«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


27 de julio de 2016

DISCURSO ANTE EL GOBIERNO Y LA SOCIEDAD POLACA

Papa Francisco: «La vida siempre ha de ser acogida y protegida desde la concepción hasta la muerte natural»
En su primer discurso ante las autoridades, el papa Francisco ha elogiado la historia del pueblo polaco, tierra natal del gran pontífice, San Juan Pablo II. En relación a la migración, el Santo Padre ha pedido que se den facilidades a los polacos que quieren regresar a su país, al mismo tiempo que se mantenga «disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre». Y también ha hecho una defensa del derecho a la vida.
 En su primer acto tras la recepción oficial en el aeropuerto, el Santo Padre ha mantenido un encuentro con las autoridades, sociedad civil y el cuerpo diplomático en Polonia.
En su discurso, el Papa ha reflexionado sobre la historia de la nación polaca, sobre migración, familia y vida. Así, ha comenzado indicando que es la primera vez que visita la Europa centro-oriental y que se «alegra comenzar por Polonia, que ha tenido entre sus hijos al inolvidable san Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales de la Juventud». De este modo, ha recordado que a su predecesor le gustaba hablar de una Europa que respira con dos pulmones. Por eso ha precisado que «el sueño de un nuevo humanismo europeo está animado por el aliento creativo y armonioso de estos dos pulmones y por la civilización común que tiene sus raíces más sólidas en el cristianismo».
El pueblo polaco –ha observado– se caracteriza por la memoria. Asimismo ha asegurado que la conciencia de identidad, libre de complejos de superioridad, «es esencial para organizar una comunidad nacional basada en su patrimonio humano, social, político, económico y religioso, para inspirar a la sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación y al futuro».
Por otro lado, el Pontífice ha explicado que «en la vida cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay, sin embargo, dos tipos de memoria»: la buena y la mala, la positiva y la negativa. La memoria buena –ha indicado– es la que nos muestra la Biblia en el Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su obra de salvación. En cambio, la memoria negativa «es la que fija obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros», ha aseverado el Santo Padre.
Así, ha asegurado que Polonia es un país que ha sabido hacer prevalecer la memoria buena. Para hacer esto «se requiere una firme esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos, abre las puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades y crea nuevos escenarios allí donde parecía imposible», ha afirmado el papa Francisco.
En esta misma línea ha indicado que «el ser conscientes del camino recorrido», y la «alegría por las metas logradas», «dan fuerza y serenidad para afrontar los retos del momento, que requieren el valor de la verdad y un constante compromiso ético, para que los procesos decisionales y operativos, así como las relaciones humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la persona».
Migración
Reflexionando sobre el fenómeno de la migración ha precisado que esto requiere «un suplemento de sabiduría y misericordia para superar los temores y hacer el mayor bien posible». Por un lado el Papa ha observado que se deben identificar las causas de la emigración en Polonia, dando facilidades a los que desean regresar. Y al mismo tiempo, hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe.
El Santo Padre ha subrayado que se deben solicitar colaboraciones y sinergias internacionales «para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares y su patria». Se trata, ha reconocido el Papa, de hacer todo lo posible por «aliviar sus sufrimientos», «sin cansarse de trabajar con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos».
Finalmente, el Pontífice ha invitado a la nación polaca «a mirar con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de afrontar». Esta actitud –ha asegurado– favorece un clima de respeto y un diálogo constructivo. Si se infunde esperanza a las nuevas generaciones, ha indicado el Papa, serán más eficaces de las políticas sociales en favor de la familia, el primer y fundamental núcleo de la sociedad, para apoyar a las más débiles y las más pobres, y ayudarlas en la acogida responsable de la vida.
Derecho a la vida
La vida «siempre ha de ser acogida y protegida desde la concepción hasta la muerte natural, y todos estamos llamados a respetarla y cuidarla», ha recordado. En esta misma línea ha precisado que es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad «acompañar y ayudar concretamente» a las personas en dificultad, «para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don».
Discurso íntegro del papa Francisco
Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Miembros del Cuerpo Diplomático,
Rectores Magníficos,
Señoras y señores
Saludo con deferencia al Señor Presidente y le agradezco la generosa acogida y sus amables palabras. Me es grato saludar a los distinguidos miembros del Gobierno y del Parlamento, a los Rectores universitarios, a las autoridades regionales y municipales, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático y demás autoridades presentes. Es la primera vez que visito la Europa centro-oriental y me alegra comenzar por Polonia, que ha tenido entre sus hijos al inolvidable san Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales de la Juventud. A él le gustaba hablar de una Europa que respira con dos pulmones: el sueño de un nuevo humanismo europeo está animado por el aliento creativo y armonioso de estos dos pulmones y por la civilización común que tiene sus raíces más sólidas en el cristianismo.
El pueblo polaco se caracteriza por la memoria. Siempre me ha impresionado el agudo sentido de la historia del Papa Juan Pablo II. Cuando hablaba de los pueblos, partía de su historia para resaltar sus tesoros de humanidad y espiritualidad. La conciencia de identidad, libre de complejos de superioridad, es esencial para organizar una comunidad nacional basada en su patrimonio humano, social, político, económico y religioso, para inspirar a la sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación y al futuro. En esta perspectiva, han celebrado recientemente el 1050 aniversario del Bautismo de Polonia. Ha sido ciertamente un momento intenso de unidad nacional, confirmando cómo la concordia, aun en la diversidad de opiniones, es el camino seguro para lograr el bien común de todo el pueblo polaco.
También la cooperación fructífera en el ámbito internacional y la consideración recíproca maduran mediante la toma de conciencia y el respeto de la identidad propia y de los demás. No puede haber diálogo si cada uno no parte de su propia identidad. En la vida cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay, sin embargo, dos tipos de memoria: la buena y la mala, la positiva y la negativa. La memoria buena es la que nos muestra la Biblia en el Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su obra de salvación. En cambio, la memoria negativa es la que fija obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros. Al mirar vuestra historia reciente, doy gracias a Dios porque habéis sabido hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo, celebrando los 50 años del perdón ofrecido y recibido recíprocamente entre el episcopado polaco y el alemán tras la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa, que implicó inicialmente a las comunidades eclesiales, desencadenó también un proceso social, político, cultural y religioso irreversible, cambiando la historia de las relaciones entre los dos pueblos. En este sentido, recordemos también la Declaración conjunta entre la Iglesia Católica en Polonia y la ortodoxa de Moscú: un gesto que dio inicio a un proceso de acercamiento y hermandad, no sólo entre las dos Iglesias, sino también entre los dos pueblos.
La noble nación polaca muestra así cómo se puede hacer crecer la memoria buena y dejar de lado la mala. Para esto se requiere una firme esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos, abre las puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades y crea nuevos escenarios allí donde parecía imposible. Lo atestiguan precisamente las vicisitudes históricas de Polonia: después de la tormenta y de la oscuridad, vuestro pueblo, recobrada ya su dignidad, ha podido cantar, como los israelitas al regresar de Babilonia: «Nos parecía soñar: [...] Nuestra boca se llenaba de risas, la lengua de cantares» (Sal 126,1-2). El ser conscientes del camino recorrido, y la alegría por las metas logradas, dan fuerza y serenidad para afrontar los retos del momento, que requieren el valor de la verdad y un constante compromiso ético, para que los procesos decisionales y operativos, así como las relaciones humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la persona. Todas las actividades están implicadas: la economía, la relación con el medio ambiente y el modo mismo de gestionar el complejo fenómeno de la emigración.
Esto último requiere un suplemento de sabiduría y misericordia para superar los temores y hacer el mayor bien posible. Se han de identificar las causas de la emigración en Polonia, dando facilidades a los que desean regresar. Al mismo tiempo, hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe. También se deben solicitar colaboraciones y sinergias internacionales para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares y su patria. Se trata, pues, de hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de trabajar con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos.
A la luz de su historia milenaria, invito a la nación polaca a mirar con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de afrontar. Esta actitud favorece un clima de respeto entre todos los componentes de la sociedad, y un diálogo constructivo entre las diferentes posiciones; además, crea mejores condiciones para un crecimiento civil, económico e incluso demográfico, fomentando la confianza de ofrecer una buena vida a sus hijos. En efecto, ellos no sólo deberán afrontar problemas, sino que disfrutarán de la belleza de la creación, del bien que podamos hacer y difundir, de la esperanza que sepamos infundirles. De este modo, serán aún más eficaces las políticas sociales en favor de la familia, el primer y fundamental núcleo de la sociedad, para apoyar a las más débiles y las más pobres, y ayudarlas en la acogida responsable de la vida. La vida siempre ha de ser acogida y protegida -ambas cosas juntas: acogida y protegida- desde la concepción hasta la muerte natural, y todos estamos llamados a respetarla y cuidarla. Por otro lado, es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad acompañar y ayudar concretamente quienquiera que se encuentre en situación de grave dificultad, para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don, y no se abandone a las personas más vulnerables y más pobres.
Señor Presidente, la nación polaca puede contar, como ha ocurrido a lo largo de su dilatada historia, con la colaboración de la Iglesia Católica, para que, a la luz de los principios cristianos que han inspirado y forjado la historia y la identidad de Polonia, sepa avanzar en su camino en las nuevas condiciones históricas, fiel a sus mejores tradiciones y llenos de confianza y esperanza, incluso en los momentos más difíciles.
Le renuevo mi agradecimiento y expreso, a usted y a todos los presentes, mis mejores deseos de un sereno y provechoso servicio al bien común.
Que Nuestra Señora de Częstochowa bendiga y proteja a Polonia.




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