“El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres”. (Salmo 125)
El 21 de julio 2015 se pusieron en Camino las
familias de Almería entre otras razones
porque entendieron que Santiago, hombres sencillo, sin especial
instrucción escolar, se dedicaba a su familia, sus redes y sus peces,
pero que tenía el corazón levantado hacia Dios.
Fue,
entre los Doce, del más íntimo grupo de Jesús. Él fue testigo de la resurrección de la hija de
Jairo, testigo de la transfiguración gloriosa en el monte, testigo de su
anticipada pasión en el Huerto de los Olivos. A Santiago, como dice el prefacio
propio de la Misa, le correspondió el honor de ser «el primero de los
Apóstoles que bebió el cáliz del Señor».
¿Por
qué el Secretariado de Familia programó el Camino como algo primordial? Porque
la familia necesita salir, buscar, encontrar, comunicar, participar, no perder
su capacidad de soñar.
Cada uno se puso en camino, ese 21 de julio de
2015, buscando ‘algo’. Un
‘algo’ diferente, y al final cada uno de nosotros ha obtenido ese
‘algo’.
“Señor, Tú me
sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento y cuando me levanto. Me
estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno” (Sal 138).
Lo verdaderamente importante no es en sí la ruta
física, tal camino o tal sendero, sino el camino del caminante, la propia
experiencia interior en contraste con lo que la ruta te va ofreciendo por
fuera, porque el Camino tiene la rara virtud de estar hecho a la medida
de cada uno. De cada uno como persona y de cada familia como familia. El
Camino es el lugar del encuentro con los demás, los seres humanos estamos hechos para relacionarnos.
Los otros no son seres extraños, pues estamos llamados a vivir en fraternidad,
acogiéndonos unos a otros, compartiendo los gozos y problemas de la vida,
ayudándonos en nuestras necesidades, perdonándonos nuestros errores y
equivocaciones. ¡Cómo
se vive todo esto en el Camino!
Pero también el Camino
es el lugar donde el verdadero
peregrino es imagen del que quiere “descentrarse de sí mismo”, centrarse en
Dios y dar sentido y plenitud a sus horas y sus días, siendo testigo del perdón
y de la misericordia.
“La peregrinación y el camino a la Tumba del
Apóstol no son simplemente un traslado de un lugar a otro. Se trata más bien de
pasar de una visión a otra de la vida. Todo ello es posible por la presencia
misteriosa de Jesús que nos va acompañando por el camino de la existencia y nos
ayuda en el tránsito del hombre viejo al hombre nuevo”. (Julián Barrio)
El inicio del Camino es un cóctel de inexperiencia,
anhelos, alegría…, es una explosión de júbilo, no se miden las fuerzas y pronto las
dificultades nos hicieren tomar conciencia de que sólo somos seres humanos con
muchas limitaciones. El Camino nos hizo comprender que los pies no son un adorno, los pies son los
soportes que llevan a la persona hacia su destino. Una gran lección.
Ya desde el minuto uno el Camino nos ofrecía su sabiduría y nos enseñó
que había que cuidar y amar el cuerpo. Sin él es imposible alcanzar la meta.
“El gran descubrimiento del peregrino es
desentrañar que, en la esencia del mismo ser, en la historia de cada jornada en
relación con el cosmos y con quienes se encuentran en el Camino, está presente
la querencia de Dios armonizado por la sinfonía total humana”. (Julián
Barrio)
Mentiría si dijese que el camino no es duro. Hay que
atender los requerimientos que el cuerpo cansado te manda: (agujetas, ampollas,
tendinitis, rozaduras, rodillas...), también
la propia psicología comienza a quejarse y te preguntas: ¿Qué pinto
aquí? ¿Me habré equivocado? Es duro, pero a medida que lo recorres se convierte
en tu amigo, en tu aliado, tu compañero,
no se cansa de mostrarte bellezas, es como si quisiera, con su belleza, hacerte
olvidar todas esas dificultades. En muchos tramos recordaba los versos de Rosalía
de Castro: el viajero, rendido y cansado,/ que ve del camino la línea escabrosa
/que aún le resta que andar anhelara/deteniéndose al pie de la loma,/ de
repente quedar convertido/ en pájaro o fuente/ en árbol o en roca.
Sí, es duro, pero ves que no estás solo (y no me
refiero solo al grupo de 40 personas que hacemos el Camino) el recorrido está
lleno de gente (a pie, en bici, solos o en compañía) que por diversos motivos
están ahí en el Camino. Estas personas, sus vidas, sus historias, hacen
reflexionar. El “Buen Camino” que cada rostro cansado te desea, es el
saludo que ayuda a mantener las fuerzas físicas y espirituales para seguir con
el viaje. Vuelves a conectar, te olvidas de tu cansancio y de tus dificultades
y admiras lo que Dios te está mostrando, lo que está haciendo contigo.
En el
silencio obligado al que tiene que enfrentarse el peregrino por las
dificultades que debe solventar, hay tramos difíciles en los que el cuerpo
ofrece resistencia, la voz de Dios resuena en la intimidad sin que podamos
eludirla; es una voz que llega desde el
fondo, desde la comunión con esa naturaleza que se nos va mostrando en todo su esplendor.
Una voz que nos llama a posiciones nuevas, una voz que provoca y desafía, una
voz que invita y a la que necesitas dar respuesta.
Dos
momentos muy importantes en el Camino: la oración de la mañana, el “Alegre la
mañana que nos habla de ti” te reconforta y te empuja a salir dando sentido a lo
que estás haciendo. Y un momento culmen,
la Eucaristía. La Misa del peregrino que cada tarde hemos compartido con
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación profesando una misma fe. Ha sido
en la Eucaristía en donde verdaderamente hemos establecido una comunión con
Cristo, con su palabra, con su vida, con su persona; y una comunión con los
hermanos: con cada uno, con sus problemas, con sus alegrías...
Al
grupo de peregrinos no se nos olvidará el encuentro con el Obispo de la
diócesis de S. Juan, en Quebec, Canadá, un peregrino más en nuestro camino.
El Obispo de Quebec con algunos peregrinos |
El
Señor ha estado grande con nosotros y nos ha ido sorprendiendo en cada etapa. Esa
tarde de Melide concelebró con el Director del Secretariado y otros dos sacerdotes.
En la
última etapa antes de llegar a Santiago el Monte do Gozo se presenta como la
antesala de lo que está por llegar. Para los peregrinos es un sitio simbólico,
cargado de emoción y alegría, ya que desde aquí por primera vez podemos divisar
la basílica con la tumba del Apóstol Santiago, meta de nuestra peregrinación. El rezo del Ángelus y un canto
a la Madre no pueden faltar.
"Bienvenidos a la Casa del Señor Santiago". Hemos terminado el Camino. Estamos en la catedral compostelana. El peregrino escucha
esa frase de bienvenida y siente una gran emoción ante esa acogida. En ésta su casa, el
Apóstol nos invita a sentarnos para compartir la mesa del Señor. Los peregrinos
se encuentran allí con la asamblea de cristianos reunidos para la Eucaristía,
la Iglesia real, donde sigue resonando la Palabra del resucitado, donde se
comparte su Pan y se experimenta, junto con el alivio y la alegría del perdón,
la misteriosa pero cordial fraternidad de los que invocan el nombre de Jesús y
confiesan su fe en el crucificado resucitado.
D. Manuel Cuadrado nos da la comunión |
Desde muy temprano los peregrinos han ido llenando el templo y no hay espacio material para colocarnos. En algún resquicio, junto a una columna, sentados en el suelo, oímos como, entre multitud de grupos llegados de todas partes del mundo, nombran al grupo de familias de Almería. Es un momento de alegría, de emoción, de lágrimas, de gracia… ¿Dónde quedó el cansancio?
NUEVO REGALO PARA TODOS
D. Manuel y el Obispo de Quebec |
Un gran regalo de ese día fue el que D. Manuel Cuadrado pudiera concelebrar en el Sepulcro del Apóstol con el obispo peregrino que ya conocíamos del Camino. Allí estuvimos todos presentes con todas nuestras intenciones y necesidades.
La celebración en el Sepulcro del Apóstol Santiago |
El día 27 tuvimos la alegría de asistir a la Misa del peregrino en la que volvió a concelebrar. Ha sido una experiencia de gracia. Todo ha sido un regalo del Señor. Verdaderamente el “Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.
En Ávila nos esperaba Santa Teresa.
Las
familias se acercan a Ávila en donde se celebra el Vº centenario de Santa
Teresa. Celebrar el Vº Centenario de Santa Teresa es, sobre todo, lanzarnos a
descubrir que entre las cenizas de este mundo aún caldean las brasas de otro
mundo posible, mucho más justo y mucho más humano. Recordarla tiene el poder de
hacernos conscientes de cuánto podemos hacer para que cambien las cosas. Si te
decides a cambiar tú mismo, a optar por una vida más simple y más comprometida,
más de acuerdo con el Evangelio de Jesús, el Evangelio del amor será posible.