«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


31 de enero de 2017

EL PAPA EN EL ÁNGELUS: «LAS BIENAVENTURANZAS: CAMINO HACIA EL REINO DE DIOS»,


Texto  completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas (Cfr. Mt 5,1-12a), que abren el gran discurso llamado el “de la montaña”, la “magna charta” del Nuevo Testamento. Jesús manifiesta la voluntad de Dios de llevar a los hombres a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y los libera de cuantos los maltratan. Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el término “bienaventurados”, es decir, felices; prosigue con la indicación de la condición para ser ello; y concluye haciendo una promesa. El motivo de la bienaventuranza, es decir, de la felicidad, no está en la condición pedida – «pobres de espíritu», «afligidos», «los que tienen hambre y sed de justicia», «perseguidos»… – sino en la sucesiva promesa, de recibirlo con fe como don de Dios. Se parte de la condición de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, el «reino» anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida de seguimiento del Señor, por la cual la realidad de dificultad y de aflicción es vista en una perspectiva nueva y experimentada según la conversión que se actúa. No se es bienaventurado si no se ha convertido, en grado de apreciar y vivir los dones de Dios.
Me detengo en la primera bienaventuranza: «Felices los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (v. 4). El pobre de espíritu es aquel que ha asumido los sentimientos y las actitudes de los pobres que en su condición no se rebelan, sino saben ser humildes, dóciles, disponibles a la gracia de Dios. La felicidad de los pobres – de los pobres de espíritu – tiene una doble dimensión: en relación a los bienes y en relación a Dios. En relación a los bienes, a los bienes materiales, esta pobreza de espíritu es sobriedad: no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día la maravilla por la bondad de las cosas, sin opacarse en el consumo voraz. Más tengo, más quiero; más tengo, más quiero: este es el consumo voraz. Y esto mata el alma. Y el hombre o la mujer que hacen esto, que tienen esta actitud “más tengo, más quiero”, no son felices y no llegaran a la felicidad. En relación a Dios es alabanza y reconocimiento que el mundo es bendición y que en su origen está el amor creador del Padre. Pero es también apertura a Él, docilidad a su señoría: ¡Él es el Señor, es Él el grande, yo no soy grande porque tengo muchas cosas! Es Él el que ha querido el mundo para todos los hombres y lo ha querido para que los hombres sean felices.
El pobre de espíritu es el cristiano que no confía en sí mismo, en sus riquezas materiales, no se obstina en sus propias opiniones, sino escucha con respeto y sigue con gusto las decisiones de los demás. ¡Si en nuestras comunidades existieran más pobres de espíritu, existirían menos divisiones, contrastes y polémicas! La humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia en las comunidades cristianas. Los pobres, en este sentido evangélico, se presentan como aquellos que tienen despierta la meta del Reino de los cielos, haciendo entrever que éste es anticipado en germen en la comunidad fraterna, que prefiere el compartir al poseer. Esto quisiera subrayarlo: preferir el compartir al poseer. Siempre tener el corazón y las manos así, no así. Cuando el corazón es así, es un corazón cerrado: que ni siquiera sabe cómo amar. Cuando el corazón es así, va por el camino del amor.

La Virgen María, modelo y primicia de los pobres de espíritu porque totalmente dócil a la voluntad del Señor, nos ayude a abandonarnos a Dios, rico en misericordia, para que nos colme de sus dones, especialmente de la abundancia de su perdón.

27 de enero de 2017

PAPA FRANCISCO EN SANTA MARTA: EL MIEDO A TODO, EL PECADO QUE PARALIZA AL CRISTIANO

(RV).- Que Dios nos libre del pecado que nos paraliza como cristianos: la pusilanimidad, el tener miedo de todo, que no nos permite tener memoria, esperanza, coraje y paciencia. Es, en síntesis, cuanto afirmó el Santo Padre durante la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
La Carta a los Hebreos propuesta por la liturgia del día – afirmó el Papa Francisco – exhorta a vivir la vida cristiana con tres puntos de referencia: el pasado, el presente y el futuro. Ante todo nos invita a hacer memoria, porque “la vida cristiana no comienza hoy: continúa hoy”. Hacer memoria es “recordar todo”: las cosas buenas y las menos buenas, es poner mi historia “ante Dios”, sin cubrirla o esconderla:
“‘Hermanos, recuerden los primeros tiempos’: los días del entusiasmo, de ir adelante en la fe, cuando se comenzó a vivir la fe, la pruebas sufridas… No se comprende la vida cristiana, incluso la vida espiritual de cada día, sin memoria. No sólo no se comprende: no se puede vivir cristianamente sin memoria. La memoria de la salvación de Dios en mi vida, la memoria de los problemas de mi vida. Pero, ¿cómo me ha salvado el Señor de estos líos? La memoria es una gracia: una gracia que hay que pedir. ‘Señor, que yo no olvide tu paso en mi vida, que yo no olvide los buenos momentos, también los feos; las alegrías y las cruces’. Pero el cristiano es un hombre de memoria”.
Vivir con la esperanza de encontrar a Jesús
Después el autor de la Carta nos hace entender que “estamos en camino, en espera de algo” – dijo el Papa Bergoglio – en espera de “llegar a un punto: un encuentro; encontrar al Señor”. “Y nos exhorta a vivir con fe”:
“La esperanza: mirar al futuro. Así como no se puede vivir una vida cristiana sin la memoria de los pasos dados, no se puede vivir una vida cristiana sin mirar al futuro con la esperanza del encuentro con el Señor. Y Él dice una frase bella: ‘Todavía un poco…’. ¡La vida es un soplo, eh! Pasa. Cuando uno es joven, piensa que tiene tanto tiempo por delante, pero después la vida nos enseña aquella palabra que decimos todos: ‘¡Cómo pasa el tiempo! A éste lo conocí de niño, ¡ahora se casa! ¡Cómo pasa el tiempo!’. Pasa rápido. Pero la esperanza de encontrarlo es una vida en tensión, entre la memoria y la esperanza, el pasado y el futuro”.
Vivir el presente con coraje y paciencia
En fin la Carta a los Hebreos invita a vivir el presente, “tantas veces doloroso y triste”, con “coraje y paciencia”: es decir, con franqueza, sin vergüenza y soportando las vicisitudes de la vida, llevando todo sobre los hombros. “Somos pecadores – dijo Francisco – todos lo somos. Pero vayamos adelante con coraje y con paciencia. No nos quedemos ahí, detenidos, porque esto no nos hará crecer”.
El pecado que paraliza al cristiano: la pusilanimidad
Por último, el Pontífice comentó que el autor de la Carta a los Hebreos exhorta a no cometer el pecado que no nos hace tener memoria, esperanza, coraje y paciencia: la pusilanimidad.
“‘No correr el riesgo, por favor, no… la prudencia…’. Los mandamientos, todos, todos… Sí, es verdad, pero esto te paraliza también, te hace olvidar las tantas gracias recibidas, te quieta la memoria, te quita la esperanza porque no te deja ir. Y el presente de un cristiano, de una cristiana así es como cuando uno va por la calle y viene una lluvia inesperada y el vestido no es tan bueno y se encoge la tela… Almas estrechas… ésta es la pusilanimidad: éste es el pecado contra la memoria, el coraje, la paciencia y la esperanza. Que el Señor nos haga crecer en la memoria, nos haga crecer en la esperanza, nos dé cada día coraje y paciencia y nos libere de esa cosa que es la pusilanimidad, tener miedo de todo… Almas restringidas para conservarse. Y Jesús dice: ‘El que quiera conservar su propia vida, la pierde’”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).


25 de enero de 2017

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: «JUDIT NOS INDICA EL CAMINO DE LA CONFIANZA, LA ORACIÓN Y LA OBEDIENCIA»

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre las figuras de las mujeres que el Antiguo Testamento nos presenta, resalta aquella de una gran heroína del pueblo: Judit. El Libro bíblico que lleva su nombre narra la grandiosa campaña militar del rey Nabucodonosor, el cual, reinando en Nínive, expande los límites del imperio derrotando y conquistando a todos los pueblos de su alrededor. El lector entiende que se encuentra ante un gran e invencible enemigo que está sembrando muerte y destrucción y que llega hasta la Tierra Prometida, poniendo en peligro la vida de los hijos de Israel.
El ejército de Nabucodonosor, de hecho, bajo la guía del general Holofernes, sitió una ciudad de Judea, Betulia, cortando las reservas de agua y debilitando así la resistencia de la población.
La situación se vuelve dramática, al punto que los habitantes de la ciudad se dirigen a los ancianos pidiendo rendirse ante los enemigos. Sus palabras son desesperadas: «Ya no hay nadie que pueda auxiliarnos, porque Dios nos ha puesto en manos de esa gente para que desfallezcamos de sed ante sus ojos y seamos totalmente destruidos. Han llegado a decir esto: “Dios nos ha abandonado”; la desesperación era grande en esa gente. Llámenlos ahora mismo y entreguen la ciudad como botín a Holofernes y a todo su ejército» (Jdt 7,25-26). El fin parece inevitable, la capacidad de confiar en Dios se ha terminado – la capacidad de confiar en Dios se ha terminado. Y cuantas veces nosotros llegamos a situaciones extremas donde no sentimos ni siquiera la capacidad de tener confianza en el Señor. Es una fea tentación. Y, paradójicamente, parece que, para huir de la muerte, no queda más que entregarse en manos de quien asesina. Ellos saben que estos soldados entraran a saquear la ciudad, a tomar a las mujeres como esclavas y luego matar a todos los demás. Esto es justamente “lo extremo”.
Y ante tanta desesperación, el jefe del pueblo intenta proponer un motivo de esperanza: resistir todavía cinco días, esperando la intervención salvífica de Dios. Pero es una esperanza débil, que les hace concluir: «Si transcurridos estos días, no nos llega ningún auxilio, entonces obraré como ustedes dicen» (7,31). Pobre hombre: no tenía salida. Cinco días les son concedidos a Dios – y está aquí el pecado – cinco días les son concedidos a Dios para intervenir; cinco días de espera, pero ya con la perspectiva del final. Conceden cinco días a Dios para salvarlos, pero saben que no tienen confianza, esperan lo peor. En realidad, ninguno más, entre el pueblo, es todavía capaz de esperar. Estaban desesperados.
Es en esta situación que aparece en escena Judit. Viuda, mujer de gran belleza y sabiduría, ella habla al pueblo con el lenguaje de la fe. Valiente, reprocha en la cara al pueblo diciendo: «Ustedes ponen a prueba al Señor todopoderoso, […]. No, hermanos; cuídense de provocar la ira del Señor, nuestro Dios. Porque si él no quiere venir a ayudarnos en el término de cinco días, tiene poder para protegernos cuando él quiera o para destruirnos ante nuestros enemigos. […]. Por lo tanto, invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y él nos escuchará si esa es su voluntad» (8,13.14-15.17). Es el lenguaje de la esperanza. Toquemos la puerta del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. Esta mujer, viuda, arriesga de quedar mal ante los demás. ¡Pero es valiente! ¡Va adelante! Esta es mi opinión: las mujeres son más valientes que los hombres.
Y con la fuerza de un profeta, Judit convoca a los hombres de su pueblo para conducirlos a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y del miedo que lo hace aún más limitado. Dios actuará ciertamente – ella lo afirma – mientras la propuesta de los cinco días de espera es un modo para tentarlo y para someterse a su voluntad. El Señor es Dios de salvación – y ella lo cree –, cualquier forma esa tome. Es salvación librar de los enemigos y hacer vivir, pero, en sus planes impenetrables, puede ser salvación también entregar a la muerte. Mujer de fe, ella lo sabe. Luego conocemos el final, como terminó la historia: Dios salva.
Queridos hermanos y hermanas, no pongamos jamás condiciones a Dios y dejemos en cambio que la esperanza venza nuestros temores. Confiar en Dios quiere decir entrar en sus designios sin ninguna pretensión, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de modos distintos a nuestras expectativas. Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afectos, felicidad; y es justo hacerlo, pero con la conciencia que Dios sabe traer vida también de la muerte, que se puede experimentar la paz también en la enfermedad, y que puede haber serenidad también en la soledad y alegría también en el llanto. No somos nosotros los que podemos enseñar a Dios aquello que debe hacer, de lo que nosotros tenemos necesidad. Él lo sabe mejor que nosotros, y debemos confiar, porque sus vías y sus pensamientos son distintos a los nuestros.
El camino que Judit nos indica es aquel de la confianza, de la espera en la paz, de la oración y de la obediencia. Es el camino de la esperanza. Sin fáciles resignaciones, haciendo todo lo que está en nuestras posibilidades, pero siempre permaneciendo en el surco de la voluntad del Señor, porque – lo sabemos – ha orado mucho, ha hablado al pueblo y después, valiente, se ha ido, ha buscado el modo para acercarse al jefe del ejército y ha logrado cortarle la cabeza, decapitarlo. Es valiente en la fe y en las obras. Y busca siempre al Señor. Judit, de hecho, tiene un plan, lo actúa con suceso y lleva al pueblo a la victoria, pero siempre en la actitud de fe de quien todo acepta de la mano de Dios, segura de su bondad.
Así, una mujer llena de fe y de valentía devuelve la fuerza a su pueblo en peligro mortal y lo conduce sobre la vía de la esperanza, indicándolo también a nosotros. Y nosotros, si hacemos un poco de memoria, cuántas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes, de personas humildes, de mujeres humildes que uno piensa que – sin despreciarlas – fueran ignorantes. Pero son palabras de la sabiduría de Dios. Las palabras de las abuelas. Cuantas veces las abuelas saben decir la palabra justa, la palabra de esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido mucho, se han encomendado a Dios y el Señor les da este don de darnos consejos de esperanza. Y, recorriendo esas vías, será alegría y luz pascual encomendarse al Señor con las palabras de Jesús:  «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Y esta es la oración de la sabiduría, de la confianza y de la esperanza.

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

24 de enero de 2017

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 51 JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

«No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5) 
Comunicar esperanza y confianza en nuestros tiempos
Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).
Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.
Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.
Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».
La buena noticia
La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta.  Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?
Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.
Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.
La confianza en la semilla del Reino
Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes más que los conceptos las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4,26-27).
El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.
Los horizontes del Espíritu   
La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).
La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.
Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.
Vaticano, 24 de enero de 2017
Francisco


EL PAPA FRANCISCO EN SU HOMILÍA: DEJÉMONOS PERDONAR POR DIOS

 (RV).- Las grandes maravillas del sacerdocio de Cristo que se ha ofrecido a sí mismo, una vez para siempre, por el perdón de los pecados, ahora intercede por nosotros ante el Padre y volverá para llevarnos con Él. Son las tres etapas del sacerdocio de Cristo que el Pontífice puso de manifiesto en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Pero Francisco advirtió que existe “la blasfemia imperdonable” contra el Espíritu Santo.
El sacerdocio de Cristo estuvo en el centro de las meditaciones del Papa Bergoglio. Su reflexión comenzó a partir de la Primera Lectura del día, tomada de la Carta a los Hebreos, que se refiere a Cristo Mediador de la Alianza que Dios hace con los hombres. Jesús es el Sumo Sacerdote. Y el sacerdocio de Cristo es la gran maravilla, la más grande de las maravillas, que nos hace cantar un canto nuevo al Señor, como dice el Salmo responsorial.
Las tres etapas del sacerdocio de Cristo
El Santo Padre explicó que el sacerdocio de Cristo se desarrolla en tres momentos. El primero es la Redención: mientras los sacerdotes de la Antigua Alianza debían ofrecer sacrificios cada año, “Cristo se ofreció a sí mismo, una vez para siempre, por el perdón de los pecados”. Con esta maravilla – dijo el Papa – “nos ha llevado al Padre”, “ha re-creado la armonía de la creación”.
La segunda maravilla es la que el Señor hace ahora, es decir, reza por nosotros. “Mientras nosotros rezamos aquí, Él reza por nosotros”, “por cada uno de nosotros”, subrayó Francisco: “Ahora – dijo – vivo ante el Padre, intercede”, para que la fe no decaiga. En efecto – añadió – “cuántas veces se pide a los sacerdotes que recen porque sabemos que la oración del sacerdote tiene cierta fuerza, precisamente en el sacrificio de la Misa”.
La tercera maravilla será cuando Cristo volverá, pero esta vez no será con relación al pecado, sino que será “para hacer el Reino definitivo”, cuando nos llevará a todos con el Padre:
“Existe esta gran maravilla, este sacerdocio de Jesús en tres etapas – aquella en la que perdona los pecados, una vez para siempre; aquella en la que intercede ahora por nosotros; y aquella que sucederá cuando Él volverá – pero también está lo contrario, ‘la imperdonable blasfemia’. Es duro escuchar decir a Jesús estas cosas, pero Él lo dice y si Él lo dice es verdad. ‘En verdad les digo: todo será perdonado a los hijos de los hombres – y nosotros sabemos que el Señor perdona todos si nosotros abrimos un poco el corazón. ¡Todo! – los pecados y también todas las blasfemias que dirán  – ¡también las blasfemias serán perdonadas! – pero quien habrá blasfemado contra el Espíritu Santo no será perdonado eternamente’”.
La blasfemia imperdonable” contra el Espíritu Santo
Para explicar esto, el Papa aludió a la gran unción sacerdotal de Jesús que hizo el Espíritu Santo en el seno de María, mientras los sacerdotes en la ceremonia de ordenación son ungidos con el óleo:
“También Jesús, como Sumo Sacerdote recibió esta unción. ¿Y cuál fue la primera unción? La carne de María con la obra del Espíritu Santo. Y aquel que blasfema sobre esto, blasfema sobre el fundamento del amor de Dios, que es la redención, la re-creación; blasfema sobre el sacerdocio de Cristo. ‘Pero ¡qué malo!, ¿el Señor no perdona?’ – ‘¡No! ¡El Señor perdona todo! Pero al que dice estas cosas se le cierra el perdón. ¡No quiere ser perdonado! ¡No se deja perdonar!’. Esto es lo feo de la blasfemia contra el Espíritu Santo: no dejarse perdonar, porque reniega la unción sacerdotal de Jesús, que hizo el Espíritu Santo”.
No cerrar el corazón ante la maravilla del sacerdocio de Cristo
Al concluir, el Pontífice volvió a afrontar el tema de las grandes maravillas del sacerdocio de Cristo y de la “imperdonable blasfemia”, que es tal “no porque el Señor no quiera perdonar todo, sino porque el que la comete está tan cerrado que no se deja perdonar: la blasfemia contra esta maravilla de Jesús”:
“Hoy nos hará bien, durante la Misa, pensar que aquí, en el altar, se hace memoria viva del primer sacerdocio de Jesús, porque Él estará presente aquí, cuando ofrece su vida por nosotros; también está la memoria viva del segundo sacerdocio, porque Él rezará aquí; y también, en esta Misa – lo diremos después en el Padrenuestro – está el tercer sacerdocio de Jesús, cuando Él volverá, nuestra esperanza de la gloria. En esta Misa pensemos en estas cosas bellas. Y pidamos al Señor la gracia de que nuestro corazón no se cierre jamás, ¡no se cierre jamás! – pensemos en esta maravilla, en esta gran gratuidad”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).


22 de enero de 2017

TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO A LA ROTA ROMANA

En la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el papa Francisco ha recibido este sábado en audiencia a los prelados auditores, oficiales, abogados y colaboradores del Tribunal de la Rota Romana con motivo de la solemne inauguración del Año Judicial.  Después del saludo del decano, Mons. Pio Vito Pinto, el Santo Padre dirigió a los presentes el siguiente discurso:
“Queridos jueces, oficiales, abogados y colaboradores del Tribunal Apostólico de la Rota Romana.
Extiendo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, empezando por el Colegio de los prelados auditores con el Decano, Mons. Pío Vito Pinto, a quien agradezco sus palabras, y el pro-decano, quien recientemente fue nombrado para este puesto. Deseo a todos que vuestro trabajo esté a la enseña de la serenidad y del  amor ferviente de la Iglesia en este año judicial que hoy inauguramos.
Hoy me gustaría volver al tema de la relación entre la fe y el matrimonio, en particular, sobre las perspectivas de fe inherentes en el contexto humano y cultural en que se forma la intención matrimonial. San Juan Pablo II  explicó muy bien, a la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritura, “el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón […].La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe.. “(Enc. Fides et ratio, 16).
Por lo tanto, cuanto más se aleja  de la perspectiva de la fe, tanto más, ” el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del ‘necio'”. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Ello le impide poner orden en su mente (cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: ‘Dios no existe’ (cf. Sal 14 [13], 1), muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino” (ibid., 17).
Por su parte, el Papa Benedicto XVI, en el último discurso que les dirigió recordaba  que “sólo abriéndose a la verdad de Dios […] se puede entender, y realizar en  lo concreto de la vida, también en la conyugal y familiar, la verdad del hombre como hijo suyo, regenerado por el bautismo […]. El rechazo de la propuesta divina, de hecho conduce a un desequilibrio profundo en todas las relaciones humanas […], incluyendo la matrimonial” (26 de enero de 2013).
Es muy necesario profundizar en la relación entre  amor y  verdad. “El amor tiene necesidad de verdad. Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al « yo » más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto.”(Enc. Lumen fidei, 27 ).
No podemos ignorar el hecho de que una mentalidad generalizada tiende a oscurecer el acceso a las verdades eternas. Una mentalidad que afecta, a menudo en forma amplia y generalizada, las actitudes y el comportamiento de los cristianos (cfr. Exhort. ap Evangelii gaudium, 64), cuya fe se debilita y pierde la originalidad de criterio interpretativo y operativo para la existencia personal, familiar y social. Este contexto carente de valores religiosos y de fe,  no puede por menos que condicionar también el consentimiento matrimonial.
Las experiencias de fe de aquellos que buscan el matrimonio cristiano son muy diferentes. Algunos participan activamente en la vida parroquial; otros se acercan por primera vez; algunos también tienen una vida de intensa oración; otros están, sin embargo, impulsados por un sentimiento religioso más genérico; a veces son personas alejadas de la fe  o que carecen de ella.
Ante esta situación, tenemos que encontrar remedios válidos. Indicó un  primer remedio en la formación de los jóvenes a través de un adecuado proceso de preparación encaminado a redescubrir el matrimonio y la familia según el plan de Dios. Se trata de  ayudar a los futuros cónyuges a entender y disfrutar de la gracia, la belleza y la alegría del amor verdadero, salvado y redimido por Jesús.
La comunidad cristiana a la que los novios se dirigen está llamada a anunciar el Evangelio cordialmente a estas personas, para que su experiencia de amor puede convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación. En esta circunstancia, la misión redentora de Jesús alcanza al hombre y a la mujer en lo concreto de su vida de amor. Este momento se convierte para toda la comunidad  en una ocasión extraordinaria de misión.
Hoy más que nunca esta preparación se presenta como una ocasión verdadera y propia de  evangelización para los adultos y, a menudo, de los llamados lejanos. De hecho, son  muchos los  jóvenes para los que el acercarse  de la boda representa una ocasión para encontrar de nuevo la fe, relegada durante mucho tiempo al  margen de sus vidas; por otra parte se encuentran en un momento particular, a menudo caracterizado por una disposición a analizar y cambiar su orientación existencial. Puede ser así un momento favorable para renovar su encuentro con la persona de Jesucristo, con el mensaje del Evangelio y la doctrina de la Iglesia.
Por lo tanto, es necesario que los operadores y los organismos encargados de la pastoral familiar estén motivados por la fuerte preocupación de hacer cada vez más eficaces los itinerarios de preparación para el sacramento del matrimonio, en pro del crecimiento no solamente humano, sino sobre todo de la fe de los novios. El propósito fundamental de los encuentros  es ayudar a los novios a realizar una inserción progresiva en el misterio de Cristo, en la Iglesia y con la Iglesia. Esto lleva aparejada una maduración progresiva en la fe, a través de la proclamación de la Palabra de Dios, de la adhesión y el generoso seguimiento de Cristo.
El fin de esta preparación es  ayudar a los novios a  conocer y vivir la realidad del matrimonio que quieren celebrar, para que lo hagan no sólo válida y lícitamente, sino también fructuosamente, y para que estén dispuestos a  hacer de esta celebración una etapa de su camino de fe. Para lograrlo, necesitamos personas con competencias específicas y adecuadamente preparadas para ese servicio, en una sinergia oportuna entre sacerdotes y parejas de cónyuges.
Con este espíritu, quisiera reiterar la necesidad de un “nuevo catecumenado”, en preparación al matrimonio. En respuesta a los deseos de los Padres del último Sínodo Ordinario, es urgente aplicar concretamente todo lo ya propuesto en la Familiaris consortio (n. 66), es decir, que así como para el bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, también la preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo el procedimiento de matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales  nulas o inconsistentes.
Un segundo remedio es ayudar a los recién casados a proseguir el camino en la fe y en la Iglesia también  después de la celebración de la boda. Es necesario identificar con valor y creatividad, un proyecto de formación para las parejas jóvenes, con iniciativas destinadas a aumentar la toma de conciencia sobre el sacramento recibido. Se trata de animarles a considerar los diversos aspectos de su vida diaria como pareja, que es un signo e instrumento de Dios, encarnado en la historia humana.
Pongo dos ejemplos. En primer lugar, el amor con que vive la nueva familia tiene su raíz y fuente última en el misterio de la Trinidad, de la que lleva siempre este sello a pesar de las dificultades y las pobrezas con que se deba enfrentar en su vida diaria. Otro ejemplo: la historia de amor de la pareja cristiana es parte de la historia sagrada, ya que está habitada por Dios y porque Dios nunca falta al compromiso asumido con los cónyuges el día de su boda; Efectivamente es “un Dios fiel  y no puede negarse a  sí mismo” (2 Tim 2:13) .
La comunidad cristiana está llamada a acoger, acompañar y ayudar a las parejas jóvenes, ofreciendo oportunidades apropiadas y herramientas –empezando por la participación en la misa dominical –para fomentar la vida espiritual, tanto en la vida familiar,  como parte de la planificación pastoral en la parroquia o en las agregaciones.
A menudo, los recién casados se ven abandonados a sí mismos, tal vez por el simple hecho de que se dejan ver menos en la parroquia; como sucede sobre todo cuando nacen los niños. Pero es precisamente  en estos primeros momentos de la vida familiar cuando hay que garantizar más cercanía y un fuerte apoyo espiritual, incluso en la tarea de la educación de los hijos, frente a  los cuales  son los primeros testigos y portadores del don de la fe. En el camino de crecimiento humano y espiritual de la joven pareja es deseable que existan grupos de referencia donde llevar a cabo un camino de formación permanente: a través de la escucha de la Palabra, el debate sobre cuestiones que afectan a la vida de las familias, la oración, el compartir fraterno.
Estos dos remedios que he mencionado están encaminados a fomentar un contexto apropiado de fe en el que celebrar y vivir el matrimonio. Un aspecto tan crucial para la solidez y la verdad del sacramento nupcial llama a los párrocos a ser cada vez más conscientes de la delicada tarea que se les ha encomendado en la guía del recorrido sacramental de los novios, para hacer  inteligible y real en ellos la sinergia entre foedus fides.
Se trata de pasar  de una visión puramente jurídica y formal de la preparación de los futuros cónyuges a una fundación sacramental ab initio, es decir, de camino a la plenitud de su foedus-consenso elevado por  Cristo a sacramento. Esto requerirá la generosa contribución de cristianos adultos, hombres y mujeres, que apoyen al sacerdote en la pastoral familiar para la construcción de la “obra maestra de la sociedad, la familia, el hombre y la mujer que se aman” (Catequesis, 29 abril 2015) según “el luminoso plan de  Dios (Palabras al Consistorio Extraordinario, 20 febrero 2014).
El Espíritu Santo, que guía siempre y  en todo al pueblo santo de Dios, ayude y sostenga a todos aquellos, sacerdotes y laicos, que se comprometen  y se comprometerán  en este campo, para que no pierdan nunca el impulso y el valor de trabajar en pro de la belleza de las familias cristianas, a pesar de las ruinosas amenazas de la cultura dominante de lo efímero y lo provisional.
Queridos hermanos, como ya he dicho varias veces,  hace falta  mucho valor para casarse en el momento en el que vivimos. Y cuantos tienen la fuerza y la alegría de dar este paso importante deben sentir a su lado el amor y la cercanía concreta de la Iglesia. Con esta esperanza, renuevo mis mejores deseos de buen trabajo para el nuevo año, que el Señor nos da. Les aseguro mi oración y cuento  con la vuestra  mientras os imparto de corazón la bendición apostólica”.


EL PAPA A LA ROTA ROMANA: REDESCUBRIR EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA SEGÚNEL DISEÑO DE DIOS


 (RV).- La relación entre la fe y el matrimonio fue el tema que analizó el Papa Francisco en su discurso al Tribunal de la Rota Romana, en la tradicional audiencia de inauguración del Año judicial. El Pontífice reiteró la necesidad de un “nuevo catecumenado” en preparación al matrimonio, invitando a la Iglesia a hacer sentir a las parejas su afecto y cercanía concreta.
El Obispo de Roma puntualizó que no se puede negar que una mentalidad difundida tiende a oscurecer el acceso a las verdades eternas. “Una mentalidad, dijo, que a menudo involucra de forma amplia y capilar, las actitudes y los comportamientos de los mismos cristianos cuya fe viene debilitada y pierde la propia originalidad de criterio interpretativo y operativo para la existencia personal, familiar y social”.
Este contexto, carente de valores religiosos y de fe, observó el Papa, no puede sino condicionar también el consenso matrimonial.  “Las experiencias de fe de aquellos que solicitan el matrimonio cristiano son muy diversas. Algunos participan activamente en la vida de la parroquia; otros se acercan a la misma por primera vez; algunos tienen una vida de oración también intensa; otros en cambio están guiados por un sentimiento religioso más bien genérico; a veces son personas lejanas de la fe o carentes de fe. Frente a esta situación es necesario encontrar remedios válidos”, precisó, señalando como uno de éstos la formación de los jóvenes, mediante un camino adecuado de preparación dirigido a redescubrir el matrimonio y la familia según el diseño de Dios. “Se trata de ayudar a los futuros esposos a tomar y saborear la gracia, la belleza y la alegría del verdadero amor, salvado y redimido por Jesús”, constató.
El Santo Padre reiteró por esto la necesidad de un “nuevo catecumenado” en preparación al matrimonio. “Acogiendo los deseos de los Padres del último Sínodo Ordinario, es urgente actuar concretamente lo ya propuesto en la Familiaris consortio, que, así como para el bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, así también la preparación al matrimonio se convierta en parte integral de todo el procedimiento sacramental del matrimonio, como un antídoto que impida la multiplicación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes”.
“Otro remedio, citó el Papa, es aquel de ayudar a los recién casados a continuar el camino en la fe y en la Iglesia también después de la celebración del matrimonio”. “Es necesario individualizar, con coraje y creatividad, un proyecto de formación para los jóvenes esposos, con iniciativas encaminadas a una creciente consciencia del sacramento recibido. Se trata de estimularlos a considerar los diversos aspectos de la cotidiana vida de pareja, que es señal e instrumento del amor de Dios, encarnado en la historia de los hombres”.
Al finalizar su discurso a los “queridos hermanos” de la Rota Romana, el Santo Padre recordó que se necesita mucha valentía para casarse en los tiempos que vivimos. Y todos los que tienen la fuerza y la alegría de cumplir este paso tan importante deben sentir junto a ellos el afecto y la cercanía concreta de la Iglesia.
(RC-RV)   



EL PAPA A LA HORA DEL ÁNGELUS: LLEVAR A JESÚS A TODAS LAS PERIFERIAS

 Reflexión del Papa antes de la oración mariana del Ángelus: 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Mt 4.12 a 23) narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. Él deja Nazaret, un pueblo en las montañas, y se establece en Cafarnaúm, un centro importante en las orillas del lago, habitado en su mayoría por paganos, punto de cruce entre el Mediterráneo y el interior mesopotámico. Esta opción indica que los destinatarios de su predicación no son sólo sus compatriotas, sino cuantos arriban a la cosmopolita «Galilea de los gentiles» (v 15; cf. Is 8,23): así se llamaba. Vista desde la capital Jerusalén, aquella tierra es geográficamente periférica y religiosamente impura, porque estaba llena de paganos, debido a la mescolanza con los que no pertenecían a Israel. De Galilea no se esperaban desde luego grandes cosas para la historia de la salvación. Sin embargo, precisamente desde allí - justo desde allí- se difunde aquella “luz” sobre la que hemos meditado en los domingos pasados: la luz de Cristo. Se difunde precisamente desde la periferia. 

El mensaje de Jesús reproduce el del Bautista, proclamando el «Reino de los Cielos» (v. 17). Este Reino no implica el establecimiento de un nuevo poder político, sino el cumplimiento de la alianza entre Dios y su pueblo, que inaugurará una temporada de paz y de justicia. Para estrechar este pacto de alianza con Dios, cada uno está llamado a convertirse, transformando su propio modo de pensar y de vivir. Esto es importante: convertirse no es solamente cambiar la manera de vivir, sino también el modo de pensar. Es una transformación del pensamiento. No se trata de cambiar la vestimenta, sino las costumbres. Lo que diferencia a Jesús de Juan el Bautista es el estilo y el método. Jesús elige ser un profeta itinerante. ¡Jesús siempre es callejero! No se queda esperando a la gente, sino que se mueve hacia ella. Sus primeras salidas misioneras se producen a lo largo del lago de Galilea, en contacto con la multitud, en particular con los pescadores. Allí Jesús no sólo proclama la venida del reino de Dios, sino que busca compañeros que se asocien a su misión de salvación. En este mismo lugar encuentra a dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan; los llama diciendo: «Síganme y los haré pescadores de hombres» (v. 19). La llamada les llega en medio de sus actividades cotidianas: el Señor se revela a nosotros no en modo extraordinario o sensacional, sino en la cotidianeidad de nuestra vida. Ahí debemos encontrar al Señor; y ahí Él se revela, hace sentir su amor a nuestro corazón; y allí - con este diálogo con Él en la cotidianeidad de nuestra vida - cambia nuestro corazón. La respuesta de los cuatro pescadores es inmediata y rápida: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). Sabemos, de hecho, que eran discípulos de Juan el Bautista y que, gracias a su testimonio, ya habían empezado a creer en Jesús como el Mesías (cf. Jn 1,35-42).

Nosotros, los cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de anunciar y de dar testimonio de nuestra fe, porque existió ese primer anuncio, porque existieron esos hombres humildes y valientes que respondieron generosamente a la llamada de Jesús. En las orillas del lago, en una tierra impensable, nació la primera comunidad de discípulos de Cristo. Que la conciencia de estos inicios inspire en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a cada contexto, incluso a aquel más inaccesible y resistente. ¡Llevar la Palabra a todas las periferias! Todos los espacios del vivir humano son terreno en el que arrojar las semillas del Evangelio, para que dé frutos de salvación. 

Que la Virgen María nos ayude con su maternal intercesión a responder con alegría a la llamada de Jesús y a ponernos al servicio del Reino de Dios.
(Griselda Mutual - Radio Vaticano)
  

EL PAPA A LOS DOMINICOS: "CONTINÚEN HACIENDO GUSTAR LA SANA DOCTRINA YEL GUDTO DEL EVANGELIO”

Texto completo de la homilía del Papa Francisco:

La Palabra de Dios hoy nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte el “carnaval” de la curiosidad mundana; de la otra, la glorificación del Padre mediante las obras buenas. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios. De hecho, ellos están en toda época, como lo demuestran las palabras de San Pablo dirigido a Timoteo (Cfr. 2 Tim 4,1-5). Y también Santo Domingo con sus primeros hermanos, ochocientos años atrás, se movía entre estos dos escenarios.

Pablo advierte a Timoteo que deberá anunciar el Evangelio en un contexto en que la gente busca siempre nuevos “maestros”, “cuentos”, doctrinas diversas, ideologías… «Prurientes auribus» (2 Tim 4,3). Es el “carnaval” de la curiosidad mundana, de la seducción. Por esto el Apóstol instruye a su discípulo usando incluso verbos fuertes, como “insiste”, “advierte”, “reprocha”, “exhorta”, y luego “vigila”, “soporta los sufrimientos” (vv. 2.5).

Es interesante ver como ya entonces, dos milenios atrás, los apóstoles del Evangelio se encontraban ante este escenario, que en nuestros días se ha desarrollado mucho y globalizado a causa de la seducción del relativismo subjetivista. La tendencia de la búsqueda de novedad propia del ser humano encuentra el ambiente ideal en la sociedad del aparentar, del consumo, en el cual muchas veces se reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacerlas parecer como nuevas, atrayentes, seductoras. También la verdad es enmascarada. Nos movemos en la así llamada “sociedad liquida”, sin puntos fijos, desordenada, sin referencias sólidas y estables; en la cultura de lo efímero, del usa y tira.

Ante este “carnaval” mundano resalta netamente el escenario opuesto, que encontramos en las palabras de Jesús que hemos escuchado: «glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16). Y ¿cómo se da este paso de la superficialidad casi-afectuosa a la glorificación? Se da gracias a las buenas obras de aquellos que, se hacen discípulos de Jesús, y son “sal” y “luz”. «Así debe brillar ante los ojos de los hombres – dice Jesús – la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).

En medio del “carnaval” de ayer y hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia, este es la base sólida en medio del ambiente “liquido”: las buenas obras que podemos realizar gracias a Cristo y a su Santo Espíritu, y que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos la maravilla y la pregunta: ¿Por qué?, ¿Por qué esta persona se comporta así?: la inquietud del mundo ante el testimonio del Evangelio.

Pero para que este “sacudón” suceda se necesita que la sal no pierda el sabor y la luz no se esconda (Cfr. Mt 5,13-15). Jesús lo dice muy claramente: si la sal pierde su sabor no sirve para nada. ¡Cuidado que la sal pierda su sabor! ¡Atención a una Iglesia que pierde el sabor! ¡Cuidado que un sacerdote, un consagrado, una congregación que pierde su sabor!

Hoy nosotros damos gloria al Padre por la obra que Santo Domingo, lleno de la luz y de la sal de Cristo, ha realizado ochocientos años atrás; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que, con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que muchos hombres y mujeres sean ayudados a no perderse en medio del “carnaval” de la curiosidad mundana, sino en cambio hayan escuchado el gusto de la sana doctrina, el gusto del Evangelio, y se hayan convertido, a su vez, en luz y sal, artesanos de obras buenas… y los verdaderos hermanos y hermanas que glorifican a Dios y enseñan a glorificar a Dios con las buenas obras de la vida.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)



21 de enero de 2017

PAPA FRANCISCO: QUE LOS CRISTIANOS SUPEREN LA MENTALIDAD QUE CONDENASIEMPRE.

 RV).- Vencer la mentalidad egoísta de los Doctores de la Ley que siempre condena. Fue la admonición de Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Inspirándose en la Primera Lectura, el Papa subrayó que la nueva alianza que Dios establece con nosotros en Jesucristo nos renueva el corazón y nos cambia la mentalidad.

Dios renueva todo “desde las raíces y no sólo en su apariencia”, afirmó el Pontífice al comentar la Carta a los Hebreos, centrada en la recreación que Dios hace en Cristo. Y añadió que “esta alianza nueva tiene sus características”. Ante todo – dijo – “la ley del Señor no es un modo de actuar externo”, sino que entra en el corazón y “nos cambia la mentalidad”. A la vez que en la Nueva Alianza –  agregó –  “hay un cambio de mentalidad, un cambio del corazón, un cambio en el sentir y en el modo de actuar”, en una palabra: “Un modo diverso de ver las cosas”.

Superar la mentalidad egoísta de los Doctores de la Ley que sólo saben condenar

Francisco propuso el ejemplo de una obra a la que un arquitecto puede mirar de modo frío, con envidia o con una actitud de alegría y “de benevolencia”:

“La nueva alianza nos cambia el corazón y nos hace ver la ley del Señor con este nuevo corazón, con esta nueva mente. Pensemos en los Doctores de la Ley que perseguían a Jesús. Estos hacían todo, todo lo que estaba prescrito por la Ley. Tenían el derecho en su mano, todo, todo, todo. Pero su mentalidad era una mentalidad alejada de Dios. Era una mentalidad egoísta, centrada en ellos mismos: su corazón era un corazón que condenaba, siempre condenando. La Nueva Alianza nos cambia el corazón y nos cambia la mente. Hay un cambio de mentalidad”.

Dios perdona nuestros pecados, la Nueva Alianza nos cambia la vida

El Señor – añadió el Obispo de Roma – “va adelante” y nos asegura que perdonará las iniquidades y que olvidará nuestros pecados. “Y a veces  – comentó – a mí me gusta pensar un poco bromeando con el Señor: ‘¡Tú no tienes buena memoria!’”. “Es – dijo  – la debilidad de Dios. Cuando Dios perdona, se olvida”:

“Él olvida, porque perdona. Ante un corazón arrepentido, perdona y olvida: ‘Yo olvidaré, no recordaré sus pecados’. Pero también esto es una invitación a no hacer recordar al Señor los pecados, es decir a no pecar más: ‘Tú me has perdonado, tú has olvidado, pero yo debo…’. Un cambio de vida. Nueva Alianza: me renueva y me hace cambiar la vida, no sólo la mentalidad y el corazón, sino la vida. Vivir así: sin pecado, lejos del pecado. Ésta es la recreación. Así el Señor nos recrea a todos nosotros”.

El Señor nos cambia el corazón para cambiarnos la mentalidad

En fin, el Papa dirigió su atención a otro rasgo, el “cambio de pertenencia”. 

Nosotros – dijo – pertenecemos a Dios, “los demás dioses no existen”, “son estupideces”. “Cambio de mentalidad”, por tanto, “cambio de corazón, cambio de vida y cambio de pertenencia”. Y ésta – reafirmó – es la recreación que el Señor hace mejor que con la primera creación. De ahí su invitación a pedir al Señor que vayamos en esta alianza “de ser fieles”:

“El sello de esta alianza, de esta fidelidad, es ser fiel a este trabajo que el Señor hace para cambiarnos la mentalidad, para cambiarnos el corazón. Los profetas decían: ‘Pero el Señor cambiará tu corazón de piedra en corazón de carne’. Cambiar el corazón, cambiar la vida, no pecar más o no hacer recordar al Señor lo que ha olvidado con nuestros pecados de hoy y cambiar la pertenencia: jamás pertenecer a la mundanidad, al espíritu del mundo, a las estupideces del mundo, sólo al Señor”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).
 

20 de enero de 2017

"A NADIE VALORAMOS CON CRITERIOS HUMANOS", TEMA DEL DÍA PARA LA ORACIÓNPOR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS


(RV).- “Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia”, este es el tema, tomado de la segunda Carta de San Pablo a los Corintios, para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2017, que este año coincide con el 5oo° Aniversario de la Reforma Luterana.

El texto bíblico elegido para este año, subraya que la reconciliación es un don de Dios destinado a toda la creación: «Porque sin tomar en cuenta los pecados de la humanidad, Dios hizo la paz con el mundo (cosmos) por medio de Cristo y a nosotros nos ha confiado ese mensaje de paz» (v.19). Como consecuencia de la acción de Dios, la persona que ha sido reconciliada en Cristo está llamada a su vez a proclamar esta reconciliación con palabras y obras: «El amor de Cristo nos apremia» (v.14). «Somos, pues, embajadores de Cristo y es como si Dios mismo los exhortara sirviéndose de nosotros. En nombre de Cristo les pedimos que hagan las paces con Dios» (v.20). 

El texto pone de relieve que esta reconciliación no se da sin sacrificio: Jesús entregó su vida, murió por todos. Por ello, los embajadores de la reconciliación están llamados, en su nombre, a dar su vida de forma parecida. Ya no viven para sí mismos; sino, viven para Aquel que por ellos murió.

En este sentido, la celebración anual, que tradicionalmente se realiza del 18 al 25 de enero, entre las festividades de la confesión de San Pedro y la conversión de San Pablo, busca promover la oración de Jesús por la unidad de todos sus discípulos y sostener el conocimiento y la amistad entre los miembros de las diversas Iglesias y confesiones cristianas. Con ello, también se invita a  los cristianos a evocar la oración de Jesús para sus discípulos: «para que todos sean uno; [...]; y para que el mundo crea [...]» (Cfr. Jn 17,21).

Para preparar esta celebración, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, conjuntamente con el Consejo Mundial de las Iglesias (CMI), a través de su Comisión de Fe y Constitución, han publicado un texto que guía las celebraciones de cada día. Ya que, el texto de 2 Co 5,14-20 da forma a las reflexiones de los ocho días, que desarrollan algunas de las enseñanzas teológicas de los diferentes versículos, como sigue:

Día 1: Uno murió por todos

Día 2: Ya no vivan más para sí mismos

Día 3: A nadie valoramos con criterios humanos

Día 4: Lo viejo ha pasado

Día 5: Una nueva realidad está presente

Día 6: Dios nos ha reconciliado con él

Día 7: El ministerio de la reconciliación

Día 8: Reconciliados con Dios

En la celebración ecuménica, el hecho de que Dios ha reconciliado consigo el mundo es motivo para celebrar. Pero esto también, tiene que incluir nuestra confesión de pecado antes de escuchar la proclamación de la Palabra y beber del profundo pozo de la misericordia de Dios. Solo entonces podremos dar testimonio ante el mundo de que la reconciliación es posible.

Para el tercer día de celebración se propone el tema: “A nadie valoramos con criterios humanos” (v. 16). Y la meditación propuesta para este día, parte del encuentro de Pablo con Cristo en el camino a Damasco. “Encontrarse con Cristo cambia todo de arriba a abajo. Y Pablo tuvo esa experiencia en el camino a Damasco. Por primera vez – se lee en el documento – pudo ver a Jesús como quien era realmente: el Salvador del mundo. Su perspectiva cambió radicalmente. Tuvo que poner a un lado su juicio humano y mundano. Encontrarnos con Cristo cambia también nuestra perspectiva. Sin embargo, muchas veces permanecemos en el pasado y juzgamos según criterios humanos”. Pretendemos decir y hacer cosas «en el nombre del Señor», cuando en realidad pueden ser solamente, autorreferenciales.

La Oración propuesta para este día dice: “Dios trino, eres el origen y el fin de todo lo que existe. Perdónanos cuando solo pensamos en nosotros mismos y nos ciegan nuestros propios criterios. Enséñanos a ser amables, acogedores y misericordiosos, para que podamos crecer en la unidad que es un don tuyo. A ti sea el honor y la alabanza por los siglos de los siglos. Amén”.