: esto también es vanagloria. Evangelizar no es hacer proselitismo. Es decir, evangelizar no es irse de paseo, ni reducir el Evangelio a una función, ni hacer proselitismo. Es lo que nos dice Pablo aquí: ‘no lo hago para gloriarme’ – y añade-  ‘al contrario, es para mí una necesidad imperiosa’. Un cristiano tiene la obligación, con esta fuerza, como una necesidad, de llevar el nombre de Jesús, desde su mismo corazón».

Reiterando que anunciar el Evangelio no puede ser vanagloria, sino como nos exhorta San Pablo, una ‘obligación’, el Papa habló del ‘estilo’ de la evangelización… ¿Cómo estar seguros de que no sea un simple paseo, de que no sea hacer proselitismo y de que no se reduzca la evangelización a un funcionalismo? La respuesta está – afirmo el Santo Padre – en que el estilo sea el ‘hacerse todo para todos’. El estilo es ir y compartir la vida de los demás, acompañar en el camino de la fe, hacer crecer en el camino de la fe».

Evangelizar es dar testimonio, sin demasiadas palabras
Tenemos que ponernos en la condición del otro: ‘si está enfermo, acercarme, no atosigarlo con argumentos’. Acercarse, asistir, ayudar. Se evangeliza con la actitud de la misericordia y con el testimonio de nuestra vida. En este contexto, el Papa recordó una pregunta que le planteó un chico en el almuerzo con los jóvenes en la JMJ de Cracovia: le preguntó qué le puede decir a un amigo ateo:

«¡Qué buena pregunta! Todos conocemos a personas que se alejaron de la Iglesia: ¿qué les tenemos que decir? Yo le respondí: ‘¡escucha, la última cosa que tienes que hacer es decirle algo!’ Empieza a hacer y él verá lo que haces y te preguntará. Y cuando te pregunte tú dile…’ 

Evangelizar es dar testimonio: yo vivo así, porque creo en Jesucristo. Despierto en ti la curiosidad de una pregunta… ¿por qué haces eso? Porque creo en Jesucristo y anuncio a Jesucristo, no sólo con la Palabra – se debe anunciar con la Palabra - sino también con mi vida».

Anunciar a Cristo es vivir la fe, donando gratuitamente el amor de Dios
En el día de la memoria litúrgica de San Pedro Claver, el Papa evocó su apostolado misionero: fue a anunciar el Evangelio, compartiendo su vida con los ‘descartados’ de ese tiempo, con los esclavos, los negros, que llegaban desde África para ser vendidos:

«Este hombre no se fue de paseo diciendo que evangelizaba. No redujo la evangelización a un funcionalismo, tampoco a un proselitismo. ¡Anunció a Jesucristo con los gestos, hablando con los esclavos, viviendo con ellos, viviendo como ellos! ¡Y como él hay tantos en la Iglesia! Tantos que se anonadan a sí mismos para anunciar a Jesucristo. También todos nosotros, hermanos y hermanas, tenemos la obligación de evangelizar, que no quiere decir llamar a la puerta del vecino, de la vecina,  decir: ¡Cristo ha resucitado!’. Es vivir la fe, es hablar con mansedumbre, con amor, sin querer convencer a nadie, sino gratuitamente. Es dar gratis lo que Dios me ha dado gratis a mí: esto es evangelizar»
(CdM – RV)

Audiencia Jubilar. Texto completo de la catequesis del Papa

Queridos  hermanos y hermanas, buenos días!

El pasaje bíblico que hemos escuchado nos habla de la misericordia de Dios que se lleva a cabo en la Redención, ósea en la salvación que nos ha sido donada con la sangre de su Hijo Jesús (cfr 1 Pt 1,18-21).  La palabra “redención” es usada poco, no obstante es fundamental porque indica la más radical liberación que Dios podía cumplir para nosotros, para toda la humanidad y para la entera creación. Pareciera que el hombre de hoy no amase más pensar en ser liberado y salvado por la intervención de Dios; el hombre de hoy se ilusiona de hecho con la propia libertad como una fuerza para obtener todo. También hace alarde de esto. Pero en realidad no es así. ¡Cuántas ilusiones son vendidas bajo el pretexto de la libertad y cuántas nuevas esclavitudes se crean en nuestros días en nombre de una falsa libertad! Tantos esclavos, tantos…  “hago esto porque quiero, tomo drogas porque me gusta, soy libre, o hago otras cosas … ” ¡Son esclavos! Se convierten en esclavos en nombre de la libertad. Todos hemos visto ese tipo de personas, que después terminan por los suelos. Tenemos necesidad que Dios nos libre de toda forma de indiferencia, de egoísmo y de autosuficiencia.

Las palabras del apóstol Pedro expresan muy bien el sentido del nuevo estado de vida al que estamos llamados. Haciéndose uno de nosotros, el Señor Jesús no solamente asume nuestra condición humana, sino que nos eleva a la posibilidad de ser hijos de Dios. Con su muerte y resurrección Jesucristo, Cordero sin mancha, ha vencido a la muerte y al pecado para liberarnos  de su dominación.  Él es el Cordero que ha sido  sacrificado por nosotros, para que pudiésemos recibir una vida nueva hecha de perdón, de amor y de alegría. Tres palabras hermosas: perdón, amor y alegría. Todo aquello que Él ha asumido ha sido también redimido, librado y salvado. Cierto, es verdad que la vida nos pone pruebas y a veces sufrimos por esto. Sin embargo, en esos momentos estamos invitados a dirigir la mirada hacia Jesús crucificado que sufre por nosotros y con nosotros, como prueba cierta que Dios no nos abandona. De todas maneras, jamás olvidemos, que en las angustias y en las persecuciones, así como en los dolores cotidianos, somos siempre liberados por la mano misericordiosa de Dios que nos eleva hacia Él y nos conduce a una vida nueva.

El amor de Dios no tiene confines: podemos descubrir signos siempre nuevos que indican su atención hacia nosotros y sobre todo su voluntad de alcanzarnos y de adelantarnos. Toda nuestra vida,  si bien marcada por la fragilidad del pecado, está colocada bajo la mirada de Dios que nos ama. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura nos hablan de la presencia, de la cercanía y de la ternura de Dios por cada hombre, especialmente por los pequeños, los pobres y los tribulados!  ¡Dios tiene una gran ternura, un gran amor por los pequeños, por los más débiles, por los descartados de la sociedad! Mientras más nos encontramos en la necesidad, su mirada sobre nosotros se llena de más misericordia. Él prueba una piadosa compasión por nosotros porque conoce nuestras debilidades. Conoce nuestros pecados y nos perdona; ¡siempre  perdona! ¡Nuestro Padre es tan bueno!

Por eso, queridos hermanos y hermanas, ¡abrámonos a Él,  acojamos su gracia! Porque, como dice el Salmo, «con el Señor está la misericordia / y grande es con él la redención» (130,7).   ¿Han  escuchado bien?  “Con el Señor está la misericordia / y grande es con él la redención”. Repitamos todos juntos: “Con el Señor está la misericordia / y grande es con él la redención”. Otra vez: “Con el Señor está la misericordia / y grande es con él la redención”. Gracias.

Traducción del italiano: Raúl Cabrera, Radio Vaticano

8 de septiembre de 2016

EL PAPA AVALA UNA INTERPRETACIÓN DE LOS OBISPOS DE BUENOS AIRES SOBRE LA AMORIS LAETITIA COMO LA ÚNICA POSIBLE

Los obispos de la Región de Buenos Aires (Argentina), han enviado a sus sacerdotes el comunicado «Criterios básicos para la aplicación del capítulo VIII de Amoris laetitia», en el que se aborda el acceso a los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía por parte de los divorciados vueltos a casar. El documento fue a su vez dirigido al papa Francisco que, en respuesta, ha enviado una carta en la que asegura que el texto de los prelados argentinos «explicita cabalmente el capítulo VIII de Amoris laetitia. No hay otras interpretaciones».
A continuación el texto de los obispos de la región de Buenos Aires y la respuesta del Santo Padre
CRITERIOS BÁSICOS PARA LA APLICACIÓN DEL CAPÍTULO VIII DE AMORIS LAETITIA
Región pastoral Buenos Aires
Estimados sacerdotes:
Recibimos con alegría la exhortación Amoris laetitia, que nos llama ante todo a hacer crecer el amor de los esposos y a motivar a los jóvenes para que opten por el matrimonio y la familia. Esos son los grandes temas que nunca deberían descuidarse ni quedar opacados por otras cuestiones. Francisco ha abierto varias puertas en la pastoral familiar y estamos llamados a aprovechar este tiempo de misericordia, para asumir como Iglesia
Ahora nos detendremos sólo en el capítulo VIII, dado que hace referencia a «orientaciones del Obispo» (300) en orden a discernir sobre el posible acceso a los sacramentos de algunos «divorciados en nueva unión». Creemos conveniente, como Obispos de una misma Región pastoral, acordar algunos criterios mínimos. Los ofrecemos sin perjuicio de la autoridad que cada Obispo tiene en su propia Diócesis para precisarlos, completarlos o acotarlos.
1) En primer lugar recordamos que no conviene hablar de «permisos» para acceder a los sacramentos, sino de un proceso de discernimiento acompañado por un pastor. Es un discernimiento «personal y pastoral» (300).
2) En este camino, el pastor debería acentuar el anuncio fundamental, el kerygma, que estimule o renueve el encuentro personal con Jesucristo vivo (cf. 58).
3) El acompañamiento pastoral es un ejercicio de la «via caritatis». Es una invitación a seguir «el camino de jesús, el de Ja misericordia y de la integración» (296). Este itinerario reclama la caridad pastoral del sacerdote que acoge al penitente, lo escucha atentamente y le muestra el rostro materno de la Iglesia, a la vez que acepta su recta intención y su buen propósito de colocar la vida entera a la luz del Evangelio y de practicar la caridad (cf. 306).
4) Este camino no acaba necesariamente en los sacramentos, sino que puede orientarse a otras formas de integrarse más en la vida de la Iglesia: una mayor presencia en la comunidad, la participación en grupos de oración o reflexión, el compromiso en diversos servicios eclesiales, etc. (cf. 299).
5) Cuando las circunstancias concretas de una pareja lo hagan factible, especialmente cuando ambos sean cristianos con un camino de fe, se puede proponer el empeño de vivir en continencia. Amoris laetitia no ignora las dificultades de esta opción (cf. nota 329) y deja abierta la posibilidad de acceder al sacramento de la Reconciliación cuando se falle en ese propósito (cf. nota 364, según la enseñanza de san Juan Pablo 11 al Cardenal W. Baum, del 22/03/1996).
6) En otras circunstancias más complejas, y cuando no se pudo obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no ser de hecho factible. No obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris laetítía abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351). Estos a su vez disponen a la persona a seguir madurando y creciendo con la fuerza de la gracia.
7) Pero hay que evitar entender esta posibilidad como un acceso irrestricto a los sacramentos, o como si cualquier situación lo justificara. Lo que se propone es un discernimiento que distinga adecuadamente cada caso. Por ejemplo, especial cuidado requiere «una nueva unión que viene de un reciente divorcio» o «la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares» (298). También cuando hay una suerte de apología o de ostentación de la propia situación «como si fuese parte del ideal cristiano» (297). En estos casos más difíciles, los pastores debemos acompañar con paciencia procurando algún camino de integración (cf. 297, 299).
8) Siempre es importante orientar a las personas a ponerse con su conciencia ante Dios, y para ello es útil el «examen de conciencia» que propone Amoris /aetitia 300, especialmente en lo que se refiere a «cómo se han comportado con sus hijos» o con el cónyuge abandonado. Cuando hubo injusticias no resueltas, el acceso a los sacramentos es particularmente escandaloso.
9) Puede ser conveniente que un eventual acceso a los sacramentos se realice de manera reservada, sobre todo cuando se prevean situaciones conflictivas. Pero al mismo tiempo no hay que dejar de acompañar a la comunidad para que crezca en un espíritu de comprensión y de acogida, sin que ello implique crear confusiones en la enseñanza de la Iglesia acerca del matrimonio indisoluble. La comunidad es instrumento de la misericordia que es «inmerecida, incondicional y gratuita» (297).
10) El discernimiento no se cierra, porque «es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena» (303), según la «ley de gradualidad» (295) y confiando en la ayuda de la gracia.
Somos ante todo pastores. Por eso queremos acoger estas palabras del Papa: «Invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia» (312).
Con afecto en Cristo.
Los Obispos de la Región
05 de septiembre de 2016

CARTA DEL PAPA FRANCISCO EN RESPALDO A LOS CRITERIOS DE APLICACIÓN DEL CAPÍTULO VIII DE «AMORIS LAETITIA»

Vatícano, 5 de septiembre de 2016
Mons. Sergío Alfredo Fenoy
Delegado de la Regíón Pastoral Buenos Aires
Querido hermano:
Recibí el escrito de la Región Pastoral Buenos Aires «Criterios básicos para la aplicación del capítulo VIII de Amoris laetítia». Muchas gracias por habérmelo enviado; y los felicito por el trabajo que se han tomado: un verdadero ejemplo de acompañamiento a los sacerdotes... y todos sabemos cuánto es necesaria esta cercanía del obispo con su clero y del clero con el obispo. El prójimo «más prójimo» del obispo es el sacerdote, y el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo comienza para nosotros obispos precisamente con nuestros curas.
El escrito es muy bueno y explícita cabalmente el sentido del capítulo VIII de Amoris laetitia . No hay otras interpretaciones. Y estoy seguro de que hará mucho bien. Que el Señor les retribuya este esfuerzo de caridad pastoral.
Y es precisamente la caridad pastoral la que nos mueve a salir para encontrar a los alejados y, una vez encontrados, a iniciar un camino de acogida, acompañamiento, discernimiento e integración en la comunidad eclesial. Sabemos que esto es fatigoso, se trata de una pastoral «cuerpo a cuerpo» no satisfecha con mediaciones programáticas, organizativas o legales, si bien necesarias. Simplemente acoger, acompañar, discernir, integrar. De estas cuatro actitudes pastorales, la menos cultivada y practicada es el discernimiento; y considero urgente la formación en el discernimiento, personal y comunitario, en nuestros Seminarios y Presbiterios.
Finalmente quisiera recordar que Amoris laetitia fue el fruto del trabajo y la oración de toda la Iglesia, con la mediación de dos Sínodos y del Papa. Por ello les recomiendo una catequesis completa de la Exhortación que ciertamente ayudará al crecimiento, consolidación y santidad de la familia.
Nuevamente les agradezco el trabajo hecho y los animo a seguir adelante, en las diversas comunidades de las diócesis, con el estudio y la catequesis de Amoris laetitia.
Por favor, no se olviden de rezar y hacer rezar por mí.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,

Francisco
Fuente: InfoCatólica