Palabras del
Pontífice antes de la oración mariana del Ángelus:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos la
liturgia nos propone el así llamado Discurso de la montaña, en el Evangelio
de Mateo. Después de haber presentado, el domingo pasado, las Bienaventuranzas,
hoy pone en evidencia las palabras de Jesús que describen la misión de sus
discípulos en el mundo (cfr. Mt 5,13-16). Él utiliza las
metáforas de la sal y de la luz, y sus palabras están dirigidas a los
discípulos de todo tiempo, por lo tanto, también a nosotros.
Jesús nos invita a ser un reflejo de su luz, a
través del testimonio de las obras buenas. Y dice: “Así debe brillar ante los
ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus
buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”. (Mt 5,16). Estas
palabras subrayan que nosotros somos reconocibles como verdaderos
discípulos de Aquél que es Luz del mundo, no en las palabras, sino por nuestras
obras. En efecto, es sobre todo nuestro comportamiento que - en
el bien y en el mal – deja un signo en los demás. Por lo tanto, tenemos una
tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe, que está en
nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos
retenerla como si fuera de nuestra propiedad. En cambio, estamos llamados a
hacerla resplandecer en el mundo, a donarla a los demás mediante las obras
buenas. ¡Y cuánto tiene necesidad el mundo de la luz del Evangelio que
transforma, cura y garantiza la salvación a quien lo recibe! Esta luz nosotros
debemos llevarla con nuestras obras buenas.
La luz de nuestra fe,
donándose, no se apaga sino que se refuerza. En cambio puede debilitarse si no
la alimentamos con el amor y con las obras de caridad. Así la imagen de la luz
se encuentra con aquella de la sal. En efecto, la página evangélica nos dice
que, como discípulos de Cristo somos también “sal de la tierra” (v.
13). La sal es un elemento que mientras da sabor, preserva el alimento de la
alteración y de la corrupción – ¡en los tiempos de Jesús no había heladeras!
Por lo tanto, la misión de los cristianos en la sociedad es aquella de dar
“sabor” a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha donado y, al mismo tiempo,
mantener lejos los gérmenes contaminantes del egoísmo, de la envidia, de la
maledicencia, y demás. Estos gérmenes arruinan el tejido de nuestras
comunidades, que deben en cambio resplandecer como lugares de acogida, de
solidaridad y de reconciliación. Para cumplir esta misión es necesario que
nosotros mismos, en primer lugar, seamos liberados de la degeneración
corruptiva de los influjos mundanos, contrarios a Cristo y al Evangelio; y esta
purificación no termina nunca, debe ser realizada continuamente, hay que
hacerla todos los días.
Cada uno de nosotros está
llamado a ser luz y sal en el proprio ambiente de la vida cotidiana,
perseverando en la tarea de regenerar la realidad humana en el espíritu del
Evangelio y en la perspectiva de Reino de Dios. Que nos sea siempre de ayuda la
protección de María Santísima, primera discípula de Jesús y modelo de los
creyentes que viven cada día en la historia, su vocación y misión. Nuestra
Madre, nos ayude a dejarnos siempre purificar e iluminar por el Señor, para transformarnos
también en “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
Palabras del Papa después de rezar a la Madre de Dios:
Queridos hermanos y
hermanas,
hoy, en Italia, se celebra
la Jornada por la Vida, sobre el tema “Mujeres y hombres por la vida en la
huella de Santa Teresa de Calcuta”. Me uno a los Obispos italianos en el desear
una valerosa acción educativa en favor de la vida humana. Cada vida es sagrada.
Llevemos adelante la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte
y al descenso demográfico; estemos cercanos y juntos recemos por los
niños que están en peligro por la interrupción del embarazo, como también por
las personas que están en el final de la vida: cada vida es
sagrada. Para que nadie sea dejado solo y el amor defienda el sentido
de la vida. Recordemos las palabras de Madre Teresa: “¡La vida es belleza,
admírala; la vida es vida, defiéndela!” Ya sea con el niño que está por nacer,
que con la persona que está cercana a morir: ¡cada vida es sagrada!
Saludo a todos aquellos que
trabajan por la Vida, a los docentes de las Universidades romanas y a quienes
colaboran en la formación de las nuevas generaciones, para que sean capaces de
construir una sociedad acogedora y digna de toda persona.
Saludo a todos los
peregrinos, las familias, los grupos parroquiales y las asociaciones
procedentes de diversas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de
Viena, Granada, Melilla, Acquaviva delle Fonti y Bari; así como a los
estudiantes de Penafiel (Portugal) y Badajoz (España).
A todos les deseo un feliz
domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la
vista!
(Traducción del italiano:
María Cecilia Mutual, Radio Vaticano)
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