La
familia es el hospital más cercano, la primera escuela para los niños, el punto
de referencia para los jóvenes, el mejor refugio para las personas mayores. En
Guayaquil, la ciudad más poblada de Ecuador con su vista al Océano Pacífico,
frente a miles y miles personas reunidas en el Parque de Los Samanes, también
procedentes de Perú, Chile, Argentina y Colombia, el Papa Francisco volvió a
hablar la familia, “iglesia doméstica” que, además de dar la vida, transmite la
ternura y la misericordia de Dios, lugar donde “la fe se mezcla con la leche
materna”.
El punto de partida de las reflexiones del Papa era el pasaje evangélico de las bodas de Caná. Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón a su hijo. Ella nos enseña a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.
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