«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


22 de junio de 2016

EL PAPA FRNCISCO EN LA CATEQUESIS: «LA MISERICORDIA DE DIOS NOS PURIFICA DE LA HIPOCRESÍA»


Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Señor, si quieres, puedes purificarme» (Lc 5,12): es el pedido que hemos escuchado dirigido a Jesús por parte de un leproso. Este hombre no pide solamente ser curado, sino ser “purificado”, es decir sanado integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De hecho, la lepra era considerada una forma de maldición de Dios, de impureza profunda. El leproso debía estar lejos de todos; no podía acceder al templo y a ningún servicio divino. Lejos de Dios y lejos de los hombres. Esta gente llevaba una vida triste.
No obstante esto, aquel leproso no se resignaba ni a la enfermedad, ni a las disposiciones que hacen de él un excluido. Para alcanzar a Jesús, no temía infringir la ley y entra en la ciudad – cosa que no debía hacer, le estaba prohibido –, y cuando lo encontró «se postró ante él y le rogó: Señor, si quieres, puedes purificarme» (v. 12). ¡Todo lo que este hombre considerado impuro hace y dice es expresión de su fe! Reconoce la potencia de Jesús: está seguro que tenga el poder de sanarlo y que todo dependa de su voluntad. Esta fe es la fuerza que le ha permitido romper toda convención y buscar el encuentro con Jesús y, arrodillándose delante de Él, lo llama “Señor”. La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas palabras, con tal que sean acompañadas de la plena confianza en su omnipotencia y en su bondad. Encomendarnos a la voluntad de Dios significa de hecho abandonarnos en su infinita misericordia. También yo les hare una confesión personal. En la noche, antes de ir a la cama, yo rezo esta breve oración: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Y rezo cinco “Padre Nuestros”, uno por cada llaga de Jesús, porque Jesús nos ha purificado con sus llagas. Pero si esto lo hago yo, pueden hacerlo también ustedes, en su casa, y decir: “Señor, si quieres, puedes purificarme” y pensar en las llagas de Jesús y decir un “Padre Nuestro” por cada una. Y Jesús nos escucha siempre.
Jesús es profundamente impresionado por este hombre. El Evangelio de Marco subraya que «conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Lo quiero, queda purificado» (1,41). El gesto de Jesús acompaña sus palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra las disposiciones de la Ley de Moisés, que prohibía acercarse a un leproso (Cfr. Lev 13,45-46), Jesús, contra la prescripción, Jesús extiende la mano e incluso lo toca. ¡Cuántas veces nosotros encontramos un pobre que viene a nuestro encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión, pero generalmente no lo tocamos. Le ofrecemos la moneda, pero evitamos tocar la mano y la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que esto es el cuerpo de Cristo! Jesús nos enseña a no tener temor de tocar al pobre y al excluido, porque Él está en ellos. Tocar al pobre puede purificarnos de la hipocresía y hacer que nos preocupemos por su condición. Tocar a los excluidos. Hoy me acompañan aquí estos jóvenes. Muchos piensan de ellos que era mejor que se quedaran en sus tierras, pero ahí sufrían mucho. Son nuestros refugiados, pero muchos los consideran excluidos. ¡Por favor, son nuestros hermanos! El cristiano no excluye a nadie, da lugar a todos, deja venir a todos.
Después de haber curado al leproso, Jesús le ordena de no hablar con nadie, pero le dice: «Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio» (v. 14). Esta disposición de Jesús muestra al menos tres cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo. Generalmente esa se mueve con discreción y sin clamor. Para curar nuestras heridas y guiarnos en el camino de la santidad ella trabaja modelando pacientemente nuestro corazón según el Corazón del Señor, para así asumir siempre los pensamientos y los sentimientos. La segunda: haciendo verificar oficialmente la sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es admitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegración completa la curación. ¡Como había él mismo suplicado, ahora está completamente purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso da a ellos testimonio acerca de Jesús y de su autoridad mesiánica. La fuerza de la compasión con la cual Jesús ha curado al leproso ha llevado la fe de este hombre a abrirse a la misión. Era un excluido, ahora es uno de nosotros.
Pensemos en nosotros, en nuestras miserias… Cada uno tiene la propia. Pensemos con sinceridad. Cuantas veces las cubrimos con la hipocresía de las “buenas maneras”. Y justamente entonces es necesario estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y orar: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Y háganlo, háganlo antes de ir a la cama, todas las noches. Y ahora digamos esta bella oración: “Señor, si quieres, puedes purificarme”, todos juntos, tres veces. ¡Todos! “Señor, si quieres, puedes purificarme”, “Señor, si quieres, puedes purificarme”, “Señor, si quieres, puedes purificarme”. Gracias.



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