Encuentro con el mundo de la
escuela y de la universidad en la Pontificia Universidad Católica de
Ecuador
Discurso del Santo Padre en el
encuentro con el mundo de la escuela y de la universidad
Hermanos en el Episcopado,
Señor Rector,
Distinguidas autoridades,
queridos profesores y alumnos, amigos y amigas:
Siento una gran alegría por estar
esta tarde con ustedes en esta Pontificia Universidad del Ecuador, que desde
hace casi setenta años, realiza y actualiza la fructífera misión educadora de
la Iglesia al servicio de los hombres y mujeres de esta Nación. Agradezco las
amables palabras con las que me han recibido y me han transmitido las
inquietudes y las esperanzas que brotan en ustedes ante el reto, personal y
social, de la educación. Pero veo que hay algunos nubarrones ahí en el
horizonte, espero que no venga la tormenta, no más una leve garúa.
En el Evangelio acabamos de
escuchar como Jesús, el Maestro, enseñaba a la muchedumbre y al pequeño grupo
de los discípulos, acomodándose a su capacidad de comprensión. Lo hacía con parábolas,
como la del sembrador (Lc 8, 4-15). El Señor siempre fue plástico
en el modo de enseñar. De una forma que todos podían entender. Jesús, no
buscaba, «doctorear». Por el contrario, quiere llegar al corazón del
hombre, a su inteligencia, a su vida, para que ésta dé fruto.
La parábola del sembrador, nos
habla de cultivar. Nos muestra los tipos de tierra, los tipos de siembra, los
tipos de fruto y la relación que entre estos se genera. Ya desde el Génesis,
Dios le susurra al hombre esta invitación: cultivar y cuidar.
No solo le da la vida, le da la
tierra, la creación. No solo le da una pareja y un sinfín de posibilidades. Le
hace también una invitación, le da una misión. Lo invita a ser parte de su obra
creadora y le dice: ¡cultiva! Te doy las semillas, la tierra, el agua, el sol,
te doy tus manos y la de tus hermanos. Ahí́ lo tienes, es también tuyo. Es un
regalo, un don, una oferta. No es algo adquirido, comprado. Nos precede y nos sucederá́.
Es un don dado por Dios para que
con El podamos hacerlo nuestro. Dios no quiere una creación para sí, para
mirarse a sí mismo. Todo lo contrario. La creación, es un don para ser
compartido. Es el espacio que Dios nos da, para construir con nosotros, para
construir un nosotros. El mundo, la historia, el tiempo es el lugar donde vamos
construyendo el nosotros con Dios, el nosotros con los demás, el nosotros con
la tierra. Nuestra vida, siempre esconde esa invitación, una invitación más o
menos consciente, que siempre permanece.
Pero notemos una peculiaridad. En
el relato del Génesis, junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra:
cuidar. Una se explica a partir de la otra. Una va de la mano de la otra. No
cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva.
No solo estamos invitados a ser
parte de la obra creadora cultivándola, haciéndola crecer, desarrollándola,
sino que estamos invitados también a cuidarla, protegerla, custodiarla. Hoy
esta invitación se nos impone a la fuerza. Ya no como una mera recomendación,
sino como una exigencia que nace «por el daño que le provocamos a causa del uso
irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesta en la tierra. Hemos
crecido pensado tan solo que debíamos “cultivar” que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados quizás a expoliarla... por eso entre los pobres más
abandonados y maltratados, que hay hoy en día en el mundo está nuestra
oprimida y desbastada tierra” (Laudato si’ 2).
Existe una relación entre nuestra
vida y la de nuestra madre la tierra. Entre nuestra existencia y el don que Dios
nos dio. «El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no
podemos afrontar adecuadamente la degradación humana y social si no prestamos atención
a las causas que tiene que ver con la degradación humana y social» (Laudato si’ 48) Pero así́ como decimos
se «degradan», de la misma manera podemos decir, «se sostienen y se pueden
transfigurar». Es una relación que guarda una posibilidad, tanto de apertura,
de transformación, de vida como de destrucción y de muerte.
Hay algo que es claro, no podemos
seguir dándole la espalda a nuestra realidad, a nuestros hermanos, a nuestra
madre la tierra. No nos es lícito ignorar lo que está sucediendo a nuestro
alrededor como si determinadas situaciones no existiesen o no tuvieran nada que
ver con nuestra realidad. No nos es lícito, más aún, no es humano entrar en el
juego de la cultura del descarte.
Una y otra vez, sigue con fuerza
esa pregunta de Dios a Caín: « ¿Dónde está́ tu hermano?». Yo me pregunto si nuestra respuesta seguirá́
siendo: « ¿Acaso soy yo el guardián
de mi hermano?» (Gn 4, 9). Yo vivo en Roma. En invierno hace frío.
Sucede muy cerquita del Vaticano, que aparezca un anciano en la mañana muerto
de frío. No es noticia en ninguno de los diarios, en ninguna de las crónicas.
Un pobre que muere de frío y de hambre hoy no es noticia. Pero si las
bolsas de las principales capitales del mundo bajan dos o tres puntos, se arma
el gran escándalo mundial. Yo me pregunto ¿dónde está tu hermano? Y les pido
que se hagan otra vez cada uno esa preguntó. Y la hagan a la universidad. A
vos, universidad católica, ¿dónde está tu hermano?
En este contexto universitario sería
bueno preguntarnos sobre nuestra educación de frente a esta tierra que clama al
cielo.
Nuestros centros educativos son
un semillero, una posibilidad, tierra fértil que debemos cuidar, estimular y
proteger. Tierra fértil sedienta de vida.
Me pregunto con Ustedes
educadores: ¿Velan por sus alumnos, ayudándolos a desarrollar un espíritu crítico,
un espíritu libre, capaz de cuidar el mundo de hoy? ¿Un espíritu que sea capaz
de buscar nuevas respuestas a los múltiples desafíos que la sociedad hoy
plantea a la humanidad? ¿Son capaces de
estimularlos a no desentenderse de la realidad que los circunda? No
desentenderse de lo que pasa alrededor. ¿Son capaces de estimularlo a eso? Para
eso hay que sacarlos del aula. Su mente tiene que salir del aula. Su corazón
tiene que salir del aula. ¿Cómo entra en la currícula universitaria o en
las distintas áreas del quehacer educativo, la vida que nos rodea, con sus
preguntas, interrogantes, cuestionamientos? ¿Cómo generamos y acompañamos el
debate constructor, que nace del diálogo en pos de un mundo más humano? El diálogo, esa palabra puente. Esa palabra que crea
puente.
Hay una reflexión que nos
involucra a todos, a las familias, a los centros educativos, a los docentes: como
ayudamos a nuestros jóvenes a no identificar un grado universitario como sinónimo
de mayor status, dinero, prestigio social. No son sinónimos. Cómo ayudamos a
identificar esta preparación como signo de mayor responsabilidad frente a los
problemas de hoy en día, frente al cuidado del más pobre, frente al cuidado del
ambiente.
Y con Ustedes, queridos jóvenes,
presente y futuro de Ecuador, son los que tienen que hacer lío. Ustedes son
semilla de transformación de esta sociedad, quisiera preguntarme: ¿saben que este tiempo de estudio, no es solo un
derecho, sino también un privilegio que
tienen? ¿Cuántos amigos,
conocidos o desconocidos, quisieran tener un espacio en esta casa y por
distintas circunstancias no lo han tenido? En qué medida nuestro estudio, nos
ayuda y nos lleva a solidarizarnos con ellos. Háganse estas preguntas, queridos
jóvenes.
Las comunidades educativas tienen
un papel fundamental, esencial en la construcción de la ciudadanía y de la
cultura. Cuidado, no basta con realizar análisis, descripciones de la realidad;
es necesario generar los ámbitos, espacios de verdadera búsqueda, debates que
generen alternativas a las problemática existentes, sobre todo hoy. Es
necesario ir a lo concreto.
Ante la globalización del
paradigma tecnocrático que tiende a creer «que todo incremento del poder
constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de
bienestar, de energía vital, de plenitud de valores, como si la realidad, el
bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico»
(Laudato si’ 105), hoy a ustedes, a mí, a todos, se nos pide que
con urgencia nos animemos a pensar, a buscar, a discutir sobre nuestra situación
actual. Y digo urgencia, que nos animemos a pensar sobre qué cultura, qué tipo
de cultura queremos o pretendemos no solo para nosotros, sino para nuestros
hijos, para nuestros nietos. Esta tierra, la hemos recibido como herencia, como
un don, como un regalo. Qué bien nos hará́ preguntarnos: ¿Cómo la queremos
dejar? ¿Qué orientación,
qué sentido queremos imprimirle a la existencia? ¿Para qué́ pasamos por este mundo? ¿Para qué luchamos y trabajamos? (cf. Laudato
si’ 160). ¿Para qué estudiamos?
Las iniciativas individuales
siempre son buenas y fundamentales, pero se nos pide dar un paso más: animarnos
a mirar la realidad orgánicamente y no fragmentariamente; a hacernos preguntas
que nos incluyen a todos, ya que todo «está relacionado entre sí» (Laudato
si’138). No hay derecho a la exclusión.
Como Universidad, como centros
educativos, como docentes y estudiantes, la vida los desafía a responder a
estas dos preguntas: ¿Para qué́ nos necesita esta tierra? ¿Dónde está tu hermano?
Que el Espíritu Santo nos inspire
y acompañe, pues Él nos ha convocado, nos ha invitado, nos ha dado la
oportunidad y, a su vez, la responsabilidad de dar lo mejor de nosotros. Nos
ofrece la fuerza y la luz que necesitamos. Es el mismo Espíritu, que el primer día
de la creación aleteaba sobre las aguas queriendo transformar, queriendo dar
vida. Es el mismo Espíritu que le dio a los discípulos la fuerza de Pentecostés.
Es el mismo Espíritu que no nos abandona y se hace uno con nosotros para que
encontremos caminos de vida nueva. Que sea él nuestro maestro y compañero de
camino.
Texto distribuido por la Sala de
Prensa del Vaticano
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Copyright - Librería Editrice Vaticana
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