«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


5 de junio de 2016

EL NUEVO DICASTERIO PARA LOS LAICOS, LA FAMILIA Y LA VIDA COMENZARÁ A FUNCIONAR EL 1 DE SEPTIEMBRE

EL PAPA APRUEBA SUS ESTATUTOS «AD EXPERIMENTUM»
(RV/Aciprensa/InfoCatólica) Lo indicó este sábado en un comunicado la Oficina de prensa de la Santa Sede. El portavoz del Vaticano, el padre Federico Lombardi, señaló que aún no se conoce quienes serán las autoridades del nuevo dicasterio, ni si será constituido como Pontificio Consejo o Congregación y que hasta el 1 de septiembre próximo los Pontificios Consejos que serán unificados continuarán normalmente sus funciones
El 22 de octubre del 2015, el Papa anunció la creación de este nuevo dicasterio, al inicio de la Congregación general en el Sínodo de los Obispos: «He decidido instituir un nuevo dicasterio con competencia sobre laicos, la familia y la vida, que sustituirá al Pontificio Consejo para los laicos y el Pontificio Consejo para la familia, y al que estará vinculada la Pontificia Academia para la Vida», indicó en dicha oportunidad el Pontífice.
«Hoy, 4 de junio de 2016, el Santo Padre Francisco, a propuesta del Consejo de Cardenales, ha aprobado ad experimentum el Estatuto del nuevo Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida en la cual confluirán, desde el 1 de septiembre de 2016, los actuales Pontificio Consejos para los Laicos y Pontificio Consejo para la Familia. En esa fecha ambos dicasterios cesarán sus funciones y serán suprimidos, siendo abrogados los artículos 131-134 y 139-141 de la Constitución Apostólica Pastor Bonus, del 28 de junio de 1988».
Competencias
En el Estatuto que regirá al nuevo organismo de la Santa Sede se establece que «el Dicasterio es competente en las materias que corresponden a la Sede Apostólica para la promoción de la vida, el apostolado de los fieles laicos, el cuidado pastoral de la familia y de su misión según el plan de Dios y la tutela y apoyo a la vida humana».
Corresponde al Dicasterio nuevo la promoción de la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y el mundo, individualmente, sean casados o solteros, y como miembros de asociaciones, movimientos y comunidades, con especial atención a su misión peculiar de animar y perfeccionar el orden de las realidades temporales.
Estará presidido por un Prefecto, auxiliado por un Secretario que podrá ser un laico, y por 3 Subsecretarios laicos. Tendrá un número suficiente de oficiales, clérigos o laicos elegidos preferentemente de diversas regiones del mundo. El dicasterio estará dividido en las secciones Laicos, Familia y Vida, presidida cada una por un Subsecretario, con miembros y consultores. Se regirá por las normas establecidas para la Curia Romana.
Laicos
Además, deberá favorecer en los fieles laicos la conciencia de la corresponsabilidad, en fuerza del Bautismo, en la vida y la misión de la Iglesia, según los diversos carismas recibidos para la edificación común, con una particular atención a la peculiar misión de los fieles laicos de animar y perfeccionar el orden de las realidades temporales.
Deberá promover también la participación de los fieles laicos en la instrucción de la catequesis, en la vida litúrgica y sacramental, en la acción misionera, en las obras de misericordia, de caridad y de promoción humana y social. Erige las asociaciones de fieles y los movimientos laicales que tienen un carácter internacional y aprobará o reconocerá los estatutos.
Familia
Promueve el cuidado pastoral de la familia a la luz del magisterio pontificio, en la tutela de la dignidad y el bien basados en el sacramento del matrimonio, en favorecer los derechos y las responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad civil para que las instituciones familiares puedan asumir mejor las propias funciones tanto en el ámbito eclesial como en el social.
También deberá discernir los signos de los tiempos para valorar ante los desafíos las oportunidades a favor de la familia, con confianza y sabiduría evangélica y aplicar en este mundo y momento histórico el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia.
Entre sus labores estará la de profundizar en la doctrina sobre la familia y su divulgación mediante adecuadas catequesis así como favorecer en particular los estudios sobre la espiritualidad del matrimonio y de la familia. También habrá de ofrecer líneas directivas para programas formativos para los novios que se preparan al matrimonio y para las parejas jóvenes.
Además, tendrá una estrecha relación con el Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia, una de las instituciones de la Santa Sede más importantes en este ámbito.
Vida
Esta sección tendrá el deber de coordinar iniciativas a favor de la procreación responsable, así como para la tutela de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, teniendo presentes las necesidades de la persona en sus diversas fases evolutivas.
Deberá promover y animar a las organizaciones y asociaciones que ayudan a la mujer y a la familia a acoger y custodiar el don de la vida, especialmente en el caso de embarazos difíciles, y prevenir que se recurra al aborto, así como apoyar programas e iniciativas dirigidos a ayudar a las mujeres que hayan abortado. Sobre la base de la doctrina moral católica y del magisterio de la Iglesia estudia y promueve la formación sobre los principales problemas de la biomedicina y el derecho sobre la vida humana.
Esta sección estará en permanente y estrecha relación con la Pontificia Academia para la Vida de la Santa Sede.

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EL PAPA ORDENA EL CESE DE LOS OBISPOS QUE SEAN NEGLIGENTES EN CASOS DE ABUSOS

MOTU PROPRIO «COMO UNA MADRE AMOROSA»
La «tarea de protección y de cuidado compete a la Iglesia en su totalidad, pero es especialmente a través de sus Pastores que debe ser ejercitada». Así lo asegura el Papa Francisco en el Motu Proprio «Como una madre amorosa» con el que busca reforzar la protección de los menores. Los obispos a los que se considere culpables en el tratamiento de casos de abusos sexuales cometidos por su clero, tendrán quince días para presentar su renuncia. Si no la presentan, serán cesados por el Papa.
(Agencias) «Con el presente documento pretendo precisar que entre las denominadas 'causas graves' se incluye lanegligencia de los obispos en el ejercicio de sus funciones, particularmente en relación con los casos de abusos sexuales a menores y adultos vulnerables», señala el pontífice.
El Código de Derecho Canónico establece en su artículo 193 que «nadie puede ser removido de un oficio conferido por tiempo indefinido, a no ser por causas graves». El documento presentado este sábado por el papa Francisco consta de cinco artículos y en el primero de ellos se señala que aquellos con responsabilidad en la Iglesia «pueden ser legítimamente retirados de su cargo si, por negligencia, haya omitido actos que hayan provocado daños a otros».
Estos daños pueden referirse a personas físicas o a la propia comunidad y el perjuicio podrá ser «físico, moral, espiritual o patrimonial». El obispo puede ser retirado solamente si haya fallado objetivamente de manera muy grave a sus responsabilidades pero, en el caso de que se trate de abuso a menores, «es suficiente que el fallo sea 'grave». En el segundo y el tercer artículo de esta reforma, el papa aborda el proceso mediante el cual un obispo podrá ser suspendido de su cargo.
En los casos en los que se den «serios indicios» de un comportamiento negligente, las congregaciones competentes de la Curia Romana podrán dar inicio a una investigación, avisando previamente al sujeto estudiado, a quien se le concederá la posibilidad de defenderse. Una vez se alcance una sentencia y se considere oportuna la suspensión del obispo, la Congregación podrá optar, «en base a las circunstancias del caso», si publicar «en el tiempo más breve posible» el decreto de suspensión o invitar al obispo a presentar su renuncia.
El obispo contará con un plazo de 15 días para presentar su renuncia y, si no se pronuncia en dicho plazo, la Congregación emitirá entonces el decreto de suspensión. En cualquier caso, la decisión de la Congregación deberá ser sometida a la aprobación del pontífice quien, antes de asumir una decisión definitiva, convocará un Colegio de juristas.
En el documento Francisco señala que la Iglesia ama a todos sus hijos pero «cura y protege con un afecto muy particular a los pequeños e indefensos», como los niños o los adultos vulnerables. Esta reforma entrará en vigor a partir de mañana, una vez sea publicada en la gaceta oficial de la Santa Sede, L'Osservatore Romano.
CARTA APOSTÓLICA DEL SANTO PADRE FRANCISCO “COMO UNA MADRE AMOROSA” – TEXTO COMPLETO
Texto del Motu Proprio que permite enjuiciar y procesar a los obispos que hayan sido negligentes al saber de casos de abusos contra menores o personas vulnerables Como una madre amorosa la Iglesia ama a todos sus hijos. Pero cuida y protege con afecto particular a los más pequeños e indefensos, se trata de una tarea que Cristo confía a toda la comunidad cristiana en conjunto. Con la conciencia de esto, la Iglesia dedica una atención vigilante a la protección de los niños y de los adultos vulnerables.
Tal tarea de protección y de atención le corresponde a toda la Iglesia, pero especialmente a los pastores que esto sea realizado. Por lo tanto los obispos diocesanos, los eparcas y quienes son responsables de una Iglesia particular, deben tener una particular diligencia en proteger a quienes son los más débiles entre las personas que les fueron confiadas.
El Derecho Canónico ya prevé la posibilidad de remoción del oficio eclesiástico “por causas graves”: esto se refiere también a los obispos diocesanos, a los eparcas y a quienes están equiparados por el derecho (cfr can. 193 §1 CIC; can. 975 §1 CCEO).
Con la presente carta quiero precisar que entre las llamadas “causas graves” se incluye la negligencia de los obispos en el ejercicio de su oficio, en particular cuando se refieren a los casos de abusos sexuales cumplidos contra menores y adultos vulnerables, previstos por el MP Sacramentorum Sanctitatis Tutela, promulgado por san Juan Pablo II y ampliado por mi querido predecesor, Benedicto XVI. En tales casos se observará el siguiente procedimiento.
Artículo 1
1. El obispo diocesano, el eparca, o quien aún a título temporáneo, tiene la responsabilidad de una Iglesia particular, o de otra comunidad de fieles a esa equiparada de acuerdo al canon 368 CIC y por el canon 313 CCEO, puede ser legítimamente removido de su cargo, si por negligencia ha puesto u omitido actos que hayan provocado un daño grave a los otros, sea que se trate de personas físicas, sea que se trate de una comunidad en su conjunto. El daño puede ser físico, moral, espiritual o patrimonial.
2. El obispo diocesano o el eparca puede ser removido solamente si ha objetivamente faltado de manera muy grave a la diligencia que debe tener por su oficio pastoral, también sin grave culpa moral de parte suya.
3. En el caso se trate de abusos con menores o adultos vulnerables es suficiente que la falta de diligencia sea grave.
4. Al obispo diocesano y al eparca se equiparan los superiores mayores de los institutos religiosos y de las sociedades de vida apostólica de derecho pontificio.
Artículo 2
1. En todos los casos en los que se presenten indicios de acuerdo a lo previsto en el artículo anterior, la competente Congregación de la Curia Romana puede iniciar una investigación sobre el mérito, dando noticia al interesado y dándole la posibilidad de producir documentos y testimonios.
2. Al obispo le será dada la posibilidad de defenderse, lo que podrá hacer con los medios previstos por el Derecho. Todos los pasos de la investigación le serán comunicados y le será siempre dada la posibilidad de encontrar a los superiores de las Congregaciones. Dicho encuentro, si el obispo no toma la iniciativa, será propuesto por el mismo dicasterio.
3. A continuación de los argumentos presentados por el obispo, la Congregación puede decidir una investigación suplementaria.
Artículo 3
1. Antes de tomar la propia decisión, la Congregación podrá reunirse, según la oportunidad, con otros obispos o eparcas pertenecientes a la Conferencia episcopal, o al sínodo de los obispos de la Iglesia, sui Iuris, de la cual hace parte el obispo o el eparca interesado, para discutir su caso.
2. La Congregación toma sus determinaciones reunida en sesión ordinaria.
Artículo 4
1.- Si se considera oportuno remover al obispo, la congregación establecerá, de acuerdo a las circunstancias del caso: dar en el tiempo más breve posible el decreto de remoción;
2.- exhortar fraternalmente al obispo a presentar su renuncia en un plazo de 15 días. Si el obispo no da su respuesta en el plazo previsto, la Congregación podrá emitir el decreto de remoción.
Artículo 5
La decisión de la Congregación sobre los artículos 3 y 4, tiene que ser sometida a la aprobación específica del Romano Pontífice, quien antes de tomar una decisión definitiva, se hará asistir por un particular Colegio de Juristas, designado cuando será necesario.
Todo esto que he deliberado con esta Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, ordeno que sea observado en todas sus partes, a pesar de cualquier cosa en contrario, aun de particular mención, y establezco que sea publicado en el comentario oficial del Acta Apostolicae Sedis y promulgado en el cotidiano L’Osservatore Romano, entrando en vigor el 5 de septiembre de 2016.
Vaticano, 4 de junio de 2016 – El papa Francisco
(Traducción no oficial del texto en italiano, realzada por ZENIT)



3 de junio de 2016

Cumbre de los jueces sobre trata de personas y crimen organizado - 03/06...


(RV).- El Papa Francisco ha confirmado su presencia - durante la tarde de la primera jornada, el 3 de junio, la segunda es el día 4 - de la Cumbre  de jueces y magistrados en el Vaticano, contra la trata de seres humanos y el crimen organizado.
Un Comunicado de la Oficina de Prensa de la Santa Sede señala que «siguiendo la idea del Papa Francisco de combatir con todos los medios posibles las diversas formas de  esclavitud moderna, la trata de personas, el trabajo forzado, la venta de órganos y el crimen organizado, la  Pontificia Academia de Ciencias Sociales ha invitado a una reunión de alto nivel a un gran número de  jueces, fiscales y magistrados de diferentes países, protagonistas principales en la lucha contra estos  terribles crímenes».
Subrayando que la nueva "Cumbre" «se añade a otras reuniones importantes organizadas por esa Academia con el mismo  propósito, en particular en 2014, con los líderes de las principales religiones que influyen en el mundo  globalizado y en 2015, con los  alcaldes de las principales capitales y grandes ciudades de muchos países», el mismo Comunicado añade que «ahora ha convocado a los más  importantes jueces, fiscales y magistrados de todos los países».
Se informa asimismo que al concluir los trabajos, «los presentes serán invitados a firmar una declaración, en la misma línea de las  firmadas en los dos años precedentes por los líderes religiosos y los alcaldes. Se espera que el encuentro sea útil para garantizar que los jueces expresen y refuercen su  responsabilidad ante los pueblos, compartan las mejores prácticas y elaboren propuestas para una  legislación cada vez más adecuada para proteger a las víctimas y combatir estas lacras que, en el mundo  globalizado, afectan a más de 40 millones de personas».
(CdM – RV)
La información del evento se puede encontrar en el sitio web de la Academia Pontificia de las Ciencias  Sociales:
El programa actualizado del evento se puede encontrar en:
La transmisión del acontecimiento se llevará a cabo en español e inglés con los siguientes enlaces que  corresponden al canal You Tube End Slavery de la Academia
3.6.2016

BUSCAR, INCLUIR Y ALEGRARSE: HOMILÍA DEL PAPA EN JUBILEO DE LOS SACERDOTES


Texto y audio de la homilía del Papa Francisco durante la Santa Misa con motivo del Jubileo de los Sacerdotes:
La celebración del Jubileo de los Sacerdotes en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a llegar al corazón, es decir, a la interioridad, a las raíces más sólidas de la vida, al núcleo de los afectos, en una palabra, al centro de la persona. Y hoy nos fijamos en dos corazones: el del Buen Pastor ynuestro corazón de pastores.
El corazón del Buen Pastor no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).
El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1) – no se detiene, sino hasta el final – sin imponerse nunca.
El corazón del Buen Pastor está inclinado hacia nosotros, «polarizado» especialmente en el que está lejano; allí apunta tenazmente la aguja de su brújula, allí revela la debilidad de un amor particular, porque desea llegar a todos y no perder a nadie.
Ante el Corazón de Jesús nace la pregunta fundamental de nuestra vida sacerdotal: ¿A dónde se orienta mi corazón? Pregunta que nosotros, los sacerdotes, debemos hacernos tantas veces, cada día, cada semana: ¿a dónde se orienta mi corazón? El ministerio está a menudo lleno de muchas iniciativas, que lo ponen ante diversos frentes: de la catequesis a la liturgia, de la caridad a los compromisos pastorales e incluso administrativos. En medio de tantas actividades, permanece la pregunta: ¿En dónde se fija mi corazón? Me viene a la memora aquella oración tan bella de la Liturgia: “Ubi vera sunt gaudia…”. ¿A dónde apunta, cuál es el tesoro que busca? Porque —dice Jesús— «donde estará tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21). Hay debilidades en todos nosotros, también pecados. Pero vayamos a lo profundo, a la raíz: ¿Dónde está la raíz de nuestras debilidades, de nuestros pecados, es decir dónde está precisamente aquel “tesoro” que nos aleja del Señor?
Los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos: el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la oración al Padre y el encuentro con la gente. No la distancia, el encuentro. También el corazón de pastor de Cristo conoce sólo dos direcciones: el Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo – no debería mirarse a sí mismo –, sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un «corazón bailarín», que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones. Es, en cambio un corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y disponible para los hermanos. Y allí resuelve sus pecados.
Para ayudar a nuestro corazón a que tenga el fuego de la caridad de Jesús, el Buen Pastor, podemos ejercitarnos en asumir en nosotros tres formas de actuar que nos sugieren las Lecturas de hoy: buscar, incluir y alegrarse.
Buscar. El profeta Ezequiel nos recuerda que Dios mismo busca a sus ovejas (cf. 34,11.16). Como dice el Evangelio, «va tras la descarriada hasta que la encuentra» (Lc 15,4), sin dejarse atemorizar por los riesgos; se aventura sin titubear más allá de los lugares de pasto y fuera de las horas de trabajo. Y no se hace pagar horas extras. No aplaza la búsqueda, no piensa: «Hoy ya he cumplido con mi deber, eventualmente me ocuparé mañana», sino que se pone de inmediato manos a la obra; su corazón está inquieto hasta que encuentra esa oveja perdida. Y, cuando la encuentra, olvida la fatiga y se la carga sobre sus hombros todo contento. A veces debe salir a buscarla, a hablar; otras veces debe permanecer ante el tabernáculo, luchado con el Señor por aquella oveja.
Así es el corazón que busca: es un corazón que no privatiza los tiempos y espacios. ¡Ay de los pastores que privatizan su ministerio! No es celoso de su legítima tranquilidad – legítima, digo, ni siquiera de ella – y nunca pretende que no lo molesten. El pastor, según el corazón de Dios, no defiende su propia comodidad, no se preocupa de proteger su buen nombre, pero será calumniado, como Jesús. Sin temor a las críticas, está dispuesto a arriesgar con tal de imitar a su Señor. “Bienaventurados ustedes cuando los insultarán, los perseguirán…” (Mt 5,11).
El pastor según Jesús tiene el corazón libre para dejar sus cosas, no vive haciendo cuentas de lo que tiene y de las horas de servicio: no es un contable del espíritu, sino un buen Samaritano en busca de quien tiene necesidad. Es un pastor, no un inspector de la grey, y se dedica a la misión no al cincuenta o sesenta por ciento, sino con todo su ser. Al ir en busca, encuentra, y encuentra porque arriesga. Si el pastor no arriesga, no encuentra. No se queda parado después de las desilusiones ni se rinde ante las dificultades; en efecto, es obstinado en el bien, ungido por la divina obstinación de que nadie se extravíe. Por eso, no sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar por ella. Y como todo buen cristiano, y como ejemplo para cada cristiano, siempre está en salida de sí mismo. El epicentro de su corazón está fuera de él: es un descentrado de sí mismo, centrado sólo en Jesús. No es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres.
Segunda palabra: Incluir. Cristo ama y conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (cf. Jn 10,11-14). Su rebaño es su familia y su vida. No es un jefe temido por las ovejas, sino el pastor que camina con ellas y las llama por su nombre (cf. Jn 10, 3-4). Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él (cf. Jn 10,16).
Así es también el sacerdote de Cristo: está ungido para el pueblo, no para elegir sus propios proyectos, sino para estar cerca de las personas concretas que Dios, por medio de la Iglesia, le ha confiado. Ninguno está excluido de su corazón, de su oración y de su sonrisa. Con mirada amorosa y corazón de padre, acoge, incluye, y, cuando debe corregir, siempre es para acercar; no desprecia a nadie, sino que está dispuesto a ensuciarse las manos por todos. 
El Buen Pastor no conoce los conoce. Ministro de la comunión, que celebra y vive, no pretende los saludos y felicitaciones de los otros, sino que es el primero en ofrecer mano, desechando cotilleos, juicios y venenos. Escucha con paciencia los problemas y acompaña los pasos de las personas, prodigando el perdón divino con generosa compasión. No regaña a quien abandona o equivoca el camino, sino que siempre está dispuesto para reinsertar y recomponer los litigios. Es un hombre que sabe incluir.
Alegrarse. Dios se pone «muy contento» (Lc 15,5): su alegría nace del perdón, de la vida que se restaura, del hijo que vuelve a respirar el aire de casa. La alegría de Jesús, el Buen Pastor, no es una alegría para sí mismo, sino para los demás y con los demás, la verdadera alegría del amor. Esta es también la alegría del sacerdote. Él es transformado por la misericordia que, a su vez, ofrece de manera gratuita. En la oración descubre el consuelo de Dios y experimenta que nada es más fuerte que su amor. Por eso está sereno interiormente, y es feliz de ser un canal de misericordia, de acercar el hombre al corazón de Dios. Para él, la tristeza no es lo normal, sino sólo pasajera; la dureza le es ajena, porque es pastor según el corazón suave de Dios.
Queridos sacerdotes, en la celebración eucarística encontramos cada día nuestra identidad de pastores. Cada vez podemos hacer verdaderamente nuestras las palabras de Jesús: «Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Este es el sentido de nuestra vida, son las palabras con las que, en cierto modo, podemos renovar cotidianamente las promesas de nuestra ordenación. Les agradezco su «sí», y por los tantos «sí» escondidos de todos los días, que sólo el Señor conoce. Les agradezco por su «sí», para dar la vida unidos a Jesús: aquí está la fuente pura de nuestra alegría.


Jubileo de los Sacerdotes - 02.06.2016

1 de junio de 2016

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS «LA HUMILDAD ES LA CONDICIÓN NECESARIA PARA SER ESCUCHADOS POR DIOS»

  

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El miércoles pasado hemos escuchado la parábola del juez y la viuda, sobre la necesidad de orar con perseverancia. Hoy, con otra parábola, Jesús quiere enseñarnos cuál es la actitud justa para orar e invocar la misericordia del Padre: cómo se debe orar. Una actitud justa para orar. Es la parábola del fariseo y del publicano (Cfr. Lc 19,9-14).
Ambos protagonistas suben al templo a orar, pero actúan de modos muy diferentes, obteniendo resultados opuestos. El fariseo ora «de pie» (v. 11), y usa muchas palabras. La suya, si, es una oración de agradecimiento dirigida a Dios, pero en realidad es un alarde de sus propios méritos, con sentido de superioridad hacia los «demás hombres», calificándolos como «ladrones, injustos y adúlteros», como, por ejemplo – y señala a aquel otro que estaba ahí - «como ese publicano» (v. 11). Pero precisamente aquí está el problema: aquel fariseo ora a Dios, pero en verdad mira a sí mismo. ¡Ora a si mismo! En vez de tener delante a sus ojos al Señor, tiene un espejo. A pesar de encontrarse en el templo, no siente la necesidad de postrarse delante de la majestad de Dios; está de pie, se siente seguro, ¡casi fuera él, el dueño del templo! Él enumera las buenas obras cumplidas: es irreprensible, observante de la Ley más de lo debido, ayuna «dos veces por semana» y paga la “décima” parte de todo aquello que posee. En conclusión, más que orar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos. Y además, su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Éste desprecia a los pecadores, también cuando señala al otro que está ahí. Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo.
No basta pues preguntarnos cuánto oramos, debemos también examinarnos cómo oramos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar la arrogancia y la hipocresía. Pero, yo pregunto: ¿se puede orar con arrogancia? No. ¿Se puede orar con hipocresía? No. Solamente, debemos orar ante Dios como nosotros somos. Pero éste oraba con arrogancia e hipocresía. Estamos todos metidos en la agitación del ritmo cotidiano, muchas veces a merced de sensaciones, desorientadas, confusas. Es necesario aprender a encontrar el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es ahí que Dios nos encuentra y nos habla. Solamente a partir de ahí podemos nosotros encontrar a los demás y hablar con ellos. El fariseo se ha encaminado hacia el templo, está seguro de sí, pero no se da cuenta de haber perdido el camino de su corazón.
El publicano en cambio se presenta en el templo con ánimo humilde y arrepentido: «manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho» (v. 13). Su oración es breve, no es tan larga como aquella del fariseo: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador». Nada más. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. Bella oración, ¿eh? Podemos decirla tres veces, todos juntos. Digámosla: “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. De hecho, los cobradores de impuestos – llamados justamente, publicanos – eran considerados personas impuras, sometidas a los dominadores extranjeros, eran mal vistos por la gente y generalmente asociados a los “pecadores”. La parábola enseña que se es justo o pecador no por la propia pertenencia social, sino por el modo de relacionarse con Dios y por el modo de relacionarse con los hermanos. Los gestos de penitencia y las pocas y simples palabras del publicano testimonian su conciencia acerca de su mísera condición. Su oración es esencial. Actúa como un humilde, seguro solo de ser un pecador necesitado de piedad. Si el fariseo no pedía nada porque tenía ya todo, el publicano puede solo mendigar la misericordia de Dios. Y esto es bello, ¿eh? Mendigar la misericordia de Dios. Presentándose “con las manos vacías”, con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el publicano muestra a todos nosotros la condición necesaria para recibir el perdón del Señor. Al final justamente él, despreciado así, se convierte en icono del verdadero creyente.
Jesús concluye la parábola con una sentencia: «Les aseguro que este último – es decir, el publicano - volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (v. 14). De estos dos, ¿Quién es el corrupto? El fariseo. El fariseo es justamente el icono del corrupto que finge orar, pero solamente logra vanagloriarse de sí mismo delante de un espejo. Es un corrupto pero finge orar. Así, en la vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja a Dios y a los demás. Si Dios prefiere la humildad no es para desanimarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser ensalzados por Él, así poder experimentar la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos. Si la oración del soberbio no alcanza el corazón de Dios, la humildad del miserable lo abre. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los hombres. Delante a un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. Es esta humildad que la Virgen María expresa en el cantico del Magníficat: «Ha mirado la humillación de su esclava. […] Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen» (Lc 1,48.50). Que Ella nos ayude, nuestra Madre, a orar con un corazón humilde. Y nosotros, repitamos tres veces más, aquella bella oración: “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. “Oh Dios, ten piedad de mí pecador”. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)



PALABRA DE VIDA DE MAYO DE 2016.

«Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo, y Él, "Dios-con-ellos”: será su Dios» (Ap 21,3).
Siempre ha sido este el deseo de Dios: poner su morada entre nosotros, su pueblo. Ya las primeras páginas de la Biblia nos lo muestran descendiendo del cielo, paseando por el jardín y conversando con Adán y Eva. ¿No nos creó para esto? ¿Qué desea el que ama sino estar con la persona amada? El libro del Apocalipsis, que escruta el proyecto de Dios sobre la historia, nos da la certeza de que el deseo de Dios se realizará en plenitud.
Él ya comenzó a poner su morada en medio de nosotros cuando vino Jesús, el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». Y ahora que Jesús ha resucitado, su presencia ya no está limitada a un lugar ni a un tiempo: se ha extendido al mundo entero. Con Jesús comenzó la construcción de una nueva comunidad humana muy original, un pueblo compuesto por muchos pueblos. Dios no solo quiere habitar en mi alma, en mi familia y en mi pueblo, sino entre todos los pueblos, llamados a formar un solo pueblo. Por otra parte, la actual movilidad humana está cambiando el mismo concepto de pueblo. En muchos países el pueblo está compuesto ya por muchos pueblos.
Somos muy diferentes por color de piel, cultura y religión. Muchas veces nos miramos con desconfianza, recelo o miedo. Hacemos la guerra unos contra otros. Pero Dios es Padre de todos, nos ama a todos y a cada uno. No quiere habitar con un pueblo -«por supuesto, el nuestro», podríamos pensar- y dejar solos a los demás pueblos. Para Él somos todos hijos e hijas suyos, una única familia.
Así pues, guiados por la Palabra de vida de este mes, ejercitémonos en apreciar la diversidad, en respetar al otro, en mirarlo como una persona que forma parte de mí: yo soy el otro y el otro es yo; el otro vive en mí y yo vivo en el otro. Comenzando por las personas con las que vivo cada día. De este modo podemos hacer sitio a la presencia de Dios entre nosotros. Y Él recompondrá la unidad, salvaguardará la identidad de cada pueblo, creará una nueva «socialidad».
Así lo intuyó Chiara Lubich ya en 1959, en una página de extrema actualidad y de increíble profecía: «El día en que los hombres -pero no en cuanto individuos, sino en cuanto pueblos [...] sean capaces de posponerse a sí mismos, de posponer la idea que tienen de su patria, [...] y esto lo hagan por ese amor recíproco entre los Estados que Dios pide (lo mismo que pide el amor recíproco entre los hermanos), ese día será el comienzo de una nueva era, porque ese día [...] se hará vivo y presente Jesús entre los pueblos [...].
»Éstos son tiempos en los que cada pueblo ha de traspasar sus propias fronteras y mirar más lejos. Ha llegado el momento de amar la patria de los demás como la nuestra. Nuestros ojos tienen que adquirir una nueva pureza. No basta con desapegarnos de nosotros mismos para ser cristianos. Hoy los tiempos exigen al seguidor de Cristo algo más: una conciencia social del cristianismo [...].
»[...] nosotros esperamos que el Señor tenga piedad de este mundo dividido y disperso, de estos pueblos encerrados en su propio cascarón contemplando su belleza -única para ellos- limitada e insatisfactoria, defendiendo con uñas y dientes sus tesoros -incluidos tantos bienes que podrían hacer falta a otros pueblos que se mueren de hambre- y haga caer las barreras y que fluya ininterrumpidamente la caridad entre una tierra y otra, como un torrente de bienes espirituales y materiales.
»Esperemos que el Señor componga un orden nuevo en el mundo: Él, el único capaz de hacer de la humanidad una familia y de cultivar la diversidad entre los pueblos para que en el esplendor de cada uno puesto al servicio de los demás, resplandezca la única luz de vida que embellece la patria terrenal y la convierte en antesala de la Patria eterna».