Su índice de éxito es doble respecto al de la fecundación asistida por porcentaje de nacimientos de parejas que siguen los tratamientos, y cuesta once veces menos, pero es realizada por pocos médicos en todo el mundo, está boicoteada por los lobbys de la probeta y es ignorada por los sistemas sanitarios nacionales.
La naprotecnología nació en los Estados Unidos y
llegó a Europa hace unos años, pero sigue enfrentándose al prejuicio que la
considera un enfoque confesional a la medicina, condicionado por dogmas
religiosos. Nada más lejos de la realidad. Es verdad que la práctica de la
naprotecnología es rigurosamente conforme a
la bioética católica; pero se ha demostrado que su enfoque del
problema de la esterilidad es científica y clínicamente más riguroso del que se practica en el
ámbito de la fecundación asistida. Y por esto al final es también más eficaz:
lo confirman las estadísticas.
«La diferencia entre la naprotecnología y la fecundación in vitro consiste en
el hecho de que en la primera la cuestión fundamental es el diagnóstico de las
causas de infertilidad, se busca una explicación médica de porqué una pareja no
consigue procrear y, por tanto, se
intenta eliminar el problema y “ajustar” el mecanismo natural,
volviendo a darle su armonía», explica Phill Boyle, el ginecólogo irlandés que
imparte, en una clínica de Galway, los cursos
de formación en naprotecnología para médicos de toda Europa.
«En el procedimiento in vitro, en cambio, el diagnóstico de las causas no tiene
importancia, los médicos quieren
sencillamente “burlar el obstáculo”, llevando a cabo una
fecundación artificial. En la naprotecnología, el tratamiento resuelve el
problema de la pareja, que después puede tener otros hijos. Sin embargo, con el
método in vitro, los cónyuges no se curan y
siguen siendo una pareja estéril, y para tener más niños
deberán siempre confiar en un laboratorio».
«La naprotecnología es la verdadera fecundación
asistida», ironiza Raffaella Pingitore, la ginecóloga más
experta en dicho método en el área de lengua italiana, y que realiza en la
clínica Moncucco de Lugano (Suiza). «En el sentido que asistimos a la concepción desde el principio
hasta el fin, es decir desde la fase de individuación de los
marcadores de fecundidad en la mujer hasta las intervenciones farmacológicas
y/o quirúrgicas necesarias para permitir que la
pareja llegue de un modo natural a la concepción».
El nombre deriva del inglés “natural procreation technology”, tecnología de la
procreación natural. Más que una tecnología es un conjunto de técnicas
diagnósticas e intervenciones médicas que tienen como objetivo individuar la causa de la infertilidad y su
puntual eliminación. Se empieza con las tablas del modelo
Creighton, que describen el estado de los biomarcadores de la fecundidad
durante todo el ciclo menstrual de la mujer y que se basan, principalmente, en
la observación del estado del flujo vaginal, realizado por la mujer misma. El
pilar que sostiene toda la naprotecnología es la capacidad de observación de sí
misma que tiene la mujer: para ello, se la forma en la parte inicial del
recorrido. Las tablas correctamente rellenadas, con el estado del flujo vaginal
día a día y los otros datos, son la base de todos los pasos sucesivos. A partir
de aquí ya es posible diagnosticar carencias hormonales, insuficiencias lúteas
y otros problemas que se pueden tratar con la suministración de las hormonas
que faltan. Si la infertilidad persiste, se continúa con el examen detallado
del nivel de las hormonas en la sangre, la ecografía de la ovulación y la
laparoscopia avanzada. Pueden ser necesarias, entonces, intervenciones de microcirugía
de las trompas o de laparoscopia avanzada para extirpar las partes dañadas por
la endometriosis. El resultado final es un porcentaje de nacidos vivos entre el
50 y el 60 por ciento del total de las parejas que realizan el tratamiento
durante un máximo de dos años (pero la mayor parte concibe en el primer año),
contra una media del 20-30 por ciento que recurre a los ciclos de fecundación
in vitro (en general, seis ciclos).
«Una de las cosas que más me escandaliza es la difundida negligencia en el diagnóstico de las causas de
infertilidad», explica Raffaella Pingitore.
«Hoy, después de unos pocos análisis pragmáticos, se dirige a la mujer a los
centros de fecundación asistida. Hemos llegado al punto que, hace unos años, la
Sociedad Estadounidense de Medicina Reproductiva declaró la insuficiencia lútea
como inexistente, porque no podía ser diagnosticada “científicamente”. Pero sí
que podemos diagnosticarla
implicando a la mujer y pidiéndole que observe y describa a diario el
estado de su flujo vaginal, procedimiento que nos permite diagnosticar la
insuficiencia lútea. Esto para muchos médicos es impensable: se limitan a una
extracción en el vigésimo primer día del ciclo menstrual para medir el nivel de
progesterona. Pero sólo el
20 por ciento de las pacientes tiene un ciclo perfectamente regular,
por lo que el dato obtenido de la extracción se diagnostica casi siempre como
inútil».
«En los Estados Unidos, en Omaha, en el Estado de Nebraska, iban a visitar al
doctor Thomas Hilgers, el verdadero creador de la naprotecnología, mujeres a
las cuales se les había descartado la endometriosis tras una laparoscopia. Pero
realizando una laparoscopia avanzada se descubría que en el 90 por ciento de los casos la endometriosis
sí existía. A mí a menudo me ha sucedido lo mismo. Una
laparoscopia avanzada debería ser una práctica estándar en los test de
esterilidad, pero al tratarse de una intervención quirúrgica, la hostilidad
hacia ella es grande».
Que el hecho de recurrir de manera indiscriminada a la fecundación asistida es
paralelo a la negligencia diagnóstica se deduce también por el elevado número
de pacientes que recurren con éxito a la naprotecnología después de ciclos
fracasados de fecundación in vitro. El doctor Boyle afirma que en los últimos
seis años, en el grupo de pacientes con edad inferior a los 37 años que ya
habían intentado dos ciclos de fecundación asistida, el porcentaje de las que
han concebido gracias al método de procreación natural ha sido del 40 por
ciento. Raffaella Pingitore cuenta su experiencia personal: «La paciente tenía
36 años y deseaba un embarazo desde hacía ocho años; se le habían realizado en
el pasado cinco ciclos de fecundación asistida sin éxito. Le hice registrar la
tabla de los marcadores de fertilidad y observamos que tenía una fase
satisfactoria de flujo fértil, pero unos niveles hormonales un poco bajos, lo
que indicaba una ovulación un poco defectuosa. También tenía síntomas de
endometriosis; le realicé una laparoscopia, encontré la endometriosis y coagulé
los focos de endometriosis en el útero, ovarios y trompas. La sometí a una
terapia para que estuviera en menopausia durante seis meses: de este modo se
secaban bien todos los focos de endometriosis que tal vez aún quedaban. Tras
esta terapia continué con un fármaco, el Antaxone, con dieta y con el apoyo de
la fase lútea con pequeñas inyecciones de gonadotropina. Esto aumentó el nivel
de hormonas y en el cuarto mes de tratamiento se había alcanzado un flujo muy
bueno. En el decimoséptimo día después de la ovulación realizamos el test de
embarazo, que resultó positivo».
El escrúpulo del profesional éticamente motivado puede más que las técnicas
artificiales. Lo demuestra la anécdota de la doctora Pingitore y lo demuestran
las estadísticas del doctor Boyle. En Irlanda, en el arco de cuatro años, el
ginecólogo curó a 1.072 parejas que deseaban un hijo desde hacía más de cinco
años. La edad media de las mujeres era de 36 años, y casi un tercio de ellas ya
había intentado tener un hijo con la fecundación in vitro. Tras seis meses de
tratamiento naprotecnológico, la eficacia del método fue del 15,9 por ciento.
Tras un año, del 35,5 por ciento; tras un año y medio, el 48,5 por ciento de
las pacientes se había quedado embarazada. Si el tratamiento duraba dos años,
casi el 65 por ciento de las pacientes se quedaba embarazada.
Sobre una base de pacientes mucho más pequeña, la doctora Pingitore, en el
bienio 2009-2011, obtuvo una media de 47,3 por ciento de embarazos. En los
Estados Unidos (país donde no están vigentes leyes que limitan el número de
embriones fecundados que pueden ser transferidos al útero), los índices de la
fecundación asistida tras seis ciclos son los siguientes: 30-35 por ciento para
mujeres con edad inferior a los 35 años; 25 por ciento para mujeres entre los
35 y los 37 años; 15-20 por ciento para mujeres entre los 38 y los 40 años;
6-10 por ciento para mujeres con edad superior a los 40 años.
Después tenemos la cuestión, para nada secundaria, de los costes, si bien en
Italia se discute poco sobre ella porque, aparte del copago, el gasto corre a
cargo de la sanidad pública. En tiempos de austeridad y de efectos deletéreos
de la deuda pública, sin embargo, debería también tener un valor en nuestro
país la relación gasto/eficacia. Por tanto, resulta que si comparamos los
costes de dos años de tratamiento naprotecnológico con los seis ciclos de
fecundación asistida, la segunda cuesta once veces más que el primero. Un único
ciclo de fecundación in vitro cuesta alrededor de 3.750 euros, más 1.000 euros
de medicación, por lo que seis ciclos costarían 28.500 euros, a los cuales hay
que añadir otros 800 para la congelación y el mantenimiento de los embriones y
1.200 para la transferencia de los mismos, por un total general de 30.500. En
cambio, incluso alargando el tratamiento naprotecnológico a dos años, los
costes son modestos: 300 euros para el curso de formación en los métodos
naturales, 800 para las visitas médicas y 1.500 para los medicamentos, por un
total de apenas 2.600 euros. Probablemente, los parlamentos y los ministros de
Sanidad de los países europeos no son muy sensibles a los temas bioéticos, pero
difícilmente podrán fingir sordera antes las peticiones de verificación de la
relación costes/beneficios entre los dos métodos.
«La naprotecnología está destinada a difundirse,
aunque sólo sea por un tema vinculado a los costes, en los
cuales se calculan también los efectos colaterales de la práctica de la
fecundación asistida: no nos olvidemos que los niños que nacen con esa técnica
tiene más probabilidad de malformaciones y problemas de salud que los que nacen
de manera natural», recuerda Raffaella Pingitore.
«Sin embargo, primero es
necesario derrotar al lobby de la procreación asistida. Es un
lobby supermillonario, que enriquece a centenares de personas y que no dejará
fácilmente que se le ponga el bastón entre las ruedas».
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