Decíamos al principio que la familia se encuentra ante un “desafío
cultural”. Nuestra propia experiencia nos confirma que la familia se encuentra
con muchas dificultades. Evidentemente, la acción social de la familia supone
el asociacionismo familiar, que convierta a la familia en un interlocutor
social respetado.
Pero además hace falta que la familia sea capaz de proponer una
nueva cultura, un modo de vida que permita a las familias crecer y vivir su
vocación «La Iglesia no responde a los abusos y a los errores con una simple
denuncia; propone un “Evangelio de la vida” que va contra la “cultura de la
muerte” de las sociedades modernas, mediante la propuesta de una civilización
del amor y de la vida» (M. OUELLET, Divina somiglianza, Lateran University
Press, Roma 2004, 57). Una propuesta que pasa por el anuncio de la verdad del
matrimonio y la familia, pero también una propuesta que pasa por ofrecer a las
familias un “hogar” donde poder vivir y crecer como familia. Ese “hogar” es la
Iglesia, como comunidad viva y como “gran familia de los hijos de Dios”. Este
es un servicio fundamental que la Iglesia tiene que prestar a las familias. Así
nos lo recuerdan los obispos españoles: «La Iglesia tiene como tarea manifestar
al hombre de cada cultura la verdad y viabilidad de este designio de Dios. Y lo
hace desde la experiencia del misterio de comunión “con Dios y de la unidad de
todo el género humano”. Por esta razón, todo hombre puede vivir en la Iglesia
una experiencia fundamental de familia. Ella misma es la Madre que engendra,
alimenta y educa a sus hijos. Esta es la verdad fundamental que está en la base
de toda evangelización. Desde esta experiencia es como los cristianos son
capaces de ser fermento de comunión en los distintos ámbitos de su vida. En
primer lugar en las familias, para convertirlas en verdaderos hogares
cristianos, luz y sal de la sociedad [(cf. Mt 5,13-16)» FSV, 45.]
Este texto que acabamos de citar expresa bien esta misión de la
Iglesia de ser “hogar” para la persona y para la familia. De este modo nos
situamos en la perspectiva que según el Directorio debe inspirar la pastoral
familiar: ayudar a la familia a alcanzar su plenitud de vida humana y cristiana
«Este Directorio plantea una pastoral familiar concebida como una dimensión
esencial de toda evangelización: se trata del modo cómo la Iglesia es fuente de
vida para las familias cristianas y, a su vez, cómo las familias cristianas son
protagonistas de la evangelización de la Iglesia. No se reduce, por tanto, a
una serie de actividades a realizar con los matrimonios y la familia. Su fin es
ayudar a la familia a alcanzar su plenitud de vida humana y cristiana» (DPF,
3).
La estructura relacional de la persona y de la familia implica
que la vida de la familia no puede realizarse aisladamente, sino siempre
abierta a una comunión más grande: la comunión eclesial. Una comunión no sólo de orden teológico, sino de orden
existencial, efectiva, donde las familias encuentren ayuda y puedan crecer.
La verdad del matrimonio y la familia debe proclamarse como verdad
viva, como la invitación a participar en una experiencia de plenitud y gozo en
la propia vida familiar. Sólo el testimonio de familias y comunidades vivas
permitirá hacer plenamente creíble esta verdad y realizarla en la propia vida.
La Iglesia está llamada a acoger y a acompañar a las familias a través de estas
comunidades, a ser un “hogar” para la familia.
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