BLOG DE LA DELEGACIÓN DIOCESANA PARA EL MATRIMONIO, FAMILIA Y DEFENSA DE LA VIDA DE ALMERÍA
«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).
17 de enero de 2014
CATEQUESIS DEL PAPA SOBRE EL BAUTISMO
14 de enero de 2014
PAPA FRANCISCO: «SUSCITA HORROR SÓLO EL PENSAR EN LOS NIÑOS QUE NO PODRÁN VER NUNCA LA LUZ, VÍCTIMAS DEL ABORTO»
Excelencias,
Señoras y Señores
Es ya una larga y consolidada tradición que el Papa
encuentre, al comienzo de cada año, al Cuerpo diplomático acreditado ante la
Santa Sede, para manifestar los mejores deseos e intercambiar algunas
reflexiones, que brotan sobre todo de su corazón de pastor, que se interesa por
las alegrías y dolores de la humanidad. Por eso, el encuentro de hoy es un
motivo de gran alegría. Y me permite formularos a vosotros personalmente, a
vuestras familias, a las autoridades y pueblos que representáis mis mejores
deseos de un 2014 lleno de bendiciones y de paz.
Agradezco, en primer lugar, al Decano Jean-Claude Michel,
quien en nombre de todos ha dado voz a las manifestaciones de afecto y estima
que unen vuestras naciones con la Sede Apostólica. Me alegra veros aquí, en tan
gran número, después de haberos encontrado la primera vez pocos días después de
mi elección. Desde entonces se han acreditado muchos nuevos embajadores, a los
que renuevo la bienvenida, a la vez que no puedo dejar de mencionar, entre los
que nos han dejado, al difunto embajador Alejandro Valladares Lanza, durante
varios años Decano del Cuerpo diplomático, y al que el Señor llamó a su
presencia hace algunos meses.
El año que acaba de terminar ha estado especialmente cargado
de acontecimientos no sólo en la vida de la Iglesia, sino también en el ámbito
de las relaciones que la Santa Sede mantiene con los Estados y las
Organizaciones internacionales. Recuerdo, en concreto, el establecimiento de
relaciones diplomáticas con Sudán del Sur, la firma de acuerdos, de base o
específicos, con Cabo Verde, Hungría y Chad, y la ratificación del que se
suscribió con Guinea Ecuatorial en el 2012. También en el ámbito regional ha
crecido la presencia de la Santa Sede, tanto en América central, donde se ha
convertido en Observador Extra-Regional ante el Sistema de la Integración
Centroamericana, como en África, con la acreditación del primer Observador
permanente ante la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental.
En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, dedicado a
la fraternidad como fundamento y camino para la paz, he subrayado que «la
fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia», que «por vocación,
debería contagiar al mundo con su amor» y contribuir a que madure ese espíritu
de servicio y participación que construye la paz.42 Nos lo señala el pesebre,
donde no vemos a la Sagrada Familia sola y aislada del mundo, sino rodeada de
los pastores y los magos, es decir de una comunidad abierta, en la que hay
lugar para todos, pobres y ricos, cercanos y lejanos. Se entienden así las
palabras de mi amado predecesor Benedicto XVI, quien subrayaba cómo «la
gramática familiar es una gramática de paz».
Por desgracia, esto no sucede con frecuencia, porque aumenta
el número de las familias divididas y desgarradas, no sólo por la frágil
conciencia de pertenencia que caracteriza el mundo actual, sino también por las
difíciles condiciones en las que muchas de ellas se ven obligadas a vivir,
hasta el punto de faltarles los mismos medios de subsistencia. Se necesitan,
por tanto, políticas adecuadas que sostengan, favorezcan y consoliden la
familia.
Sucede, además, que los ancianos son considerados como un
peso, mientras que los jóvenes non ven ante ellos perspectivas ciertas para su
vida. Ancianos y jóvenes, por el contrario, son la esperanza de la humanidad.
Los primeros aportan la sabiduría de la experiencia; los segundos nos abren al
futuro, evitando que nos encerremos en nosotros mismos. Es sabio no marginar a
los ancianos en la vida social para mantener viva la memoria de un pueblo.
Igualmente, es bueno invertir en los jóvenes, con iniciativas adecuadas que les
ayuden a encontrar trabajo y a fundar un hogar. ¡No hay que apagar su entusiasmo!
Conservo viva en mi mente la experiencia de la XXVIII Jornada Mundial de la
Juventud de Río de Janeiro. ¡Cuántos jóvenes contentos pude encontrar! ¡Cuánta
esperanza y expectación en sus ojos y en sus oraciones! ¡Cuánta sed de vida y
deseo de abrirse a los demás! La clausura y el aislamiento crean siempre una
atmósfera asfixiante y pesada, que tarde o temprano acaba por entristecer y
ahogar. Se necesita, en cambio, un compromiso común por parte de todos para
favorecer una cultura del encuentro, porque sólo quien es capaz de ir hacia los
otros puede dar fruto, crear vínculos de comunión, irradiar alegría, edificar
la paz.
Por si fuera necesario, lo confirman las imágenes de
destrucción y de muerte que hemos tenido ante los ojos en el año apenas
terminado. Cuánto dolor, cuánta desesperación provoca la clausura en sí mismos,
que adquiere poco a poco el rostro de la envidia, del egoísmo, de la rivalidad,
de la sed de poder y de dinero. A veces, parece que esas realidades estén
destinadas a dominar. La Navidad, en cambio, infunde en nosotros, cristianos,
la certeza de que la última y definitiva palabra pertenece al Príncipe de la
Paz, que cambia «las espadas en arados y las lanzas en podaderas» (cf. Is 2,4)
y transforma el egoísmo en don de sí y la venganza en perdón.
Con esta confianza, deseo mirar al año que nos espera. No
dejo, por tanto, de esperar que se acabe finalmente el conflicto en Siria. La
solicitud por esa querida población y el deseo de que no se agravara la
violencia me llevaron en el mes de septiembre pasado a convocar una jornada de
ayuno y oración. Por vuestro medio, agradezco de corazón a las autoridades
públicas y a las personas de buena voluntad que en vuestros países se asociaron
a esa iniciativa. Se necesita una renovada voluntad política de todos para
poner fin al conflicto. En esa perspectiva, confío en que la Conferencia
«Ginebra 2», convocada para el próximo 22 de enero, marque el comienzo del
deseado camino de pacificación. Al mismo tiempo, es imprescindible que se
respete plenamente el derecho humanitario. No se puede aceptar que se golpee a
la población civil inerme, sobre todo a los niños. Animo, además, a todos a
facilitar y garantizar, de la mejor manera posible, la necesaria y urgente
asistencia a gran parte de la población, sin olvidar el encomiable esfuerzo de
aquellos países, sobre todo el Líbano y Jordania, que con generosidad han
acogido en sus territorios a numerosos prófugos sirios.
Permaneciendo en Oriente Medio, advierto con preocupación
las tensiones que de diversos modos afectan a la Región. Me preocupa
especialmente que continúen las dificultades políticas en Líbano, donde un
clima de renovada colaboración entre las diversas partes de la sociedad civil y
las fuerzas políticas es más que nunca indispensable, para evitar que se
intensifiquen los contrastes que pueden minar la estabilidad del país. Pienso
también en Egipto, que necesita encontrar de nuevo una concordia social, como
también en Iraq, que le cuesta llegar a la deseada paz y estabilidad. Al mismo
tiempo, veo con satisfacción los significativos progresos realizados en el
diálogo entre Irán y el «Grupo 5+1» sobre la cuestión nuclear.
En cualquier lugar, el camino para resolver los problemas
abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo. Se trata de la vía maestra ya
indicada con lucidez por el papa Benedicto XV cuando invitaba a los
responsables de las naciones europeas a hacer prevalecer «la fuerza moral del
derecho» sobre la «material de las armas» para poner fin a aquella «inútil
carnicería» que fue la Primera Guerra Mundial, de la que en este año celebramos
el centenario. Es necesario animarse «a ir más allá de la superficie conflictiva»
y mirar a los demás en su dignidad más profunda, para que la unidad prevalezca
sobre el conflicto y sea «posible desarrollar una comunión en las diferencias».
En este sentido, es positivo que se hayan retomado las negociaciones de paz
entre israelitas y palestinos, y deseo que las partes asuman con determinación,
con la ayuda de la Comunidad internacional, decisiones valientes para encontrar
una solución justa y duradera a un conflicto cuyo fin se muestra cada vez más
necesario y urgente. No deja de suscitar preocupación el éxodo de los
cristianos de Oriente Medio y del Norte de África. Ellos desean seguir siendo
parte del conjunto social, político y cultural de los países que han ayudado a
edificar, y aspiran a contribuir al bien común de las sociedades en las que
desean estar plenamente incorporados, como artífices de paz y reconciliación.
También en otras partes de África, los cristianos están
llamados a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios. No hay que dejar
nunca de hacer el bien, aún cuando resulte arduo y se sufran actos de
intolerancia, por no decir de verdadera y propia persecución. En grandes áreas
de Nigeria no se detiene la violencia y se sigue derramando mucha sangre
inocente. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana,
donde la población sufre a causa de las tensiones que el país atraviesa y que
repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Aseguro mi oración por las
víctimas y los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de
pobreza, y espero que la implicación de la Comunidad internacional contribuya
al cese de la violencia, al restablecimiento del estado de derecho y a
garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas
del país. La Iglesia católica por su parte seguirá asegurando su propia
presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para procurar toda ayuda
posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un clima de
reconciliación y de paz entre todas las partes de la sociedad. Reconciliación y
paz son una prioridad fundamental también en otras partes del continente
africano. Me refiero especialmente a Malí, donde incluso se observa el positivo
restablecimiento de las estructuras democráticas del país, como también a Sudán
del Sur, donde, por el contrario, la inestabilidad política del último período
ha provocado ya muchos muertos y una nueva emergencia humanitaria.
La Santa Sede sigue con especial atención los
acontecimientos de Asia, donde la Iglesia desea compartir los gozos y
esperanzas de todos los pueblos que componen aquel vasto y noble continente.
Con ocasión del 50 aniversario de las relaciones diplomáticas con la República
de Corea, quisiera implorar de Dios el don de la reconciliación en la
península, con el deseo de que, por el bien de todo el pueblo coreano, las
partes interesadas no se cansen de buscar puntos de encuentro y posibles
soluciones. Asia, en efecto, tiene una larga historia de pacífica convivencia
entre sus diversas partes civiles, étnicas y religiosas. Hay que alentar ese
recíproco respeto, sobre todo frente a algunas señales preocupantes de su
debilitamiento, en particular frente a crecientes actitudes de clausura que,
apoyándose en motivos religiosos, tienden a privar a los cristianos de su
libertad y a poner en peligro la convivencia civil. La Santa Sede, en cambio,
mira con gran esperanza las señales de apertura que provienen de países de gran
tradición religiosa y cultural, con los que desea colaborar en la edificación
del bien común.
La paz además se ve herida por cualquier negación de la
dignidad humana, sobre todo por la imposibilidad de alimentarse de modo
suficiente. No nos pueden dejar indiferentes los rostros de cuantos sufren el
hambre, sobre todo los niños, si pensamos a la cantidad de alimento que se
desperdicia cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he definido
en varias ocasiones como la «cultura del descarte». Por desgracia, objeto de
descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia
los mismos seres humanos, que vienen «descartados» como si fueran «cosas no
necesarias». Por ejemplo, suscita horror sólo el pensar en los niños que no
podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto, o en los que son utilizados como
soldados, violentados o asesinados en los conflictos armados, o hechos objeto
de mercadeo en esa tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de
seres humanos, y que es un delito contra la humanidad.
No podemos ser insensibles al drama de las multitudes
obligadas a huir por la carestía, la violencia o los abusos, especialmente en
el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos. Muchos de ellos viven
como prófugos o refugiados en campos donde no vienen considerados como personas
sino como cifras anónimas. Otros, con la esperanza de una vida mejor, emprenden
viajes aventurados, que a menudo terminan trágicamente. Pienso de modo
particular en los numerosos emigrantes que de América Latina se dirigen a los
Estados Unidos, pero sobre todo en los que de África o el Oriente Medio buscan
refugio en Europa.
Permanece todavía viva en mi memoria la breve visita que
realicé a Lampedusa, en julio pasado, para rezar por los numerosos náufragos en
el Mediterráneo. Por desgracia hay una indiferencia generalizada frente a
semejantes tragedias, que es una señal dramática de la pérdida de ese «sentido
de la responsabilidad fraterna», sobre el que se basa toda sociedad civil. En
aquella circunstancia, sin embargo, pude constatar también la acogida y
dedicación de tantas personas. Deseo al pueblo italiano, al que miro con
afecto, también por las raíces comunes que nos unen, que renueve su encomiable
compromiso de solidaridad hacia los más débiles e indefensos y, con el esfuerzo
sincero y unánime de ciudadanos e instituciones, venza las dificultades
actuales, encontrando el clima de constructiva creatividad social que lo ha
caracterizado ampliamente.
En fin, deseo mencionar otra herida a la paz, que surge de
la ávida explotación de los recursos ambientales. Si bien «la naturaleza está a
nuestra disposición», con frecuencia «no la respetamos, no la consideramos un
don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos,
también de las generaciones futuras». También en este caso hay que apelar a la
responsabilidad de cada uno para que, con espíritu fraterno, se persigan
políticas respetuosas de nuestra tierra, que es la casa de todos nosotros.
Recuerdo un dicho popular que dice: «Dios perdona siempre, nosotros perdonamos
algunas veces, la naturaleza -la creación-, cuando viene maltratada, no perdona
nunca». Por otra parte, hemos visto con nuestros ojos los efectos devastadores
de algunas recientes catástrofes naturales. En particular, deseo recordar una
vez más a las numerosas víctimas y las grandes devastaciones en Filipinas y en
otros países del sureste asiático, provocadas por el tifón Haiyan.
Excelencias, Señoras y Señores:
El Papa Pablo VI afirmaba que la paz «no se reduce a una
ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La
paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios,
que comporta una justicia más perfecta entre los hombres». Éste es el espíritu
que anima la actividad de la Iglesia en cualquier parte del mundo, mediante los
sacerdotes, los misioneros, los fieles laicos, que con gran espíritu de dedicación
se prodigan entre otras cosas en múltiples obras de carácter educativo,
sanitario y asistencial, al servicio de los pobres, los enfermos, los huérfanos
y de quienquiera que esté necesitado de ayuda y consuelo. A partir de esta
«atención amante», la Iglesia coopera con todas las instituciones que se
interesan tanto del bien de los individuos como del común.
Al comienzo de este nuevo año, deseo renovar la
disponibilidad de la Santa Sede, y en particular de la Secretaría de Estado, a
colaborar con vuestros países para favorecer esos vínculos de fraternidad, que
son reverberación del amor de Dios, y fundamento de la concordia y la paz. Que
la bendición del Señor descienda copiosa sobre vosotros, vuestras familias y
vuestros pueblos. Gracias.
12 de enero de 2014
LA FE PUEDE TODO, Y LOS CRISTIANOS CONVENCIDOS A MEDIAS SON CRISTIANOS VENCIDOS, DIJO EL PAPA EN SU HOMILÍA
“La Iglesia está llena de cristianos vencidos”, cristianos “convencidos a medias”.
En cambio “la fe todo lo puede” y “vence al mundo”, pero se requiere el coraje de encomendarse a Dios. Así lo afirmó esta mañana el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
En cambio “la fe todo lo puede” y “vence al mundo”, pero se requiere el coraje de encomendarse a Dios. Así lo afirmó esta mañana el Papa Francisco en su homilía de la misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
El Papa centró su homilía en el pasaje de la primera Carta de San Juan, en
la que el Apóstol “insiste” sobre “aquella palabra que para él es como la
expresión de la vida cristiana”: “Permanecer en el Señor”, para amar a Dios y
al próximo. Y este “permanecer en el amor” de Dios es obra del Espíritu Santo y
de nuestra fe y produce un efecto concreto:
“Quienquiera permanece en Dios, todos han sido generados por Dios, el que
permanece en el amor vence al mundo y la victoria es nuestra fe. De nuestra
parte, está la fe. De parte de Dios – por esto ‘permanece – el Espíritu Santo,
que hace esta obra de gracia. De nuestra parte, está la fe. ¡Es fuerte! Y esta
es la victoria que ha vencido al mundo: ¡nuestra fe! ¡Nuestra fe puede todo!
¡Es victoria! Y esto sería bello que lo repitiéramos, también a nosotros,
porque tantas veces somos cristianos derrotados. Pero la Iglesia está llena de
cristianos vencidos, que no creen en esto, que la fe es victoria; que no viven
esta fe, porque si no se vive esta fe, está la derrota y vence el mundo, el
príncipe del mundo”.
Jesús – recuerda el Papa – ha alabado mucho la fe de la hemorroísa, de la
cananea o del ciego de nacimiento y decía que quien tiene fe como una semilla
de mostaza puede mover montañas. “Esta fe – dijo Francisco – nos pide a
nosotros dos actitudes: confesar y encomendarnos”. Pero, ante todo, “confesar”:
“La fe es confesar a Dios, pero al Dios que se ha revelado a nosotros,
desde el tiempo de nuestros padres hasta ahora; al Dios de la historia. Y esto
es lo que todos los días rezamos en el Credo. Y una cosa es rezar el Credo
desde el corazón y otra como papagayos, ¿no? Creo, creo en Dios, creo en
Jesucristo, creo… ¿Yo creo en lo que digo? Esta confesión de fe ¿es verdadera o
yo la digo un poco de memoria, porque se debe decir? ¿O creo a medias?
¡Confesar la fe! ¡Toda, no una parte! ¡Toda! Y a esta fe custodiarla toda, tal
como ha llegado a nosotros, por el camino de la tradición: ¡toda la fe! ¿Y cómo
puedo saber si confieso bien la fe? Hay un signo: quien confiesa bien la fe, y
toda la fe, tiene la capacidad de adorar, adorar a Dios”.
“Nosotros sabemos cómo pedir a Dios, cómo agradecer a Dios – prosiguió
diciendo el Papa Bergoglio – pero adorar a Dios, ¡adorar a Dios es algo más!
Sólo quien tiene esta fe fuerte es capaz de la adoración”. Y el Santo Padre
añadió: “Yo oso decir que el termómetro de la vida de la Iglesia está un poco
bajo en esto”: hay poca capacidad de adorar, “no tenemos tanta, algunos sí…”. Y
esto “porque en la confesión de la fe nosotros no estamos convencidos o estamos
convencidos a medias”. Por tanto – subrayó – la primera actitud es confesar la
fe y custodiarla. La otra actitud es “encomendarse”:
"El hombre o la mujer que tiene fe se encomienda a Dios: ¡se encomienda!
Pablo, en un momento oscuro de su vida, decía: ‘Yo sé bien a quién me he
encomendado’. ¡A Dios! ¡Al Señor Jesús! Encomendarse: y esto nos lleva a la
esperanza. Así como la confesión de la fe nos lleva a la adoración y a la
alabanza de Dios, el encomendarse a Dios nos lleva a una actitud de esperanza.
Hay tantos cristianos con una esperanza con demasiada agua, no fuerte: una
esperanza débil. ¿Por qué? Porque no tienen la fuerza y el coraje de
encomendarse al Señor. Pero si nosotros los cristianos creemos confesando la
fe, y también custodiando la fe, y encomendándonos a Dios, al Señor, seremos
cristianos vencedores. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: ¡nuestra
fe!”.
10 de enero de 2014
Los escalofriantes datos del aborto en España hoy: 308 al día, uno cada 4,7 minutos
“El 2014 será
un mal año para la vida. Iniciamos 2014 con la tristeza de saber que éste será
el año en el que España superará la escandalosa cifra de los dos
millones de abortos desde que se legalizó esta práctica en 1985, lo
que evidencia la magnitud de un drama que sigue ocasionando “efectos sociales y
demográficos devastadores”, ha afirmado Eduardo Hertfelder –presidente del
Instituto de Política Familiar (IPF). Esta es una de las conclusiones del
Informe “El aborto en España hoy (1985-2012)” que el Instituto de Política
Familiar (IPF) ha publicado.
Según datos
oficiales, en 2012 se practicaron un total de 112.390 abortos, apenas
6.000 menos que en 2011, cifra que hizo que nuestro país superase la
barrera del millón ochocientos mil abortos acumulados (1.805.576) desde 1985.
España es, tras
Francia y Reino Unido, el país con más abortos en toda la UE-27. Uno de
cada cinco embarazos termina en aborto, lo que es lo mismo, cada día se
realizan 308 abortos en nuestro país, uno cada 4,7 minutos y trece cada hora.
“Esto refleja el orden y la magnitud que tiene este problema y debemos darnos
cuenta de su importancia. No podemos seguir mirando para otro lado sin abordar
este drama desde su origen”, afirma Hertfelder, que incide en la gravedad de
que el aborto se siga usando como un método anticonceptivo más ya que en 2012
creció de nuevo el porcentaje de mujeres que habían abortado con anterioridad
(36,16%). Por autonomías, Andalucía, Cataluña y Madrid fueron las comunidades
con mayor número de abortos, siendo la Comunidad de Madrid donde la tasa de
abortos fue más alta. Por el contrario, Cantabria, La Rioja y Navarra fueron
las comunidades con menos abortos, siendo Navarra la que presentó la menor tasa
de abortos de España.
El aborto sigue
siendo la principal causa de mortalidad en un
país cuya tasa de natalidad sigue en caída libre y que ya empieza a sufrir los
problemas derivados del invierno demográfico. “Si hubiesen podido nacer los
niños abortados en 2012 se hubiese reducido a la mitad el déficit de natalidad
que sufre España y que se calcula en 250.000 nacimientos al año”, sostiene el
presidente del IPF, para quien “estos datos confirman que las políticas de las
distintas administraciones siguen siendo un fracaso. No podemos hacer la
política del bombero-pirómano, de manera que, por una parte asustarnos del bajo
índice de natalidad en España y sus efectos en la demografía, y por otra parte,
impulsar y/o permitir que año tras año el aborto se mantenga como la principal
causa de mortalidad”.
En este
contexto el Gobierno ha presentado un anteproyecto de ley que, de llegar a
aprobarse en los términos anunciados, y aunque eliminará el “aborto libre como
derecho”, lo consolidará como “aborto libre de hecho” ya que
permitirá el coladero del aborto por riesgo psicológico de la madre. Asimismo,
y aunque el texto acabará con el aborto eugenésico, por otro lado lo permitirá
como riesgo psicológico para la madre, por lo que su efecto será casi nulo. En
definitiva, y aunque a nivel cualitativo se ha dado un avance eliminando el
aborto como derecho, sin embargo, a nivel cuantitativo esta ley no supondrá
grandes cambios y el número de abortos seguirá estando por encima de los
100.000 abortos anuales”. Además, Hertfelder advierte de que esta norma “nace
coja porque el texto no recoge medidas concretas para ayudar a la embarazada”.
En esencia, se
volvería a la ley del aborto de 1985, en la que se podía abortar
aduciendo daño para la vida o salud física o psíquica para la madre,
malformación del bebé y en los casos de violación, pero con algunos pequeños
matices que no evitarán los “coladeros” que permitían que, en la práctica, casi
la totalidad de los abortos fuesen realizados amparados en el supuesto de
riesgo psíquico.
“Es necesario
que las administraciones realicen una verdadera política de prevención basada
en el incremento de ayudas sociales, incluidas las económicas, para la mujer
embarazada”, concluye Hertfelder. Si no se implementan verdaderas políticas de
apoyo a la maternidad así como una política de formación e información
preventiva que incluya las alternativas que existen al aborto y las
consecuencias del mismo para la mujer, se seguirán produciendo más de 110.000
abortos anuales, cifra que se superó en 2009, último año con la ley del aborto
de 1985 en vigor, y España se consolidará como tercer país de la UE-27 con
mayor número de abortos.
9 de enero de 2014
EL DOMINIO DE LA SEXUALIDAD Y EL CIERRE A LA FECUNDIDAD
Para ser personas libres, hemos de poder mandar en nosotros
mismos. Ello no se consigue si hacemos de la sexualidad un intento de
satisfacción personal para los dos, en el que cada uno se convierte en objeto
de placer para el otro y se evita además el riesgo de la procreación, porque
ello envilece el amor y menoscaba sus posibilidades. El acto sexual no es algo
relacionado únicamente con lo corporal, porque está ligado profundamente con
las dimensiones psicológica y espiritual. Los matrimonios deben capacitarse en
el dominio de la sexualidad desde el inicio de la vida conyugal, pero no como
un simple ejercicio gimnástico, sino como una visión espiritual ordenada a un
bien final, que contribuye a la vitalidad misma de su amor. Además la
contracepción, al hacer estéril la sexualidad, suprime la dimensión de la
fecundidad de la entrega mutua y hace que esta entrega deje de ser total, sin
olvidar además el peligro que la actividad sexual cerrada a la vida se
transforme en un simple intercambio genital y de emociones.
Sin dejar de dar la debida importancia
a los comportamientos conyugales desordenados, los sacerdotes hemos de ayudar a
las personas casadas a detectar las causas más profundas de sus desviaciones
morales, como son, muchas veces, el abandono de la práctica religiosa, el
egoísmo, con su consecuencia práctica de la incapacidad de sacrificarse por el
otro o por los demás, y más frecuentemente de lo que parece, unas concepciones
de la vida impregnadas del materialismo del ambiente. En nuestra sociedad urbana,
con sus muchedumbres solitarias y despersonalizadas, a menudo se pierde la fe
en el sentido de la vida, y muchos se dejan llevar por la comodidad y el
consumismo, buscando como medio más rápido de subir el nivel de vida la
reducción drástica del número de hijos, pues a menos hijos o ninguno, menos hay
que esforzarse y sacrificarse por ellos. La fertilidad humana se ve impedida
por los consumidores de sexo, personas que no creen en el valor de la vida y
carecen por tanto de motivos para procrear. De hecho, tenemos uno de los
niveles más bajos de nacimientos del mundo, aunque en ello también concurren
causas objetivas como el trabajo de la mujer, el piso, el no tener a quien
confiar el hijo. Pero también hay aquéllos que se han comprometido con el amor
auténtico y, movidos por el amor mutuo y por el sentido de la vida, desean
tantos hijos como puedan preparar adecuadamente. El amor es, sobre todo, una
experiencia, y la calidad íntima del amor conyugal repercute en los hijos, que
se desarrollan en lo afectivo mejor cuanto más puro y desinteresado es el amor
de los padres.
La castidad conyugal liga entre sí con
lazo indisoluble las legítimas expresiones del amor conyugal con el servicio a
Dios en la misión de transmitir la vida que proviene de Él. Las relaciones
sexuales están ligadas al afecto y ambos se refuerzan mutuamente.
«Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une
profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas,
según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer.
Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y
procreador, el
acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su
ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad» (Pablo VI,
Encíclica «Humanae Vitae», nº 12).
Lo que constituye el verdadero núcleo y
eje de la pureza matrimonial es la mutua entrega completa y rebosante de
cariño, no siendo la relación conyugal expresión de amor sino cuando se respeta
al otro; respeto que ha de extenderse a su cuerpo en lo que tiene de más
natural; esta relación no es acto pleno de amor si no está abierto a la
fecundidad, tanto más cuanto que el acto de amor en su estructura es un acto
inseminador, porque lo propio del amor es ser fecundo, fecundidad que no se
reduce a la sola procreación, sino que se amplía a todos los frutos de la vida
moral, espiritual y sobrenatural. En definitiva, el matrimonio es más que una
simple unión procreativa; y
la comunidad de vida y amor de los esposos es más que un simple contexto
conveniente para la generación y educación de los hijos: ambos fines tienen
consistencia y dignidad propias, y nunca pueden separarse. En el lenguaje
corporal, el acto conyugal tiene su propio significado: en él se expresa el
amor mutuo y la apertura a la generación, aspectos ambos que pertenecen,
conjuntamente, a la verdad más profunda de ese acto. En el acto conyugal se da
la participación plena de la sexualidad que, en otras manifestaciones del amor
mutuo, tiene siempre un lugar no total.
La doble función unitiva y procreadora
del acto conyugal casto protege la sexualidad humana del gran enemigo de toda
virtud: el egoísmo. La castidad conyugal exige la
apertura al «tú» reclamada por el dinamismo sexual, evitando que la sexualidad
sea sólo un pretexto para buscarse solamente a sí mismo, haciendo del «tú» un
objeto o cosa que produce satisfacción,siendo por tanto mentiroso y egoísta el acto
conyugal sin amor (cf.
HV, 13). Se trata de un verdadero abuso del matrimonio, de un acto en sí malo,
pues éste queda degradado como comunidad de amor al hacerse monólogo en vez de
diálogo.
Pedro Trevijano7 de enero de 2014
UNA RESPUESTA A LA DESORIENTACIÓN Y A LA SOLEDAD:
acoger, escuchar, acompañar, derivar
En una sociedad cada vez más tecnificada, la vida se ha vuelto muy compleja. Los poderes políticos controlan y dirigen cuidadosamente las actividades de los individuos; su vida es observada hasta el último detalle. Los vínculos y las actividades sociales tienen como objetivo finalidades macro-económicas, que no siempre favorecen el bien de las personas. La información y la opinión sobre los acontecimientos están condicionadas por intereses de grupo que dificultan la toma de decisiones con verdadero conocimiento de causa. Las relaciones humanas, como afirman algunos sociólogos, se han vuelto débiles. se habla del amor líquido, un amor que evita construir relaciones definitivas y comprometidas, y de la familia débil porque no ofrece la seguridad que necesita la persona en su proceso de desarrollo. A este conjunto de hechos hay que añadirle los efectos que provoca la actual crisis económica tanto en lo individual como en la sociedad: angustia, inseguridad, falta de esperanza en el futuro.
No es de extrañar, pues, que las personas se sientan fácilmente perdidas, desorientadas, desprotegidas, inseguras. Ante tantas dificultades pueden perder el control de sí mismas y encontrarse sin fuerzas para avanzar en el camino de su vida. Pueden tener la sensación de que las estructuras se han vuelto agresivas, que no hay salida. Se sienten solas o desorientadas.¿Cómo situarse correctamente en la vida? ¿Dónde pueden encontrar ayuda? ¿Dónde o a quien pueden recurrir?
La importancia de acoger
La acogida hace pasar a la persona del anonimato a su reconocimiento como tal; es el paso de la soledad a la comunión. La soledad es una de las experiencias humanas más duras; lleva a la desesperación, al abatimiento, fácilmente puede desembocar en la depresión. Sin embargo acoger tiene que ser el fruto de una sincera predisposición y actitud de querer relacionarse con los demás, creando sintonía, confianza, predisposición, ofreciendo tiempo y sobre todo interés. Hay que mostrar sincero interés para que la otra persona se sienta valorada como tal y pueda dialogar sobre lo que necesita comunicar y poder sentirse escuchada. Encontrarse acogido en los momentos importantes o no tan importantes de la vida es algo necesario para todos.
No tan sólo las personas acogen. También las comunidades tienen que ser acogedoras. todos necesitamos a la comunidad, y a su vez las las comunidades deben ser abiertas y evitar estar cerradas para no caer en la endogamia. En un mundo que crea marginados de todo tipo, personas que se sienten solas o desorientadas, hay que ser acogedores, ser capaces de crear ámbitos de acogida y ofrecer poder formar parte de la comunidad.
La importancia de escuchar
Acoger conlleva escuchar, estar dispuesto a prestar atención a la persona y a su mundo, al mundo problemático que todos llevamos dentro y que necesitamos comunicar. Escuchar quiere decir saber mostrar interés no ficticio por la otra persona; prescindir del reloj que limite el tiempo de encuentro personal. Escuchar no es interpelar, hacer preguntas o juzgar. Tiene que crear un ámbito de tranquilidad, de confianza, de serenidad que posibilite la apertura y la comunicación de uno hacia el otro.
Quien escucha tiene que ser discreto, tiene que saber guardar el conocimiento y el secreto de la vida de la otra persona. Debe ser maduro para aceptar la realidad que le puede ser confiada, capaz de no escandalizarse de las realidades humanas, y saber maravillarse de la grandeza y de la humildad que conlleva abrirse, confiar en otro la propia realidad, y en la medida de lo posible, ofrecer una palabra o una actitud de consuelo, de ayuda, de comprensión, de consejo, o sencillamente de tiempo.
La importancia de acompañar
Es cierto que cada uno es responsable de sus actos, pero el camino de la vida no lo hacemos solos.
Quizás se necesita tener un sentido providencial para comprender que no es porque sí que hemos conocido personas que nos han pedido ser escuchadas y acogidas o quizás nosotros mismos lo hemos necesitado. Parodiando el título de una famosa novela se puede decir que "nadie es extranjero" en nuestra vida. Acompañar, caminar conjuntamente con los demás y dejarse acompañar forma parte de nuestra vida y de la de todos.
Nos pasa que no siempre estamos dispuestos a lo uno ni a lo otro. Todos hemos oído o dicho expresiones como : "ya soy mayor ", "ya sé lo que tengo que hacer", "nadie tiene que darme lecciones", que son consecuencia de un a actitud individualista, de no querer escuchar la verdad que necesitamos.
Acompañar es hacer camino con los demás, sin imponer nada, colocarse en plano de igualdad, evitando dar lecciones o quitar responsabilidades a las propias decisiones. Acompañar es ayudar a que cada uno se encuentre a sí mismo, asuma la realidad de su vida de una forma madura y responsable. Acompañar es un servicio humilde de colaboración en el proceso de la vida de todos los que se encuentran en nuestro camino.
La importancia de derivar
La complejidad de nuestro mundo hace que necesitemos los unos de los otros. La respuestas y recursos de la sociedad en bien de las personas son muchos y nadie está en posesión de todo ni lo sabe todo.
Es preciso que tengamos conciencia de nuestras limitaciones y sobre todo tener siempre presente el bien de los otros. Por tanto hay que ser generosos y saber derivar a esos otros hacia los demás, a ves más competentes y que pueden responder mejor a sus demandas.
Uno de los peligros de los que acogen puede ser crear dependencias, vínculos personales que dan la impresión de que uno es absolutamente necesario para la vida de los demás, cosa que les impide tomar sus propias decisiones, o simplemente busca beneficios personales de tal relación. Esto sería una corrupción en la acogida de lo que es la escucha y el acompañamiento.
Quien acoge, escucha, acompaña y deriva, es un instrumento de ayuda para que todos seamos mejores. El juicio de las personas y de las realidades que las condicionan solo pertenece a Dios.
Acoger, escuchar, acompañar y derivar es una responsabilidad. un deber de amor a la persona.
5 de enero de 2014
DIEZ MENSAJES DEL PAPA FRANCISCO PARA LA JORNADA DE LA PAZ 2014
En un mensaje estructurado en diez puntos, el papa Bergoglio también alude a asuntos y expresiones que ya podemos considerar un leitmotiv de su pontificado, como es la “cultura del descarte”, y no repara en pedir responsabilidad a los políticos y a los dirigentes de las naciones para que pongan fin a situaciones de pobreza y desigualdad.
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1. “El corazón de todo hombre y de toda
mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte
un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con
los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino
hermanos a los que acoger y querer”.
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2. “La globalización, como ha afirmado
Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las
numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no
solo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura
de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso
individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos
sociales, fomentando esa mentalidad del ‘descarte’, que lleva al desprecio y al
abandono de los más débiles, de cuantos son considerados ‘inútiles’”.
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3. “La fraternidad está enraizada en
la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica,
indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y
extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano. Una paternidad, por
tanto, que genera eficazmente fraternidad”.
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4. “Quien acepta la vida de Cristo y
vive en Él reconoce a Dios como Padre y se entrega totalmente a Él, amándolo
sobre todas las cosas. El hombre reconciliado ve en Dios al Padre de todos y,
en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos. En
Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o
hermana, no como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo.
En la familia de Dios, donde todos son hijos de un mismo Padre, y todos están
injertados en Cristo, hijos en el Hijo, no hay ‘vidas descartables’.
Todos gozan de igual e intangible dignidad. Todos son amados por Dios, todos
han sido rescatados por la sangre de Cristo, muerto en cruz y resucitado por
cada uno. Esta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes ante la
suerte de los hermanos”.
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5. “En muchas sociedades experimentamos
una profunda pobreza relacional debida a la carencia de sólidas relaciones
familiares y comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de
distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas
de dependencia patológica. Una pobreza como esta solo puede ser superada
redescubriendo y valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias
y de las comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las
dificultades y los logros que forman parte de la vida de las personas”.
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6. “Se necesitan también políticas
eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las
personas –iguales en su dignidad y en sus derechos fundamentales– el acceso a
los ‘capitales’, a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios,
tecnológicos, de modo que todos tengan la oportunidad de expresar y realizar su
proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente como personas. También se
necesitan políticas dirigidas a atenuar una excesiva desigualdad de la
renta”.
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7. “Deseo dirigir una encarecida
exhortación a cuantos siembran violencia y muerte con las armas:
redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que exterminar, a su
hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía de las armas y vayan
al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación para
reconstruir a su alrededor la justicia, la confianza y la esperanza”.
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8. “Un auténtico espíritu de
fraternidad vence el egoísmo individual que impide que las personas
puedan vivir en libertad y armonía entre sí. Ese egoísmo se desarrolla
socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción, hoy tan
capilarmente difundidas, como en la formación de las organizaciones criminales,
desde los grupos pequeños a aquellos que operan a escala global, que, minando
profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de
la persona. Estas organizaciones ofenden gravemente a Dios, perjudican a los
hermanos y dañan a la creación, más todavía cuando tienen connotaciones
religiosas. Pienso en el drama lacerante de la droga, con la que
algunos se lucran despreciando las leyes morales y civiles, en la devastación
de los recursos naturales y en la contaminación, en la tragedia de
la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así
como en la especulación financiera, que a menudo asume rasgos
perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales,
exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres; pienso en la prostitución que
cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes,
robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en los
delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que
todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia
frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula
indignamente en la ilegalidad”.
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9. “Las sociedades actuales deberían
reflexionar sobre la jerarquía en las prioridades a las que se destina la
producción. De hecho, es un deber de obligado cumplimiento que se utilicen los
recursos de la tierra de modo que nadie pase hambre. Las iniciativas y las
soluciones posibles son muchas y no se limitan al aumento de la producción. Es
de sobra sabido que la producción actual es suficiente y, sin embargo, millones
de personas sufren y mueren de hambre, y eso constituye un verdadero
escándalo. Es necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar
de los frutos de la tierra, no solo para evitar que se amplíe la brecha entre
quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas, sino también, y
sobre todo, por una exigencia de justicia, de equidad y de respeto hacia el ser
humano”.
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10. “El necesario realismo de la
política y de la economía no puede reducirse a un tecnicismo privado de ideales,
que ignora la dimensión trascendente del hombre. Cuando falta esta apertura a
Dios, toda actividad humana se vuelve más pobre y las personas quedan reducidas
a objetos de explotación. Solo si aceptan moverse en el amplio espacio
asegurado por esta apertura a Aquel que ama a cada hombre y a cada mujer, la
política y la economía conseguirán estructurarse sobre la base de un auténtico
espíritu de caridad fraterna y podrán ser instrumento eficaz de desarrollo
humano integral y de paz”.