Uno de los amargos frutos de la cultura individualista es la soledad
de las personas. El hombre vive solo, es decir, sin familia y sin hogar. A
veces, como fruto de diversas violencias (guerras, persecuciones…), otras
porque no ha encontrado o no ha sido capaz de “construir sólidamente su casa”
(cf. Mt 7,27), de hacerse un “hogar”.
En nuestra sociedad, estas personas solas y necesitadas no sólo
piden alimento, vestido y compañía… buscan un hogar donde puedan “sentirse en
casa”. Esto no puede hacerlo ninguna institución: sólo la familia, pues sólo en
el hogar familiar uno se puede “sentir en casa”.
La solicitud por cada persona comienza en la propia familia,
donde la persona es acogida y amada. «La familia debe vivir de manera que sus
miembros aprendan el cuidado y la atención de los jóvenes y ancianos, de los
enfermos o disminuidos, y de los pobres» (Catecismo de la Iglesia Católica,
2208). Por eso, la construcción de la persona y de las relaciones sociales
comienza en la familia. Juan Pablo II hizo un llamamiento a las familias para
que vivan esta hospitalidad: «Hay que destacar la importancia cada vez mayor
que en nuestra sociedad asume la hospitalidad, en todas sus formas, desde el
abrir la puerta de la propia casa, y más aún la del propio corazón, a las peticiones
de los hermanos, al compromiso concreto de asegurar a cada familia su casa,
como ambiente natural que la conserva y la hace crecer. Sobre todo, la familia
cristiana está llamada a escuchar el consejo del Apóstol: “Sed solícitos en la
hospitalidad”, y por consiguiente en practicar la acogida del hermano necesitado,
imitando el ejemplo y compartiendo la caridad de Cristo: “El que diere de beber
a uno de estos pequeños sólo un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, en verdad
os digo que no perderá su recompensa”» (FC 44).
Ante la dimensión mundial que hoy caracteriza a los diversos problemas
sociales, la familia ve que se dilata su cometido al servicio de la entera
sociedad humana; se trata de cooperar también a establecer un nuevo orden
internacional, porque sólo con la solidaridad mundial se pueden afrontar y
resolver los enormes y dramáticos problemas de la justicia en el mundo, de la libertad
de los pueblos y de la paz de la humanidad.
Esto será posible si los poderes públicos cumplen con su obligación
de «respetar, proteger y favorecer la verdadera naturaleza del matrimonio y de
la familia, la moral pública, los derechos de los padres, y el bienestar
doméstico» (CCCE 458). Por eso la función social de las familias está llamada a
manifestarse también en la forma de intervención política, es decir, las
familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones
del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los
derechos y los deberes de la familia.
En particular, se pide a la comunidad política que garantice a
las familias: «la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de
acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas; la protección de la
estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar; la libertad de
profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las
instituciones necesarios; el derecho a la propiedad privada, la libertad de
iniciativa, de tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar; conforme a
las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de
las personas de edad, a los subsidios familiares; la protección de la seguridad
y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía,
el alcoholismo, etc.; la libertad para formar asociaciones con otras familias y
de estar así representadas ante las autoridades civiles» (CCE 2211; cf. FC 46).
Cada sociedad ofrece unos ámbitos de participación de la familia
en la vida política: los partidos políticos, las asociaciones y plataformas
familiares... Las familias deben crecer en la conciencia de ser “protagonistas”
de la política familiar, y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad
«Se ha de reforzar el asociacionismo familiar: Las familias tienen el derecho
de formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin de
cumplir la tarea familiar de manera apropiada y eficaz, así como defender los
derechos, fomentar el bien y representar los intereses de la familia. En el
orden económico, social, jurídico y cultural, las familias y las asociaciones
familiares deben ver reconocido su propio papel en la planificación y el
desarrollo de programas que afectan a la vida familiar» (CDSI 247). De otro
modo, las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han
limitado a observar con indiferencia. Ciertamente, no todas las familias están
llamadas a estar directamente presentes en este ámbito, pero sí a apoyar
activamente las iniciativas propuestas en bien de la familia y de la sociedad.
Otras familias están llamadas a esta promoción comprometida de las políticas familiares,
con un gran esfuerzo para compatibilizar su actividad pública con el
sostenimiento y atención a la propia familia.
Para ellos es muy deseable una profunda formación no sólo en el
ámbito político, sino también de la rica realidad de la familia desde una
perspectiva antropológica adecuada (Cf. DPF 242). Así se podrán promover
eficazmente unas políticas familiares adecuadas (Cf. FSV 137), que tienen como
fruto deseable un rostro más familiar –y por tanto más humano y solidario– de
la sociedad.
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