En un mensaje estructurado en diez puntos, el papa Bergoglio también alude a asuntos y expresiones que ya podemos considerar un leitmotiv de su pontificado, como es la “cultura del descarte”, y no repara en pedir responsabilidad a los políticos y a los dirigentes de las naciones para que pongan fin a situaciones de pobreza y desigualdad.
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1. “El corazón de todo hombre y de toda
mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte
un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con
los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino
hermanos a los que acoger y querer”.
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2. “La globalización, como ha afirmado
Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos. Además, las
numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia revelan no
solo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de una cultura
de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un difuso
individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los lazos
sociales, fomentando esa mentalidad del ‘descarte’, que lleva al desprecio y al
abandono de los más débiles, de cuantos son considerados ‘inútiles’”.
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3. “La fraternidad está enraizada en
la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica,
indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y
extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano. Una paternidad, por
tanto, que genera eficazmente fraternidad”.
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4. “Quien acepta la vida de Cristo y
vive en Él reconoce a Dios como Padre y se entrega totalmente a Él, amándolo
sobre todas las cosas. El hombre reconciliado ve en Dios al Padre de todos y,
en consecuencia, siente el llamado a vivir una fraternidad abierta a todos. En
Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o
hermana, no como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo.
En la familia de Dios, donde todos son hijos de un mismo Padre, y todos están
injertados en Cristo, hijos en el Hijo, no hay ‘vidas descartables’.
Todos gozan de igual e intangible dignidad. Todos son amados por Dios, todos
han sido rescatados por la sangre de Cristo, muerto en cruz y resucitado por
cada uno. Esta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes ante la
suerte de los hermanos”.
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5. “En muchas sociedades experimentamos
una profunda pobreza relacional debida a la carencia de sólidas relaciones
familiares y comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de
distintos tipos de descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas
de dependencia patológica. Una pobreza como esta solo puede ser superada
redescubriendo y valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias
y de las comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las
dificultades y los logros que forman parte de la vida de las personas”.
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6. “Se necesitan también políticas
eficaces que promuevan el principio de la fraternidad, asegurando a las
personas –iguales en su dignidad y en sus derechos fundamentales– el acceso a
los ‘capitales’, a los servicios, a los recursos educativos, sanitarios,
tecnológicos, de modo que todos tengan la oportunidad de expresar y realizar su
proyecto de vida, y puedan desarrollarse plenamente como personas. También se
necesitan políticas dirigidas a atenuar una excesiva desigualdad de la
renta”.
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7. “Deseo dirigir una encarecida
exhortación a cuantos siembran violencia y muerte con las armas:
redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que exterminar, a su
hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía de las armas y vayan
al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación para
reconstruir a su alrededor la justicia, la confianza y la esperanza”.
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8. “Un auténtico espíritu de
fraternidad vence el egoísmo individual que impide que las personas
puedan vivir en libertad y armonía entre sí. Ese egoísmo se desarrolla
socialmente tanto en las múltiples formas de corrupción, hoy tan
capilarmente difundidas, como en la formación de las organizaciones criminales,
desde los grupos pequeños a aquellos que operan a escala global, que, minando
profundamente la legalidad y la justicia, hieren el corazón de la dignidad de
la persona. Estas organizaciones ofenden gravemente a Dios, perjudican a los
hermanos y dañan a la creación, más todavía cuando tienen connotaciones
religiosas. Pienso en el drama lacerante de la droga, con la que
algunos se lucran despreciando las leyes morales y civiles, en la devastación
de los recursos naturales y en la contaminación, en la tragedia de
la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así
como en la especulación financiera, que a menudo asume rasgos
perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales,
exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres; pienso en la prostitución que
cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes,
robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en los
delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que
todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia
frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula
indignamente en la ilegalidad”.
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9. “Las sociedades actuales deberían
reflexionar sobre la jerarquía en las prioridades a las que se destina la
producción. De hecho, es un deber de obligado cumplimiento que se utilicen los
recursos de la tierra de modo que nadie pase hambre. Las iniciativas y las
soluciones posibles son muchas y no se limitan al aumento de la producción. Es
de sobra sabido que la producción actual es suficiente y, sin embargo, millones
de personas sufren y mueren de hambre, y eso constituye un verdadero
escándalo. Es necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar
de los frutos de la tierra, no solo para evitar que se amplíe la brecha entre
quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas, sino también, y
sobre todo, por una exigencia de justicia, de equidad y de respeto hacia el ser
humano”.
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10. “El necesario realismo de la
política y de la economía no puede reducirse a un tecnicismo privado de ideales,
que ignora la dimensión trascendente del hombre. Cuando falta esta apertura a
Dios, toda actividad humana se vuelve más pobre y las personas quedan reducidas
a objetos de explotación. Solo si aceptan moverse en el amplio espacio
asegurado por esta apertura a Aquel que ama a cada hombre y a cada mujer, la
política y la economía conseguirán estructurarse sobre la base de un auténtico
espíritu de caridad fraterna y podrán ser instrumento eficaz de desarrollo
humano integral y de paz”.
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