Llevemos
en el corazón la sonrisa de la Madre Teresa y donémosla a quien encontramos en
nuestro camino, en especial a los que sufren. Abriremos así horizontes de
alegría y esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión
y ternura. Fue el mandato del Papa Francisco al concluir su homilía en la Misa
de canonización de la Madre Teresa de Calcuta. Ante más de cien mil fieles de
tantas partes del mundo, entregó a los voluntarios el modelo de la infatigable
misionera de misericordia que derramó el amor gratuito sin distinción de
lengua, cultura, raza, religión:
Se comprometió en la defensa de la vida, proclamó sin cesar que «el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre». Se inclinó sobre las personas desfallecidas que mueren abandonadas al borde de las calles reconociendo la dignidad que Dios les había dado. Hizo oír su voz a los poderosos de la tierra para que reconocieran sus culpas antes los crímenes, ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos. El Papa recordó que donde quiera que haya una mano tendida que pide ayuda, allí debemos estar, allí debe estar la Iglesia
Se comprometió en la defensa de la vida, proclamó sin cesar que «el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre». Se inclinó sobre las personas desfallecidas que mueren abandonadas al borde de las calles reconociendo la dignidad que Dios les había dado. Hizo oír su voz a los poderosos de la tierra para que reconocieran sus culpas antes los crímenes, ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos. El Papa recordó que donde quiera que haya una mano tendida que pide ayuda, allí debemos estar, allí debe estar la Iglesia
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