Texto
y audio de la homilía del Santo Padre Francisco:
Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es
perfecta del todo y reconforta el alma, así comenzaba el salmo que hemos
escuchado. La ley del Señor es perfecta; y el salmista se encarga de enumerar
todo lo que esa ley genera al que la escucha y la sigue: reconforta el
alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el
camino.
Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano
de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la
que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el
peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo que había experimentado la esclavitud y el
despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato
hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la
aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9).
Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre
ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra,
su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, sabiduría y luz.
Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la
sabiduría acunada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol
Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las
tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33).
El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las
distintas tinieblas de la historia.
En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un
anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la
degradación no sean la moneda corriente. En el corazón del hombre y en la
memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de
un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la
injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la
paz.
Nuestro Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha
estimulado y lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos
la solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley
perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y sostener a
su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas
no tengan la última palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.
De muchas maneras y de muchas formas se ha querido silenciar
este anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas
formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes
con la insinuación de que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles.
Frente a estas formas, la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana
clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso
de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus
propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en
el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas
de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)»
(Laudato si’, 2).
El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos
impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no
podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de
la historia.
En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la
humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina,
saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como
«fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano» (Aparecida,
472).
Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural,
vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos
han considerado inferiores sus valores, su cultura, sus tradiciones. Otros,
mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de
sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué
bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir:
¡Perdón! Perdón hermanos, el mundo de hoy, despojado por la cultura del
descarte, los necesita a ustedes.
Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta
suprimir todas las riquezas y características diversidades culturales en pos de
un mundo homogéneo, necesitan que no se pierda la sabiduría de sus ancianos.
El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender
el valor de la gratuidad.
Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos
abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, que no se arrepiente
de habernos creado» (Laudato si’, 13). Celebramos que Jesucristo sigue
muriendo y resucitando en cada gesto que tengamos con el más pequeño de sus
hermanos. Animémonos a seguir siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección
haciendo carne Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es
perfecta del todo y reconforta el alma.
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