Según
señalan las estadísticas del Instituto Nacional aumentan las matrimonio
civiles; disminuyen los canónicos. La proporción es ya de seis a cuatro. Y la
tendencia va en aumento. Sucede que también aumentan los divorcios, el número
de parejas de hecho. Y al mismo tiempo desciende la nupcialidad.
Estos
hechos admiten diferentes lecturas. Aumenta la secularización de la sociedad,
la Iglesia pierde adeptos; la acentuación de la libertad individual
relativiza la dimensión social e institucional; se privatizan las relaciones de
amor… Se debilitan la relación de amor y comunión; se ha vuelto líquida y se
acentúa la importancia decisiva del sentimiento de amor y de ternura.
Por
parte de la Iglesia uno tendería a la preocupación y, tal vez, a la
lamentación. Se fijaría en la distancia que crece entre la comprensión
del amor matrimonial según la tradición cristiana y la comprensión del mismo
amor que hoy se proclama y que recogen las estadísticas.
Pero
la cuestión fundamental reside en saber: ¿qué está pasando con el amor
conyugal? ¿De qué clase de amor estamos hablando? Aquí parece residir la
diferencia. Según la visión cristiana el amor es conyugal si, al menos, cumple
unas características mínimas de libertad, de decisión. El amor conyugal
que se convierte en sacramento es un amor mutuo entre hombre y mujer; un
amor sólido entre dos personas, no entre dos imágenes de persona; un amor capaz
de donación no simplemente un amor narcisista que busca admiración y sumisión.
Hablar de amor conyugal es considerar una relación de amor capaz de arriesgar
en un proyecto de vida juntos y comprometerse de una manera definitiva e
incondicional. Se trata de un amor de alianza que tiene la pretensión de ser definitiva
e irrevocable, pero que se va construyendo en el sí diario a base de
diálogo, de aceptación, de perdón…
No
basta para un amor conyugal el amor lleno de condiciones: te amo mientras lo
sienta, mientras me haga feliz, mientras tú me correspondas como yo deseo,
mientras no reste a mis aspiraciones de éxito individual, mientras dure la
pasión sexual, mientras yo de el 50% y tú des el otro 50%, mientras pueda
seguir con mis amigos y con mis aficiones y mi dinero…
La
clase de amor es lo que está en juego en cualquier modelo de relación conyugal.
Es el amor que construye humanidad, que hace crecer a las personas y las hace
madurar; que construye una relación de amor sólido, generoso, expresado
sexualmente, que da vida a los cónyuges y está abierto a nueva vida. Si se vive
esta clase de amor que es lo esencial, tiene menos importancia la forma
como se hace institución social: canónica o civil.
Esta
clase amor es el que interesa a la Iglesia que vive del testamento de Jesús:”
Amaos unos a otros como yo os he amado”. En la medida en que esa clase de amor,
a la que me refiero, constituye el proyecto de vida y la aspiración profunda de
los cónyuges, estamos insinuando la dimensión sacramental. Ese amor mutuo de
hombre y mujer se hace transparente y remite más allá de sí mismo; al amor que
todo lo trasciende y todo lo penetra, al Dios amor. Y es de esta manera como el
amor matrimonial se convierte en la gran buena noticia con sabor a Dios.
Participa en la alianza de amor de Cristo con su Iglesia; la representa y simboliza;
la hace presente y la comunica. Es una buenísima noticia.
Bonifacio Fernández, cmf
Bonifacio Fernández, cmf
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