«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


28 de octubre de 2015

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: EL MENSAJE DE LA DECLARACIÓN NOSTRA ÆTATE ES SIEMPRE ACTUAL

(RV).- La audiencia general del último miércoles de octubre que el Papa Francisco celebró en una lluviosa Plaza de San Pedro ante miles de fieles y peregrinos de numerosos países, tuvo un carácter interreligioso para recordar juntos – tal como el mismo Pontífice explicó – el 50° aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II “Nostra ætate” sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas.

Texto y de la catequesis del Papa traducida del italiano:
Queridos hermanos y hermanas buenos días,
En las Audiencias generales hay a menudo personas o grupos pertenecientes a otras religiones; pero hoy esta presencia es del todo particular, para recordar juntos el 50º aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas. Este tema estaba fuertemente en el corazón del beato Papa Pablo VI, que en la fiesta de Pentecostés del año anterior al final del Concilio había instituido el Secretariado para los no cristianos, hoy Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Expreso por eso mi gratitud y mi calurosa bienvenida a personas y grupos de diferentes religiones, que hoy han querido estar presentes, especialmente a quienes vienen de lejos.
El Concilio Vaticano II ha sido un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una lectura de los signos de los tiempos en miras a una actualización orientada a una doble fidelidad: fidelidad a la tradición eclesial y fidelidad a la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. De hecho Dios, que se ha revelado en la creación y en la historia, que ha hablado por medio de los profetas y completamente en su Hijo hecho hombre (cfr Heb 1,1), se dirige al corazón y al espíritu de cada ser humano que busca la verdad y los caminos para practicarla.
El mensaje de la Declaración Nostra aetate es siempre actual. Recuerdo brevemente algunos puntos:
  • La creciente interdependencia de los pueblos ( cfr n. 1);
  • La búsqueda humana de un sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, preguntas que siempre acompañan nuestro camino (cfr n.1);
  • El origen común y el destino común de la humanidad (cfr n. 1);
  • La unicidad de la familia humana (cfr n. 1);
  • Las religiones como búsqueda de Dios o del Absoluto, en el interior de las varias etnias y culturas (cfr n. 1);
  • La mirada benévola y atenta de la Iglesia sobre las religiones: ella no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de bello y verdadero (cfr n. 2);
  • La Iglesia mira con estima los creyentes de todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral (cfr n. 3);
  • La Iglesia abierta al diálogo con todos, y al mismo tiempo fiel a la verdad en la que cree, por comenzar en aquella que la salvación ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, único salvador, y que el Espíritu Santo está a la obra, fuente de paz y amor.
Son tantos los eventos, las iniciativas, las relaciones institucionales o personales con las religiones no cristianas de estos últimos cincuenta años, y es difícil recordar todos. Un hecho particularmente significativo ha sido el Encuentro de Asís del 27 de octubre de 1986. Este fue querido y promovido por san Juan Pablo II, quien un año antes, es decir hace treinta años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca deseaba que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos (19 de agosto de 1985). La llama, encendida en Asís, se ha extendido en todo el mundo y constituye un signo permanente de esperanza.
Una especial gratitud a Dios merece la verdadera y propia transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos. Indiferencia y oposición se transformaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos transformado en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración Nostra aetate, ha trazado el camino: “si” al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo; “no” a cualquier forma de antisemitismo y condena de todo insulto, discriminación y persecución que se derivan. El conocimiento, el respeto y la estima mutua constituyen el camino que, si vale en modo peculiar para la relación con los judíos, vale análogamente también para la relación con las otras religiones. Pienso en particular en los musulmanes, que -como recuerda el Concilio- «adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres» (Nostra aetate, 5). Ellos se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su Madre virgen, María, esperan el día del juicio, y practican la oración, la limosna y el ayuno (cfr ibid).
El diálogo que necesitamos no puede ser sino abierto y respetuoso, y entonces se revela fructífero. El respeto recíproco es condición y, al mismo tiempo, fin del diálogo interreligioso: respetar el derecho de otros a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir a la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión.
El mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan alguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza. Nosotros creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro, a la que nos acercamos según nuestras respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad.
A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena de las religiones. En realidad, aunque ninguna religión es inmune del riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos (cfr Discurso al Congreso EEUU, 24 de septiembre de 2015), es necesario mirar los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en tantos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a quien es excluido. Podemos caminar juntos cuidando los unos de los otros y de lo creado. Todos los creyentes de cada religión. Juntos podemos alabar al Creador por habernos dado el jardín del mundo para cultivar y cuidar como bien común, y podemos realizar proyectos compartidos para combatir la pobreza y asegurar a cada hombre y mujer condiciones de vida dignas.
El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que está delante de nosotros, es una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad. Y en este campo, donde cuenta sobretodo la compasión, pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados. Pero la misericordia a la cual somos llamados abraza a todo el creado, que Dios nos ha confiado para ser cuidadores y no explotadores, o peor todavía, destructores. Debemos siempre proponernos dejar el mundo mejor de como lo hemos encontrado (cfr Enc. Laudato si’, 194), a partir del ambiente en el cual vivimos, de nuestros pequeños gestos de nuestra vida cotidiana.
Queridos hermanos y hermanas, en cuanto al futuro del diálogo interreligioso, la primera cosa que debemos hacer es rezar. Y rezar los unos por los otros, somos hermanos. Sin el Señor, nada es posible; con Él, ¡todo se convierte! Que nuestra oración pueda, cada uno según la propia tradición, pueda adherirse plenamente a la voluntad de Dios, quien desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad. Gracias. (Traducido por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).



25 de octubre de 2015

PAPA FRANCISCO EN EL REZO DEL ÁNGELUS. DIOS ES EL PRIMERO EN QUERER CAMINAR JUNTO A NOSOTROS, EN QUERER HACER “SÍNODO” CON NOSOTROS.

Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Esta mañana, con la Santa Misa celebrada en la Basílica de San Pedro, concluyó la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la familia. Invito a todos a dar gracias a Dios por estas tres semanas de intenso trabajo, animado por la oración y por un espíritu de verdadera comunión. Ha sido arduo, pero ha sido un verdadero don de Dios, que seguramente traerá muchos frutos.
La palabra “sínodo” significa “caminar juntos”. Y aquella que hemos vivido ha sido la experiencia de la Iglesia en camino, en camino especialmente con las familias del Pueblo santo de Dios esparcido en todo el mundo. Por esto me ha impresionado la Palabra de Dios que hoy nos sale al encuentro en la profecía de Jeremías. Dice así: «Yo los hago venir del país del Norte y los reúno desde los extremos de la tierra; hay entre ellos ciegos y lisiados, mujeres embarazadas y parturientas: ¡es una gran asamblea la que vuelve aquí!». Y el profeta agrega: «Habían partido llorando, pero yo los traigo llenos de consuelo; los conduciré a los torrentes de agua por un camino llano, donde ellos no tropezarán. Porque yo soy un padre para Israel» (31,8-9).
Esta Palabra de Dios nos dice que el primero en querer caminar junto a nosotros, a querer hacer “sínodo” con nosotros, es precisamente Él, nuestro Padre. Su “sueño”, desde siempre y por siempre, es el de formar un pueblo, de reunirlo, de guiarlo hacia la tierra de la libertad y de la paz. Y este pueblo está hecho de familias: están «la mujer embarazada y la parturienta»; es un pueblo que mientras camina lleva adelante la vida, con la bendición de Dios.
Es un pueblo que no excluye a los pobres y a los desfavorecidos, es más, los incluye. Dice el profeta: «entre ellos están el ciego y el lisiado». Es una familia de familias, en la que quien enfrenta fatigas no se encuentra marginado, dejado atrás, sino que logra seguir el paso de los otros, porque este pueblo camina al paso de los últimos; como se hace en las familias, y como nos enseña el Señor, que se ha hecho pobre con los pobres, pequeño con los pequeños, último con los últimos. No lo ha hecho para excluir a los ricos, a los grandes y a los que están primero, sino porque ésta es la única forma para salvar también a ellos, para salvar a todos. Ir con los pequeños, con los excluidos, con los últimos.
Les confieso que esta profecía del pueblo en camino la he comparado también con las imágenes de los prófugos en marcha por los caminos de Europa, una realidad dramática de nuestros días. Dios también les dice a ellos: «Habían partido llorando, pero yo los traigo llenos de consuelo». También estas familias tan sufrientes, desarraigadas de sus tierras, han estado presentes con nosotros en el Sínodo, en nuestra oración y en nuestros trabajos, a través de la voz de algunos de sus Pastores presentes en la Asamblea. Estas personas en busca de dignidad, estas familias en busca de paz siguen permaneciendo con nosotros, la Iglesia no las abandona, porque forman parte del pueblo que Dios quiere liberar de la esclavitud y guiar hacia la libertad.
Por lo tanto, en esta Palabra de Dios, se refleja ya sea la experiencia sinodal que hemos vivido, ya sea el drama de los prófugos en marcha por los caminos de Europa. Que el Señor, por intercesión de la Virgen María, nos ayude también a realizar las indicaciones surgidas en forma de fraterna comunión.
(Traducción del italiano: Raúl Cabrera, Radio Vaticano)
Después de rezar el Ángelus el Papa Bergoglio saludó a los queridos hermanos y hermanas romanos y peregrinos de diversos países que se habían dado cita en la Plaza de San Pedro.
El Santo Padre saludó de modo especial a la Hermandad del Señor de los Milagros de Roma, ¡cuántos peruanos hay en la plaza!, que con tanta devoción llevaron en procesión la imagen venerada en Lima, Perú, sin olvidar a los demás emigrantes peruanos a quienes les agradeció su testimonio.
Además el Obispo de Roma saludó a los peregrinos músicos de la “Musikverein Manhartsberg”, procedentes de la diócesis austríaca de Viena y a la Orquesta de Landwehr, Friburgo, Suiza, que el día anterior ofrecieron un concierto de beneficencia.
Por último el Pontífice saludó a la Asociación de los voluntarios hospitalarios de “San Juan” de Lagonegro, y al grupo procedente de la Diócesis italiana de Oppido Mamertina-Palmi.
Francisco concluyó deseando a todos feliz domingo y pidiendo, como suele hacer, que no se olviden de rezar por él, sumando a su deseo de “¡buen almuerzo y hasta la vista!”. 
(MFB - RV).


¡ANIMO, LEVÁNTATE! CON LA INVITACIÓN DEL EVANGELIO EL PAPA CLAUSURA EL SÍNODO

Alegrarnos por la gracia de una cosecha que va más allá de nuestras fuerzas y capacidades
(RV).-  La mañana del 25 de octubre, XXX domingo del tiempo ordinario, el Santo Padre Francisco celebró la Santa Misa por la conclusión de la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. El Obispo de Roma empezó su homilía notando que las tres lecturas del día nos presentan la compasión de Dios, su paternidad, que se revela definitivamente en Jesús. “Hay un detalle interesante. Jesús pide a sus discípulos ir a llamar a Bartimeo. Ellos se dirigen al ciego usando dos expresiones, que solamente Jesús utiliza en el resto del Evangelio. En primer lugar le dicen: ‘¡Animo!’, con una palabra que literalmente significa ‘¡ten confianza!’. En efecto, solamente el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para enfrentar las situaciones más graves. La segunda expresión es ‘¡Levántate!’, como Jesús había dicho a tantos enfermos, tomándoles de la mano y sanándolos”.

“Los suyos no hacen otra cosa que repetir las palabras alentadoras y liberadoras de Jesús, conduciéndolo directamente hacia Él.  A esto son llamados los discípulos de Jesús, también hoy, especialmente hoy: a poner  al hombre en contacto con la Misericordia que salva”.

Al exclamar que “hoy es tiempo de misericordia” el Papa agradeció a los sinodales por el “camino compartido con la mirada dirigida en el Señor y en los hermanos, en la búsqueda de los senderos que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia”. “Sigamos el camino que el Señor desea”, invitó a todos Francisco. 
(RC-RV)

Texto de la homilía del Santo Padre Francisco de la Santa Misa conclusiva del Sínodo de los Obispos
Las tres lecturas de este domingo nos presentan la compasión de Dios, su paternidad, que se revela definitivamente en Jesús.
El profeta Jeremías, en pleno desastre nacional, mientras el pueblo estaba deportado por los enemigos, anuncia que «el Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel» (31, 7). Y ¿por qué lo hizo? Porque él es Padre (cf. v. 9); y como el Padre cuida de sus hijos, los acompaña en el camino, sostiene a los «ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas» (31, 8). Su paternidad les abre una vía accesible, una forma de consolación después de tantas lágrimas y tantas amarguras. Si el pueblo permanece fiel, si persevera en buscar a Dios incluso en una tierra extranjera, Dios cambiará su cautiverio en libertad, su soledad en comunión: lo que hoy siembra el pueblo con lágrimas, mañana lo cosechará con la alegría (cf. Sal 125,6).
Con el Salmo, también nosotros hemos expresado la alegría, que es fruto de la salvación del Señor: «La boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares» (v. 2). El creyente es una persona que ha experimentado la acción salvífica de Dios en la propia vida. Y nosotros, los pastores, hemos experimentado lo que significa sembrar con fatiga, a veces llorando, alegrarnos por la gracia de una cosecha que siempre va más allá de nuestras fuerzas y de nuestras capacidades.
El pasaje de la Carta a los Hebreos nos ha presentado la compasión de Jesús. También él «está envuelto en debilidades» (5, 2), para sentir compasión por quienes yacen en la ignorancia y en el error. Jesús es el Sumo Sacerdote grande, santo, inocente, pero al mismo tiempo es el Sumo Sacerdote que ha compartido nuestras debilidades y ha sido puesto a prueba en todo como nosotros, menos en el pecado (cf. 4, 15). Por eso es el mediador de la nueva y definitiva alianza que nos da la salvación.
El Evangelio de hoy se conecta directamente con la primera Lectura: así como el pueblo de Israel fue liberado gracias a la paternidad de Dios, también Bartimeo fue liberado gracias a la compasión de Jesús que acababa de salir de Jericó. A pesar de que apenas había emprendido el camino más importante, el que va hacia Jerusalén, se detiene para responder al grito de Bartimeo. Se deja interpelar por su petición, se deja implicar en su situación. No se contenta con darle limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da indicaciones ni respuestas, pero hace una pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti»? (Mc 10, 51). Podría parecer una petición inútil: ¿Qué puede desear un ciego si no es la vista? Sin embargo, con esta pregunta, hecha «de tú a tú», directa pero respetuosa, Jesús muestra que desea escuchar nuestras necesidades. Quiere un coloquio con cada uno de nosotros sobre la vida, las situaciones reales, que no excluya nada ante Dios. Después de la curación, el Señor dice a aquel hombre: «Tu fe te ha salvado» (v. 52). Es hermoso ver cómo Cristo admira la fe de Bartimeo, confiando en él. Él cree en nosotros, más de lo que creemos en nosotros mismos.
Hay un detalle interesante. Jesús pide a sus discípulos que vayan y llamen a Bartimeo. Ellos se dirigen al ciego con dos expresiones, que sólo Jesús utiliza en el resto del Evangelio. Primero le dicen: «¡Ánimo!», una palabra que literalmente significa «ten confianza, anímate». En efecto, sólo el encuentro con Jesús da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves. La segunda expresión es «¡levántate!», como Jesús había dicho a tantos enfermos, llevándolos de la mano y curándolos. Los suyos no hacen más que repetir las palabras de aliento y liberación de Jesús, guiando hacia él directamente, sin sermones. Los discípulos de Jesús están llamados a esto, también hoy, especialmente hoy: a poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva. Cuando el grito de la humanidad, como el de Bartimeo, se repite aún más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús y sobre todo imitar su corazón. Las situaciones de miseria y de conflicto son para Dios ocasiones de misericordia. Hoy es tiempo de misericordia.
Pero hay algunas tentaciones para los que siguen a Jesús. El Evangelio destaca al menos dos. Ninguno de los discípulos se para, como hace Jesús. Siguen caminando, van adelante como si nada hubiera sucedido. Si Bartimeo era ciego, ellos son sordos: aquel problema no es problema suyo. Este puede ser nuestro riesgo: ante continuos apuros, es mejor seguir adelante, sin preocuparse. De esta manera, estamos con Jesús como aquellos discípulos, pero no pensamos como Jesús. Se está en su grupo, pero se pierde la apertura del corazón, se pierde la maravilla, la gratitud y el entusiasmo, y se corre el peligro de convertirse en «habituales de la gracia». Podemos hablar de él y trabajar para él, pero vivir lejos de su corazón, que está orientado a quien está herido. Esta es la tentación: una «espiritualidad del espejismo»: podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad sin ver lo que realmente es, sino lo que a nosotros nos gustaría ver; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor pone delante de nuestros ojos. Una fe que no sabe radicarse en la vida de la gente permanece árida y, en lugar oasis, crea otros desiertos.
Hay una segunda tentación, la de caer en una «fe de mapa». Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero tenemos nuestra hoja de ruta, donde entra todo: sabemos dónde ir y cuánto tiempo se tarda; todos deben respetar nuestro ritmo y cualquier inconveniente nos molesta. Corremos el riesgo de hacernos como aquellos «muchos» del Evangelio, que pierden la paciencia y reprochan a Bartimeo. Poco antes habían reprendido a los niños (cf. 10, 13), ahora al mendigo ciego: quien molesta o no tiene categoría, ha de ser excluido. Jesús, por el contrario, quiere incluir, especialmente a quien está relegado al margen y le grita. Ellos, como Bartimeo, tienen fe, porque saberse necesitados de salvación es el mejor modo para encontrar a Cristo.
Y, al final, Bartimeo se puso a seguir a Jesús en el camino (cf. v. 52). No sólo recupera la vista, sino que se une a la comunidad de los que caminan con Jesús. Queridos hermanos sinodales, hemos caminado juntos. Les doy las gracias por el camino que hemos compartido con la mirada puesta en el Señor y en los hermanos, en busca de las sendas que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia. Sigamos por el camino que el Señor desea. Pidámosle a él una mirada sana y salvada, que sabe difundir luz porque recuerda el esplendor que la ha iluminado. Sin dejarnos ofuscar nunca por el pesimismo y por el pecado, busquemos y veamos la gloria de Dios que resplandece en el hombre viviente.

24 de octubre de 2015

CONCLUYÓ EL SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE LA VOCACIÓN Y MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO


Con la aprobación del documento final concluyó el Sínodo de los obispos sobre la vocación y misión de la Familia, en el Vaticano a las 18,46 de la tarde del 24 de octubre de 2015.
Fue aprobado el documento final. Todos los 94 parágrafos han superado los 2/3 de votos. Estas proposiciones servirán al Papa para escribir la Exhortación post sinodal sobre la Vocación y Misión de la Familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo. El mismo Documento final elaborado y votado por los obispos será publicado, dentro de poco, con las respectivas votaciones de cada uno de los 94 parágrafos.
Al cierre de los trabajos Francisco habló a toda la asamblea de 270 personas, agradeciendo al Señor y a todos. Subrayando la acción del Señor, explicó que el haber puesto las dificultades de las familias delante del Señor es lo más importante. jesuita Guillermo Ortiz, Raúl Cabrera
Texto completo del discurso de Papa Francisco en lengua española, traducido del italiano
Queridas Beatitudes, eminencias, excelencias,
Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.
Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón.
Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa.
Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo.
Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.
Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?
Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho.
Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.
Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana.
Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.
Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia.
Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.
Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás.
Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.
Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.
Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.
En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.1
Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado.2 El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de la inculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».3
La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.4
Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.
Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
Queridos Hermanos:
La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas, de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6).
El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50).
El beato Pablo VI decía con espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y reinsertarnos en su plan de salvación [...]. En Cristo, Dios se revela infinitamente bueno [...]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es –digámoslo llorando- bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce, inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».5
También san Juan Pablo II dijo que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia [...] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».6
Y el Papa Benedicto XVI decía: «La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios [...] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10)».7
En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.8
Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.
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“SÍNODO: CAMINAR JUNTOS PARA LLEVAR A TODOS LA LUZ DEL EVANGELIO, EL ABRAZO DE LA IGLESIA Y EL AMPARO DE LA MISERICORDIA DE DIOS"


(RV).- “Los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón”, lo dijo el Papa Francisco en su discurso al concluir los trabajos de la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.
En su mensaje conclusivo, el Santo Padre recordó la perenne presencia de Dios Misericordioso durante los trabajos de estos años de Sínodo. “Quisiera ante todo agradecer al Señor, dijo el Papa, que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo… Mientras seguía los trabajos del Sínodo, agregó el Pontífice, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?”
Respondiendo de modo negativo a esta pregunta, el Obispo de Roma señaló que “ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia… Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia”. Al mismo tiempo, el Sucesor de Pedro afirmó que este camino sinodal “significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana. Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia, dijo el Papa, significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás”.
Pero sobre todo, el Santo Padre precisó que el Sínodo es “haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores. Es haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible”.
En el curso de este Sínodo, recordó el Pontífice, las distintas opiniones que se han expresado libremente; hemos visto, también dijo, a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas. Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
La experiencia del Sínodo también afirmó el Obispo de Roma, nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, concluyó el Papa Francisco, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.
(Renato Martinez - Radio Vaticano)

SÍNODO EN COMUNIÓN CON EL PAPA Y RELACIÓN FINAL APROBADA POR UNANIMIDAD POR LA COMISIÓN


(RV).- La Comisión encargada de la Relación final aprobó el texto de la misma «presentándolo como un trabajo en el que todos sus miembros estaban de acuerdo, sin reservas. Éste es un mensaje muy significativo», dijo el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, P. Federico Lombardi informando sobre los últimos momentos de los trabajos sinodales, antes de la XVIII Congregación general.
En la Conferencia de prensa intervino también el Card. Raymundo Damasceno Assis, Arzobispo de Aparecida y vicepresidente de la Asamblea Sinodal, que afirmó que «este Sínodo trascurrió en un clima de mucha fraternidad y colegialidad: los Obispos con el Sucesor de Pedro». El purpurado brasileño puso de relieve asimismo la importante novedad de la metodología, que permitió una mejor participación, en los círculos menores, más efectiva y ordenada, de todos los Padres Sinodales y de todos los participantes en los trabajos del Sínodo.
Todo en total libertad, como nos invita siempre el Santo Padre. Escuchando con humildad, dialogando, confrontando experiencias y opiniones, para buscar el mayor consenso posible y para llegar a las conclusiones, en un espíritu de comunión, que es el objetivo del Sínodo, dijo también el Card. Raymundo Damasceno Assis, que volvió a reiterar las palabras del Papa Francisco: «buscar lo que Dios quiere en relación con la familia hoy, abiertos al Espíritu Santo».

(CdM – RV)

DECLARACIÓN DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS SOBRE LA SITUACIÓN EN ORIENTE MEDIO, ÁFRICA Y UCRANIA

Texto completo de la declaración de los Padres sinodales
«Reunidos en torno al Santo Padre Francisco, Sucesor de Pedro, nosotros los Padres Sinodales, junto con los Delegados Fraternos, los Auditores y Auditoras participantes en la XIV Asamblea General del Sínodo de los Obispos dirigimos nuestros pensamientos a todas las familias de Oriente Medio.
Desde hace años, a causa de los sangrientos conflictos en curso, son víctimas de atrocidades indecibles. Sus condiciones de vida han empeorado en los últimos meses y semanas. El uso de armas de destrucción masiva, los asesinatos indiscriminados, las decapitaciones, los secuestros de seres humanos, la trata de mujeres, el enrolamiento de niños soldados, la persecución por motivos de religión y de origen étnico, la devastación de los lugares de culto, la destrucción del patrimonio cultural y un sinnúmero de otras atrocidades han obligado a miles de familias a abandonar sus hogares y a buscar refugio en otro lugar, a menudo en condiciones extremadamente precarias. Actualmente se les impide regresar y ejercer su derecho a vivir con dignidad y seguridad en su propio territorio, contribuyendo a la reconstrucción y el bienestar material y espiritual de sus respectivos países.
En este contexto dramático se violan continuamente los principios fundamentales de la dignidad humana y de la convivencia pacífica y armónica entre las personas y los pueblos, los derechos más elementales, como el derecho a la vida y a la libertad religiosa y el derecho humanitario internacional.
Queremos, por lo tanto, expresar nuestra cercanía a los patriarcas, obispos, sacerdotes, a los consagrados y fieles, así como a todos los habitantes de Oriente Medio, manifestar nuestra solidaridad y garantizar nuestra oración. Pensamos en todas las personas secuestradas y pedimos su liberación. Nuestras voces se unen al grito de tantos inocentes: ¡No más violencia, no más terrorismo, no más destrucción, no más persecución! ¡Cesen inmediatamente las hostilidades y el tráfico de armas!.
La paz en Oriente Medio no se busca con opciones impuestas por la fuerza, sino con decisiones políticas que respeten las particularidades culturales y religiosas de cada nación y de las diversas realidades que las componen.
Estamos agradecidos, de una manera particular, a Jordania, Líbano, Turquía y a los numerosos países europeos que dan acogida a los refugiados. Lanzamos nuevo llamamiento a la Comunidad Internacional para que, dejando de lado los intereses particulares, recurra en la búsqueda de soluciones a los instrumentos de la diplomacia, del diálogo, del derecho internacional.
Recordamos las palabras de Francisco a "todas las personas y comunidades que se reconocen en Abraham: Respetémonos y amémonos los unos a los otros como hermanos y hermanas -dijo-. Aprendamos a comprender el dolor del otro. Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia. Trabajemos juntos por la justicia y por la paz.
Creemos que la paz es posible y es posible detener la violencia que en Siria, en Irak, en Jerusalén y en toda Tierra Santa, sacude cada día a más familias y a civiles inocentes y agrava la crisis humanitaria. La reconciliación es el fruto de la fraternidad, la justicia, el respeto y el perdón.
Nuestro único deseo, como el de las personas de buena voluntad que forman parte de la gran familia humana, es que se pueda vivir en paz. Que judíos, cristianos y musulmanes redescubran uno de los deseos divinos, el de la unidad y la armonía de la familia humana. Que judíos, cristianos y musulmanes descubran en el otro creyente a un hermano que se ha de respetar y amar, en primer lugar para dar en sus tierras el hermoso testimonio de la serenidad y la convivencia entre los hijos de Abraham.
Nuestros pensamientos y oraciones se extienden, con la misma preocupación, solicitud y amor, a todas las familias afectadas por situaciones parecidas en otras partes del mundo, especialmente en África y en Ucrania. Las hemos tenido muy presentes durante los trabajos de esta Asamblea sinodal, al igual que a las familias de Oriente Medio, y también para ellas pedimos con fuerza el regreso a una vida digna y tranquila.
Encomendamos a la Sagrada Familia de Jesús, María y José, experta en sufrimiento, nuestras intenciones, para que el mundo se vuelva pronto una familia de hermanos y hermanas».

(RM - RV)

MONS. MARIO ICETA "LA HUMILDAD EVANGÉLICA NOS PERMITIRÁ ACTUAR CON CORAJE APOSTÓLICO"

 (RV).- El obispo de Bilbao, Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, durante la homilía que dio en la penúltima Congregación General del Sínodo de los Obispos, la mañana de este sábado, invocó la intercesión de la Virgen Maríapara los trabajos de este importante evento eclesial que comenzó el pasado 4 de octubre y termina este domingo con la Santa Misa conclusiva.
“Las madres son las que transforman la casa en un hogar”, dijo el obispo español asegurando que la Virgen María hace que la Iglesia no sólo sea Templo, sino también “hogar, lugar cálido, familiar, de acogida y de misericordia".
Homilía de Mons. Mario Iceta
Querido Santo Padre y hermanos en el episcopado y el sacerdocio, miembros de la vida consagrada, queridos hermanos y hermanas.
Vamos concluyendo el trabajo sinodal como una experiencia de gracia, de comunión, de colegialidad y de servicio. Hemos pedido el don del Espíritu Santo y hemos querido que sea Él quien guíe nuestra labor. El Santo Padre afirmo al comienzo de este acontecimiento que “el Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo sólo si nos revestimos de coraje apostólico, de humildad evangélica y de oración confiada.”
En efecto, la oración es el quicio y fundamento de la actividad apostólica. El domingo pasado eran canonizados los padres de Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones. Qué curioso, una monja contemplativa, que no abandonó jamás las paredes de su convento, es patrona de la actividad misionera. La vida contemplativa, la vida de oración se encuentra en el fundamento de la actividad apostólica y misionera, también para nosotros.
Por eso, ante las decisiones que en el ejercicio del ministerio episcopal hemos de tomar, viene a mi memoria el pasaje de la elección de Matías para ser integrado en el colegio apostólico. “Entonces oraron así: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido” (Act 1, 24). Este es nuestro método: muéstranos lo que Tu quieres, haznos conocer tu voluntad. Sumidos en la oración, pedir a Dios que nos muestre sus caminos, que nos haga ver cuál es su designio y no el mío propio, y cuáles son los caminos que hemos de recorrer para acompañar a las familias en la fidelidad a la vocación a la que han sido llamadas.
Junto a la oración se nos recordaba la necesidad de la humildad evangélica para conocer la voluntad de Dios: “Te doy gracias Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se lo has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25). En Bilbao tenemos una Universidad Católica de prestigio, la Universidad de Deusto. Universidad que es paraninfo de los saberes, de las ciencias. Curiosamente, durante 41 años un hermano lego jesuíta vivió en la portería de dicha Universidad hasta que entregó santamente su vida al Señor. Me refiero al beato Francisco Gárate. Su vida, en la entrada de la Universidad, en humildad, servicio, pobreza, disponibilidad continua, es imagen encarnada de que la humildad es el camino al conocimiento de la sabiduría de Dios. Como afirma el libro de los Proverbios “la arrogancia acarrea la deshonra; pero por la humildad se accede a la sabiduría” (Prov 11, 2). Y como después volverá a afirmar San Pablo: “Está escrito, inutilizaré la sabiduría de los sabios y anularé la inteligencia de los inteligentes... Porque los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero poder y sabiduría de Dios para los llamados” (1 Cor 1, 19.22-24). Y Santa Teresa de Ávila, cuyo quinto centenario de nacimiento acabamos de celebrar nos dirá sabiamente: “Andar en humildad es andar en verdad”.
Esta vida orante, esta humildad evangélica, nos permitirá actuar con coraje apostólico, la parresia de la que nos habla san Pablo, puestos los ojos en Cristo y por amor a Él sirviendo a las familias de este mundo, iluminando su caminar con la Palabra de Dios y la Tradición viva de la Iglesia, sosteniéndola y acompañándola en sus gozos y tristezas, para que vivan en plenitud la alianza de amor que disipa la oscuridad, vence la soledad y el individualismo, recrea la humanidad, genera vida y esperanza, acoge y sana lo que parece perdido, construye la Iglesia y el mundo. 
Concluyo, hoy sábado, invocando la intercesión materna de la Virgen María. Las madres son las que transforman la casa en un hogar. Ella hace que la Iglesia no sólo sea Templo, sino también hogar, lugar cálido, familiar, de acogida y misericordia. A Ella acudimos esta mañana. Es la Esposa del Espíritu Santo, que la hizo concebir de modo virginal. Bajo su protección nos acogemos esta mañana. En Ella aprendemos a acoger el don de Dios, el Santo Espíritu, la Persona Amor, que nos ilumine y nos asista en la tarea que hoy se nos ha encomendado. Amen.
(MZ-RV)



21 de octubre de 2015

EL PAPA EN LA CATEQUESIS: ES NECESARIO RESTITUIR HONOR SOCIAL A LA FIDELIDAD DEL AMOR QUE FUNDA LA FAMILIA

Texto completo de la catequesis del Papa traducido del italiano:

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En la meditación pasada hemos reflexionado sobre las importantes promesas que los padres hacen a los niños, desde que ellos son pensados en el amor y concebidos en el vientre.
Podemos agregar que, mirando bien, la entera realidad familiar está fundada sobre la promesa -pensemos bien esto-, la realidad familiar está fundada sobre la promesa: se puede decir que la familia vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer hacen el uno a la otra. Esta implica el compromiso de recibir y educar a los hijos; pero actúa también en el cuidado de los padres ancianos, en el proteger y cuidar los miembros más débiles de la familia, en el ayudarse el uno al otro para realizar las propias cualidades y aceptar los propios límites. Y la promesa conyugal se amplía al compartir las alegrías y los sufrimientos de todos los padres, las madres, los niños, con generosa apertura en la humana convivencia y el bien común. Una familia que se encierra en sí misma es como una contradicción, una mortificación de la promesa que la ha hecho nacer y la hace vivir. No olviden nunca. ¡La identidad de la familia siempre es una promesa que se alarga y se alarga a toda la familia y a toda la humanidad!
En nuestros días, el honor a la fidelidad de la promesa de la vida familiar aparece muy debilitada. Por una parte, por un derecho mal entendido de buscar la propia satisfacción, a toda costa y en cualquiera relación, es exaltado como un principio no negociable de la libertad. Por otra parte, porque se confían exclusivamente a la obligación de la ley los vínculos de la vida de relación y del compromiso por el bien común. Pero, en realidad, ninguno quiere ser amado solo por sus propios bienes o por obligación. El amor, como también la amistad, deben su fuerza y su belleza a este hecho: que generan un vínculo sin quitar la libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es libre, y esta es la belleza. Sin libertad no puede haber amistad, sin libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio.
Por lo tanto, libertad y fidelidad no se oponen la una a la otra, más bien se sostienen mutuamente, sea en las relaciones interpersonales, sea en las sociales. De hecho, pensamos a los daños que producen, en la civilización de la comunicación global, la inflación de promesas incumplidas, en varios campos, ¡y la indulgencia por la infidelidad a la palabra dada y a los compromisos adquiridos!
Si, queridos hermanos y hermanas, la fidelidad es una promesa de compromiso autocumplida, creciendo en la libre obediencia a la palabra dada. La fidelidad es una confianza que “quiere” ser realmente compartida, y una esperanza que “quiere” ser cultivada juntos. Y hablando de fidelidad me viene a la mente aquello que nuestros ancianos, nuestros abuelos cuentan “ay aquellos tiempos, cuando se hacía un acuerdo, un apretón de mano, era suficiente", porque había fidelidad a las promesas. Y esto que es un hecho social también tiene el origen en la familia, en el apretón de manos del hombre y de la mujer para ir hacia adelante juntos toda la vida.
La fidelidad a las promesas son ¡una verdadera obra de arte de humanidad! Si miramos a su audaz belleza, estamos asustados, pero si despreciamos su valiente tenacidad, estamos perdidos. Ninguna relación de amor -ninguna amistad, ninguna forma de querer bien, ninguna felicidad del bien común- alcanza la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, si no llega a habitar este milagro del alma. Y digo “milagro”, porque la fuerza y la persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no terminan de encantar y de sorprendernos. El honor a la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se pueden comprar ni vender. No se pueden obligar con la fuerza, y ni siquiera cuidar sin sacrificio.

Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor, si la familia no lo hace. Ninguna ley puede imponer la belleza y la herencia de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo personal entre amor y generación no la escribe la verdad del amor en nuestra carne.
Hermanos y hermanas, es necesario restituir honor social a la fidelidad del amor, ¡restituir honor social a la fidelidad del amor!. Es necesario sustraer de la clandestinidad el milagro cotidiano de millones de hombres y mujeres que regeneran su fundamento familiar, del cual cada sociedad vive, sin estar en grado de garantizarlo en ningún otro modo. No por casualidad, este principio de la fidelidad a la promesa del amor y de la generación está escrito en la creación de Dios como una bendición perene, a la cual está confiado el mundo.
Si san Pablo puede afirmar que en el vínculo familiar está misteriosamente revelada una verdad decisiva también para el vínculo del Señor y de la Iglesia, quiere decir que la Iglesia misma encuentra aquí una bendición para cuidar y de la cual siempre aprender, antes de enseñarla y disciplinarla. Nuestra fidelidad a la promesa está aún siempre confiada a la gracia y a la misericordia de Dios. El amor por la familia humana, en las buenas y en las malas, ¡es un punto de honor para la Iglesia! Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa. Y rezamos por los padres del Sínodo: el Señor bendiga su trabajo, realizado con fidelidad creativa, en la confianza que Él en primer lugar, el Señor, -Él en primer lugar-, es fiel a sus promesas. Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).



PAPA FRANCISCO: “LIBERTAD Y FIDELIDAD SE SOSTIENEN MUTUAMENTE TANTO EN LAS RELACIONES INTERPERSONALES COMO EN LAS SOCIALES”

«Queridos hermanos y hermanas: Reflexionamos hoy acerca de la fidelidad a la promesa de amor entre el hombre y la mujer sobre la cual está fundada la familia, y que lleva en sí el compromiso de acoger y educar a los hijos, cuidar de los padres ancianos y de los miembros más débiles de la familia, ayudándose mutuamente a desarrollar las propias cualidades y a aceptar las limitaciones».
Constatando que en la actualidad, algunos factores como la búsqueda a toda costa de la propia satisfacción, o la exaltación innegociable de la libertad, han debilitado la fidelidad a esta promesa de amor, deshonrando la fidelidad con el incumplimiento de las promesas o siendo muy indulgentes con la inobservancia de la palabra dada, el Papa Francisco invitó a reflexionar sobre los daños producidos por las promesas no mantenidas, por la indulgencia ante la infidelidad a la palabra dada y a los compromisos tomados y destacó la importancia de restituir el honor social a la fidelidad del amor:
«Es necesario restituir el honor social a la fidelidad del amor, sabedores de que la fidelidad del hombre a la promesa depende siempre de la gracia y de la misericordia de Dios, y de que el vínculo que se crea por el amor o la amistad es bello y nunca destruye la libertad. Al contrario libertad y fidelidad se sostienen mutuamente tanto en las relaciones interpersonales como en las sociales».
“Sin libertad no hay amistad, no hay amor, no hay matrimonio” El amor como la amistad deben su fuerza y su belleza al hecho de que generan un vínculo sin quitar la libertad. El Obispo de Roma subrayó que la fidelidad es una confianza que quiere ser compartida y una esperanza que quiere ser cultivada “juntos”, y afirmó que si bien el honor a la palabra dada y a la fidelidad de la promesa no se pueden comprar ni vender, ni obligar por la fuerza,  tampoco pueden ser custodiadas “sin sacrificio”.
«La familia juega un papel muy importante en todo esto, pues, mediante el amor y la generación, se convierte en transmisora de esa sorprendente obra maestra de humanidad que es la fidelidad, vivida como una bendición perenne de Dios, y que expresa también de forma misteriosa la relación de Cristo con la Iglesia».
“La iglesia es custodia de la promesa de amor” Concluyendo su catequesis en italiano, el Papa habló del papel de la Iglesia: ella tiene “una bendición que custodiar, de la cual aprender, - dijo - aun antes de enseñarla y disciplinarla”. Finalmente invitó a todos a rezar por los Padres del Sínodo, para que el Señor bendiga su trabajo, «desarrollado con fidelidad creativa y con la firme esperanza de que el Señor es el primero en ser fiel a sus promesas. Que Dios los bendiga».
(GM - RV)



20 de octubre de 2015

ARZOBISPO DE FILADELFIA: LA PORNOGRAFÍA ES UNA PANDEMIA QUE DESTRUYE A LA FAMILIA

El Arzobispo de Filadelfia (Estados Unidos), Mons. Charles Chaput, explicó las razones por las que la pornografía daña enormemente a la familia y alertó sobre el hecho que se ha convertido en una verdadera “pandemia” que destruye matrimonios y hogares.
En el marco del Sínodo de los Obispos sobre la Familia que se realiza en el Vaticano, el Arzobispo concedió una entrevista a CNA –agencia en inglés del Grupo ACI– en la que explicó que “la pornografía daña gravemente a las familias porque aísla a sus miembros creando obsesiones sexuales privadas, lo que destruye la intimidad entre los esposos con nociones de sexo ‘perfecto’ que no tienen nada que ver con los seres humanos reales”.
El Prelado, que también fue anfitrión del octavo Encuentro Mundial de las Familias que se realizó en Filadelfia a finales de septiembre, precisó que la pornografía “es un terrible engaño que roba la riqueza de la amistad sexual duradera y plena entre el esposo y la esposa; y la sustituye con algo podrido que nunca podrá alimentar verdaderamente el corazón humano”.
“La pornografía siempre ha sido un problema (...) El sexo es poderoso y fascinante y la gente siempre ha abusado de eso y además las tecnologías modernas hacen mucho más fácil acceder a ella y han logrado difundirla vastamente”.
Mons. Chaput alertó además que la pornografía “es una epidemia, o más precisamente una pandemia. Cualquiera con conexión a internet en cualquier lugar del mundo puede encontrar todo el porno que quiera. (...) La pornografía solía ser un problema claramente masculino, pero ahora muchas mujeres también acceden a ella”.
“La pornografía degrada lo mejor del espíritu masculino. Convierte a los hombres en adictos a una especie de comida chatarra barata cuando las mujeres verdaderas, con mentes y corazones reales, creencias y esperanzas, son bastante más interesantes. La felicidad se construye a partir de la realidad, con sus problemas y alegrías, no sobre ilusiones. La pornografía no es sino mera ilusión”.
Los hombres cristianos, continuó, “necesitan tener algo de caballerosidad en sus corazones. El mundo se burla de la pureza, pero un corazón y una mente limpios son la base del coraje de un hombre. Y los hombres que quieren ser lo que Dios quiere que sean necesitan coraje porque su trabajo es proveer, proteger, enseñar con el ejemplo y liderar anteponiendo a los demás a sí mismos. La pornografía va matando todo eso”.
“Por cierto –dijo el Prelado a CNA– la pornografía también daña a la gran familia de la Iglesia. El número de miembros del clero católico que lucha con este problema es inquietante y no tiene nada que ver con el celibato. Los ministros protestantes casados y los rabinos judíos tienen la misma problemática”.
¿Mons. Chaput es un “oponente del Papa”?
De otro lado, el Arzobispo de Filadelfia respondió a un artículo de la revista jesuita América, conocida en Estados Unidos por cuestionar algunos puntos de la doctrina de la Iglesia, que lo calificó como uno de los “oponentes del Papa” en el Sínodo de los Obispos.
Al respecto, Mons. Chaput dijo que “si la bienvenida que le dimos al Papa Francisco en Filadelfia el mes pasado puede entender como ‘oposición’, entonces necesitan una visita a un muy buen oftalmólogo”.
Sobre las razones de la revista para presentarlo de ese modo, el Prelado estadounidense dijo que “el Santo Padre quiere un ambiente colegial para la Iglesia. Él nos ha invitado a tener una discusión abierta. Creo que es genuino en lo que dice y sería extraño que un obispo lo dude, o que desaliente o caricaturice una diferencia honesta de perspectivas entre los padres sinodales”.
“Esto es especialmente cierto si se aplica a los cardenales. Uno de sus principales servicios es ofrecer su mejor consejo al Papa. Entonces creo que se les podría preguntar a los editores de América por qué escribieron esa noticia. Las razones no las conozco”.
Traducido y adaptado por Walter Sánchez Silva. Publicado originalmente en CNA