«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


11 de septiembre de 2013

EL MATRIMONIO CRISTIANO

Mucho de lo que hemos tratado hasta aquí ilumina directamente la realidad del matrimonio. Esta se halla presente desde el momento de la creación del hombre como  varón y mujer, llamados a ser una sola carne. La realidad  corporal de ambos expresa y significa que están llamados el uno al otro, como hemos visto. Con la exclamación de júbilo del varón al reconocer a la mujer vimos  que también así se reconoce mejor a sí mismo. El varón  se autocomprende también a partir de la mujer y viceversa. En líneas generales, el recorrido hecho hasta aquí ha  venido utilizando consideraciones filosóficas iluminadas  por la revelación. Porque a través de la revelación encontramos una luz que ayuda a comprender el matrimonio y le da un fundamento que lo eleva de la simple categoría de contrato e institución –presente en toda cultura,  como unidad social y económica imprescindible–al altísimo rango de ser signo o modelo para explicar el amor  de Dios por el hombre. Con esta última visión, el matrimonio alcanza una hondura insospechada.
Cristo es la fuente y modelo de las relaciones entre  cónyuges. Así lo afirma San Pablo en Ef 5, 21-32. Este  texto ha sido fuente de muchos malentendidos, pero una  lectura completa y honesta del mismo descarta que de él  pueda deducirse una subordinación de la mujer al hombre. La alusión al sometimiento de la mujer al marido no  puede separarse del versículo 21, que da la clave interpretativa: “Sed sumisos unos a otros el temor de Cristo”. Este pasaje debe entenderse en la reciprocidad que toma  como referencia al Señor. La sumisión es mutua, porque  se trata de una donación mutua.
Lo que en la creación estaba ya presente, la vocación a  ser una sola carne, que es una vocación al amor esponsal  entre hombre y mujer, en Cristo cobra su plenitud, porque la entrega de Cristo a la humanidad es total, plena y  fecunda. De la vida, muerte y resurrección de Cristo se  genera la vida nueva para el hombre, a través de la efusión de su Espíritu. Y en el sacrificio de Cristo tendrá  también su origen la Iglesia, expresión de la fecundidad  del sacrificio redentor de Cristo. Con la Iglesia se genera  el cuerpo que derramará sobre los hombres venideros las  gracias de la redención.


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