Con todos y al servicio de
todos»
Queridos diocesanos:
La Jornada de la Iglesia diocesana llega este año con
este lema, que quiere hacer caer en la cuenta de que la Iglesia está al
servicio de todos en la sociedad, y que este servicio es realidad tangible.
Cualquiera que no sea víctima de prejuicios puede verlo, porque la Iglesia no
tiene otra vocación que la del servicio, siguiendo la consigna de Cristo, su
divino Fundador: “El que
quiera ser el más grande entre vosotros, será servidor, y el que quiera ser el
primero entre vosotros, será vuestro esclavo” (Mt 20,26b-27).
Todo el mundo comenta cómo en la crisis económica y
social, la caridad de la Iglesia se ha hecho proverbial y las delegaciones
parroquiales de Caritas han salido al encuentro de necesidades
perentorias de las personas sin trabajo y familias en las que se han encontrado
en paro todos sus miembros, porque —como ha dicho el Papa Francisco ateniéndose
a la doctrina social de la Iglesia— ésta se siente responsable del hombre
entero y, por esto mismo, también del hombre como cuerpo y ser social.
No quiero, sin embargo, escribir una carta que,
ponderando la utilidad social de la Iglesia, recabe de cuantos la lean una
ayuda económica para su autofinanciación, silenciando aquello que más
identifica a la Iglesia por su propia y genuina misión de evangelizar. Cristo
la envió a anunciar el Evangelio de la vida y de la salvación del pecado y de
la muerte eterna, resultado del pecado. Por eso, quiero decir con entera claridad
que la Iglesia no se acredita sólo por su utilidad social. Si así fuera sería
una sociedad benefactora o filantrópica más, tal vez excelente entre las
mejores, pero nada más.
La Iglesia se acredita haciéndose todo para todos al
llevar el Evangelio a los hombres sin distinción de raza o cultura, sin
servirse de la condición social de las personas, como si a cambio de su
servicio pidiera un reconocimiento público y su propia financiación. La
Iglesia, por el contrario, propone a todos el Evangelio que descubre el
misterio de Dios y el destino del ser humano, también a los marginados a los
que ayuda y a los sintecho y transeúntes a los que acoge, a los enfermos que
cuida y ayuda a sanar mediante la dedicación generosa de los religiosos y
religiosas que consagran su vida a los pobres y enfermos.
La Iglesia anuncia al Dios de la vida que da sentido a
la existencia de los hombres y genera esperanza en los corazones heridos; la
Iglesia inspira la generosa entrega de la propia vida de los sacerdotes y de
los que se consagran a Dios y, por su amor, se hacen todo con todos, para
llevar a cada persona el amor de Dios y su infinita misericordia con los
pecadores.
La Iglesia educa en la fe para lograr el desarrollo
íntegro e integrador de todos los valores humanos que orientan la vida de las
personas, iluminando las relaciones humanas y proponiendo la paz social que es
fruto de la práctica de la justicia; ayudando a la infancia y a la juventud a
abrir la conciencia a la luz de la fe que inunda de sentido cuanto los hombres
pueden hacer por sí mismos y por los demás. Respetuosa de la libertad de la
persona, la Iglesia propone sin imponer la visión del mundo que proporciona la
fe en Cristo y que ha sido el gran patrimonio histórico de la civilización
cristiana. La Iglesia quiere seguir haciéndolo hoy, aceptando la pluralidad de
la sociedad actual, pero convencida de que no sólo tiene palabras, sino también
y sobre todo testimonios de amor como el testimonio de los santos y de los
mártires que han dado su vida por Cristo, invitando a constatar la verdad
profunda de la palabras de Jesús, en su generosa entrega a Dios, que quien
entrega su vida por amor, la recupera para siempre.
Una sociedad sin la Iglesia es más pobre, porque
carece del horizonte espiritual que el hombre necesita para respirar como ser
humano abierto a Dios su Creador. Una sociedad sin Iglesia es, además y sobre
todo, más ciega, porque es incapaz de apreciar los valores y las virtudes que
colman una vida verdaderamente humana abierta a Dios, fundamento de todo cuanto
existe y destino del hombre. No cuestiono la bonhomía y la honradez que cuantos
en fidelidad a su conciencia viven con altura ética la propia existencia, pero
aun aceptando que obran de un modo moralmente responsable, su ceguera le impide
ver que el fin último del hombre es Dios, que ha dado a conocer al hombre su
amor en nosotros en la entrega de su Hijo a la muerte para salvarnos del
sinsentido, del triunfo del mal y de la muerte.
Ciertamente, la Iglesia es útil, pero lo es no sólo
porque estimula y orienta el compromiso social de los católicos, sino porque
abre al hombre a su propio destino como ser espiritual. Ayuda a la Iglesia, ganamos todos.
Con mi afecto y bendición.
Almería, a 17 de noviembre de 2013
Día de la Iglesia diocesana
+ Adolfo González Montes
Obispo de
Almería
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