La persona humana debe ser principio, sujeto y fin para la
economía en general y para todas las instituciones sociales
(RV).- También este sábado, el Papa Francisco destacó que el
trabajo no puede ser un mecanismo perverso y que el derecho al trabajo implica
derechos basados en la persona humana y en su dignidad
trascendente: el derecho al reposo semanal y a la jubilación digna; el
derecho asistencial para el que ha perdido el trabajo, nunca lo tuvo o ha
tenido que dejarlo; atención privilegiada al trabajo femenino, asistencia a la maternidad,
tutelando la vida que nace. Que nunca falte el seguro para la
vejez, la enfermedad, los infortunios laborales.
Al recibir en la Plaza de San Pedro a los dirigentes y
empleados del Instituto nacional italiano para la seguridad social, Istituto
Nazionale della Prevvidenza Sociale, INPS, acompañados de sus familiares –
más de 23 mil personas, que lo recibieron con gran alegría – el Obispo de Roma
se refirió a los desafíos complejos que presentan la sociedad de hoy y
el mundo laboral, plagado por la insuficiencia de puestos de
trabajo y por la precariedad de las garantías que ofrece. Ante estas realidades
tristemente actuales en el mundo globalizado, el Papa reiteró su exhortación,
recordando que es un deber de justicia, con especial atención a los más desfavorecidos:
«¡Nunca olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar
y servir al hombre con conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar
para el que trabaja y no olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y
ello, no como obra de solidaridad, sino como deber de justicia y
de subsidiariedad. Sostener a los más débiles, para que a nadie le
falte la dignidad y la libertad de vivir una vida auténticamente humana».
Antes de pronunciar su discurso, el Santo Padre recibió un
saludo de Mons. Giorgio Corbellini, Presidente de la Oficina de Trabajo de la
Sede Apostólica, que recordó los acuerdos entre la Santa Sede y el INPS, y del
Presidente del citado instituto.
(CdM – RV)
Discurso del Papa a la INPS
Queridos hermanos y hermanas,
Con viva cordialidad dirijo mi saludo a ustedes, empleados y
dirigentes del Instituto Nacional Italiano para la Seguridad Social, reunidos
aquí en audiencia por primera vez en la historia secular del ente. ¡Muchas
gracias! Gracias por su presencia – ¡son tantos de verdad! – y gracias a su
Presidente por sus gentiles palabras.
Ustedes honran, en diferentes formas, la delicada tarea de
tutelar algunos derechos ligados al ejercicio del trabajo; derechos basados en
la misma naturaleza de la persona humana y sobre su trascendental dignidad.
Está confiada a su atención de forma particular aquella que quisiera definir
como la custodia del derecho al descanso. Me refiero no solamente a aquel
descanso que es sostenido y legitimado por una amplia serie de prestaciones
sociales (del día de reposo semanal a las vacaciones, a las que todo trabajador
tiene derecho: cfr Juan Pablo II, Cart. enc. Laborem exercens, 19), sino
también y sobre todo a una dimensión del ser humano que no carece de raíces
espirituales y de la que también ustedes, en lo que les compete, son
responsables.
Dios llamó al hombre al descanso (cfr Es 34,21; Dt 5,12.15) y
Él mismo fue partícipe de este el séptimo día (cfr Es 31,17; Gen 2,2). Por lo
tanto el descanso, en el lenguaje de la fe, es dimensión humana y al mismo
tiempo divina. Pero con una prerrogativa única: aquella de no ser una simple
abstención de la fatiga y del empeño ordinario, sino una ocasión para vivir
plenamente la propia “creaturalidad”, elevada a la dignidad filial de Dios
mismo. La exigencia de “santificar” el descanso (cfr Es 20,8) se une a aquella
– vuelta a proponer semanalmente con el domingo – de un tiempo que
permita ocuparse de la vida familiar, cultural, social y religiosa (cfr Conc.
Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, 67).
Del justo descanso los hijos de Dios, también ustedes son en
cierto sentido colaboradores. En la multiplicidad de servicios que brindan a la
sociedad, tanto en términos asistenciales cuanto de seguridad social, ustedes
contribuyen en poner las bases para que el descanso pueda ser vivido como una
dimensión auténticamente humana, y por ello abierta a la posibilidad de un
nuevo encuentro con Dios y con los demás.
Esto, que es un honor, se convierte al mismo tiempo en una
responsabilidad. De hecho, están llamados a enfrentar los desafíos siempre más
complejos. Esas provienen sea de la sociedad hodierna, con la criticidad de sus
equilibrios y la fragilidad de sus relaciones, sea del mundo del trabajo,
flagelado por la insuficiencia ocupacional y de la precariedad de las garantías
que logra ofrecer.
Y se vive así, ¿cómo se puede descansar? El descanso es el
derecho que todos tenemos cuando tenemos trabajo; pero si la situación de
desempleo, de injusticia social, de trabajo negro, de precariedad en el trabajo
es tan fuerte, ¿Cómo puedo descansar? ¿Qué decidimos? Podemos decir – ¡es
vergonzoso!-: “Ah, ¿tú quieres trabajar? –“Si” –“Fenomenal. Lleguemos a un
acuerdo: tu comienzas a trabajar en septiembre no comes, no descansas…”. ¡Esto
sucede hoy! Y pasa hoy en todo el mundo, aquí está; ¡pasa hoy en Roma también!
Descanso porque hay trabajo. Al contrario, no se puede descansar.
Hasta hace poco era común asociar la meta de la jubilación
con la adquisición de la llamada tercera edad, en la cual gozar del meritado
descanso y ofrecer sabiduría y consejos a las nuevas generaciones. La época
contemporánea ha sensiblemente cambiado este ritmo. De un parte, la
eventualidad del descanso ha sido anticipada, a veces diluido en el tiempo, a
veces renegociado hasta los extremos aberrantes, como aquel que llega a
desnaturalizar la hipótesis misma de un cese laboral. De otra parte, no han
disminuido las exigencias asistenciales, tanto para quien ha perdido o no ha tenido
jamás un trabajo, cuanto para quien es obligado a interrumpirlo por los
diferentes motivos. Tu interrumpes el trabajo y la asistencia sanitaria cae…
Su difícil tarea es contribuir para que no falten los
subsidios indispensables para la subsistencia de los trabajadores
desempleados y de sus familias. No falte entre sus prioridades una atención
privilegiada para el trabajo femenino, ni mucho menos la asistencia a la
maternidad que debe siempre tutelar la vida que nace y quien la sirve
cotidianamente. Tutelen a las mujeres, ¡el trabajo a las mujeres! Que no falte
jamás la aseguración para la ancianidad, la enfermedad, los accidentes de
trabajo. Que no falte el derecho a la jubilación y subrayo: el derecho, ¡la
pensión es un derecho!, porque se trata de esto. Sean conscientes de la alta
dignidad de cada uno de los trabajadores, al cual prestan servicio con obra.
Sosteniendo el aporte durante y después del periodo laboral, contribuyendo a la
cualidad de su compromiso como inversión para una vida en la medida del hombre.
Trabajar, por lo demás, quiere decir prolongar la obra de
Dios en la historia, contribuyendo en ella de manera personal, útil y creativa
(cfr ibid., 34). Sosteniendo el trabajo ustedes sostienen esta misma
obra. Y también, garantizando una existencia digna a aquellos que tienen
que dejar la actividad laboral, ustedes afirman su realidad más profunda: el
trabajo, de hecho, no puede ser un mero engranaje en el mecanismo perverso que
muele recursos para obtener ganancias siempre mayores; el trabajo por lo tanto
no puede ser ampliado o reducido en función de la ganancia de unos pocos y de
formas productivas que sacrifican valores, relaciones y principios. Esto vale
para la economía en general, que “no puede recurrir a remedios que son un nuevo
veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado
laboral y creando así nuevos excluidos”, (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 204).
Y vale, análogamente, para todas las instituciones sociales, cuyo principio,
sujeto y fin es y debe ser la persona humana (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost.
past. Gaudium et spes, 25). Su dignidad no puede ser prejuiciada nunca, ni
siquiera cuando deja de ser económicamente productiva.
Alguno de vosotros puede pensar: “Pero que extraño, este
Papa: primero nos habla del descanso, ¡y después dice todas estas cosas sobre
el derecho al trabajo!”. Son cosas enlazadas. El verdadero descanso viene
justamente del trabajo. Tu puedes reposarte cuando estás seguro de tener un
trabajo seguro, que te da una dignidad, a ti y a tu familia. Y tú puedes
descansar cuando en la ancianidad estás seguro de tener la pensión que es un
derecho. Están enlazados, los dos: el verdadero descanso y el trabajo.
¡Nunca olvidar al hombre: éste es el imperativo! Amar y
servir al hombre con conciencia responsabilidad, disponibilidad. Trabajar para
el que trabaja y no olvidar al que quisiera trabajar y no puede hacerlo. Y
ello, no como solidaridad, sino como deber de justicia y de subsidiariedad.
Sostener a los más débiles, para que a nadie le falte la dignidad y la libertad
de vivir una vida auténticamente humana.
Muchas gracias por este encuentro. Invoco sobre cada uno de
ustedes y sobre sus familias la bendición del Señor. Les aseguro mi recuerdo en
mi oración y les pido por favor que recen por mí.
(Traducción de Renato Martinez, Raúl Cabrera, Mónica Zorita-
RV)
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