Entre los
católicos se defiende casi instintivamente el valor de la familia, pero no
siempre nos detenemos a reflexionar el contenido concreto de un proyecto
familiar, entendido y vivido desde el Evangelio. ¿Cómo sería una familia
inspirada en Jesús?
La familia,
según él, tiene su origen en el misterio del Creador que atrae a la mujer y al
varón a ser “una sola carne”, compartiendo su vida en una entrega mutua,
animada por un amor libre y gratuito. Esto es lo primero y decisivo. Esta
experiencia amorosa de los padres puede engendrar una familia sana.
Siguiendo la
llamada profunda de su amor, los padres se convierten en fuente de vida nueva.
Es su tarea más apasionante. La que puede dar una hondura y un horizonte nuevo
a su amor. La que puede consolidar para siempre su obra creadora en el mundo.
Los hijos son
un regalo y una responsabilidad. Un reto difícil y una satisfacción
incomparable. La actuación de Jesús, defendiendo siempre a los pequeños y
abrazando y bendiciendo a los niños, sugiere la actitud básica: cuidar la vida
frágil de quienes comienzan su andadura por este mundo. Nadie les podrá ofrecer
nada mejor.
Una familia
cristiana trata de vivir una experiencia original en medio de la sociedad
actual, indiferente y agnóstica: construir su hogar desde Jesús. “Donde dos o
tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es Jesús quien
alienta, sostiene y orienta la vida sana de la familia.
El hogar se
convierte entonces en un espacio privilegiado para vivir las experiencias más
básicas de la fe cristiana: la confianza en un Dios Bueno, amigo del ser
humano; la atracción por el estilo de vida de Jesús; el descubrimiento del
proyecto de Dios, de construir un mundo más digno, justo y amable para todos.
La lectura del Evangelio en familia es, para todo esto, una experiencia
decisiva.
En un hogar
donde se le vive a Jesús con fe sencilla, pero con pasión grande, crece una
familia siempre acogedora, sensible al sufrimiento de los más necesitados,
donde se aprende a compartir y a comprometerse por un mundo más humano. Una
familia que no se encierra solo en sus intereses sino que vive abierta a la
familia humana.
Muchos padres
viven hoy desbordados por diferentes problemas, y demasiado solos para
enfrentarse a su tarea. ¿No podrían recibir una ayuda más concreta y eficaz
desde las comunidades cristianas? A muchos padres creyentes les haría mucho
bien encontrarse, compartir sus inquietudes y apoyarse mutuamente. No es
evangélico exigirles tareas heroicas y desentendernos luego de sus luchas y
desvelos.
De Eclesalia.net
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