«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


14 de diciembre de 2017

EL PAPA EN SANTA MARTA: LOS ESCÁNDALOS HIEREN Y MATAN

(RV).- Los escándalos hieren los corazones y matan las esperanzas y las ilusiones. Lo dijo el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el segundo lunes de noviembre.
“Es inevitable que surjan escándalos” – afirmó el Santo Padre – retomando las palabras de Jesús en el Evangelio propuesto por la liturgia del día, pero “ay de quien” a causa del cual se producen los escándalos. De donde nace la advertencia a sus discípulos: “¡Estén atentos a ustedes mismos!”
“Es decir, estén atentos a no escandalizar. El escándalo es malo porque el escándalo hiere, hiere la vulnerabilidad del pueblo de Dios y hiere la debilidad del pueblo de Dios. Y tantas veces estas heridas se llevan durante toda la vida. Además, el escándalo no sólo hiere, sino que es capaz de matar: matar esperanzas, matar ilusiones, matar familias, matar tantos corazones…”.
Estén atentos a ustedes mismos” es una admonición para todos – subrayó el Papa Francisco – especialmente para quienes se dicen cristianos pero viven como paganos. Éste es “el escándalo del pueblo de Dios”.
“Cuántos cristianos con su ejemplo alejan a la gente, con su incoherencia, con su propia incoherencia: la incoherencia de los cristianos es una de las armas más fáciles que tiene el diablo para debilitar al pueblo de Dios y para alejar al pueblo de Dios del Señor. Decir una cosa y hacer otra”.
Ésta es “la incoherencia” que provoca el escándalo y que hoy debe inducirnos a preguntarnos – dijo el Papa Bergoglio – “¿cómo es mi coherencia de vida? ¿Coherencia con el Evangelio, coherencia con el Señor?”. Y ofreció el ejemplo de los empresarios cristianos que no pagan lo justo y se sirven de la gente para enriquecerse, así como el escándalo de los pastores en la Iglesia que no se ocupan de sus ovejas y se alejan.
“Jesús nos dice que no se puede servir a dos Señores: a Dios y al dinero. Y cuando el pastor es uno apegado al dinero, escandaliza. La gente se escandaliza. El pastor apegado al dinero… Todo pastor debe preguntarse: ‘¿Cómo es mi amistad con el dinero? O el pastor que trata de escalar, la vanidad lo lleva a trepar, en lugar de ser manso y humilde, porque la mansedumbre y la humildad favorecen la cercanía al pueblo. O el pastor que se siente ‘un señor’, y manda a todos, orgulloso; y no el pastor servidor del pueblo de Dios...”.
El Papa Francisco concluyó su reflexión diciendo que “hoy puede ser una buena jornada para hacer un examen de conciencia sobre esto”. Y lo hizo formulado la pregunta: “¿Escandalizo o no, y cómo? De este modo dijo el Santo Padre podremos responder al Señor y acercarnos un poco más a Él”.
(María Fernanda Bernasconi - SPC).



PAPA: DEJARSE CONSOLAR POR EL SEÑOR, NO A QUEJAS NI RENCORES

El núcleo de la invitación que hizo el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el segundo lunes de diciembre. El Santo Padre reflexionó sobre la Primera Lectura tomada del Profeta Isaías (Is 35, 1-10) en la que el Señor promete a su pueblo la consolación.
El Señor ha venido a consolarnos
“El Señor ha venido a consolarnos”, reafirmó el Papa. El mismo San Ignacio “nos dice que es bueno contemplar el oficio de consolador de Cristo “paragonándolo al modo con que algunos amigos consuelan a los demás. Y, después, basta pensar en la mañana de la Resurrección en el Evangelio de Lucas cuando Jesús se aparece a los apóstoles y era tanta la alegría que no podían creerlo. “Muchas veces – afirmó Francisco – el consuelo del Señornos parece una maravilla”.
“Pero no es fácil dejarse consolar; es más fácil consolar a los demás que dejarse consolar. Porque tantas veces nosotros estamos apegados a lo negativo, estamos apegados a la herida del pecado dentro de nosotros y, muchas veces, preferimos permanecer allí, solos, o sea en la cama, como aquel del Evangelio, aislados, allí, y no levantarnos. “Levántate” es la palabra de Jesús, siempre: “Levántate”.
El problema – explicó el Papa Bergoglio – es que en lo “negativo somos patrones”, porque tenemos dentro la herida del pecado mientras “en lo positivo somos mendicantes” y no nos gusta mendigar el consuelo.
Jonás: Premio Nobel de las quejas
Para explicar esto el Pontífice puso dos ejemplos: cuando se prefiere “el rencor” y “cocinamos nuestros sentimientos” en el caldo del resentimiento, cuando hay “un corazón amargo”, cuando nuestro tesoro es nuestra amargura. Su pensamiento fue al paralítico de la piscina de Siloé: 38 años con su amargura diciendo que cuando se movían las aguas, nadie lo ayudaba. “Para estos corazones es mejor lo amargo que lo dulce”. Tanta gente lo prefiere, notó Francisco: “Raíz amarga”, “que nos lleva con la memoria al pecado original. Y éste es precisamente un modo para no dejarse consolar.
También en las quejas hay cosas contradictorias
Después está la amargura que “siempre nos conduce a expresiones de quejas”: los hombres que se quejan ante Dios en lugar de alabarlo: quejas como música que acompaña la vida. El pensamiento del Papa se centró en Santa Teresa que decía: “Atención a la monja que dice: ‘Me han hecho una injusticia, me han hecho una cosa no razonable’”. Y después, aludió al profeta Jonás, a quien el Papa Francisco definió: “Premio Nobel de las quejas”. Huyó de Dios porque se lamentaba de que Dios le habría hecho algo. Después terminó ahogado y engullido por el pez y después volvió a la misión. Y en lugar de alegrarse por la conversión de la gente, se lamentaba porque Dios la salvaba. “También en las quejas hay cosas contradictorias”, añadió el Pontífice antes de relatar que había conocido a un buen sacerdote, pero que se quejaba de todo: “Tenía la característica de encontrar la mosca en la leche”:
“Era un buen sacerdote. Decían que en el confesionario era tan misericordioso, ya era anciano y sus compañeros de presbiterio decían cómo habría sido su muerte y cuando habría ido al cielo. Decían: “Lo primero que dirá a San Pedro, en lugar de saludarlo, es: ‘¿Dónde está el infierno?’. Siempre lo negativo. Y que San Pedro le mostraría el infierno. Y una vez visto…: ‘¿Pero cuántos condenados hay? - ‘Sólo uno’- ‘Ah, qué desastre la redención’… Siempre... sucede esto. Y ante la amargura, el rencor, las quejas, la palabra de la Iglesia de hoy es ‘coraje’, ‘coraje’”.
En efecto, Isaías invita al coraje porque Dios – recordó Francisco – “viene a salvarnos”. De manera que el pensamiento del Papa se dirigió el Evangelio del día (Lc 5, 17-26): cuando algunas personas van sobre el techo – porque había mucha gente – y bajan al paralítico para ponerlo delante de Jesús. No pensaron que estaban los escribas u otros, sino que sólo querían la curación de aquel hombre.
Dejarse consolar por el Señor
El Papa Francisco concluyó su homilía afirmando que el mensaje de la Liturgia del día es el de “dejarse consolar por el Señor”.
“Y no es fácil porque para dejarse consolar por el Señor debemos despojarnos de nuestros egoísmos, de aquellas cosas que son el propio tesoro, ya sea la amargura, o las quejas, o tantas cosas. Nos hará bien hoy, a cada uno de nosotros, hacer un examen de conciencia: ¿cómo es mi corazón? ¿Tengo alguna amargura allí? ¿Tengo alguna tristeza? ¿Cómo es mi lenguaje? ¿Es de alabanza a Dios, de belleza, o siempre de quejas? Y pedir al Señor la gracia del coraje, porque en el coraje Él viene a consolarnos. Y decir: Señor, ven a consolarnos”.




11 de diciembre de 2017

BOLETÍN DE NOTICIAS DE NOVIEMBRE DE 2017 - ENCUENTRO MUNDIAL DE FAMILIAS 2018

Bienvenido a nuestro boletín de noviembre para el Encuentro Mundial de las Familias 2018.Estamos encantados de traerte nuestras noticias y decirte cómo se preparan para el próximo evento de agosto. Tenemos registros que llegan diariamente, tanto para asistir al evento como para postularse como voluntario. Tenemos competencias, nuevos recursos, eventos y actualizaciones para compartir con usted. Por favor, consérvanos en tus oraciones mientras continuamos preparándonos para este evento.


GOLPEANDO EL MILESTONE DE REGISTRO 1000 °
A medida que nos acercamos a dar la bienvenida a personas de todo el mundo, nos complace anunciar que hemos superado el hito de registro número 1.000. Más de 1,200 personas ya se han registrado en Irlanda y en 40 países de todo el mundo, incluidos Albania, Argentina, Austria, Bahréin, Bélgica, Brasil, China, Inglaterra, Francia, Alemania, Libia, Nigeria, Pakistán, Perú, Qatar, Escocia, España, Uganda, EE. UU. Y Gales. Hemos estado en contacto con 838 grupos que tienen planes de traer más de 2,000 peregrinos adicionales que vendrán del exterior. La asistencia a todos los eventos de WMOF2018 requerirá un boleto y el número de personas registradas aumentará cada día. ¡Reserve ahora aquí!

Vea nuestro nuevo video donde Anne Griffin, gerente general de WMOF2018, explica cómo las personas pueden registrarse y obtener boletos para todos los eventos de WMOF2018.



INVITACIÓN PARA PRESENTAR UN DISEÑO DE VESTIMENTA PARA WMOF2018 

¿Te gustaría ver una de tus creaciones puestas por el Papa? ¿Cómo le gustaría tener uno de sus diseños en el corazón de un evento con una audiencia internacional de decenas de millones? Esta oportunidad está abierta para usted, ya que el Encuentro Mundial de las Familias 2018, celebrado en Dublín el próximo año, busca un diseño único e inspirador para las vestimentas que se utilizarán durante la semana de celebraciones que tendrá lugar del 21 al 26 de agosto de 2018. Leer más aquí.


¡VAMOS FAMILIA DE CHARLA! NUEVO PODCAST LANZADO POR LA REUNIÓN MUNDIAL DE FAMILIAS 2018

'Let's Talk Family' es el título del podcast semanal World Meeting of Families 2018, que presenta entrevistas y noticias sobre cómo se preparan para el World Meeting of Families 2018. El podcast también presenta discusiones sobre las alegrías y los desafíos de la vida familiar como viajamos hacia el evento del próximo año. El podcast es presentado por Brenda Drumm, Gerente de Medios y Comunicaciones de WMOF2018. Haga clic aquí para escuchar nuestros episodios semanales. 

RECURSOS ESCOLARES PARA PREPARARSE PARA WMOF2018

En asociación con el Encuentro Mundial de las Familias 2018, el Comité Directivo de la Semana de las Escuelas Católicas ha desarrollado un programa de catequesis de un año para las escuelas primarias y posprimarias católicas. El tema de este programa es Escuelas Católicas: llamadas a ser una familia de familias . El programa invita a las escuelas católicas a reflexionar y celebrar la relación que existe entre el hogar, la escuela y la parroquia a través de la participación en cuatro momentos subtemáticos de catequesis. Leer más aquí. 



                                    

NOTICIAS AMORIS
Mientras nos embarcamos en el viaje de preparación para WMOF2018, las parroquias de toda Irlanda se han sumergido en Amoris: ¡Hablemos de la familia! ¡Seamos Familia! Programa. Se envió un paquete de recursos a cada parroquia de la isla. El equipo de Amoris ha estado brindando capacitación a los facilitadores para entusiasmar y preparar a quienes dictarán las conversaciones parroquiales de seis sesiones y han desarrollado una serie de videos de capacitación. También hemos subido recursos para las Iniciativas Prácticas para Momentos Populares al sitio web dedicado de Amoris : www.amoris.ie 


8 de diciembre de 2017

ORACIÓN DEL PAPA EN EL DÍA DE LA INMACULADA: "SOMOS POBRES PECADORES PERO SIEMPRE TUS HIJOS"

Como es ya tradición, el Santo Padre llegó en torno a las 4:00 de la tarde a la plaza, sede de la embajada española ante la Santa Sede, abarrotada de fieles deseosos de compartir el momento de la oración del Papa y la entrega de la ofrenda floral al monumento de la Inmaculada, que reposa sobre una esbelta columna de aproximadamente 12 metros de altura.
 “Madre Inmaculada: por quinta vez me pongo a tus pies como obispo de Roma, para rendirte homenaje en nombre de todos los habitantes de esta ciudad”, dijo el Obispo de Roma.
“Queremos agradecerte por tu cuidado constante con el que nos acompañas en nuestro camino. El camino de las familias, parroquias, comunidades religiosas; el camino de aquellos que todos los días, a veces con dificultad, pasan por Roma para ir a trabajar; el camino de los enfermos, de los ancianos, de todos los pobres, de tantas personas que emigraron desde tierras de guerra y hambre”, añadió el Sucesor de Pedro agradeciendo la presencia materna, tierna y fuerte que encuentra el cristiano “tan pronto como dirige a Nuestra Señora, un pensamiento, una mirada o un fugaz Ave María”.
«Oh Madre, ayuda a esta ciudad a desarrollar los "anticuerpos" contra algunos virus de nuestros tiempos», prosiguió el Papa.
 «La indiferencia, que dice: “no me concierne”, la mala educación cívica que desprecia el bien común, el miedo al diferente y al extranjero; el conformismo disfrazado de transgresión, la hipocresía de acusar a los otros mientras se hacen las mismas cosas; la resignación a la degradación ambiental y ética; la explotación de tantos hombres y mujeres. Ayúdanos a rechazar estos y otros virus con los anticuerpos que provienen del Evangelio. Haz que tomemos el buen hábito de leer todos los días un pasaje del Evangelio, y siguiendo tu ejemplo, custodiemos la Palabra en el corazón, para que como buena semilla dé frutos en nuestras vidas».
En su oración, el Santo Padre también recordó el ejemplo de conversión acaecido hace 175 años en la Iglesia de San Andrea delle Fratte, a unos pocos metros de distancia de Plaza de España; cuando la Virgen tocó el corazón de Alfonso Ratisbonne, que en ese momento, de ateo y enemigo de la Iglesia pasó a ser cristiano.
 “A él te mostraste como una Madre de gracia y misericordia”, dijo Francisco.
«Concédenos también a nosotros, especialmente en las pruebas y en las tentaciones, fijar la mirada en tus manos abiertas que dejan caer sobre la tierra las gracias del Señor, y deshacernos de toda arrogancia orgullosa, para reconocernos como verdaderamente somos: pequeños y pobres pecadores, pero siempre tus hijos. Y así poner nuestra mano en la tuya para dejarnos llevar hasta Jesús, nuestro hermano y salvador, y hasta nuestro Padre Celestial, que nunca se cansa de esperarnos ni de perdonarnos cuando regresamos a Él.
¡Gracias, Oh Madre, porque siempre nos escuchas!

Bendice a la Iglesia de Roma, bendice a esta ciudad y al mundo entero. Amén», concluyó el Papa.

PAPA FRANCISCO: MARÍA ES EL ÚNICO OASIS SIEMPRE VERDE DE LA HUMANIDAD

 Texto completo de las palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
«¡Queridos hermanos y hermanas buenos días y feliz fiesta!
Hoy contemplamos la belleza de María Inmaculada. El Evangelio, que narra el episodio de la Anunciación, nos ayuda a comprender lo que festejamos, sobre todo a través del saludo del ángel. Él se dirige a María con una palabra no fácil de traducir, que significa ‘colmada de gracia’, ‘creada por la gracia’, “llena de gracia” (Lc 1,28). Antes de llamarla María, la llama llena de gracia y así revela el nombre nuevo que Dios le ha dado y que es más apropiado para Ella que el que le dieron sus padres. También nosotros la llamamos así, en cada Ave María.
¿Qué quiere decir llena de gracia? Que María está llena de la presencia de Dios. Y si está enteramente habitada por Dios, no hay lugar en Ella para el pecado. Es una cosa extraordinaria, porque todo en el mundo, lamentablemente, está contaminado por el mal. Cada uno de nosotros, mirándose dentro, ve algunos lados oscuros. También los santos más grandes eran pecadores y todas las realidades, incluso las más bellas, están afectadas por el mal: todas, menos María. Ella es el único ‘oasis siempre verde’ de la humanidad, la única incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su ‘sí’ a Dios que venía al mundo y comenzar así una historia nueva.
Cada vez que la reconocemos llena de gracia, le dirigimos el cumplido más grande, el mismo que le dirigió Dios. Un lindo cumplido que hacer a una señora es decirle con amabilidad, que demuestra una edad joven. Cuando le decimos a María llena de gracia, en cierto sentido también le decimos eso, a nivel más alto. En efecto, la reconocemos siempre joven, nunca envejecida por el pecado. Sólo hay una cosa que hace envejecer, envejecer interiormente: no es la edad, sino el pecado. El pecado envejece porque esclerotiza el corazón. Lo cierra, lo vuelve inerte, lo hace marchitar. Pero la llena de gracia está vacía de pecado. Entonces es siempre joven ‘más joven que el pecado’ es ‘la más joven del género humano’ (G Bernanos, Diario de un Cura Rural, II, 1088, p 175).
Hoy la Iglesia felicita a María llamándola toda bella, tota pulchra. Así como su juventud no está en su edad, tampoco su belleza consiste en lo exterior. María, como muestra el Evangelio hodierno, no sobresale en apariencia: de familia sencilla, vivía humildemente en Nazaret, un pueblito casi desconocido. Y no era famosa: aun cuando el ángel la visitó nadie lo supo, ese día no había ningún reportero. La Virgen no tuvo tampoco una vida acomodada, sino preocupaciones y temores: ‘se conturbó’ (v 29), dice el Evangelio, y, cuando el ángel ‘dejándola se fue’ (v 38), los problemas aumentaron.
Sin embargo, la llena de gracia ha vivido una vida bella. ¿Cuál era su secreto? Podemos percibirlo mirando nuevamente la escena de la Anunciación. En muchas pinturas, María está representada sentada ante el ángel con un pequeño libro en sus manos. Este libro es la Escritura. Así María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, se hizo carne luego en su vientre. Permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la vida. Miremos hoy con alegría a la llena de gracia. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo ‘no’ al pecado, y a vivir una vida bella, diciendo sí’ a Dios.

5 de diciembre de 2017

MENSAJE DEL PAPA PARA LA 55 JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

Escuchar, discernir, vivir el llamado del Señor
Queridos hermanos y hermanas :
En octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que se dedicará a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En esa ocasión, tendremos la oportunidad de examinar cómo, en el centro de nuestra vida, está el llamado a la alegría que Dios nos dirige y cómo este es "el plan de Dios para hombres y mujeres de todos los tiempos" (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Juventud, fe y discernimiento vocacional, Introducción).
Esta es una buena noticia que se reenuncia enérgicamente en la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: no estamos inmersos en el caso ni arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino, por el contrario, nuestra vida y nuestra presencia en el mundo. ¡el mundo es el fruto de una vocación divina!
Incluso en estos tiempos de inquietud, el Misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre viene a nuestro encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos polvorientos de nuestra vida y, aprovechando nuestra anhelo de nostalgia por amor y la felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se trata de escuchar, discernir y vivir esta Palabra que nos llama desde arriba, y que, al tiempo que nos permite hacer dinero de nuestros talentos, sino que también nos hace instrumentos de salvación en el mundo y nos dirige a la plenitud de la felicidad.
Estos tres aspectos, la escucha, el discernimiento y la vida , también enmarcan el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y lucha en el desierto, visita su sinagoga en Nazaret, y aquí escucha el Palabra, discierne el contenido de la misión que le confió el Padre y anuncia que se ha dado cuenta "hoy" (cf. Lc 4, 16-21).
Escuchar
El llamado del Señor -debe decirse de inmediato- no tiene la evidencia de una de las muchas cosas que podemos sentir, ver o tocar en nuestra experiencia diaria. Dios viene silenciosa y discretamente, sin imponer nuestra libertad. Entonces puede suceder que su voz permanezca sofocada por las muchas preocupaciones y solicitaciones que ocupan nuestra mente y nuestro corazón.
Entonces es necesario prepararse para escuchar profundamente su Palabra y su vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida cotidiana, aprender a leer los acontecimientos a través de los ojos de la fe y permanecer abierto a las sorpresas del Espíritu.
No podremos descubrir el llamado especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, si permanecemos cerrados en nosotros mismos, en nuestros hábitos y en la apatía de aquellos que desperdician sus vidas en el estrecho círculo de ellos mismos, perdiendo la oportunidad de soñar en grande y convertirse en el protagonista de esa historia única y original, que Dios quiere escribir con nosotros.
Jesús también fue llamado y enviado; para esto necesitaba reunirse en silencio, escuchó y leyó la Palabra en la sinagoga y, con la luz y el poder del Espíritu Santo, reveló plenamente su significado, refiriéndose a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel .
Esta actitud hoy se vuelve cada vez más difícil, inmersa como estamos en una sociedad ruidosa, en el frenesí de la abundancia de estímulos e información que llena nuestros días. El ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y barrios, a menudo corresponde a una dispersión interior y confusión, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y trabajar, seguros de sí mismos. en el diseño reflexivo de Dios para nosotros, para trabajar un discernimiento fructífero.
Pero, como sabemos, el Reino de Dios viene en silencio y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y se puede cosechar los gérmenes sólo cuando, como el profeta Elías, entramos en lo más profundo de nuestro espíritu, dejando que se abre al aliento imperceptible de la brisa divina (véase 1 Reyes 19 : 11-13).
Perspicaz
Al leer en la sinagoga de Nazaret, el pasaje del profeta Isaías, Jesús discernir el contenido de la misión para la que fue enviado y lo presentará a los que estaban esperando el Mesías: "El Espíritu del Señor está sobre mí; por esto me consagró con la unción y me envió a traer buenas nuevas a los pobres, a proclamar la liberación a los prisioneros y la vista a los ciegos; para liberar a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor "( Lc 4 : 18-19).
De la misma manera, cada uno de nosotros puede descubrir nuestra vocación solo a través del discernimiento espiritual, un "proceso por el cual la persona viene a hacer, en diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, a partir de ese momento". sobre el estado de la vida "(Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Juventud, fe y discernimiento vocacional , II, 2 ).
En particular, descubrimos que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como las Escrituras nos testifican, los profetas son enviados a las personas en situaciones de gran precariedad material y crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, esperanza y consuelo en el nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta perturba la tranquilidad falsa de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda a la gente a ver los signos del amanecer en la oscuridad de la historia.
Incluso hoy necesitamos tanto discernimiento y profecía; superar las tentaciones de la ideología y el fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, las herramientas y las situaciones a través de las cuales nos llama. Todo cristiano debería ser capaz de desarrollar la capacidad de "leer en" la vida y comprender dónde y a qué lo llama el Señor para que sea un continuador de su misión.
Vivir
Por último, Jesús anunció la noticia en esta ocasión, que emocionarán y endurecer muchos otros: ha llegado el momento, y Él es el Mesías anunciado por Isaías, ungido para liberar a los cautivos, la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a cada criatura Precisamente "hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído" ( Lc 4:20), afirma Jesús.
La alegría del Evangelio, que nos abre a un encuentro con Dios y con nuestros hermanos y hermanas, no puede esperar a nuestra lentitud y pereza; no nos afecta si permanecemos frente a la ventana, con la excusa de esperar siempre un momento favorable; ni se hace por nosotros si no asumimos el riesgo de una elección hoy. La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es por el presente! Y cada uno de nosotros está llamado - a la vida laical en el matrimonio, al sacerdocio en el ministerio ordenado, o uno de consagración especial - para convertirse en un testigo del Señor, aquí y ahora.
De hecho, este "hoy" proclamado por Jesús nos asegura que Dios continúa "descendiendo" para salvar nuestra humanidad y participar en su misión. El Señor todavía llama a vivir con él e ir tras él en una relación de cercanía especial, a su servicio directo. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, ¡no debemos temer! Es hermoso, y es una gran gracia, estar entera y definitivamente consagrado a Dios y al servicio de los hermanos.
El Señor continúa hoy llamando para seguirlo. No debemos esperar para ser perfectos para responder a nuestro generoso "aquí estoy", ni para asustarnos de nuestros límites y nuestros pecados, sino para recibir con un corazón abierto la voz del Señor. Escucharla, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y finalmente vivirla en el hoy que Dios nos da.
Maria Santísima, la joven de los suburbios, que ha escuchado, acogido y vivido la Palabra de Dios hecha carne, nos custodia y nos acompaña en nuestro viaje.
Desde el Vaticano, 3 de diciembre de 2017
Primer domingo de Adviento
Franciscus


3 de diciembre de 2017

ALOCUCIÓN DEL PAPA ANTES DEL REZO DEL ÁNGELUS DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy comenzamos el camino de Adviento, que culminará en la Navidad. El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando conmemoraremos su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y los muertos». Por eso debemos estar siempre prevenidos y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo. La liturgia de hoy nos introduce precisamente en el sugestivo tema de la vigilia y de la espera.
En el Evangelio (Mc 13,33-37) Jesús exhorta a estar atentos y a velar, para estar listos para recibirlo en el momento del regreso. Nos dice: «Mirad, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo [...] para que cuando venga de repente, no os halle durmiendo». (vv. 33-36).
La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino vive en modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud somos conscientes de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos captar también las capacidades y cualidades humanas y espirituales. La persona atenta se dirige luego también al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad en él, y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado.
La persona vigilante es aquella que acoge la invitación a velar, es decir, a no dejarse abrumar por el sueño del desánimo, la falta de esperanza, la decepción; y al mismo tiempo rechaza la solicitud de las tantas vanidades de las que desborda el mundo y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican tiempo y serenidad personal y familiar. Es la experiencia dolorosa del pueblo de Israel, narrada por el profeta Isaías: Dios parecía haber dejado vagar su pueblo, lejos de sus caminos (cf. 63.17), pero esto era el resultado de la infidelidad del mismo pueblo (cf. 64,4b). También nosotros nos encontramos a menudo en esta situación de infidelidad a la llamada del Señor: Él nos muestra el camino bueno, el camino de la fe, el camino del amor, pero nosotros buscamos la felicidad en otra parte.

Ser atentos y vigilantes son los presupuestos para no seguir "vagando alejados de los caminos del Señor", perdidos en nuestros pecados y nuestras infidelidades; estar atentos y ser vigilantes, son las condiciones para permitir a Dios irrumpir en nuestras vidas, para restituirle significado y valor con su presencia llena de bondad y de ternura. María Santísima, modelo de espera de Dios e ícono de vigilancia, nos guíe hacia su Hijo Jesús, reavivando nuestro amor por él.

2 de diciembre de 2017

EL PAPA A LOS SACERDOTES EN DACA: “LA VOCACIÓN SE CUSTODIA CON LA TERNURA HUMANA”

“Sean como el buen vino, que al final de sus días, sus ojos brillen de alegría y plenitud del Espíritu Santo”, lo dijo el Papa Francisco a los sacerdotes, consagrados, seminaristas y novicios en la iglesia del Santo Rosario de Daca, durante el último día de su visita a Bangladés.
Después de haber celebrado la Santa Misa en la Nunciatura Apostólica, el Santo Padre se dirigió a la “Casa de Madre Teresa” en el barrio de Tejgaon, en inmediaciones del complejo parroquial del Santo Rosario, donde se encuentran dos cementerios cristianos. Allí, el Obispo de Roma bendijo las tumbas de algunos misioneros, saludó a los huérfanos y enfermos y luego encontró a los más de 1500 religiosos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y novicios de Bangladés.
En su discurso – pronunciado de modo espontaneo en nuestro idioma – el Papa Francisco les presentó una imagen tomada del libro del profeta Isaías, la imagen de una planta, donde describe los aspectos pequeños y grandes de la vida de fe, de la vida de servicio a Dios. “Iniciemos por la planta – dijo el Pontífice – el retoño inicia en la tierra, y es la semilla. La semilla no es ni tuyo ni mío, la semilla la siembra Dios. Y es Dios quien la hace crecer. Yo soy la semilla puede decirlo cada uno, pero no por mérito propio, sino por gracia y cada uno debe hacerlo crecer con el testimonio”.
El segundo concepto que presentó el Papa Francisco comentando la imagen de la planta fue que, en el jardín del Reino de Dios no existe una sola semilla: existen miles y miles de plantas, que somos todos nosotros. “Y no es fácil hacer comunidad – afirmó el Papa – no es fácil. Las pasiones humanas, los defectos, los limites amenazan siempre la vida comunitaria, amenazan la paz”. Y una de estas amenazas, precisó el Pontífice, es el espíritu de división.
El tercer concepto que inculcó el Obispo de Roma, es el de mantener y hacer crecer el espíritu de la alegría. Sin la alegría, agregó, no se puede servir a Dios. “La alegría incluso en los momentos difíciles – precisó el Papa – es esa alegría que si no te hace reír porque el dolor es demasiado grande, pero te da paz. Es la alegría del corazón”. Y me causa mucha ternura, señaló el Santo Padre, cuando encuentro sacerdotes, obispos o religiosas ancianas que han vivido la vida con plenitud. Sus ojos son indescriptibles, llenos de alegría y de paz.

Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco los alentó a hacer crecer las plantas de sus vocaciones con los siete dones del Espíritu Santo y les deseó que al igual que el buen vino, al final de sus días, sus ojos brillen de alegría y de plenitud del Espíritu Santo.

22 de noviembre de 2017

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: “LA MISA ES EL MEMORIAL DEL MISTERIO PASCUAL DE CRISTO”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuando con las Catequesis sobre la misa, podemos preguntarnos: ¿Qué es esencialmente la misa? La misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo. Nos convierte en partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte y da significado pleno a nuestra vida.

Por esto, para comprender el valor de la misa debemos ante todo entender entonces el significado bíblico del «memorial». «En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos». Catecismo de la Iglesia Católica (1363). Jesucristo, con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo llevó a término la Pascua. Y la misa es el memorial de su Pascua, de su «éxodo», que cumplió por nosotros, para hacernos salir de la esclavitud e introducirnos en la tierra prometida de la vida eterna. No es solamente un recuerdo, no, es más: es hacer presente aquello que ha sucedido hace veinte siglos.

La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre vosotros toda la misericordia y su amor, como hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Cost. Dogm. Lumen gentium, 3).
Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo —dice san Pablo— y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 19-20). Así pensaba Pablo.

Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos libera no solo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual que es el mal, el pecado, que nos toma cada vez que caemos víctimas del pecado nuestro o de los demás. Y entonces nuestra vida se contamina, pierde belleza, pierde significado, se marchita.

Cristo, en cambio, nos devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y cuando afrontó la muerte la derrota para siempre: «Resucitando destruyó la muerte y nos dio vida nueva». (Oración eucarística iv). La Pascua de Cristo es la victoria definitiva sobre la muerte, porque Él trasformó su muerte en un supremo acto de amor. ¡Murió por amor! Y en la eucaristía, Él quiere comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como Él nos ha amado, dando la vida.
Si el amor de Cristo está en mí, puedo darme plenamente al otro, en la certeza interior de que si incluso el otro me hiriera, yo no moriría; de otro modo, debería defenderme. Los mártires dieron la vida precisamente por esta certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Solo si experimentamos este poder de Cristo, el poder de su amor, somos verdaderamente libres de darnos sin miedo. Esto es la misa: entrar en esta pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesús; cuando vamos a misa es si como fuéramos al calvario, lo mismo. Pero pensad vosotros: si nosotros en el momento de la misa vamos al calvario —pensemos con imaginación— y sabemos que aquel hombre allí es Jesús. Pero, ¿nos permitiremos charlar, hacer fotografías, hacer espectáculo? ¡No! ¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaremos en silencio, en el llanto y también en la alegría de ser salvados. Cuando entramos en la iglesia para celebrar la misa pensemos esto: entro en el calvario, donde Jesús da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparecen las charlas, los comentarios y estas cosas que nos alejan de esto tan hermoso que es la misa, el triunfo de Jesús.

Creo que hoy está más claro cómo la Pascua se hace presente y operante cada vez que celebramos la misa, es decir, el sentido del memorial. La participación en la eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de Cristo, regalándonos pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, allí en el calvario. La misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo.

Fuente: RV

19 de noviembre de 2017

ÁNGELUS DEL PAPA, DOMINGO 19 NOVIEMBRE 2017, JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En este penúltimo domingo del año litúrgico, el Evangelio nos presenta la parábola de los talentos (cfr Mt 25,14-30). Un hombre, antes de salir de viaje, entrega a sus siervos algunos talentos, que en ese tiempo eran monedas de gran valor: a un siervo, cinco talentos, a otro dos, a otro uno, según las capacidades de cada uno. El siervo que ha recibido cinco talentos es emprendedor y hace que fructifiquen, ganando  otros cinco. Lo mismo hace el que recibió dos y gana otros dos. En cambio, el siervo que ha recibido uno, escava un hueco en el terreno y esconde la moneda de su señor.
Es este mismo siervo el que le explica al señor, cuando vuelve, el motivo de su gesto diciendo: «Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra» (24-25). Este siervo no tiene una relación de confianza con su señor, sino que le tiene miedo  y eso lo bloquea. El miedo inmoviliza siempre y a menudo hace cumplir opciones equivocadas. El miedo desalienta el tomar iniciativas, induce a refugiarse en soluciones seguras y garantizadas, y así se acaba con no realizar nada bueno. Para ir adelante y crecer en el camino de la vida, no hay que tener miedo, hay que tener confianza.
Esta parábola nos hace comprender cuán importante es tener una idea verdadera de Dios. No debemos pensar que Él es un patrón malo, exigente y severo que quiere castigarnos. Si dentro de nosotros tenemos esta imagen equivocada de Dios, entonces nuestra vida no podrá ser fecunda, porque viviremos en el miedo y no nos llevará a nada constructivo. Aún más, el miedo nos paraliza, nos autodestruye. Estamos llamados a reflexionar para descubrir cuál es verdaderamente nuestra idea de Dios. Ya en el Antiguo Testamento, Él se ha revelado como «Dios misericordioso y compasivo, lento para enojarse y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6) y Jesús nos ha mostrado siempre que Dios no es un patrón severo e intolerante, sino un padre lleno de amor, de ternura, un padre lleno de bondad. Por lo tanto podemos y debemos tener una confianza inmensa en Él.
Jesús nos muestra la generosidad y el cuidado premuroso del Padre de tantas formas: con su palabra, con sus gestos, con su acogida hacia todos, en especial hacia los pecadores, los pequeños y los pobres – como hoy nos recuerda la I Jornada Mundial de los Pobres – pero también con sus advertencias, que revelan su interés para que nosotros no desperdiciemos inútilmente nuestra vida. En efecto, es signo de que Dios tiene un gran aprecio por nosotros: esta conciencia nos ayuda a ser personas responsables en toda acción nuestra.  Por lo tanto, la parábola de los talentos nos recuerda una responsabilidad personal y una fidelidad que se vuelve también capacidad de volvernos a poner en camino por sendas nuevas, sin ‘enterrar el talento’, es decir los dones que Dios nos ha confiado y sobre los cuales nos pedirá cuentas.
Que la Virgen Santa interceda por nosotros, para que permanezcamos fieles a la voluntad de Dios haciendo fructificar los talentos con los que nos ha dotado. Así seremos útiles a los demás y, en el último día, seremos acogidos por el Señor, que nos invitará a participar de su alegría.
(Traducción del italiano: Cecilia de Malak)


16 de noviembre de 2017

EL PAPA EN LA CATEQUESIS: «LA EUCARISTÍA ES LA ORACIÓN POR EXCELENCIA»

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos con las catequesis sobre la Santa Misa. Para comprender la belleza de la celebración eucarística deseo iniciar con un aspecto muy simple: la Misa es oración, es más, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más “concreta”. De hecho, es el encuentro de amor con Dios mediante su Palabra y el Cuerpo y Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor.
Pero antes debemos responder a una pregunta. ¿Qué cosa es verdaderamente la oración? Ella es sobre todo diálogo, relación personal con Dios. Y el hombre ha sido creado como ser en relación personal con Dios que encuentra su plena realización solamente en el encuentro con su Creador. El camino de la vida es hacia el encuentro definitivo con el Señor.
El Libro del Génesis afirma que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, quien es Padre e Hijo y Espíritu Santo, una relación perfecta de amor que es unidad. De esto podemos comprender que todos nosotros hemos sido creados para entrar en una relación perfecta de amor, en un continuo donarnos y recibirnos para poder encontrar así la plenitud de nuestro ser.
Cuando Moisés, ante la zarza ardiente, recibe la llamada de Dios, le pregunta cuál es su nombre. Y, ¿qué cosa responde Dios?: «Yo soy el que soy» (Ex 3,14). Esta expresión, en sentido original, expresa presencia y gracia, y de hecho enseguida Dios agrega: « El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» (v. 15). Así también Cristo, cuando llama a sus discípulos, los llama para que estén con Él. Esta pues es la gracia más grande: poder experimentar que la Misa, la Eucaristía es el momento privilegiado para estar con Jesús, y, a través de Él, con Dios y con los hermanos.
Orar, como todo verdadero diálogo, es también saber permanecer en silencio – en los diálogos existen momentos de silencio –, en silencio junto a Jesús. Y cuando nosotros vamos a Misa, tal vez llegamos cinco minutos antes y comenzamos a conversar con quien está al lado nuestro. Pero no es el momento de conversar: es el momento del silencio para prepararnos al diálogo. Es el momento de recogernos en nuestro propio corazón para prepararnos al encuentro con Jesús. ¡El silencio es muy importante! Recuerden lo que les he dicho la semana pasada: no vamos a un espectáculo, vamos al encuentro con el Señor y el silencio nos prepara y nos acompaña. Permanecer en silencio junto a Jesús. Y del misterioso silencio de Dios emerge su Palabra que resuena en nuestro corazón. Jesús mismo nos enseña como realmente es posible “estar” con el Padre y nos lo demuestra con su oración. Los Evangelios nos muestran a Jesús que se retira en lugares apartados para orar; los discípulos, viendo esto su íntima relación con el Padre, sienten el deseo de poder participar, y le piden: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Hemos escuchado en la Lectura antes, al inicio de la audiencia. Jesús responde que la primera cosa necesaria para orar es saber decir “Padre”. Estén atentos: si yo no soy capaz de decir “Padre” a Dios, no soy capaz de orar. Debemos aprender a decir “Padre”, es decir, ponerse en su presencia con confianza filial. Pero para poder aprender, se necesita reconocer humildemente que tenemos necesidad de estar instruidos, y decir con simplicidad: Señor enséñanos a orar.
Este es el primer punto: ser humildes, reconocerse hijos, descansar en el Padre, confiar en Él. Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse pequeños como niños. En el sentido que los niños saben confiar, saben que alguien se preocupará de ellos, de lo que comerán, de lo que se pondrán y otras cosas más (cfr. Mt 6,25-32). Esta es la primera actitud: confianza y familiaridad, como el niño hacia los padres; saber que Dios se recuerda de ti, cuida de ti, de ti, de mí, de todos.
La segunda predisposición, también esta propia de los niños, es dejarse sorprender. El niño hace siempre mil preguntas porque desea descubrir el mundo; y se maravilla incluso de cosas pequeñas porque todo es nuevo para él. Para entrar en el Reino de los cielos se necesita dejarse maravillar. ¿En nuestra relación con el Señor, en la oración – pregunto – nos dejamos maravillar o pensamos que la oración es hablar a Dios como hacen los papagayos? No, es confiar y abrir el corazón para dejarse maravillar. ¿Nos dejamos sorprender por Dios que es siempre el Dios de las sorpresas? Porque el encuentro con el Señor es siempre un encuentro vivo, no es un encuentro de museo. Es un encuentro vivo y nosotros vamos a la Misa, no a un museo. Vamos a un encuentro vivo con el Señor.
En el Evangelio se habla de un cierto Nicodemo (Jn 3,1-21), un hombre anciano, una autoridad en Israel, que donde Jesús para conocerlo; y el Señor le habla de la necesidad de “renacer de lo alto” (Cfr. v. 3). Pero, ¿qué cosa significa? ¿Se puede “renacer”? ¿Volver a tener el gusto, la alegría, la maravilla de la vida, es posible, también ante tantas tragedias? Esta es una pregunta fundamental de nuestra fe y este es el deseo de todo verdadero creyente: el deseo de renacer, la alegría de reiniciar. ¿Nosotros tenemos este deseo? ¿Cada uno de nosotros tiene deseo de renacer siempre para encontrar al Señor? ¿Tienen este deseo? De hecho, se puede perderlo fácilmente porque, a causa de tantas actividades, de tantos proyectos de poner en acto, al final nos queda poco tiempo y perdemos de vista aquello que es fundamental: nuestra vida del corazón, nuestra vida espiritual, nuestra vida que es encuentro con el Señor en la oración.
En verdad, el Señor nos sorprende mostrándonos que Él nos ama incluso en nuestras debilidades. «Jesucristo […] es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1 Jn 2,2). Este don, fuente de verdadera consolación – pero el Señor nos perdona siempre – esto, consuela, es una verdadera consolación, es un don que nos es dado a través de la Eucaristía, de aquel banquete nupcial en el cual el Esposo encuentra nuestra fragilidad. Puedo decir que, ¿Cuándo recibo la comunión en la Misa, el Señor encuentra mi fragilidad? ¡Sí! ¡Podemos decirlo porque esto es verdad! El Señor encuentra nuestra fragilidad para llevarnos a nuestra primera llamada: aquella de ser imagen y semejanza de Dios. Este es el ambiente de la Eucaristía, esta es la oración.
(Traducción del italiano, Renato Martinez)


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO I JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
19 de noviembre de 2017

No amemos de palabra sino con obras
1. «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo que ningún cristiano puede ignorar. La seriedad con la que el «discípulo amado» ha transmitido hasta nuestros días el mandamiento de Jesús se hace más intensa debido al contraste que percibe entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos con los que tenemos que enfrentarnos. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares: Dios nos amó primero (cf. 1 Jn 4,10.19); y nos amó dando todo, incluso su propia vida (cf. 1 Jn 3,16).
Un amor así no puede quedar sin respuesta. Aunque se dio de manera unilateral, es decir, sin pedir nada a cambio, sin embargo inflama de tal manera el corazón que cualquier persona se siente impulsada a corresponder, a pesar de sus limitaciones y pecados. Y esto es posible en la medida en que acogemos en nuestro corazón la gracia de Dios, su caridad misericordiosa, de tal manera que mueva nuestra voluntad e incluso nuestros afectos a amar a Dios mismo y al prójimo. Así, la misericordia que, por así decirlo, brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.
2. «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34,7). La Iglesia desde siempre ha comprendido la importancia de esa invocación. Está muy atestiguada ya desde las primeras páginas de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro pide que se elijan a siete hombres «llenos de espíritu y de sabiduría» (6,3) para que se encarguen de la asistencia a los pobres. Este es sin duda uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: el servicio a los más pobres. Esto fue posible porque comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se tenía que manifestar en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).
«Vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos. El evangelista Lucas, el autor sagrado que más espacio ha dedicado a la misericordia, describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad. Con ello desea dirigirse a los creyentes de cualquier generación, y por lo tanto también a nosotros, para sostenernos en el testimonio y animarnos a actuar en favor de los más necesitados. El apóstol Santiago manifiesta esta misma enseñanza en su carta con igual convicción, utilizando palabras fuertes e incisivas: «Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales? [...] ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: “Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta» (2,5-6.14-17).
3. Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres.
Entre ellos destaca el ejemplo de Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión: «Cuando vivía en el pecado me parecía algo muy amargo ver a los leprosos, y el mismo Señor me condujo entre ellos, y los traté con misericordia. Y alejándome de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (Test 1-3; FF 110). Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos.
No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida. En efecto, la oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Y esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la carne de Cristo. Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez» (Hom. in Matthaeum, 50,3: PG 58).
Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.
4. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45).
Sigamos, pues, el ejemplo de san Francisco, testigo de la auténtica pobreza. Él, precisamente porque mantuvo los ojos fijos en Cristo, fue capaz de reconocerlo y servirlo en los pobres. Si deseamos ofrecer nuestra aportación efectiva al cambio de la historia, generando un desarrollo real, es necesario que escuchemos el grito de los pobres y nos comprometamos a sacarlos de su situación de marginación. Al mismo tiempo, a los pobres que viven en nuestras ciudades y en nuestras comunidades les recuerdo que no pierdan el sentido de la pobreza evangélica que llevan impresa en su vida.
5. Conocemos la gran dificultad que surge en el mundo contemporáneo para identificar de forma clara la pobreza. Sin embargo, nos desafía todos los días con sus muchas caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, por la ignorancia y el analfabetismo, por la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y por la migración forzada. La pobreza tiene el rostro de mujeres, hombres y niños explotados por viles intereses, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero. Qué lista inacabable y cruel nos resulta cuando consideramos la pobreza como fruto de la injusticia social, la miseria moral, la codicia de unos pocos y la indiferencia generalizada.
Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos, ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.
Todos estos pobres —como solía decir el beato Pablo VI— pertenecen a la Iglesia por «derecho evangélico» (Discurso en la apertura de la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 29 septiembre 1963) y obligan a la opción fundamental por ellos. Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.
6. Al final del Jubileo de la Misericordia quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Quisiera que, a las demás Jornadas mundiales establecidas por mis predecesores, que son ya una tradición en la vida de nuestras comunidades, se añada esta, que aporta un elemento delicadamente evangélico y que completa a todas en su conjunto, es decir, la predilección de Jesús por los pobres.
Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación está dirigida a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de solidaridad, como signo concreto de fraternidad. Dios creó el cielo y la tierra para todos; son los hombres, por desgracia, quienes han levantado fronteras, muros y vallas, traicionando el don original destinado a la humanidad sin exclusión alguna.
7. Es mi deseo que las comunidades cristianas, en la semana anterior a la Jornada Mundial de los Pobres, que este año será el 19 de noviembre, Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta. Podrán invitar a los pobres y a los voluntarios a participar juntos en la Eucaristía de ese domingo, de tal modo que se manifieste con más autenticidad la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey del universo, el domingo siguiente. De hecho, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor, que lo resucita a nueva vida el día de Pascua.
En ese domingo, si en nuestro vecindario viven pobres que solicitan protección y ayuda, acerquémonos a ellos: será el momento propicio para encontrar al Dios que buscamos. De acuerdo con la enseñanza de la Escritura (cf. Gn 18, 3-5; Hb 13,2), sentémoslos a nuestra mesa como invitados de honor; podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente. Con su confianza y disposición a dejarse ayudar, nos muestran de modo sobrio, y con frecuencia alegre, lo importante que es vivir con lo esencial y abandonarse a la providencia del Padre.
8. El fundamento de las diversas iniciativas concretas que se llevarán a cabo durante esta Jornada será siempre la oración. No hay que olvidar que el Padre nuestro es la oración de los pobres. La petición del pan expresa la confianza en Dios sobre las necesidades básicas de nuestra vida. Todo lo que Jesús nos enseñó con esta oración manifiesta y recoge el grito de quien sufre a causa de la precariedad de la existencia y de la falta de lo necesario. A los discípulos que pedían a Jesús que les enseñara a orar, él les respondió con las palabras de los pobres que recurren al único Padre en el que todos se reconocen como hermanos. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es «nuestro», y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.
9. Pido a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a los diáconos —que tienen por vocación la misión de ayudar a los pobres—, a las personas consagradas, a las asociaciones, a los movimientos y al amplio mundo del voluntariado que se comprometan para que con esta Jornada Mundial de los Pobres se establezca una tradición que sea una contribución concreta a la evangelización en el mundo contemporáneo.
Que esta nueva Jornada Mundial se convierta para nuestra conciencia creyente en un fuerte llamamiento, de modo que estemos cada vez más convencidos de que compartir con los pobres nos permite entender el Evangelio en su verdad más profunda. Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio.
Vaticano, 13 de junio de 2017
Memoria de San Antonio de Padua
Francisco