«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


30 de noviembre de 2015

EL DECÁLOGO DE LA VIGILANCIA EN ADVIENTO DE LA MANO DE BENEDICTO XVI

1.- Justo desapego de los bienes terrenos.
 2.- Sincero arrepentimiento de los propios errores.
3.- Humilde confianza en las manos de Dios nuestro Padre, tierno y misericordioso.
4.- Apertura a los signos de los tiempos y a saber descubrir y discernir los acontecimientos grandes y los hechos sencillos desde un corazón abierto a la Providencia.
5.- Gozosa, íntima y orante actitud de acogida, escucha y de la contemplación de la Palabra de Dios para ver la realidad, el mundo y el prójimo con ojos nuevos, vivir con esperanza fiable y actuar con caridad efectiva.
6.- La vigilancia cristiana es seguir al Señor, caminar hacia el encuentro con Cristo que está continuamente visitándonos.
 7.- La vigilancia cristiana es elegir lo que El eligió.
 8.- Es amar lo que El ha amado y ama.
 9.- Es configurar la propia vida con la suya.
 10.- Es recorrer cada minuto de nuestra vida y de nuestro tiempo en el horizonte de su amor sin dejarnos abatir por las dificultades pequeñas o grandes, cotidianas o extraordinarias


PAPA: CATEQUISTAS Y MAESTROS, PERO TAMBIÉN TESTIGOD

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La tarde del viernes 27 de noviembre, siguiendo con sus actividades en Uganda, el Papa Francisco llegó hasta Munyonyo, lugar lleno de significado en la historia del país. En efecto, fue allí donde el rey Mwanga tomó la decisión de exterminar a los cristianos, y es el sitio exacto del asesinato de los primeros cuatro mártires ugandeses. Como notó el Pontífice en su discurso: “después de haber visto el valiente testimonio de san Andrés Kaggwa y de sus compañeros, los cristianos en Uganda creyeron todavía más en las promesas de Cristo”. Dirigiéndose a los catequistas y maestros congregados en el Santuario, el Obispo de Roma les recordó que como catequistas, tienen un papel importante en la tarea de llevar la Buena noticia ..

29 de noviembre de 2015

PAPA FRANCISCO: EL ADVIENTO

«El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. ¡Una esperanza que no decepciona sencillamente porque el Señor no decepciona jamás! Él es fiel, Él no decepciona. ¡Pensemos y sintamos esta belleza!».
 «Comenzamos hoy, Primer Domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia el cumplimiento del Reino de Dios. Por esto este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia.
Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y la humanidad entera está en camino, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo».
MODELO PARA VIVIR EL ADVIENTO
«El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. ¡Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en su corazón toda la esperanza de Dios! En su seno, la esperanza de Dios ha tomado carne, se ha hecho hombre, se ha hecho historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y las mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia».

Dejémonos guiar por la Virgen, «que es Madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa».

SÍNTESIS DEL ADVIENTO EN UN DECÁLOGO

1.- Adviento es una palabra de etimología latina, que significa "venida".
2.- Adviento es el tiempo litúrgico compuesto por las cuatro semanas que preceden a la Navidad como tiempo para la preparación al Nacimiento del Señor. 
3.- El adviento tiene como color litúrgico al morado que significa penitencia y conversión, en este caso, transidas de esperanza ante la inminente venida del Señor.
4.- El adviento es un periodo de tiempo privilegiado para los cristianos ya se nos invita a recordar el pasado, vivir el presente y preparar el futuro. 
5.- El adviento es memoria del misterio de gracia del nacimiento de Jesucristo. Es memoria de la encarnación. Es memoria de las maravillas que Dios hace en favor de los hombres. Es memoria de la primera venida del Señor. El adviento es historia viva.
6.- El adviento es llamada vivir el presente de nuestra vida cristiana comprometida y a experimentar y testimoniar la presencia de Jesucristo entre nosotros, con nosotros, por nosotros. El adviento nos interpela a vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor en el justicia y en el amor. El adviento es presencia encarnada del cristiano, que cada vez que hace el bien, reactualiza la encarnación y la natividad de Jesucristo.
 7.- El adviento prepara y anticipa el futuro. Es una invitación a preparar la segunda y definitiva venida de Jesucristo, ya en la "majestad de su gloria". Vendrá como Señor y como Juez. El adviento nos hace proclamar la fe en su venida gloriosa y nos ayuda a prepararnos a ella. El adviento es vida futura, es Reino, es escatología.
 8.- El adviento es tiempo para la revisión de la propia vida a la luz de vida de Jesucristo, a la luz de las promesas bíblicas y mesiánicas. El adviento es tiempo para el examen de conciencia continuado, arrepentido y agradecido.
 9.- El adviento es proyección de vida nueva, de conversión permanente, del cielo nuevo y de la tierra nueva, que sólo se logran con el esfuerzo nuestro -mío y de cada uno de las personas- de cada día y de cada afán.
 10.- El adviento es el tiempo de María de Nazaret que esperó, que confío en la palabra de Dios, que se dejó acampar por El y en quien floreció y alumbró el Salvador de mundo.

27 de noviembre de 2015

PAPA: ¡ESCUCHAR EL GRITO DE LOS HOMBRES Y DE LA TIERRA. NO ES UTOPÍA ES RESPONSABILIDAD DE TODOS!

Texto completo del Discurso del Santo Padre en la Oficina de las Naciones Unidas en Nairobi:
Deseo agradecer la amable invitación y las palabras de acogida de la Señora Sahle-Work Zewde, Directora General de la Oficina de las Naciones Unidas en Nairobi, como también del Señor Achim Steiner, Director Ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y del Señor Joan Clos, Director Ejecutivo del Programa ONU–Hábitat. Aprovecho la ocasión para saludar a todo el personal y a todos los que colaboran con las instituciones aquí presentes.
De camino hacia esta sala me han invitado a plantar un árbol en el parque del Centro de las Naciones Unidas. Quise aceptar este gesto simbólico y sencillo, cargado de significado en tantas culturas.
Plantar un árbol es, en primera instancia, una invitación a seguir luchando contra fenómenos como la deforestación y la desertificación. Nos recuerda la importancia de tutelar y administrar responsablemente aquellos «pulmones del planeta repletos de biodiversidad [como bien lo podemos apreciar en este continente con] la cuenca fluvial del Congo», lugar esencial «para la totalidad del planeta y para el futuro de la humanidad». Por eso, es siempre apreciada y alentada «la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales» (Carta enc. Laudato si’, 38).
A su vez, plantar un árbol nos provoca a seguir confiando, esperando y especialmente comprometiendo nuestras manos para revertir todas las situaciones de injusticia y deterioro que hoy padecemos.
Dentro de pocos días comenzará en París un importante encuentro sobre el cambio climático, donde la comunidad internacional como tal, se enfrentará de nuevo a esta problemática. Sería triste y me atrevo a decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común y lleven a manipular la información para proteger sus proyectos.
En este contexto internacional, donde se nos plantea la disyuntiva que no podemos ignorar de mejorar o destruir el ambiente, cada iniciativa tomada en este sentido, pequeña o grande, individual o colectiva, para cuidar la creación indica el camino seguro para esa «generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano» (ibíd., 211).
«El clima es un bien común, de todos y para todos; el cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad» (ibíd., 23-25) cuya respuesta «debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados» (ibíd., 93). Ya que «el abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, va acompañado por un imparable proceso de exclusión» (Discurso a la ONU, 25 septiembre 2015).
La COP21 es un paso importante en el proceso de desarrollo de un nuevo sistema energético, que dependa al mínimo de los combustibles fósiles, busque la eficiencia energética y se estructure con el uso de energía con bajo o nulo contenido de carbono. Estamos ante el gran compromiso político y económico de replantear y corregir las disfunciones y distorsiones del actual modelo de desarrollo.
El Acuerdo de París puede dar una señal clara en esta dirección, siempre que, como ya tuve ocasión de decir ante la Asamblea General de la ONU, evitemos «toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas» (ibíd.). Por eso, espero que la COP21 lleve a concluir un acuerdo global y «transformador» basado en los principios de solidaridad, justicia, equidad y participación, y orientando a la consecución de tres objetivos, a la vez complejos e interdependientes: el alivio del impacto del cambio climático, la lucha contra la pobreza y el respeto de la dignidad humana.
A pesar de muchas dificultades, se está afirmando la «tendencia a concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa de todos» (Carta enc. Laudato si’, 164). Ningún país «puede actuar al margen de una responsabilidad común. Si realmente queremos un cambio positivo, tenemos que asumir humildemente nuestra interdependencia» (Discurso a los movimientos populares, 9 julio 2015). El problema surge cuando creemos que interdependencia es sinónimo de imposición o sumisión de unos en función de los intereses de los otros. Del más débil en función del más fuerte.
Es necesario un diálogo sincero y abierto, con la cooperación responsable de todos: autoridades políticas, comunidad científica, empresas y sociedad civil. No faltan ejemplos positivos que nos demuestran cómo una verdadera colaboración entre la política, la ciencia y la economía es capaz de lograr importantes resultados.
Somos conscientes, sin embargo, de que los «seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse» (Carta enc. Laudato si’, 205). Esta toma de conciencia profunda nos lleva a esperar que, si la humanidad del período post-industrial podría ser recordada como una de las más irresponsables de la historia, «la humanidad de comienzos del siglo XXI [sea] recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (ibíd., 165).
Para eso es necesario poner la economía y la política al servicio de los pueblos donde «el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución para que las capacidades y las necesidades de cada uno encuentren un cauce adecuado en el ser social» (Discurso a los movimientos populares, 9 julio 2015). No se trata de una utopía fantástica, por el contrario, una perspectiva realista que pone la persona y su dignidad como punto de partida y hacia donde todo tiene que fluir.
El cambio de rumbo que necesitamos no es posible realizarlo sin un compromiso sustancial por la educación y la formación. Nada será posible si las soluciones políticas y técnicas no van acompañadas de un proceso de educación que promueva nuevos estilos de vida. Un nuevo estilo cultural. Esto exige una formación destinada a fomentar en niños y niñas, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, la asunción de una cultura del cuidado; cuidado de sí, cuidado del otro, cuidado del ambiente; en lugar de la cultura de la degradación y del descarte. Descarte de sí, del otro, del ambiente. La promoción de la «conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos [nos] permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. [Es] un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración» (Carta enc. Laudato si’, 202), que estamos a tiempo de impulsar.
Son muchos los rostros, las historias, las consecuencias evidentes en miles de personas que la cultura del degrado y del descarte ha llevado a sacrificar bajo los ídolos de las ganancias y del consumo. Debemos cuidarnos de un triste signo de la «globalización de la indiferencia, que nos va “acostumbrando” lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2013, 16 octubre 2013, 2), o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de “descarte” y de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos. «Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna» (Carta enc. Laudato si’, 25). Son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho.
En paralelo al descuido del ambiente, desde hace tiempo somos testigos de un rápido proceso de urbanización, que por desgracia conduce con frecuencia a un «crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres [e …] ineficientes» (ibíd., 44). Y son también lugares donde se difunden síntomas preocupantes de una trágica rotura de los vínculos de integración y de comunión social, que lleva al «crecimiento de la violencia y [al] surgimiento de nuevas formas de agresividad social, [al] narcotráfico y [al] consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, [a] la pérdida de identidad» (ibíd., 46), al desarraigo y al anonimato social (cf. ibíd, 149).
Quiero expresar mi aliento a cuantos, a nivel local e internacional, trabajan para asegurar que el proceso de urbanización se convierta en un instrumento eficaz para el desarrollo y la integración, a fin de garantizar a todos, y en especial a las personas que viven en barrios marginales, condiciones de vida dignas, garantizando los derechos básicos a la tierra, al techo y al trabajo. Es necesario fomentar iniciativas de planificación urbana y del cuidado de los espacios públicos que vayan en esta dirección y contemplen la participación de la gente del lugar, tratando de contrarrestar las muchas desigualdades y los bolsones de pobreza urbana, no sólo económicos, sino también y sobre todo sociales y ambientales. La futura Conferencia Hábitat-III, prevista en Quito para octubre de 2016, podría ser un momento importante para identificar maneras de responder a estas problemáticas.
Dentro de pocos días, esta ciudad de Nairobi, será sede de la 10ª Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio. En 1967, frente a un mundo cada vez más interdependiente, y anticipándose en años a la presente realidad de la globalización, mi predecesor Pablo VI reflexionaba sobre cómo las relaciones comerciales entre los Estados podrían ser un elemento fundamental para el desarrollo de los pueblos o, por el contrario, causa de miseria y de exclusión (cf. Carta enc. Populorum progressio, 56-62). Aun reconociendo lo mucho que se ha trabajado en esta materia, parece que no se ha llegado todavía a un sistema comercial internacional equitativo y totalmente al servicio de la lucha contra la pobreza y la exclusión. Las relaciones comerciales entre los Estados, parte indispensable de las relaciones entre los pueblos, pueden servir tanto para dañar el ambiente como para recuperarlo y asegurarlo para las generaciones futuras.
Expreso mi deseo de que las deliberaciones de la próxima Conferencia de Nairobi no sean un simple equilibrio de intereses contrapuestos, sino un verdadero servicio al cuidado de la casa común y al desarrollo integral de las personas, especialmente de los más postergados. En particular, quiero unirme a las preocupaciones tantas realidades comprometidas en la cooperación al desarrollo y en la asistencia sanitaria –entre ellos las congregaciones religiosas que asisten a los más pobres y excluidos–, acerca de los acuerdos sobre la propiedad intelectual y el acceso a las medicinas y cuidados esenciales de la salud. Los Tratados de libre comercio regionales sobre la protección de la propiedad intelectual, en particular en materia farmacéutica y de biotecnología, no sólo no deben limitar las facultades ya otorgadas a los Estados por los acuerdos multilaterales, sino que, al contrario, deberían ser un instrumento para asegurar un mínimo de atención sanitaria y de acceso a los remedios básicos para todos. Las discusiones multilaterales, a su vez, deben dar a los países más pobres el tiempo, la elasticidad y las excepciones necesarias para una adecuación ordenada y no traumática a las normas comerciales. La interdependencia y la integración de las economías no debe suponer el más mínimo detrimento de los sistemas de salud y de protección social existentes; al contrario, deben favorecer su creación y funcionamiento. Algunos temas sanitarios, como la eliminación de la malaria y la tuberculosis, la cura de las llamadas enfermedades «huérfanas» y los sectores de la medicina tropical desatendidos, reclaman una atención política primaria, por encima de cualquier otro interés comercial o político.
África ofrece al mundo una belleza y una riqueza natural que nos lleva a alabar al Creador. Este patrimonio africano y de toda la humanidad sufre un constante riesgo de destrucción, causado por egoísmos humanos de todo tipo y por el abuso de situaciones de pobreza y exclusión. En el contexto de las relaciones económicas entre los Estados y los pueblos no se puede dejar de hablar de los tráficos ilegales que crecen en un ambiente de pobreza y que, a su vez alimentan la pobreza y la exclusión. El comercio ilegal de diamantes y piedras preciosas, de metales raros o de alto valor estratégico, de maderas y material biológico, y de productos animales, como el caso del tráfico de marfil y la consecuente matanza de elefantes, alimenta la inestabilidad política, el crimen organizado y el terrorismo. También esta situación es un grito de los hombres y de la tierra que tiene que ser escuchado por la Comunidad Internacional.
En mi reciente visita a la sede de la ONU en Nueva York, pude expresar el deseo y la esperanza de que la obra de las Naciones Unidas y de todos los desarrollos multilaterales pueda ser «prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado los intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio al bien común» (Discurso a la ONU, 25 septiembre 2015).
Renuevo una vez más el apoyo de la Comunidad Católica, y el mío de seguir rezando y colaborando para que los frutos de la cooperación regional que se expresan hoy en la Unión Africana y en los muchos acuerdos africanos de comercio, cooperación y desarrollo sean vividos con vigor y teniendo siempre en cuenta el bien común de los hijos de esta tierra.
La bendición del Altísimo sea con todos y cada uno de ustedes y sus pueblos. Gracias.



EL PAPA EN NAIROBI: USTEDES SON DE DIOS, LA IGLESIA ES UN HOGAR, POR ESO NO TIENEN QUE TENER MIEDO, TIENEN QUE SER FUERTES

La Palabra de Dios nos habla en lo más profundo de nuestro corazón. Dios nos dice hoy que le pertenecemos. Él nos hizo, somos su familia, y Él siempre estará presente para nosotros. «No temas», nos dice: «Yo los he elegido y les prometo darles mi bendición» (cf. Is 44,2-3).
Hemos escuchado esta promesa en la primera lectura de hoy. El Señor nos dice que hará brotar agua en el desierto, en una tierra sedienta; hará que los hijos de su pueblo prosperen como la hierba y los sauces frondosos. Sabemos que esta profecía se cumplió con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero también la vemos cumplirse dondequiera que el Evangelio es predicado y nuevos pueblos se convierten en miembros de la familia de Dios, la Iglesia. Hoy nos regocijamos porque se ha cumplido en esta tierra. Gracias a la predicación del Evangelio, todos nosotros hemos entrado a formar parte de la gran familia cristiana.
La profecía de Isaías nos invita a mirar a nuestras propias familias, y a darnos cuenta de su importancia en el plan de Dios. La sociedad keniata ha sido abundantemente bendecida con una sólida vida familiar, con un profundo respeto por la sabiduría de los ancianos y con un gran amor por los niños. La salud de cualquier sociedad depende de la salud de sus familias. Por su bien, y por el bien de la sociedad, nuestra fe en la Palabra de Dios nos llama a sostener a las familias en su misión en la sociedad, a recibir a los niños como una bendición para nuestro mundo, y a defender la dignidad de cada hombre y mujer, porque todos somos hermanos y hermanas en la única familia humana.
En obediencia a la Palabra de Dios, también estamos llamados a oponernos a las prácticas que fomentan la arrogancia de los hombres, que hieren o degradan a las mujeres, no cuidan a los ancianos y ponen en peligro la vida de los inocentes aún no nacidos. Estamos llamados a respetarnos y apoyarnos mutuamente, y a estar cerca de todos los que pasan necesidad. Las familias cristianas tienen esta misión especial: irradiar el amor de Dios y difundir las aguas vivificantes de su Espíritu. Esto tiene hoy una importancia especial, cuando vemos el avance de nuevos desiertos creados por la cultura del egoísmo y de la indiferencia hacia los demás.
Aquí, en el corazón de esta Universidad, donde se forman las mentes y los corazones de las nuevas generaciones, hago un llamado especial a los jóvenes de la nación. Que los grandes valores de la tradición africana, la sabiduría y la verdad de la Palabra de Dios, y el generoso idealismo de su juventud, los guíen en su esfuerzo por construir una sociedad que sea cada vez más justa, inclusiva y respetuosa de la dignidad humana. Preocúpense de las necesidades de los pobres, rechacen todo prejuicio y discriminación, porque –lo sabemos– todas estas cosas no son de Dios.
Todos conocemos bien la parábola de Jesús sobre aquel hombre que edificó su casa sobre arena, en vez de hacerlo sobre roca. Cuando soplaron los vientos, se derrumbó, y su ruina fue grande (cf. Mt 7,24-27). Dios es la roca sobre la que estamos llamados a construir. Él nos lo dice en la primera lectura y nos pregunta: «¿Hay un dios fuera de mí?» (Is 44,8).
Cuando Jesús resucitado afirma en el Evangelio de hoy: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), nos está asegurando que Él, el Hijo de Dios, es la roca. No hay otro fuera de Él. Como único Salvador de la humanidad, quiere atraer hacia sí a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, para poder llevarlos al Padre. Él quiere que todos nosotros construyamos nuestra vida sobre el cimiento firme de su palabra.
Este es el encargo que el Señor nos da a cada uno de nosotros. Nos pide que seamos discípulos misioneros, hombres y mujeres que irradien la verdad, la belleza y el poder del Evangelio, que transforma la vida. Hombres y mujeres que sean canales de la gracia de Dios, que permitan que la misericordia, la bondad y la verdad divinas sean los elementos para construir una casa sólida. Una casa que sea hogar, en la que los hermanos y hermanas puedan, por fin, vivir en armonía y respeto mutuo, en obediencia a la voluntad del verdadero Dios, que nos ha mostrado en Jesús el camino hacia la libertad y la paz que todo corazón ansía.
Que Jesús, el Buen Pastor, la roca sobre la que construimos nuestras vidas, los guie a ustedes y a sus familias por el camino de la bondad y la misericordia, todos los días de sus vidas. Que él bendiga a todos los habitantes de Kenia con su paz.
«Estén firmes en la fe. No tengan miedo». «Porque ustedes pertenecen al Señor». Mungu awabariki! (Que Dios los bendiga) Mungu abariki Kenya! (Que Dios bendiga a Kenia)

24 de noviembre de 2015

Papa Francisco: la cultura del descarte no es cristiana

RESPUESTAS DEL PAPA A LAS CARTAS DE LOS NIÑOS DE TODO EL MUNDO


























 (RV).- El Santo Padre responde a las cartas de los niños de todo el mundo. La Loyola Press de Chicago, es decir el ministerio de los jesuitas que sirve a la comunidad católica formando en la fe, la educación y la espiritualidad, fundada en 1912 y perteneciente a la Provincia de la Compañía de Jesús de esa localidad estadounidense, publicará el primer y único libro para niños escrito por el Papa Francisco, titulado “Querido Papa Francisco, quisiera merendar contigo”.
El libro, redactado por el sacerdote jesuita italiano Antonio Spadaro y por Tom Grath de la mencionada editorial de los jesuitas, recopila las respuestas personales del Papa a 31 cartas escritas a mano y a los dibujos de numerosos niños de todo el mundo, cuyas edades oscilan entre los 6 y los 13 años. La Loyola Press publicará la versión encuadernada en inglés y en español en los EEUU.
Este volumen, que se desarrolló como un proyecto internacional de la Compañía, será publicado simultáneamente en Italia, España, México, Polonia, Indonesia, Filipinas e India. De modo que el alcance mundial de este proyecto editorial no tiene precedentes, puesto que están representadas veintiséis naciones de todos los continentes, que incluyen, por ejemplo, Albania, Siria, China, Kenia y EEUU.
Y mientras cada región pone de manifiesto su propia sensibilidad estética, del libro surgen muchos temas y preocupaciones comunes, como el gran amor por el Papa Francisco, y algunas curiosidades con respecto a su vida, o por temas relacionados con el más allá, o el fuerte sentimiento de justicia, tanto social como teológico, o la importancia de la familia y el deseo de los niños de ser vistos y escuchados.
Las respuestas del Papa Francisco son meditadas y motivantes, y confirman su convicción de que los niños son el futuro y que sus voces deben ser escuchadas.
Por otra parte, tal como se lee en la el sitio web del Consejo Pontificio para la Familia, desde el 19 de noviembre está disponible en las librerías la obra que recoge algunas de las cartas más hermosas que los niños de todo el mundo han escrito al Papa Francisco.
Con la misma frase, “Querido Papa Francisco”, comienzan las miles de cartas que llegan cada semana a la Ciudad del Vaticano dirigidas al Santo Padre y escritas por los niños de todos los rincones de la tierra.
Misivas que han sido recogidas en un libro titulado precisamente “Cartas a Francisco” y publicado por la Editorial para niños Carlo Gallucci en una edición a cargo de la periodista italiana Alessandra Buzzetti.
Los beneficios de los derechos de autor de este libro de 156 páginas serán donados al Dispensario Santa Marta, ubicado junto a la residencia del Papa, en el que se atienden cotidianamente y se ayudan a casi quinientos niños necesitados y a sus familias.
Los pequeños amigos por correspondencia del Papa Francisco escriben sus cartitas a mano, y éstas van acompañadas de pequeños regalos o muñecos. Entre garabatos y algún error gramatical se atisban fragmentos de la vida diaria, narrada desde la sencilla pero profunda mirada de los más pequeños.
Entre las cartas se lee esta conmovedora frase escrita por Mateo, un niño italiano de Scampia (el barrio periférico de Nápoles que padece una verdadera emergencia social y que el Pontífice visitó recientemente): “A veces mi mamá no cena por la noche y dice que está a dieta, pero no es verdad, ella come lo que queda de nuestra sobras”.
Algunos niños piden al Santo Padre que le encuentre un trabajo a su papá que está en la cárcel, otros le piden que rece por su curación; y el pequeño Aziz le pide disculpas, diciendo: “Lo siento mucho por la pareja de cristianos que fueron quemados vivos... perdóname a mí y a todo Pakistán”.
Tampoco faltan cartas que seguramente habrán hecho sonreír al Papa Francisco, como Alver, de 9 años de edad y de Buenos Aires, quien le escribe: “Te quiero Santo Padre”, y añade: “Tú eres del San Lorenzo, pero yo del equipo más grande que existe, el Boca”.
Mientras muchos niños se sienten sorprendidos por los gestos y las palabras del Papa. Como Leonardo, italiano de 11 años, de la región de Emilia Romagna: “Eres un Papa maravilloso y muy bueno para hacer las Misas”.
“Cada vez que dices algo – le confía Mario, de la localidad italiana de Formia – son palabras santas”. Mientras Zena le cuenta al Papa su alegría al verlo en una audiencia general: “Estoy emocionada – escribe – porque nunca he estado ante una Excelencia como tú”. Y añade: “Espero que después de haberte visto logre mejorar mi comportamiento escuchando tus palabras”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).

22 de noviembre de 2015

CRISTO ES UN REY QUE NO DOMINA SINO QUE NOS ELEVA A SU DIGNIDAD, EL PAPA EN LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Texto completo de la reflexión del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último domingo del año litúrgico, celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18,36). Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otro modo, pero es rey en este mundo. Se trata de una contraposición entre dos lógicas. La lógica mundana se apoya en la ambición, en la competición, combate con las armas del miedo, del chantaje y de la manipulación de las conciencias. La lógica del Evangelio, es decir la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y en la gratuidad, se afirma silenciosamente pero eficazmente con la fuerza de la verdad. Los reinos de este mundo a veces se sostienen con la prepotencia, rivalidad, opresión; el reino de Cristo es un «reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio).
¡Jesús se ha revelado rey, ¿cuándo? En el evento de la Cruz! Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Pero alguno de ustedes puede decir: “pero, ¡Padre, esto ha sido un fracaso!”. Es justamente en el fracaso del pecado – el pecado es un fracaso – el fracaso de la ambición humana, ahí está el triunfo de la Cruz, está la gratuidad del amor. En el fracaso de la Cruz se ve el amor, este amor que es gratuito, que nos da Jesús. Hablar de potencia y de fuerza, para el cristiano, significa hacer referencia a la potencia de la Cruz y a la fuerza del amor de Jesús: un amor que permanece firme e íntegro, incluso ante el rechazo, y que se presenta como el cumplimiento de una vida donada en la total entrega de sí en favor de la humanidad. En el Calvario, los presentes y los jefes se burlan de Jesús clavado en la cruz, y le lanzan el desafío: «¡Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!» (Mc 15,30). “¡Salva a ti mismo!”. Pero paradójicamente la verdad de Jesús es aquella que en forma de ironía le lanzan sus adversarios: «¡No puede salvarse a sí mismo!» (v. 31). Si Jesús habría bajado de la cruz, habría cedido a las tentaciones del príncipe de este mundo; en cambio Él no puede salvar a sí mismo justamente para poder salvar a los demás, porque ha dado su vida por nosotros, por cada uno de nosotros. Pero decir “Jesús ha dado su vida por el mundo” es verdad, pero es más bello decir: “¡Ha dado su vida por mí!”. Y hoy en la Plaza, cada uno de nosotros, diga en su corazón: “¡Ha dado su vida por mí!, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados.
Y esto, ¿quién lo entendió? Lo entendió bien uno de los dos ladrones que son crucificados con Él, llamado el “buen ladrón”, que Le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando entraras a tu reino» (Lc 23,42). Pero este era un malhechor, era un corrupto y estaba ahí condenado a muerte por todas las brutalidades que había hecho en su vida. Pero ha visto en la actitud de Jesús, en la humildad de Jesús el amor. Y esta es la fuerza del reino de Cristo es el amor. Por esto la majestad de Jesús no nos oprime, sino nos libera de nuestras debilidades y miserias, animándonos a recorrer los caminos del bien, de la reconciliación y del perdón. Miremos la Cruz de Jesús, miremos al “buen ladrón” y digamos todos juntos lo que ha dicho el “buen ladrón”: «Jesús, acuérdate de mí cuando estarás en tu reino». Todos juntos,”: «Jesús, acuérdate de mí cuando estarás en tu reino». Pedir a Jesús, cuando nosotros nos sentimos débiles, pecadores, derrotados, de mirarnos y decir: “Pero, Tu estas ahí. No te olvides de mí”.
Ante tantas laceraciones en el mundo y tantas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María sostenernos en nuestro compromiso de imitar a Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, de comprensión y de misericordia.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)



PAPA FRANCISCO A LOS EDUCADORES CATÓLICOS: “NO SE PUEDE HABLAR DE EDUCACIÓN CATÓLICA, SIN HABLAR DE HUMANIDAD”

Síntesis conclusiva del Congreso Internacional de Educación Católica

Con agradecimiento a todos los participantes, y buscando convocarnos mutuamente a seguir trabajando para que la Educación sea verdaderamente un bien compartido por todos los niños y jóvenes del mundo, ofrecemos una síntesis conclusiva de nuestro Congreso Internacional de la Educación Católica.
Hemos vivido en Roma unos días intensos, en los que hemos podido renovar nuestra convicción de que la Educación Católica, arraigada en la profunda relación entre la experiencia de la fe y la misión educativa y fundamentada en una identidad ligada a sus orígenes y a lo mejor de su historia, está llamada a dar lo mejor de sí misma como respuesta a las profundas necesidades de vida, plenitud y sentido del hombre y la mujer de hoy.
Articulamos esta síntesis en cuatro apartados, que no agotan, por sí mismos, las múltiples aportaciones de este Congreso, pero pueden ayudar a comprender lo esencial. En cada uno de ellos están bien presentes, como centro, los destinatarios de nuestra misión educativa: los niños, adolescentes y jóvenes que Dios pone en nuestro camino. 
I-IDENTIDAD Y MISIÓN
Ambas dimensiones están absolutamente unidas. La misión expresa la identidad, y ésta garantiza la misión. Por eso, el tema central de la declaración conciliar Gravissimum educationis, así como de la Constitución apostólica Ex corde Ecclesiae de Juan Pablo II sobre las Universidades Católicas, tema que ha vuelto a estar en el centro de la reflexión del Congreso de estos días, es la cuestión de la identidad y de la misión de las instituciones educativas católicas (escuelas y universidades).
Y nuestro Congreso - pese a que se ha colocado en un escenario muy distinto respecto al de hace cincuenta años, cuando se publicó Gravissimum educationis, o tan sólo al de hace veinticinco años, cuando se publicó Ex corde Ecclesiae – ha vuelto a confirmar la convicción de que existe un vínculo estrecho entre identidad y misión de nuestras instituciones educativas (escuelas y universidades católicas). Un vínculo que se fundamenta en el sentido mismo de la educación católica, expresión de la maternal solicitud de la Iglesia hacia el hombre: aquel hombre que Cristo desea encontrar y salvar. Esto es lo que debe acontecer en nuestras Instituciones educativas, que son lugares decisivos donde se desarrolla gran parte de la formación humana de las nuevas generaciones.
Por tanto, hoy como en el pasado, la misión educativa católica brota de la identidad misma de la Iglesia y de las instituciones educativas cristianas (escuelas y universidades) que se alimentan del mandato de la evangelización: «id por el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Mc 16,15ss). Podríamos también decir que la misión constituye la expresión dinámica y fecunda de la identidad, ya que - como la parábola de los talentos sugiere - la identidad no es un tesoro que hay que guardar escondiéndolo celosamente en un lugar seguro, sino que es un patrimonio que hay que “invertir” y poner a disposición como un don, para que dé fruto.
Y esto basta para reconocer que el significado de la presencia de las escuelas y de las universidades católicas no ha cambiado respecto a lo indicado en Gravissimum educationis y en Ex corde Ecclesiae, sino que es menester comprenderlo y llevarlo a cabo en una actitud de fidelidad creativa a su específica identidad y misión, y de búsqueda de respuestas adecuadas a los numerosos retos que hoy la formación plantea. 
En esta perspectiva, las instituciones católicas están hoy llamadas a reflexionar sobre el papel decisivo que la educación católica puede desempeñar en el contexto de la evangelización y sobre su corresponsabilidad eclesial en esta tarea, conscientes de que «¡el quehacer educativo es hoy una misión “clave, clave, clave”!», como ha afirmado Papa Francisco.
Por consiguiente, en lugar de asumir actitudes meramente reactivas de cerrazón defensiva ante la sociedad secularizada que alimenta valores como el individualismo competitivo y que legitima, mejor dicho, acrecienta, las desigualdades y parece desafiar la educación en sus valores más profundos (la primacía de la persona, el valor de la comunidad, la búsqueda del bien común, el cuidado de la fragilidad y la inquietud por los últimos, la cooperación y la solidaridad...), las escuelas y las universidades católicas están llamadas a asumir actitudes pro-activas para reafirmar el valor de la persona humana, superando la indiscutible exaltación del provecho y de la utilidad como medida de todas las opciones, de la eficiencia, de la competitividad individualista y del éxito a toda costa. 
En todo esto, las instituciones educativas católicas (escuelas y universidades) no pueden ignorar el llamamiento a un compromiso de formación y de testimonio cultural que va más allá de las instituciones educativas y que implica la transformación del territorio y la más amplia comunidad social.
Por ello podemos volver a afirmar con Gravissimum educationis que las escuelas y las universidades católicas «siendo útiles para cumplir la misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambos, y conservan su importancia trascendental también en los momentos actuales» (n. 8).
Esto nos desafía profundamente, porque no siempre somos conscientes de este reto, o no articulamos adecuadamente la relación entre identidad y misión. La relación entre ambas es el “alma” de la Educación Católica. Y esto sólo es posible si es encarnada por personas, instituciones y comunidades convenidas de ello. La identidad exige un proceso de identificación, y la misión necesita ser vivida de modo apasionado. Así ha sido siempre, así lo vivieron nuestros fundadores y fundadoras, así somos llamados a vivirlo hoy, por el bien de los niños, de los jóvenes y de los pobres.
II-LOS SUJETOS QUE INTERACTÚAN EN LA EDUCACIÓN CATÓLICA
En el amplio y articulado horizonte de las instituciones educativas católicas, actúa una pluralidad de sujetos con identidad, funciones y roles distintos y a la vez complementarios: los estudiantes y sus familias, los docentes laicos y religiosos, el personal con funciones directivas (coordinadores, directores, presidentes), los sacerdotes y los obispos.
Lo que caracteriza de manera peculiar la presencia y la acción de esta pluralidad en una escuela o universidad católica es que forman una comunidad. Sea  Gravissimum educationis que Ex corde Ecclesiae concuerdan en afirmar que el elemento característico de una institución educativa católica es  «crear un ambiente comunitario escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad» (GE, 8), en que «cada miembro de la comunidad, a su vez, coadyuva para promover la unidad y contribuye, según su propia responsabilidad y capacidad, en las decisiones que tocan a la comunidad misma, así como a mantener y reforzar el carácter católico de la institución» (Ex corde Ecclesiae, 21).
Podemos afirmar con claridad algunas convicciones fundamentales que sustentan esta comunidad:
En primer lugar, todos somos llamados a creer en la Educación Católica, en lo que somos llamados a aportar. Creer no sólo de modo teórico, sino de modo comprometido, como creemos los creyentes. Creer de modo que nos entregamos a aquello en lo que creemos. Es decir, contribuir a crear un “contexto de corresponsabilidad”. El Obispo, el párroco, la Congregación Religiosa, el docente, el laico responsable, el padre de familia, el alumno, el exalumno… cada uno sabe que debe aportar, y si no lo hace, el proyecto se debilita.
Por eso, en segundo lugar debemos destacar que todos los sujetos que participan en la Educación Católica son llamados a crear, sostener y desarrollar la comunidad cristiana referencial de la Escuela, enriquecida con el carisma propio de la Congregación en los casos en los que hablemos de este tipo de instituciones.
Sólo desde esta perspectiva podemos trabajar por la sostenibilidad integral de la Educación Católica. Ésta no se sostiene sólo porque tenga recursos –si los tiene- sino porque tiene educadores identificados, porque tiene proyecto claro, porque tiene capacidad de convocar a otras personas, porque tiene su lugar en la Iglesia y en la sociedad; en definitiva, tiene horizonte de calidad, identidad y misión.
Los rasgos esenciales que delinean el perfil de las comunidades que actúan en las escuelas y universidades católicas pueden resumirse en los siguientes puntos
Las escuelas y universidades católicas son ante todo comunidades profesionales que no se reducen simplemente a organizaciones de trabajo, porque la implicación de los sujetos se funda en los valores que forman la identidad cristiana y la colaboración profesional exige que el personal docente y los directivos reflexionen y busquen juntos, colaboren también por medio del diálogo interdisciplinar, compartan sus prácticas.
Las escuela y universidades son comunidades educativas y no sencillamente servicios de instrucción y formación: colocan en el centro de su misión el compromiso a favor de la educación integral de los jóvenes, con el fin de contribuir en el desarrollo de su potencial humano a nivel cognitivo, afectivo, social, profesional, ético y espiritual, también por medio de caminos de formación en la fe, promoviendo la alianza educativa con las familias y animando a las estudiantes para que sean protagonistas.  Siendo comunidades educativas, se comprometen en promover y custodiar el valor de las relaciones humanas, que unen a docentes, padres, gestores con lazos de afinidad de valores y compartiendo el proyecto educativo.

Las escuelas y universidades católicas son comunidades de evangelización porque se configuran como instrumentos que hacen una experiencia de Iglesia, participando en la vida de la comunidad cristiana más amplia y colaborando con la Iglesia local.
La comunidad educativa, además, no es sólo algo que hay que construir y cualificar entre las paredes de la escuela, sino que se trata de un sujeto activo ante la realidad externa, el contexto social y cultural. Las comunidades de las escuelas y universidades católicas se encuentran en un territorio,  y no pueden ser ajenas a la comunidad social más amplia, en la que son llamadas a actuar como instrumento de mejora, «imbuyendo en las personas y en la cultura los valores antropológicos que son necesarios para construir una sociedad solidaria y fraterna (Instrumentum laboris).
Ante todo esto, el Congreso urge a trabajar para incrementar el protagonismo y la participación de los diferentes miembros de la comunidad educativa, favoreciendo un papel activo y comprometido de todos ellos en torno al proyecto y misión de la Escuela o de la Universidad. Especialmente, urge afianzar, estructurar, canalizar e impulsar la participación del profesorado.
III-LA FORMACIÓN DE LOS FORMADORES.
Entramos así en el tercero de los grandes núcleos que han emergido con claridad en este Congreso: la formación de los formadores.
La construcción de la comunidad educativa y, con ella, la eficaz re-afirmación de la identidad y de la misión específica de la escuela y de la universidad católica pasa por la formación de los docentes.  Se trata de un compromiso de particular delicadeza e importancia, porque - como ya afirmaba Gravissimum educationis – «de los maestros depende, sobre todo, el que la escuela católica pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios» (n. 8).
Y para poder proponerse como instrumento de educación integral de la persona, la comunidad de una institución educativa católica ha de ser constituida por docentes dotados no sólo de la necesaria competencia profesional que exige autonomía, capacidad de hacer proyectos y evaluarlos, capacidad de relación, creatividad, abertura a lo nuevo, interés sincero por la investigación y la experimentación, sino que además sean consciente de su papel como educadores, de su verdadera identidad y sientan la exigencia de amar el servicio cultural a favor de la sociedad realizándolo con convicción y compromiso.
En este renovado compromiso en la formación de los docentes, va implícito un fecundo llamamiento de fidelidad a la tradición y a la historia multisecular de las escuelas y de las universidades católicas. La numerosa muchedumbre de Fundadores y Fundadoras de las instituciones educativas católicas y de las comunidades o familias religiosas que se han constituido a su alrededor, han prestado particular atención a la formación de los formadores dedicando sus mejores energías a esta tarea.
Estamos, sin duda, ante una de las grandes preocupaciones de la Educación Católica, pero también ante una de sus grandes oportunidades. Los trabajos previos al Congreso y los fecundos diálogos mantenidos a lo largo de estos intensos días han puesto de manifiesto que esta formación integral de los docentes, inspirada en la identidad de la Educación Católica, no siempre esta adecuadamente preparada ni priorizada. Y nunca debemos olvidar que estamos hablando de todos los agentes educativos, también del personal de administración y servicios, de los agentes pastorales, de los educadores comprometidos en el ámbito extra-curricular, etc.
Hoy, la exigencia de la formación inicial y permanente de los directivos, de los docentes y de los educadores se advierte con mucha urgencia, considerando además que en nuestras escuelas y universidades «la misión educativa (…) se comparte cada vez más con los laicos », cuya presencia - también como directivos – supera de mucho la del personal religioso. Es necesaria, pues, una formación que no sólo afiance las competencias profesionales, sino que sobre todo «haga hincapié en la dimensión vocacional de la profesión docente», favoreciendo «la madurez de una mentalidad inspirada en las valores evangélicos», según los rasgos «específicos de la espiritualidad y de la misión del Instituto».
Somos conscientes de que está emergiendo una etapa nueva que sólo será portadora de vida y de renovación si está basada en una creciente y cualificada formación de todos los agentes educativos que hacen posible nuestras escuelas y universidades, de manera que puedan ser portadores del tesoro que hemos recibido y del que somos custodios y responsables: la educación católica de las nuevas generaciones. Los jóvenes necesitan educadores que sean de verdad testigos, que vivan aquellos valores en los que tratan de educar.
Por eso, hay que considerar que la finalidad de la formación consiste en construir y consolidar la comunidad de los educadores para que se llegue a una misión educativa cada vez más compartida entre personas consagradas y laicos, y por ello es necesario dar vida a una verdadera formación compartida, capaz de acoger y armonizar la aportación específica de unos y otros.
Es cierto que a pesar de las muchas experiencias de verdadera implicación y estrecha colaboración entre personal laico y religioso, es preciso convencerse más y decidirse con más ahínco a emprender el camino de la formación compartida, superando la idea de que la implicación de los laicos sea es una necesidad ante la disminución del número de consagrados, y promoviendo en todos una más madura y activa participación en la dinámica eclesial de la comunión, por medio de la cual a los educadores, consagrados y laicos, se  los reconozca como un don del Espíritu y una riqueza para las instituciones educativas católicas. Necesitamos avanzar hacia una auténtica “visión compartida” que dé sentido y garantías a la misión que estamos compartiendo.
IV-LOS GRANDES DESAFÍOS
Nuestro Congreso ha puesto de manifiesto muchos desafíos. Esto es bueno. La Educación Católica tiene vida, se plantea preguntas, busca nuevas respuestas. Los grandes desafíos educativos que hoy interpelan las escuelas y las universidades católicas en el mundo, en una sociedad multicultural en profunda mutación, pueden reconducirse a una única matriz: promover un recorrido de educación integral de los jóvenes, confiando su cuidado y guía a una comunidad educativa de evangelización, donde se exprese de manera viva y vital la identidad de la institución educativa.
Desde esta matriz unitaria, vamos a tratar de centrarnos en tres aspectos principales que solicitan un compromiso y que, al mismo tiempo, desafían la comunidad educativa en su obra de formación y de evangelización:
El desafío de la educación integral, que se refiere a los pilares de la antropología y de la pedagogía cristianas y se hace concreto en la promoción del desarrollo personal del estudiante y en la integración del progreso intelectual con el crecimiento espiritual; en el impulso que se da al protagonismo del estudiante en la institución educativa y de su recorrido educativo. En esta perspectiva, las instituciones educativas católicas (escuelas y universidades) tienen que actuar para que «todo el proceso educativo esté orientado, en definitiva, al desarrollo integral de la persona» (Ex corde Ecclesiae, 20):
asegurando oportunidades de crecimiento/aprendizaje en el respeto de la dignidad y unicidad de cada uno y estimulando a las personas a que desarrollen los valores y las virtudes necesarias para una vida sana y gozosa, mediante situaciones educativas formales, informales y no formales;
coordinando y armonizando las varias dimensiones del aprendizaje (cognitivo, afectivo, social, ético, espiritual, profesional, etc.) en la unidad integrada de la persona que aprende;
valorando los talentos de cada cual según la lógica de la cooperación y de la solidaridad, favoreciendo que el sentido comunitario cristiano vaya madurando, en un clima de familia y de acogida; cuidando la calidad de las relaciones interpersonales, promoviendo el respeto por las ideas, la apertura al diálogo, la capacidad de interactuar y trabajar juntos en un espíritu de libertad y compromiso;
El desafío de la formación y la fe, un desafío que toca un punto específico, intrínsecamente unido a la identidad católica de una institución educativa que, por su plena subjetividad eclesial, asume la forma de una comunidad de fe y de aprendizaje. Y este punto específico es el anuncio del Evangelio, por medio de instrumentos de la enseñanza-aprendizaje y de la investigación. Este desafío invita a las escuelas y a las universidades católicas a:
llevar a cabo un atento discernimiento a la hora de seleccionar y formar a los docentes;
cultivar y seguir con particular solicitud y compromiso la formación de los laicos que asumirán roles de liderazgo en las instituciones educativas;
promover alianzas educativas con las familias y otros interlocutores de las comunidades educativas (la iglesia local, la comunidad social, otras instituciones educativas, culturales, etc. del territorio);
ofrecer un testimonio evangélico comunitario claro y reconocible, que puede expresarse en explícitas formas y propuestas culturales (allí donde el contexto lo permita) o en presencia de una fe viva y vital, allí donde hay situaciones de explícita o implícita hostilidad que convierten el testimonio silencioso en la única forma posible de misión.
La Educación Católica es una plataforma privilegiada en el conjunto de la Misión Evangelizadora. Una escuela es una escuela, y una universidad es una universidad,  y sirven a la tarea educativa. Pero una escuela católica, haciendo escuela desde la perspectiva católica, sirve a la evangelización. Porque evangeliza la cultura, las relaciones, los valores, la educación en sí misma. Y porque, del modo en el que sea posible en cada caso, hace su aportación específica a la formación religiosa y al anuncio de Jesucristo, de manera especial desde ámbitos extra-académicos. La Educación Católica sirve a todo tipo de alumnos y familias, y a todos puede ayudar a acercarse al don de Jesucristo. Y a aquellos que buscan al Señor les puede y debe acompañar en su proceso de fe.
El desafío de las periferia, de los pobres y de las nuevas pobrezas que debe seguir siendo un punto de referencia privilegiado y, en cierta medida, un criterio de orientación compartido por toda la comunidad profesional y educativa, que tiene la responsabilidad de una escuela o de una universidad católica. Esto significa que, por su naturaleza y opción, una institución educativa (escuela o universidad) informa enteramente su propio servicio cultural (como actividad de enseñanza-aprendizaje y de investigación) desde la cultura del servicio, «puesto que el saber deber servir a la persona humana» (Ex corde Ecclesiae, 18). Por ello, quienes se encuentran en situaciones difíciles, los más pobres, frágiles, necesitados, no deben percibirse en nuestras instituciones como un estorbo o un obstáculo, sino como el centro de la atención y de la ternura de la escuela o de la universidad.
Recordemos con devoción las palabras del Concilios Vaticano II: “El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los pastores de la Iglesia y a todos los fieles a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a las escuelas católicas en el mejor y progresivo cumplimiento de su cometido y, ante todo, en atender a las necesidades de los pobres, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia o que no participan del don de la fe”. (GE nº 9)
Las instituciones educativas católicas se sienten, pues, interpeladas a mantener viva la atención hacia los más débiles marcados por la pobreza material, por la falta de recursos necesarios para vivir con dignidad; hacia las personas discapacitadas o que presentan necesidades educativas especiales y que, por lo tanto, necesitan de un cuidado particular; o hacia quienes carecen de los medios indispensables para continuar con los estudios, para matricularse en escuelas y universidades católicas que, por falta de grandes disponibilidades, se encuentran a veces en dificultad para responder a estos pedidos, aun queriendo responder.
La Educación Católica nace de hombres y mujeres que supieron mirar a los niños, a las niñas y a los jóvenes como Dios los mira. De esa experiencia extraordinaria brotó la fundación de la Educación Católica.  Educamos para contribuir a construir un mundo más justo y fraterno, que se acerque a los valores del Reino de Dios anunciado por Jesucristo. Por eso tratamos de que nuestro proyecto educativo (integral, inclusivo, configurado desde el Evangelio y abierto a todos), encarnado por Instituciones y personas identificadas y convencidas, crezca y se desarrolle entre los más pobres, entre las periferias crecientemente abundantes de nuestras diversas e interculturales sociedades.
Ahora bien la atención y el compromiso de nuestras instituciones educativas hacia los pobres debe confrontarse con “pobrezas” que no son relevadas por los índices de medida económicos-sociales y que, sin embargo, denuncian un empobrecimiento difundido e inquietante de la dimensión humana, de la calidad también espiritual de la existencia. Estamos antes las “nuevas pobrezas” que remiten a necesidades, cuya satisfacción llama en causa la responsabilidad de las instituciones y de la política (salud, higiene, asistencia, instrucción...); remiten a las necesidades de tipo relacional, cultural y espiritual, que se desprenden de la caída de los lazos comunitarios, del enflaquecimiento de las relaciones interpersonales a nivel de afectividad y solidaridad, hasta la exclusión social. Necesidades que, a menudo, dejan aflorar una necesidad todavía más radical: encontrar y dar un sentido y un significado a la propia vida.
En este contexto cultural las escuelas y las universidades católicas, en particular, están llamadas a comprobar su capacidad de hablar al corazón del hombre, de volver a proponer la pregunta sobre el sentido de la vida y de la realidad, que corre el riesgo de ser eliminada.  Esta verificación encierra el compromiso de construir un recorrido formativo que ponga de relieve el ineludible nexo cultural y existencial que une el sentido de la vida y la apertura solidaria a los demás, en la perspectiva de la antropología cristiana.  Si, como nos recuerda el papa Francisco, «quien no vive para servir, no sirve para vivir», el quehacer central de nuestras instituciones educativas ha de ser crear una conexión circular y estable entre currículo formativo y servicio solidario.
CONCLUSIÓN
Deseamos terminar esta síntesis del Congreso citando unas palabras del Papa Francisco, en su audiencia a la plenaria de la Congregación para la Educación Católica, en febrero de 2014. Escuchémoslas como dirigidas a todos nosotros: “La educación es una gran obra en construcción, en la que la Iglesia desde siempre está presente con instituciones y proyectos propios. Hoy hay que incentivar ulteriormente este compromiso en todos los niveles y renovar la tarea de todos los sujetos que actúan en ella desde la perspectiva de la nueva evangelización. En este horizonte, os doy las gracias por todo vuestro trabajo e invoco, por intercesión de la Virgen María, la constante ayuda del Espíritu Santo sobre vosotros y sobre vuestras iniciativas”.
Pidamos la bendición del Señor para todos los que hacen posible la Educación Católica en el mundo, y de modo especial para todos los niños y jóvenes a los que servimos. Que María Santísima, Madre y Educadora del Señor, sea nuestra intercesora y mediadora. AMÉN.
(RM-RV)


18 de noviembre de 2015

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: ¡FAMILIAS ABRAN LAS PUERTAS DE SUS CASAS, SEAN UN PEQUEÑO GRAN SIGNO DE LA MISERICORDIA!


Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con esta reflexión hemos llegado al umbral del Jubileo, está cerca. Delante de nosotros se encuentra la puerta, pero no sólo la puerta santa, la otra: la gran puerta de la Misericordia de Dios – ¡y esta es una puerta hermosa! –, que acoge nuestro arrepentimiento ofreciendo la gracia de su perdón. La puerta esta generosamente abierta, se necesita un poco de valentía de nuestra parte para cruzar el umbral. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí cosas que pesan, ¿o no? Todos, ¿no? ¡Todos somos pecadores! Aprovechemos de este momento que se acerca y pasemos por el umbral de esta misericordia de Dios que nunca se cansa de perdonar, ¡jamás se cansa de esperarnos! Nos mira, está siempre junto a nosotros. ¡Animo! ¡Entremos por esta puerta!
Del Sínodo de los Obispos, que hemos celebrado el pasado mes de octubre, todas las familias, y la Iglesia entera, han recibido un gran aliento para encontrarse bajo el umbral de esta puerta. La Iglesia ha sido animada a abrir sus puertas, para salir con el Señor al encuentro de sus hijos y de sus hijas en camino, a veces inciertos, a veces perdidos, en estos tiempos difíciles. Las familias cristianas, en particular, han sido animadas a abrir la puerta al Señor que espera para entrar, trayendo su bendición y su amistad. Y si la puerta de la misericordia de Dios está siempre abierta, también las puertas de nuestras iglesias, del amor de nuestras comunidades, de nuestras parroquias, de nuestras instituciones, de nuestras diócesis, deben estar abiertas, para que así, todos podamos salir a llevar esta misericordia de Dios. El Jubileo significa la grande puerta de la misericordia de Dios, pero también las pequeñas puertas de nuestras iglesias abiertas para dejar entrar al Señor o muchas veces dejar salir al Señor prisionero de nuestras estructuras, de nuestro egoísmo y tantas cosas.
El Señor no fuerza jamás la puerta: Él también pide permiso para entrar: ¡el Señor pide permiso, no fuerza la puerta! El Libro del Apocalipsis dice: «Yo estoy junto a la puerta y llamo – pero imaginémonos, ¡el Señor que toca a la puerta de nuestro corazón! – Si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (3,20). Y en la última gran visión de este Libro del Apocalipsis, así se profetiza de la Ciudad de Dios: «Sus puertas no se cerrarán durante el día», lo que significa para siempre, porque «no existirá la noche en ella» (21,25). Existen lugares en el mundo en los cuales no se cierran las puertas con llave, todavía quedan. Pero existen tantos otros donde las puertas blindadas se han convertido en normales. No debemos rendirnos a la idea de tener que aplicar este sistema, que también es de seguridad, en toda nuestra vida, en la vida de la familia, de la ciudad, de la sociedad. Y mucho menos en la vida de la Iglesia. ¡Sería terrible! Una Iglesia inhóspita, así como una familia cerrada en sí misma, mortifica el Evangelio y marchita el mundo. ¡Ninguna puerta blindada en la Iglesia, ninguna! ¡Todo abierto!
La gestión simbólica de las “puertas” – de los umbrales, de los caminos, de las fronteras – se ha hecho crucial. La puerta debe proteger, cierto, pero no rechazar. La puerta no debe ser forzada, al contrario, se pide permiso, porque la hospitalidad resplandece en la libertad de la acogida, y se oscurece en la prepotencia de la invasión. La puerta se abre frecuentemente, para ver si afuera esta alguno que espera, y tal vez no tiene la valentía, o ni siquiera la fuerza de tocar. Cuanta gente ha perdido la confianza, no tiene la valentía de tocar a la puerta de nuestro corazón cristiano, a las puertas de nuestras iglesias… Y están ahí, no tienen el coraje, le hemos quitado la confianza: por favor, que esto no suceda nunca. La puerta dice muchas cosas de la casa, y también de la Iglesia. La gestión de la puerta necesita un atento discernimiento y, al mismo tiempo, debe inspirar gran confianza. Quisiera expresar una palabra de agradecimiento para todos los vigilantes de las puertas: de nuestros condominios, de las instituciones cívicas, de las mismas iglesias. Muchas veces la sagacidad y la gentileza de la recepción son capaces de ofrecer una imagen de humanidad y de acogida de la entera casa, ya desde el ingreso. ¡Hay que aprender de estos hombres y mujeres, que son los guardianes de los lugares de encuentro y de acogida de la ciudad del hombre! A todos ustedes custodios de tantas puertas, sean puertas de habitaciones, sean puertas de las iglesias, ¡muchas gracias! Pero siempre con una sonrisa, siempre mostrando la hospitalidad de esa casa, de esa iglesia, así la gente se siente feliz y acogida en ese lugar.
En verdad, sabemos bien que nosotros mismos somos los custodios y los siervos de la Puerta de Dios, y ¿Cómo se llama la puerta de Dios? ¿Quién puede decirlo? ¿Quién es la puerta de Dios? Jesús. ¿Quién es la puerta de Dios? ¡Fuerte! ¡Jesús! Él nos ilumina en todas las puertas de la vida, incluso aquella de nuestro nacimiento y de nuestra muerte. Él mismo ha afirmado: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento» (Jn 10,9). Jesús es la puerta que nos hace entrar y salir. ¡Porque el rebaño de Dios es un amparo, no es una prisión! La casa de Dios es un amparo, no es una prisión, y la ¿la puerta se llama? ¡Una vez más! ¿Cómo se llama? ¡Jesús! Y si la puerta está cerrada, decimos: “¡Señor, abre la puerta!”. Jesús es la puerta y nos hace entrar y salir. Son los ladrones, aquellos que tratan de evitar la puerta: es curioso, los ladrones siempre tratan de entrar por otra parte, por la ventana, por el techo, pero evitan la puerta, porque tienen malas intenciones, y se meten en el rebaño para engañar a las ovejas y aprovecharse de ellas. Nosotros debemos pasar por la puerta y escuchar la voz de Jesús: si sentimos su tono de voz, estamos seguros, somos salvados. Podemos entrar sin temor y salir sin peligro. En este hermoso discurso de Jesús, se habla también del guardián, que tiene la tarea de abrir al buen Pastor (Cfr. Jn 10,2). Si el guardián escucha la voz del Pastor, entonces abre, y hace entrar a todas las ovejas que el Pastor trae, todas, incluso aquellas perdidas en el bosque, que el buen Pastor ha ido a buscar. Las ovejas no las elige el guardián, no las elige el secretario parroquial o la secretaria de la parroquia – no, ¡no las elige, eh! – las ovejas son todas invitadas, son escogidas por el buen Pastor. El guardián – también él – obedece a la voz del Pastor. Entonces, podemos bien decir que nosotros debemos ser como este guardián. La Iglesia es la portera de la casa del Señor, la Iglesia es la portera, no es la dueña de la casa del Señor.
La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa. Con este espíritu nos acercamos todos al Jubileo, estará la puerta santa, pero también ¡la puerta de la misericordia de Dios grande! Que también haya una puerta en nuestro corazón para recibir todos el perdón de Dios o dar nuestro perdón y recibir a todos aquellos que tocan a nuestra puerta. Gracias.

(Traducción del italiano, Renato Martinez - Radio Vaticano)