«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


31 de agosto de 2015

EL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS: “SIN UN CORAZÓN PURIFICADO, NO SE PUEDEN TENER MANOS VERDADERAMENTE LIMPIAS”

Texto completo de las palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:

Queridos  hermanos  hermanas, buenos días

El Evangelio de este domingo presenta una disputa entre Jesús y algunos fariseos y escribas. La discusión se refiere al valor de la «tradición de los antepasados» (Mc 7,3) que Jesús, refiriéndose al profeta Isaías, define «preceptos de hombres» (v. 7) y que jamás deben tomar el lugar del «mandamiento de Dios» (v. 8). Las antiguas prescripciones en cuestión comprendían no sólo los preceptos de Dios revelados a Moisés, sino una serie de dictámenes que especificaban las indicaciones de la ley mosaica. Los interlocutores aplicaban tales normas de manera más bien escrupulosa y las presentaban como expresión de auténtica religiosidad. Por lo tanto, recriminan a Jesús y a sus discípulos la transgresión de aquellas, de manera particular las que se referían a la purificación exterior del cuerpo (cfr v. 5).  La respuesta de Jesús tiene la fuerza de un pronunciamiento profético: «Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres» (v. 8).  Son palabras que nos colman de admiración por nuestro Maestro: sentimos que en Él está la verdad y que su sabiduría nos libra de los prejuicios.

Pero ¡atención! Con estas palabras, Jesús quiere poner en guardia también a nosotros, hoy, del considerar que la observancia exterior de la ley sea suficiente para ser buenos cristianos. Como en ese entonces para los fariseos, existe también para nosotros el peligro de creernos en lo correcto, o peor, mejores de los otros por el sólo hecho de observar las reglas, las usanzas, también si no amamos al prójimo, somos duros de corazón, somos soberbios y orgullosos. La observancia literal de los preceptos es algo estéril si no cambia el corazón y no se traduce en actitudes concretas: abrirse al encuentro con Dios y a su Palabra, buscar la justicia y  la paz, socorrer a los pobres, a los débiles,  a los oprimidos. Todos sabemos: en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestros barrios, cuánto daño hacen a la Iglesia y son motivo de escándalo, aquellas personas que se profesan tan católicas y van a menudo a la iglesia, pero después, en su vida cotidiana descuidan a la familia, hablan mal de los demás, etc.  Esto es lo que Jesús condena porque es un anti -testimonio cristiano.

Continuando con su exhortación, Jesús focaliza la atención sobre un aspecto más profundo y afirma: «Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre» (v. 15). De esta manera subraya el primado de la interioridad, el primado del “corazón”:  no son las cosas exteriores las que nos hacen o no santos, sino el corazón que expresa nuestras intenciones, nuestras elecciones y el deseo de hacerlo todo por amor de Dios. Las actitudes exteriores son la consecuencia de lo que hemos decidido en el corazón. No al revés. Con actitudes exteriores. Si el corazón no cambia, no somos buenos cristianos. La frontera entre el bien y el mal no pasa fuera de nosotros sino más bien dentro de nosotros, podemos preguntarnos: ¿dónde está mi corazón?  Jesús decía: “tu tesoro está donde está tu corazón”. ¿Cuál es mi tesoro? ¿Es Jesús y su doctrina?  Entonces el corazón es bueno.  O el tesoro ¿es otra cosa? Por lo tanto, es el corazón el que debe ser purificado y debe convertirse. Sin un corazón purificado, no se pueden tener manos verdaderamente limpias y labios que pronuncian palabras sinceras de amor - todo tiene un doblez, una doble vida-, labios que pronuncian palabras de misericordia, de perdón. Esto lo puede hacer solamente el corazón sincero y purificado.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen Santa, darnos un corazón puro, libre de toda hipocresía. Este es el adjetivo que Jesús da a los fariseos: “hipócritas”, porque dicen una cosa y hacen otra. Un corazón libre de hipocresía,  para que seamos capaces de vivir según el espíritu de la ley y alcanzar su finalidad, que es el amor.


26 de agosto de 2015

EL PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: LA ORACIÓN BROTA DE LA ESCUCHA DE JESÚS, DE LA LECTURA Y FAMILIARIDAD CON LA PALABRA DE DIOS

Texto completo de la catequesis del Papa en italiano traducido al español
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos consiste precisamente en el tiempo: “Debería rezar más…: quisiera hacerlo, pero a menudo me falta el tiempo”. Lo escuchamos continuamente.
La pena es sincera, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y si no la encuentra, no tiene paz. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor ‘cálido’ por Dios, un amor afectivo.
Podemos hacernos una pregunta muy sencilla. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero ¿Queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?
Pensamos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene todos los otros: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu» (Dt 6,5; cfr Mt 22, 37). La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, reversándolo en Dios. Aquí, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Conseguimos pensar en Dios como la caricia que nos tiene en vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede despegar? ¿O lo pensamos solamente como el gran Ser, el Todopoderoso que ha hecho cada cosa, el Juez que controla cada acción? Todo es verdad, naturalmente. Pero sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros. Pero sobretodo ¡nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy bello, muy bello.
Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.
Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos” decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los fariseos” (cfr Mt 6,5.7). Un corazón habitado por el afecto por Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia. Es bello cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso!
En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don por cada uno de nosotros! Porque el Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, es decir, “Padre”, nos enseña a decir padre, propio como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos (cfr Gal4, 6). Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la cual aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.
El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y lleno de gente, ocupado o preocupado. Siempre es poco, nunca basta, hay tantas cosas por hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas hace entrar el doble! Es así eh. ¡Existen mamás y papás que podrían vencer el Nobel por esto! ¿eh? ¡En 24 horas hacen 48! No sé cómo hacen pero se mueven y hacen, hay tanto trabajo en familia.
El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la cual le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración (cfr Lc 10, 38-42). La visita de Jesús, a quien querían bien, era su fiesta. Un día, pero, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no es todo, pero que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.
En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios. Gracias.
(Traducción del italiano – Mercedes De La Torre – RV).

Después de su catequesis el Papa Bergoglio invitó a los presentes a participar, el próximo martes 1º de septiembre, en la Primera Jornada Mundial de Oración dedicada al cuidado de la creación, que el mismo Pontífice instituyó el pasado 6 de agosto, y que tendrá lugar en la Basílica Vaticana, a las 17.00, donde el Santo Padre presidirá la Liturgia de la Palabra.
Estas fueron sus palabras:
“El próximo martes, 1º de septiembre, se celebrará la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación. En comunión de oración con nuestros hermanos ortodoxos y con todas las personas de buena voluntad, queremos ofrecer nuestra contribución a la superación de la crisis ecológica que está viviendo la humanidad.
En todo el mundo, las diversas realidades eclesiales locales han programado oportunas iniciativas de oración y de reflexión, para hacer que esa Jornada sea un momento fuerte también con vistas a la asunción de estilos de vida coherentes.

Con los obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de la Curia romana, nos encontraremos en la Basílica de San Pedro a las 17.00 para la Liturgia de la Palabra, a la que desde ahora invito a participar a los romanos, a los peregrinos y a cuantos lo deseen”.



25 de agosto de 2015

PAPA: JESÚS SACIA EL HAMBRE DE INFINITO, NO LA MUNDANIDAD


Un Mesías que usa un lenguaje no exitoso, dijo el Papa antes del Ángelus, hablando sobre las palabras de Jesús, pan de la vida, y lo que pensaba la gente. También los apóstoles, añadió, sintieron malestar por ese lenguaje inquietante, que ponía en crisis su mentalidad y la nuestra de hoy, ante el espíritu del mundo y la mundanidad. Recordó la clave que brinda Jesús: su origen divino, la acción del Espíritu Santo y la fidelidad. Él nos limpia de las incrustaciones mundanas y de los miedos. El Papa invitó a experimentar en silencio la presencia de Jesús:
Cada uno de nosotros puede preguntarse, ahora: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo. 

MARÍA NOS AYUDE A IR A JESÚS, PARA EXPERIMENTAR LA LIBERTAD QUE ÉL NOS DA, ALIENTA EL PAPA

Texto completo de las palabras del Papa antes del rezo del Ángelus:

«Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con las palabras sobre el ¡Pan de la vida’, pronunciadas por Jesús, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y peces.
Al final de su sermón, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho que era el Pan bajado del cielo y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no ‘exitosas’
Algunos miraban a Jesús como a un Mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡enseguida!
¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías!
Ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje inquietante del Maestro. Y el  pasaje de hoy cuenta su malestar: «¡Es duro este lenguaje! – decían - ¿Quién puede escucharlo?». (Jn 6,60)
En realidad, ellos entendieron bien las palabras de Jesús. Tan bien que no quieren escucharlo, porque es un leguaje que pone en crisis su mentalidad. Siempre las palabras de Jesús nos ponen en crisis; en crisis por ejemplo, ante el espíritu del mundo, a la mundanidad. Pero Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una clave hecha con tres elemento. Primero, su origen divino: él ha bajado del cielo y subirá allí donde estaba antes (62).
Segundo, sus palabras se pueden comprender sólo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que «da la vida» (n. 63). Y es precisamente el Espíritu Santo el que hace comprender bien a Jesús.
Tercero: la verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: «hay entre ustedes algunos que no creen». (64), dice Jesús. En efecto, desde ese momento, «muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo». (n. 66) Ante estas defecciones, Jesús no hace descuentos  y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». (n. 67)
Entonces, Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. (n. 68) No dice: ‘¿dónde iremos?’, sino ‘¿a quién iremos?’. El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos enlazamos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna!
Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida.  Cristo no es un elemento accesorio: es el ‘pan vivo’, el alimento indispensable. Ligarse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino.
Cada uno de nosotros puede preguntarse, ahora: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo. ¿Para ti quién es Jesús? ¿Intentas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio todos los días, un pasaje, del Evangelio para conocer a Jesús? ¿Llevas el Evangelio todos los días, en la bolsa, para leerlo, en todas partes? Porque cuanto más estamos con Él, más crece el anhelo de permanecer con él. Ahora les pediré amablemente, hagamos un momentito de silencio y cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se pregunte: ¿quién es Jesús para mí? En silencio, cada uno responda, en su corazón: ¿quién es Jesús para mí?
Que la Virgen María nos ayude a ‘ir’ siempre a donde Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece, y que nos consiente limpiar nuestras opciones de las incrustaciones mundanas y  de los miedos.»


16 de agosto de 2015

PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS:“NUTRIRNOS DE JESÚS PAN DE VIDA, SIEMPRE CON FE”

Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En estos domingos la Liturgia nos está proponiendo, del Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que es Él mismo y que es también el sacramento de la Eucaristía. El pasaje de hoy (Jn 6,51-58) presenta la última parte de ese discurso, y hace referencia a algunos entre la gente que se escandalizan porque Jesús dice: « El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). El estupor de los que lo escuchan es comprensible; de hecho Jesús usa el estilo típico de los profetas para suscitar en la gente – y también en nosotros – interrogantes y, al final, provocar una decisión. Ante todo preguntas: ¿qué significa “comer la carne y beber la sangre” de Jesús?, ¿es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué ocurre en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir sobre la cruz por nosotros, Jesús se identifica con aquel pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en el “signo” del Sacrificio que lo espera. Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se transforman realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él. De hecho dice: « El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él » (v. 56). Aquel "permanecer": Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndolo a Él, nos transformamos en Él. Pero esto requiere nuestro “si”, nuestra adhesión a la fe.
A veces, con respecto a la santa Misa, se siente esta objeción: “¿Para qué sirve la Misa? Yo voy a la iglesia cuando tengo ganas, y rezo mejor solo”. Pero la Eucaristía no es una oración privada o una bella experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de aquello que Jesús ha hecho en la Última Cena. Decimos, para entender bien, que la Eucaristía es “memorial”, o sea un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo ofrecido por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros.
La Eucaristía es Jesús mismo que se dona totalmente a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y en un don a los hermanos. Nutrirnos de aquel “Pan de vida” significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus  elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirnos en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que Jesús ha hecho.
Jesús concluye su discurso con estas palabras: «El que come de este pan vivirá eternamente» (Jn 6,58). Si, vivir en comunión real con Jesús sobre esta tierra nos hace ya pasar de la muerte a la vida. El cielo comienza precisamente en esta comunión con Jesús.
Y en el Cielo ya nos espera María nuestra Madre – ayer hemos celebrado este misterio. Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos de Jesús, Pan de Vida, siempre con fe.


12 de agosto de 2015

EL PAPA: RESPETO A LA IDENTIDAD PARA DETENER LOS CONFLICTOS


No tener miedo de las tensiones, sin las cuales la familia y la sociedad serían un cementerio, sino resolverlas con el diálogo, disolver los conflictos con el respeto a la identidad del otro, y pedir la gracia de saber distinguir la paz de Jesús de una paz que no es de Jesús, que no te da la maravilla y la alegría que viene del encuentro con Cristo. Son algunas de las indicaciones de camino dejadas por el Papa Francisco a los 1.500 jóvenes de Mej, el Movimiento Eucarístico Juvenil promovido por los jesuitas, a quienes encontró en el Aula Pablo VI. El Papa respondió a las preguntas de jóvenes de todo el mundo, en Roma para su encuentro mundial en el centenario de fundación de la rama juvenil del Aposto ...

EL PAPA EN LA CATEQUESIS: LA FIESTA ES UN VALIOSO REGALO QUE DIOS HA HECHO A LA FAMILIA HUMANA

TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy abrimos un pequeño camino de reflexión sobre tres dimensiones que marcan, por así decir, el ritmo de la vida familiar: la fiesta, el trabajo y la oración.
Comenzamos por la fiesta. Hoy hablaremos de la fiesta. Y decimos inmediatamente que la fiesta es un invento de Dios. Recordamos la conclusión de la narración de la creación, en el Libro del Génesis que hemos escuchado: «El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado» (2,2-3). Dios mismo nos enseña la importancia de dedicar un tiempo a contemplar y a gozar de lo que en el trabajo ha sido bien hecho. Hablo de trabajo, naturalmente, no sólo en el sentido del arte manual y de la profesión, sino en el sentido más amplio: cada acción con la cual nosotros los hombres y mujeres podemos colaborar a la obra creadora de Dios.
Por lo tanto, la fiesta no es la pereza de quedarse en el sofá o la emoción de una tonta evasión… No, la fiesta es en primer lugar una mirada amorosa y grata sobre el trabajo bien hecho; festejamos un trabajo. También ustedes, recién casados, están festejando el trabajo de un lindo tiempo de noviazgo: ¡y esto es bello! Es el tiempo para ver a los hijos, o los nietos, que están creciendo, y pensar: ¡qué bello! Es el tiempo para mirar nuestra casa, los amigos que hospedamos, la comunidad que nos rodea, y pensar: ¡qué buena cosa! Dios ha hecho así cuando ha creado el mundo. Y continuamente hace así, porque Dios crea siempre, ¡también en este momento!
Puede suceder que una fiesta llegue en circunstancias difíciles y dolorosas, y se celebra quizá “con un nudo en la garganta”. Y sin embargo, también en estos casos, pedimos a Dios la fuerza de no vaciarla completamente. Ustedes mamás y papás saben bien esto: cuántas veces, por amor a los hijos, son capaces de apartar las penas para dejar que ellos vivan bien la fiesta, ¡gusten el sentido bueno de la vida! ¡Hay tanto amor en esto!
También en el ambiente de trabajo, a veces - ¡sin fallar a los deberes! - nosotros sabemos “filtrar” alguna chispa de fiesta: un cumpleaños, un matrimonio, un nuevo nacimiento, como también una despedida o una nueva llegada…, es importante. Es importante hacer fiesta. Son momentos de familiaridad en el engranaje de la máquina productiva: ¡nos hace bien!
Pero el verdadero tiempo de la fiesta, suspende el trabajo profesional, y es sagrado, porque recuerda que el hombre y la mujer que han sido hechos a imagen de Dios, el cual no es esclavo del trabajo, sino Señor, por lo tanto también nosotros no debemos ser nunca esclavos del trabajo, sino “señores”. Hay un mandamiento para esto, un mandamiento que se aplica a todos, ¡ninguno es excluido! Y en cambio sabemos que hay millones de hombres y mujeres, e incluso ¡niños esclavos del trabajo! En este tiempo existen esclavos ¡Son explotados, esclavos del trabajo y esto es en contra de Dios y en contra de la dignidad de la persona humana! La obsesión por el beneficio económico y el eficientismo de la técnica amenaza los ritmos humanos de la vida, porque la vida tiene sus ritmos humanos.
El tiempo del reposo, sobre todo el dominical, está destinado a nosotros para que podamos gozar de aquello que no se produce y no se consume, no se compra y no se vende. Y por el contrario vemos que la ideología de la ganancia y del consumo quiere devorar también la fiesta: y también ésta a veces se reduce a un “negocio”, un modo para ganar dinero y gastarlo. Pero ¿es para eso que trabajamos? La codicia del consumir, que comporta el desperdicio, es un virus feo que, entre otros, nos hace estar más cansados que antes. Perjudica el verdadero trabajo, consume la vida. Los ritmos desregulados de la fiesta causan víctimas, a menudo jóvenes.
Finalmente, el tiempo de la fiesta es sagrado porque Dios habita en modo especial. La Eucaristía dominical lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros… Y es así, como cada realidad recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las alegrías y los cansancios de cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo se trasfigura por la gracia de Cristo.
La familia está dotada de una competencia extraordinaria para entender, dirigir y sostener el auténtico valor del tiempo de la fiesta. Pero ¡que bellas son las fiestas en familia, son bellísimas! Y en particular del domingo. No es casualidad si las fiestas en las cuales hay lugar para toda la familia ¡son aquellas que salen mejor!
La misma vida familiar, mirada con los ojos de la fe, aparece mejor de los cansancios que implican. Nos aparece como una obra de arte de sencillez, bella porque no es artificial, no fingida, sino capaz de incorporar en sí misma todos los aspectos de la vida verdadera. Nos aparece como una cosa “muy buena”, como Dios dice al final de la creación del hombre y de la mujer (cfr Gen 1, 31). Por lo tanto, la fiesta es un valioso regalo de Dios; un valioso regalo que Dios ha hecho a la familia humana: ¡no la arruinemos! Gracias.

(Traducción por Mercedes De La Torre – RV)

10 de agosto de 2015

«DEMASIADA BUENA CONCIENCIA Y CEGUERA ESTÁN PREPARANDO EL SUICIDIO DE EUROPA»

¿Qué movió a tres jóvenes «perfectamente integrados» a cometer los ataques islamistas de hace un mes en Francia? Es una de las preguntas a las que intentó responder el filósofo y novelista Fabrice Hadjadj hace unos días en la Fundación De Gasperi, de Roma. En su conferencia, titulada Los yihadistas, el 11 de enero y la Europa del vacío, explicó que los movimientos islamistas, «en realidad, son movimientos posteriores a las Luces. Saben que las utopías humanistas, que habían sustituido a la fe religiosa, se han derrumbado». Por ello ofrecen otra respuesta a los jóvenes, una razón para dar la vida que Europa no da. «Demasiada buena conciencia y la ceguera ideológica están preparando para muy pronto, si no la guerra civil, por lo menos el suicidio de Europa». Ofrecemos la versión de la conferencia publicada en Le Figaro

Queridos yihadistas es el título de una carta abierta publicada por Philippe Muray -uno de nuestros grandes polemistas franceses- poco después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Esta carta termina con una serie de advertencias a los terroristas islámicos, pero en realidad a quien apunta, de rebote y con ironía, es a los Occidentales fanáticos del confort y el supermercado. Les cito un pasaje cuyo feliz y mordaz sarcasmo van a captar inmediatamente. «[Queridos yihadistas], ¡temed la ira del consumidor, del turista, del veraneante que baja de su autocaravana! ¿Nos imagináis repantingados en las diversiones que nos han ablandado? Pues lucharemos como leones para proteger nuestro ablandamiento. […] Lucharemos por todo, por las palabras que ya no tienen sentido y por la vida que las acompaña».
Y hoy podemos añadir: ¡lucharemos por Charlie Hébdo, periódico ayer moribundo, y que no tenía ningún espíritu crítico -pues criticar es discernir, y “Charlie” metía en el mismo saco a los yihadistas, los rabinos, los policías, los católicos, los franceses medios…- pero del que haremos el emblema de la nada y la confusión que nos animan!
He aquí, más o menos, el estado del Estado francés. En lugar de dejarse interpelar por los acontecimientos, insiste, y aprovecha para aliviar su conciencia, ganar puntos en las encuestas, alinearse con las víctimas inocentes, la libertad abofeteada, la moralidad ultrajada, con tal de no reconocer el vacío humano de una política que se viene aplicando desde hace décadas ni el error de un cierto modelo eurocéntrico según el cual el mundo evolucionaría fatalmente hacia la secularización mientras asistimos en todas partes, por lo menos desde 1979, al retorno de lo religioso en la esfera pública. Pero hete aquí que demasiada buena conciencia y la ceguera ideológica están preparando para muy pronto, si no la guerra civil, por lo menos el suicidio de Europa.


Terroristas franceses

Lo primero que hay que constatar es que los terroristas de los recientes atentados de París son franceses, han crecido en Francia y no son ni accidentes ni monstruos, sino producto de la integración a la francesa, auténticos retoños de la República actual, con toda la revuelta que tal descendencia puede inducir.
En 2009, Amedy Coulibaly, autor de los atentados de Montrouge y del supermercado kosher de Saint-Mandé, fue recibido por Nicolas Sarkozy en el Palacio del Elíseo junto a otros nueve jóvenes elegidos por sus empleadores para dar testimonio de las virtudes de la formación por alternancia: trabajaba entonces bajo contrato de profesionalización en la fábrica que Coca Cola tiene en Gagny, su ciudad natal.
Los hermanos Kouachi [autores de la matanza de Charlie Hebdo, N. d. T.], huérfanos procedentes de la inmigración, fueron acogidos en un centro educativo sito en Corrèze [provincia del centro de Francia y feudo electoral de los presidentes Jacques Chirac y François Hollande, N. d. T], y perteneciente a la Fundación Claude-Pompidou.


«Estaban perfectamente integrados»

Al día siguiente de la matanza en la sede de Charlie Hébdo, el director del centro educativo sentía estupor: «A todos nos choca este asunto porque conocíamos a estos jóvenes. Nos cuesta imaginar que estos chavales que estaban perfectamente integrados (jugaban el fútbol en los equipos locales) hayan sido capaces de matar de forma deliberada. Nos cuesta creerlo. Mientras estuvieron con nosotros, su comportamiento no fue nada problemático. Said Kouachí […] estaba preparado para entrar en la vida socioprofesional». Unas declaraciones que recuerdan a las del alcalde de Lunel -pequeña ciudad del sur de Francia- que se extrañaba porque diez jóvenes de su municipio se unieran a la Yihad en Siria, justo cuando acababa de renovar una magnífica pista de skate board en mitad de su barrio.
¡Qué ingratitud! ¿Cómo es que estos jóvenes no han tenido la impresión de haber podido colmar sus aspiraciones más profundas trabajando en Coca Cola, practicando el skate board o jugando en el equipo local de fútbol? ¿Cómo es que su deseo de heroicidad, de contemplación y de libertad no ha sido colmado por esa oferta tan generosa que consiste en poder elegir entre dos platos congelados, mirar una serie americana o de abstenerse en las elecciones? ¿Cómo es que sus esperanzas de pensamiento y de amor no han podido cumplirse al ver todos los progresos que están en marcha, como el matrimonio gay o la legalización de la eutanasia?
Y es que, precisamente, el debate que interesaba al Gobierno francés justo antes de los atentados: la República estaba completamente centrada en esa gran conquista humana, sin duda la última, y que es el derecho de ser asistido en el propio suicidio o rematado por verdugos cuya delicadeza está garantizada por un diploma en Medicina…


¿Hay razones en Europa para dar la vida?

Entiéndanme: los Kouachis y Coulibalys estaban «perfectamente integrados», pero integrados en la nada, integrados en la negación de cualquier impulso espiritual, y es por eso por lo que acabaron sometiéndose a un islamismo que no era solo una reacción a este vacío sino también una continuidad con ese vacío, a través de su logística de desarraigo planetario, de pérdida de la transmisión familiar y de mejora técnica de los cuerpos para convertirlos en súper instrumentos conectados a un dispositivo sin alma…
Un joven no busca sólo razones para vivir; también y sobre todo -porque no podemos vivir eternamente- busca razones para dar su vida. Ahora bien, ¿todavía hay razones en Europa para dar su vida? ¿La libertad de expresión? De acuerdo. ¿Pero qué cosa importante tenemos que expresar? ¿Qué Buena Nueva tenemos aún que anunciar al mundo?
Este asunto de saber si Europa es todavía capaz de ser portadora de una trascendencia que dé un sentido a nuestros actos; este asunto, digo, ya que es el más espiritual de todos, es asimismo el más carnal. No solo se trata de dar su vida, sino también de dar la vida. De forma curiosa, o providencial, durante su audiencia del 7 de enero, el mismo día de los atentados, el Papa Francisco citaba una homilía de Óscar Romero que demostraba el vínculo existente entre el martirio y la maternidad, entre el hecho de estar dispuesto a dar su vida y el hecho de estar dispuesto a dar la vida.


Debilidad espiritual

Es una evidencia ineludible: nuestra debilidad espiritual repercute sobre la demografía; nos guste o no, la fecundidad biológica siempre es un signo de esperanza vivida (aunque esa esperanza sea desordenada, como en el natalismo nacionalista o imperialista).
Si adoptamos un punto de vista completamente darwiniano, tenemos que admitir que el darwinismo no es una ventaja selectiva. Creer que el hombre es el resultado mortal de un apaño azaroso de la evolución no ayuda, no nos anima en absoluto a tener hijos. Mejor tener un gato o un caniche. O tal vez uno o dos sapiens sapiens, por inercia, por convencionalismo, pero, a fin de cuentas, menos como niños que como juguetes sobre los cuales ejercer vuestro despotismo y distraeros de vuestra angustia (antes de agravarla de forma radical).
Así pues, el éxito teórico del darwinismo solo puede desembocar en el éxito práctico de los fundamentalistas que niegan esta teoría, pero que tienen muchos hijos. Annie Laurent, una amiga islamóloga, me dijo unas palabras muy clarividentes: «La procreación es el yihad de las mujeres».


La dominación de las mujeres con burqa

Antaño, lo que impulsó al general de Gaulle a otorgar la independencia a Argelia fue, precisamente, la cuestión demográfica. Conservar la Argelia francesa de forma justa equivalía a conceder la ciudadanía a todos, pero al estar la democracia francesa sometida a la ley de la mayoría, y por lo tanto a la demografía, acabaría sometiéndose a la ley coránica.
El 5 de marzo de 1959, De Gaulle confiaba a Alain Peyrefitte [ministro, confidente y memorialista del general N. d. T.]: «¿Cree usted que el cuerpo francés puede absorber a diez millones de musulmanes, que mañana serán veinte millones y pasado mañana cuarenta? Si hacemos la integración, si todos los árabes y bereberes de Argelia fuesen considerados como franceses ¿cómo se les impediría instalarse en la metrópoli donde el nivel de vida es mucho más elevado? Mi pueblo ya no se llamaría Colombey-les-Deux-Églises [Iglesias] sino Colombey-les-Deux-Mosquées [Mezquitas]».
Es cierto que se ha producido una liberación de la mujer de la que podemos estar orgullosos. Sin embargo, cuando esta liberación desemboca en un militantismo contraceptivo y abortivo -ya que la paternidad se concibe de ahora en adelante como cargas insoportables para individuos que han olvidado que son antes de todo hijos e hijas- sólo puede ceder el paso, tras unas generaciones, a la dominación masiva de las mujeres con burqa, puesto que las mujeres en minifalda se reproducen mucho menos.


Un movimiento posterior a la Ilustración

Por mucho que protestemos «Oh, el burqa. ¡Qué costumbres más bárbaras!», ésta y otras costumbres bárbaras hacen funcionar a nuestra civilización del futuro; bueno, de un futuro sin posteridad…
En el fondo, los yihadistas cometen un grave error estratégico: al provocar reacciones indignadas, lo único que logran es ralentizar la islamización suave de Europa, la que presenta Michel Houellebecq en su última novela -que también salió a la venta el 7 de enero-, y que se pone en marcha gracias a nuestra doble astenia religiosa y sexual. A menos que nuestra insistencia en «no generar confusiones», en decir que el islam no tiene nada que ver con el islamismo (cuando tanto el presidente egipcio Al-Sissi como los Hermanos Musulmanes nos dicen lo contrario) y en sentirnos culpables de nuestro pasado colonial nos entreguen con más obsequiosidad, si cabe, al proceso en curso.
Sea como fuere, hay una vanidad que debemos perder: la que consiste en creer que los movimientos islamistas son movimientos previos a las Luces y bárbaros -como lo apuntaba más arriba-, que se templarán tan pronto como conozcan el esplendor del consumismo. En realidad, son movimientos posteriores a las Luces. Saben que las utopías humanistas, que habían sustituido a la fe religiosa, se han derrumbado.


¿Para qué Europa estamos dispuestos a dar la vida?

De ahí que nos hagamos la pregunta de si el islam no es el término dialéctico en una Europa tecno-liberal que rechaza sus raíces grecolatinas y sus alas judía y cristiana: esta Europa no puede vivir demasiado tiempo sin Dios ni madres, pero, como niña mimada que es, tampoco será capaz de volver a su Madre Iglesia, y al final consiente a entregarse a un monoteísmo fácil en el que la relación con la riqueza está desdramatizada, la moral sexual es más relajada y la posmodernidad hi-tech edifica ciudades tan radiantes como las de Catar. Dios + el capitalismo, las huris de harén + los ratones de ordenador ¿Por qué no sería el último compromiso, el verdadero final de la Historia?
Una cosa me parece cierta: lo bueno que hay en el siglo de las Luces ya no puede subsistir sin la Luz de los siglos. Pero, ¿seremos capaces de reconocer que esta Luz es la Verbo que se hizo carne, del Dios hecho hombre, es decir, de una divinidad que no aplasta lo humano sino que lo asume en su libertad y en su debilidad?
Os hago una última pregunta: sois romanos, pero ¿tenéis motivos sólidos para evitar que la Basílica de San Pedro no acabe como la Catedral de Santa-Sofía? Sois italianos pero ¿seréis capaces de luchar por la Divina Comedia? ¿O bien os avergonzáis porque Dante tuvo la osadía, en el Cántico XVIII de su Infierno, de hablar de Mahoma en el noveno Fraudulento del octavo círculo?
Para terminar: somos europeos. Pero ¿estamos orgullosos de nuestra bandera con doce estrellas? ¿Nos acordamos del sentido mismo de esas doce estrellas que nos reenvían al Apocalipsis de San Juan y a la fe de Schuman y de De Gasperi? El tiempo del confort se ha terminado. Ahora tenemos que contestar, o estaremos muertos: ¿para qué Europa estamos dispuestos a dar la vida?


Fabrice Hadjadj / Traducción: J.M. Ballester

 Fuente: Alfa y Omega

9 de agosto de 2015

EL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS: “BUSQUEMOS EL ‘PAN VIVO’ CON ÁNIMO ABIERTO Y SIN PREJUICIOS”

(RV).- Este segundo domingo de agosto, XIX del Tiempo Ordinario, el Obispo de Roma reflexionó sobre la “dinámica de la fe”, ante miles de peregrinos que, a pesar del calor intenso, acudieron a la Plaza de San Pedro, para escucharlo y recibir su bendición.
Comentando el capítulo sexto del Evangelio de Juan, el Pontífice explicó que Jesús después de haber realizado el milagro de la multiplicación de los panes, explica a la gente el significado de este signo. “Jesús parte de la experiencia del hambre y del signo del pan, para revelar a la gente a Sí mismo e invitarlos a creer en Él”.
“La multitud lo buscaba y lo escuchaba, dijo el Papa, porque se habían quedado entusiasmados por el milagro; pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan, donado por Dios, es Él mismo, muchos se escandalizan, y comienzan a murmurar entre ellos”. Este pasaje evangélico nos sorprende y nos hace reflexionar, afirmó el Santo Padre, “porque nos introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana y la Persona de Jesús, donde el Padre juega un rol decisivo, y naturalmente también el Espíritu Santo”.
No basta encontrar a Jesús para creer en Él, señaló el Sucesor de Pedro, no basta leer la Biblia, el Evangelio; no es suficiente ni si quiera asistir a un milagro. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron, al contrario, lo despreciaron y condenaron. Y esto sucedió, dijo el Papa, porque sus corazones estaban cerrados a la acción del Espíritu de Dios. “En cambio, afirmó el Papa Francisco, la fe es como una semilla en el profundo del corazón, germina cuando nos dejamos atraer por el Padre hacia Jesús, y vamos hacia Él con ánimo abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el Rostro de Dios y en sus palabras la Palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre”.
Sólo con esta actitud de fe, dijo el Obispo de Roma, podemos comprender el sentido del “Pan de vida” que Jesús nos da, porque Él, es el Pan vivo, bajado del cielo. Su carne, señaló el Papa, es su humanidad, en ella está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Y quien se deja atraer por este amor va a Jesús y recibe de Él la vida, la vida eterna. Finalmente, el Pontífice animó a seguir el ejemplo de la Virgen María: la primera persona humana que creyó en Dios recibiendo la carne de Jesús, aprendamos de Ella, dijo, la alegría y la gratitud por el don de la fe.
(Renato Martinez – RV)
Texto completo del Ángelus: 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este domingo prosigue la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, donde Jesús, habiendo cumplido el gran milagro de la multiplicación de los panes, explica a la gente el significado de aquel “signo” (Jn 6,41-51).
Como había hecho antes con la Samaritana, a partir de la experiencia de la sed y del signo del agua, Jesús aquí parte de la experiencia del hambre y del signo del pan, para revelarse e invitarnos a creer en Él.
La gente lo busca, la gente lo escucha, porque se ha quedado entusiasmada con el milagro: ¡querían hacerlo rey! Pero cuando Jesús afirma que el verdadero pan, donado por Dios, es Él mismo, muchos se escandalizan, no comprenden, y comienzan a murmurar entre ellos: «¿Acaso este – decían - no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: «Yo he bajado del cielo»? (Jn 6,42). Y comienzan a murmurar. Entonces Jesús responde: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió», y añade «Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna» (vv 44.47).
Nos sorprende, y nos hace reflexionar esta palabra del Señor: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el padre”, “el que cree en mí, tiene Vida eterna”. Nos hace reflexionar. Esta palabra se introduce en la dinámica de la fe, que es una relación: la relación entre la persona humana, todos nosotros, y la Persona de Jesús, donde un papel decisivo juega el Padre, y naturalmente, también el Espíritu Santo, que está implícito aquí. No basta encontrar a Jesús para creer en Él, no basta leer la Biblia, el Evangelio: esto es importante ¿eh? Pero no basta. No basta ni siquiera asistir a un milagro, como aquel de la multiplicación de los panes. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron, es más, también lo despreciaron y condenaron. Y yo me pregunto: ¿por qué, esto? ¿No fueron atraídos por el padre? No: esto sucedió porque su corazón estaba cerrado a la acción del Espíritu de Dios. Y si tú tienes el corazón cerrado la fe no entra. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús: somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón o lo cerramos.
En cambio la fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el Rostro de Dios y en sus palabras la Palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y allí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.
Así, con esta actitud de fe, podemos comprender el sentido del “Pan de la vida” que Jesús nos dona, y que Él expresa de esta manera: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo» (Jn 06:51). En Jesús, en su “carne” - es decir, en su concreta humanidad – está presente todo el amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Quien se deja atraer por este amor va hacia Jesús, y va con fe, y recibe de Él la vida, la vida eterna.
Aquella que ha vivido esta experiencia en modo ejemplar es la Virgen de Nazaret, María: la primera persona humana que ha creído en Dios recibiendo la carne de Jesús. Aprendamos de Ella, nuestra Madre, la alegría y la gratitud por el don de la fe. Un don que no es “privado”, un don que no es “propiedad privada”, sino que es un don para compartir: es un don «para la vida del mundo».


6 de agosto de 2015

FRANCISCO PIDE A LOS CABALLEROS DE COLÓN SEGUIR DEFENDIENDO EL MATRIMONIO

Poderosas fuerzas culturales” están “atacando” el matrimonio “entre un hombre y una mujer”. De aquí, la invitación a defender esta “institución natural”, elevada por el Señor “a la dignidad de sacramento”. Lo ha escrito el papa Francisco en el mensaje enviado, firmado por el cardenal Secretario de Estado Pietro Paolin, al congreso de los Caballeros de Colón, que se ha abierto en Filadelfia, Estados Unidos.
“Mientras se prepara para visitar Filadelfia el mes que viene para el octavo Encuentro Mundial de las Familias --señala el cardenal Parolin--, el Santo Padre expresa profundo aprecio por el constante testimonio público que vuestra orden ha llevado de nuestra comprensión cristiana del matrimonio y la familia”. Francisco recuerda por tanto que “elevado por el Señor a la dignidad de sacramento, el matrimonio es, en el plan del Creador, una institución natural, un pacto de amor y fidelidad entre un hombre y una mujer, dirigido a su perfección y santificación, al futuro de nuestra familia humana”.
Y “hoy, mientras la institución del matrimonio está siendo atacada por poderosas fuerzas culturales, los fieles están llamados a testimoniar esta fe bíblica básica y ley natural, que es esencial al orden sabio y justo de la sociedad”, se lee en la carta. Y prosigue: “al afrontar los desafíos morales, sociales y políticos del tiempo presentes, se les pide gran sabiduría y perseverancia, ‘de los santos, de aquellos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús’ (Ap. 14, 12)”.
Dotados por el Creador con vida y libertad (el tema del congreso de este año) lleva por tanto a la atención “del deber de los católicos americanos, precisamente como ciudadanos responsables, para contribuir a una defensa razonable de esas libertades sobre las cuales su nación está fundada”.
Después de todo, asegura el Papa, “la piedra angular de estas libertades es la libertad religiosa, entendida no solamente como libertad de culto que uno elige, sino también, para las personas y las instituciones, la libertad de hablar y actuar de acuerdo con lo que establece su conciencia”.
Asimismo, añade que “en la medida en la que esta libertad está amenazada, por políticas públicas invasivas o la creciente influencia de una cultura que pone presuntos derechos personales por encima del bien común, se necesita una movilización de las conciencias por parte de esos ciudadanos que, independientemente del partido o del credo, están preocupados por el bienestar común de la sociedad”.
El cardenal Parolin escribe en nombre del Pontífice que “el Santo Padre espera que el programa de catequesis y oración que los Caballeros han inaugurado en vista del próximo sínodo sobre la familia y del encuentro mundial de las familias contribuirá de forma significativa a este testimonio profético”. Además, asegura que “la protección de la libertad religiosa debe comprometer a las conciencias de los creyentes a nivel global en respuesta a los ataques contra las comunidades minoritarias, en su mayoría cristianos, en varias partes del mundo”. “Su Santidad --añade el purpurado-- está profundamente agradecido por los esfuerzos de los Caballeros por activar la atención pública a las graves tragedias humanitarias”.
Entre estas tragedias, se hace referencia a esas de las familias de refugiados, ayudados por los Caballeros de Colón “a través del nuevo fondo de ayuda para los refugiados cristianos”. “El Santo Padre --concluye  la carta-- hace un llamamiento uno vez más a vuestra orden a una oración constante, en las familias, en las parroquias y en los concilios locales, por estos hermanos y hermanas golpeados por la violencia fanática y la intolerancia, y por una reconocimiento general de estos derechos humanos fundamentales que no son garantizados por el Estado, sino por la mano del Creador, que todos los creyentes invocamos como Dios de la paz”.



5 de agosto de 2015

CON CORAZÓN DE MADRE LA IGLESIA BUSCA EL BIEN Y LA SALVACIÓN DE TODOS, DIJO EL PAPA EN LA CATEQUESIS

Texto de las palabras del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas:

Con esta catequesis retomamos nuestra reflexión sobre la familia. Después de haber hablado la última vez, de las familias heridas a causa de la incomprensión de los cónyuges, hoy quisiera detener nuestra atención sobre otra realidad: cómo cuidar de aquellos que, después de un fallo irreversibles de su unión matrimonial, han comenzado una nueva unión.

La Iglesia sabe que esta situación contradice el Sacramento cristiano. Sin embargo, su mirada de maestra que viene siempre de un corazón de madre; un corazón que, animado por el Espíritu Santo, busca siempre el bien y la salvación de las personas. Por eso siente el deber, “por amor a la verdad”, de “discernir bien las situaciones”. Así se expresaba san Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica Familiaris consortio (n. 84), dando como ejemplo la diferencia entre quien ha sufrido la separación respecto a quien la ha provocado. Se debe hacer este discernimiento.

Si después miramos también estos nuevos lazos con los ojos de los hijos pequeños, los pequeños miran, de los niños, vemos aún más la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades una acogida real hacia las personas que viven estas situaciones. Por esto, es importante que el estilo de la comunidad, su lenguaje, sus actitudes, estén siempre atentos a las personas, a partir de los pequeños, ellos son quienes más sufren estas situaciones. Después de todo, ¿cómo podríamos aconsejar a estos padres hacer de todo para educar a los hijos en la vida cristiana, dando ellos el ejemplo de una fe convencida y practicada, si los tenemos alejados de la vida de la comunidad como si fueran excomulgados? No se deben añadir otros pesos a aquellos que los hijos, en estas situaciones, ¡ya deben cargar! Lamentablemente, el número de estos niños y jóvenes es realmente grande. Es importante que ellos sientan a la Iglesia como madre atenta a todos, dispuesta siempre a la escucha y al encuentro.

En estos decenios, en realidad, la Iglesia no ha sido ni insensible ni perezosa. Gracias a la profundización cumplida por los Pastores, guiados y confirmados por mis predecesores, ha crecido mucho la conciencia de que es necesaria una acogida fraterna y atenta, en el amor y en la verdad, hacia los bautizados que han establecido una nueva convivencia después del fracaso del matrimonio sacramental; de hecho, estas personas no son excomulgadas, no están excomulgadas, y no van absolutamente tratadas como tales: forman parte siempre de la Iglesia.

El papa Benedicto XVI intervino sobre esta cuestión, solicitando un discernimiento atento y un sabio acompañamiento pastoral, sabiendo que no existen “recetas simples” (Discurso al VII Encuentro Mundial de las Familias, Milán, 2 junio 2012, respuesta n. 5).

De aquí la reiterada invitación de los Pastores a manifestar abiertamente y coherentemente la disponibilidad de la comunidad a acogerles y a animarles, para que vivan y desarrollen cada vez más su pertenencia a Cristo y a la Iglesia con la oración, con la escucha de la Palabra de Dios, con la frecuencia a la liturgia, con la educación cristiana de los hijos, con la caridad y el servicio a los pobres, con el compromiso por la justicia y la paz.

El ícono bíblico del Buen Pastor (Jn 10, 11-18) resume la misión que Jesús ha recibido del Padre: la de dar la vida por las ovejas. Tal actitud es un modelo también para la Iglesia, que acoge a sus hijos como una madre que dona su vida por ellos. “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. Ninguna puerta cerrada. Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden formar parte de la comunidad. La Iglesia es la casa paterna donde hay sitio para cada uno con su vida a cuestas” (Exort. ap.Evangelii gaudium, n. 47).

Del mismo modo, todos los cristianos están llamados a imitar al Buen Pastor. Sobre todo las familias cristianas pueden colaborar con Él cuidando de las familias heridas, acompañándolas en la vida de fe de la comunidad. Cada uno haga su parte asumiendo la actitud del Buen Pastor, que conoce cada una de sus ovejas ¡y no excluye a ninguna de su infinito amor! Gracias.