«LOS DOS SE CONVIERTEN EN UNA SOLA CARNE: LA REIVINDICACIÓN DEL MATRIMONIO»
(Family and Media/Cecilia O’Reilly) No obstante, su contenido y el eco que ha generado en la prensa sin duda merecen ser comentados. En apenas 5.000 palabras el documento titulado «Los dos se convierten en una sola carne: la reivindicación del matrimonio» («The Two Became On Flesh: Reclaming Marriage»), publicado el marzo pasado por First Things, defiende el matrimonio basado en la naturaleza humana y la enseñanza cristiana. Además, plantea una reflexión acerca de la sociedad actual en la que, de acuerdo con las estadísticas, el matrimonio está atravesando una crisis profunda y parece hallarse sensiblemente en riesgo.
(Family and Media/Cecilia O’Reilly) No obstante, su contenido y el eco que ha generado en la prensa sin duda merecen ser comentados. En apenas 5.000 palabras el documento titulado «Los dos se convierten en una sola carne: la reivindicación del matrimonio» («The Two Became On Flesh: Reclaming Marriage»), publicado el marzo pasado por First Things, defiende el matrimonio basado en la naturaleza humana y la enseñanza cristiana. Además, plantea una reflexión acerca de la sociedad actual en la que, de acuerdo con las estadísticas, el matrimonio está atravesando una crisis profunda y parece hallarse sensiblemente en riesgo.
El contenido de la declaración: una defensa del matrimonio
La ECT, una coalición ecuménica fundada
en 1994, dió curso a un conjunto de discusiones públicas sobre la cuestión del
matrimonio después de que, en junio de 2013, la Corte Suprema consintió que el
gobierno federal reconociera el matrimonio entre personas del mismo sexo. Dicho
comunicado recoge los resultados de esos debates.
El documento se abre con una defensa
del matrimonio que, según la ECT, se basa tanto en la razón como en la
Revelación. Si bien católicos y evangélicos estaban divididos sobre el divorcio
y la contracepción, en este documento afirman unánimemente que «el matrimonio
es una unión estable basada en la complementariedad entre el hombre e la
mujer».
Es ésta una concepción que se
desprende de la lectura de la «Biblia y de las verdades que están inscritas en
el corazón humano». Hay evidencia de ello tanto en los pasajes del Viejo
Testamento como en los del Nuevo, donde el matrimonio es descrito como una
nueva realidad en la que los dos se convierten «en un solo cuerpo»: «el
encuentro sexual entre el hombre y la mujer es ennoblecido gracias a un
proyecto de vida común que fomenta el bien en seno a la pareja, la familia y la
comunidad entera».
La ECT subraya en particular la
dimensión moral y espiritual de la unión sexual, mientras hoy en día, en
cambio, ésta se considera y es vivida, por lo general, como un mero acto físico
y biológico. Entendida de esta forma reducida, la sexualidad no respeta en
ningún modo el potencial intrínseco de la nueva vida, los niños, ni su
participación en el proyecto divino.
Por otro lado, la Biblia evoca
el vínculo matrimonial también para representar el amor de Jesús para con su
Iglesia y de Dios hacia el universo que ha creado. Por último, citando algunas
enseñanzas cristianas (de San Agustín y Martín Lutero, entre otras), la
declaración de la ECT subraya cómo el matrimonio y la familia no sólo
representan un a priori para el Estado, sino que constituyen los fundamentos
reales de una «sociedad justa y estable». Por lo tanto, una floreciente cultura
del matrimonio está estrechamente relacionada con el bien de la sociedad. Y
ésta no es una «aserción» simplemente hipotética, sino un dato de hecho, cosa
que el comunicado prueba más adelante con profusión de estadísticas.
Algunas estadísticas recientes
demuestran que el matrimonio y la familia están atravesando una crisis muy
profunda. La declaración de la ECT se detiene sobre las graves consecuencias
que esta crisis ejerce en la sociedad y las que tendrán lugar en caso de que la
situación vigente perdure. Algunos datos: hace 50 años más del 70% de los
jóvenes adultos estaban casados y el 90% de los hijos vivía con los padres
naturales. Hoy en día, apenas se casa el 50% de los adultos y menos de dos
tercios de los hijos viven con sus padres naturales; por no hablar del descenso
vertical de la tasa de nacimientos y del paralelo aumento del número de
abortos.
Nadie puede considerarse exento de
los efectos de estas tendencias: «en mayor o menor medida, todos padecemos a
causa de la crisis actual del matrimonio». El efecto más alarmante es el
aumento de la división de clases, respaldada por las estadísticas sobre
divorcios, ilegitimidad y aumento de la criminalidad. Y frente a un panorama
tan triste, en vez de afrontar esta dura realidad, parece como si nos
obstinásemos en lograr que la situación empeore aún más. Me refiero, desde
luego, a los matrimonios entre personas del mismo sexo: «Hoy en día tenemos un
impulso a abrazar una concepción un tanto abstracta de la naturaleza humana que
ignora la realidad de nuestros cuerpos […] Nuestra cultura nos demanda cada vez
más que elevemos nuestros deseos y elecciones personales por encima del orden que
ha sido creado por Dios». Y tras haber sido elevados, dichos deseos son
delegados al Estado para que les otorgue un «estatus legal».
Esto nos ha llevado a una situación
en la que «la familia –la institución sobre la que se fundamenta nuestro orden
social– se reduce a ser definida como un constructo social, basado más en la
soberanía de nuestro deseo que en la naturaleza en sí». En este nuevo estado
líquido, los niños corren el riesgo de convertirse en un mero un asunto legal,
en una propriedad del Estado.
Dejando de lado las estadísticas,
la atención de los medios de comunicación se concentró en el siguiente pasaje:
«Una asunción simplista del divorcio perjudica al matrimonio, la creciente
difusión de la convivencia lo desvalora. Pero el así llamado matrimonio entre
personas del mismo sexo representa una amenaza aún más grave, puesto que desde
un punto de vista legal a lo que hoy le estamos atribuyendo el nombre de
«matrimonio» no es nada más que una parodia del matrimonio propiamente dicho».
En efecto, mientras el divorcio y
la convivencia todavía reconocen una realidad básica –los rasgos físicos y
biológicos que diferencian el hombre y la mujer– el matrimonio entre personas
del mismo sexo las oscurece del todo. Asimismo, mientras los primeros reconocen
la disolución y el rechazo del sacramento, éste último está tratando de
reemplazarlo, redefinirlo y reivindicarlo, incluso demandando su reconocimiento
legal. Si consideramos el matrimonio «como una alianza entre un hombre y una
mujer […] plenamente consumado dentro de un encuentro sexual abierto a la
procreación», es evidente que el «matrimonio» homosexual representa una amenaza
aún más seria.
La cobertura mediática: «Una amenaza aún más seria»
El documento conjunto de
católicos y evangélicos ha recibido atención de los medios de comunicación
comerciales y de ideario católico, aunque, como era previsible, la cobertura ha
sido muy distinta. Sin la pretensión de ser exhaustiva, y siempre teniendo en
cuenta las debidas excepciones, resumo las tendencias generales de los medios.
En primer lugar, muchos
artículos se centraron en la retórica de la «amenaza aún más seria», o en el
apelo de los cristianos al rechazo de esta «parodia» del sacramento
matrimonial.
Por ejemplo, éstos son
algunos de los títulos: «Los vértices de católicos y evangélicos: el matrimonio
gay peor que el divorcio y la convivencia» (Religion News Service, Huffington
Post y Crux); «Los líderes católicos y evangélicos declaran que el matrimonio
gay es peor que el divorcio y la convivencia» (Washington Post).
Mientras que, por lo que
concierne al núcleo de la noticia, los artículos han reproducido fielmente lo
esencial de los contenidos de la declaración, las estadísticas de apoyo sobre
la fuerte crisis social que las costumbres morales están generando han sido
totalmente ignoradas. Dos artículos que se han decantado más abiertamente a
favor del matrimonio han aparecido en el National Catholic Register y en el
Newman Society.
Además, la cobertura mediática ha
diferenciado entre «el perfil alto » / los «vértices» cristianos –esto es
quienes firman la declaración– y la mayoría de los cristianos. Acto seguido,
esta polarización se ha traducido en una noticia sobre el conflicto y la falta
de acuerdo entre los cristianos.
Por ejemplo, el Religion News Service ha
afirmado: «Una alianza de perfil alto entre los cristianos conservadores y los
evangélicos protestantes está a punto de difundir un manifiesto radical en
contra del matrimonio gay […] Tiene el aire de una declaración de guerra, pero
de una guerra que muchos conservadores ven como una causa perdida. Un número
creciente de cristianos, así como el resto de la sociedad, tiende a ser más
tolerante e inclusivo hacia los gay y las lesbianas».
Por su parte, el Washington Times,
tras haber mencionado los 50 líderes cristianos que han firmado el comunicado,
escribe: «Numerosas iglesias, organizaciones y coaliciones religiosas dan su
respaldo a las uniones gay, y existe incluso un grupo llamado Not All Like That
(No a todos nos gusta) que les brinda a los cristianos un espacio para decir
que, a diferencia de otros cristianos, ellos creen en el matrimonio gay».
Por último, hay que decir que la
declaración interreligiosa no ha pasado inadvertida en la redacción del
LGBTNation (un periódico pro-gay), que desde luego la tachó de discriminatoria,
y la increpó como una especie de intento, patético y desesperado, de salvar un
barco que ya está a punto de hundirse.
En
conclusión, se puede decir que, mientras la cobertura
mediática ha sido «precisa» en lo que atañe las citas del comunicado, su
«adecuación» ha dejado mucho que desear: muchas cosas se han pasado por alto y
otras han sido sacadas de contexto. Los periódicos no han destacado la unidad
entre católicos y evangélicos con respecto a esta delicada cuestión moral, sino
más bien las presuntas divisiones dentro de sus congregaciones
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