Tras trece meses y medio -406 días exactamente- concluye el Año de la
Fe. Ha sido un tiempo indudable de gracia y de gracias, y la primera actitud y
sentimiento en esta hora ha de ser la gratitud a Dios y a los Papas
Benedicto XVI y Francisco por habernos permitido vivir este acontecimiento,
este kairós.
Redescubrir el “gusto”, la belleza y la
verdad de la fe ha sido el primero de los objetivos de la convocatoria,
salpicada de actos y de celebraciones y de un hecho tan relevante como
inesperado con el relevo pontificio en marzo, ocasión renovada para
profundizar, sentir y vivir nuestra fe. En la carta apostólica Porta fidei, Benedicto XVI
escribió que de lo que se trataba era, sí, de “redescubrir el camino de la fe
para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado
del encuentro con Cristo”.
Con cuatro verbos -conocer, confesar, celebrar y
testimoniar la fe- glosábamos en esta página editorial de ECCLESIA (número 3.645, correspondiente al 20
de octubre de 2013), las expectativas del Año de la Fe, expectativas, y
desafíos que han de seguir en vigor. Y es que nada hay más decisivo en la vida
de las personas y de la entera humanidad que la fe, que la luz de fe que emana
de Jesucristo y se prolonga y alumbra todas las etapas, edades y circunstancias
de la existencia y de la civilización humanas.
La clausura del Año de la Fe llega, además, con un
nuevo don, con un nuevo regalo. Como informamos en la página 36 de este mismo
número, el Papa Francisco publica en este contexto una exhortación apostólica,
el segundo documento de más rango de sus cerca de nueve meses de
ministerio. Su título, el título de la exhortación apostólica, lo dice todo o
casi todo: Evangelii gaudium (El gozo del Evangelio). Solo ya con
este nombre entendemos que el texto –hasta en su misma cualificación o rango:
exhortación apostólica- nos evoca la emblemática Evangelii nuntiandi de Pablo VI, de 1975, tantas veces
citada y ponderada por Francisco. Y no es tampoco muy difícil de intuir que la Evangelii gaudium rebose asimismo de referencias e
inspiración en el Documento Final de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano de Aparecida, en 2007, cuya comisión de redacción presidió el
entonces cardenal Bergoglio y al que también con frecuencia alude el ahora
Pontífice.
Hasta el martes 26 de noviembre no conoceremos la Evangelii gaudium, que ECCLESIA publicará lo antes posible. Pero
no creemos aventurado afirmar que se convertirá en la brújula, en la carta de
navegación para la inmediata acción pastoral de nuestra Iglesia en el contexto
de la nueva evangelización y de la crisis de la fe tan generalizada en
distintos y hasta numerosos lugares de la geografía eclesial. Y aunque propia,
técnicamente la Evangelii
gaudium no ha sido presentada
como exhortación apostólica postsinodal, tras el Sínodo de los Obispos de
octubre de 2012 dedicado a la Nueva Evangelización, resulta evidente que no
obviará los trabajos y conclusiones de aquella asamblea sinodal.
Pero por si fuera poco, la clausura romana del Año de la Fe nos lega
igualmente otros dos hermosos e interpeladores gestos del Papa durante la
correspondiente celebración en la basílica vaticana del domingo 24 de noviembre:
la exposición, por primera vez en la historia, de las reliquias de San Pedro y
una colecta especial, un concreto ejercicio de caridad, por los damnificados en
Filipinas tras el desolador paso del tifón Haiyan.
Conocer, confesar, celebrar y transmitir la fe
–decíamos antes- han sido los cuatro objetivos del Año de la Fe, que ahora se
incrementan y renuevan en el reto y en el gozo de la evangelización. Para
conocer la fe, la Lumen fidei puede
ser un instrumento valiosísimo. Para profesar la fe, las mismas reliquias de
San Pedro también nos pueden ayudar en esta tarea. Celebrar la fe habrá de
seguir siendo ámbito y espacio para el gozo creyente e irradiadoramente
evangelizador. Y el anuncio y el testimonio de la fe, que se avala y demuestra
con la caridad y sus gestos como, por ejemplo, la colecta a favor de Filipinas,
no pueden tampoco esperar desde la conversión pastoral, a la que tanto nos
emplaza el Papa Francisco, y desde el dulce, apremiante y reconfortador
compromiso en pro de la evangelización.
Jesús De La Heras
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