(RV).- La destrucción de las familias y de
los pueblos comienza a partir de los pequeños celos y envidias, por lo que es
necesario detener al inicio los resentimientos que suprimen la hermandad. Lo
afirmó el Santo Padre en su
homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Una Misa que el Pontífice ofreció por el Padre Adolfo Nicolás,
quien fue Prepósito General de la Compañía de Jesús desde el año 2008 y hasta
el 2016, quien está a punto de regresar a Oriente donde seguirá trabajando.
“Que el Señor – dijo Francisco – le retribuya todo el bien hecho y
que lo acompañe en su nueva misión. Gracias, Padre Nicolás”. Asimismo
participaron en esta celebración los miembros del Consejo de los Nueve
Cardenales que se encuentran en la Ciudad del Vaticano con motivo de su XVIII
reunión.
Hermandad destruida por las
pequeñas cosas
El Papa comenzó su reflexión a
partir de la primera Lectura, tomada del libro del Génesis, que habla de Caín y
Abel. Y puso de manifiesto que por primera vez en la Biblia “se dice la palabra
hermano”. Es la historia “de una hermandad que debía crecer, ser bella, y que
termina destruida”. Una historia – observó Francisco – que comienza “con pequeños celos”:
Caín está irritado porque su sacrificio no es agradable a Dios e inicia a
cultivar aquel sentimiento dentro de sí. Podría controlarlo, pero no lo hace:
“Y Caín prefirió el instinto,
prefirió cocinar dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer.
Este pecado que cometerá después, que está agazapado detrás del sentimiento. Y
crece. Crece. Así crecen las hostilidades entre nosotros: comienzan con una
pequeña cosa, celos, envidia y después esto crece y vemos la vida sólo desde
aquel punto y aquella brizna se vuelve para nosotros una viga, pero la viga la
tenemos nosotros, pero está allí. Y nuestra vida gira en torno a aquello y
aquello destruye el vínculo de hermandad, destruir la fraternidad”.
El resentimiento no es
cristiano
Poco a poco se llega a estar
“obsesionados, perseguidos” por aquel mal, que crece cada vez más:
“Y así crece, crece la hostilidad
y se termina mal. Siempre. Yo me separo de mi hermano, éste no es mi hermano,
éste es un enemigo, éste debe ser destruido, echado… y así la gente se
destruye, así las enemistades destruyen a las familias, a los pueblos, ¡todo!
Ese amargarse la vida, siempre obsesionado con aquello. Esto ha sucedido a
Caín, y al final mató a su hermano. No: no hay hermano. Sólo yo existo. No hay
hermandad. Sólo yo existo. Esto que ha sucedido al inicio, nos sucede a todos
nosotros, la posibilidad; pero este proceso debe ser detenido inmediatamente,
al inicio, ante la primera amargura, detenerse. La amargura no es cristiana. El
dolor sí, la amargura no. El resentimiento no es cristiano. El dolor sí, el
resentimiento no. Cuántas enemistades, cuántas desavenencias”.
La sangre de tanta gente en el
mundo grita a Dios desde el suelo
Participaron en esta Misa algunos
nuevos párrocos, por lo que el Papa dijo: “También en nuestros
presbíteros, en nuestros colegios episcopales: ¡cuántas rupturas comienzan así!
Pero, ¿por qué a éste le dieron aquella sede y no a mí? ¿Y por qué a éste? Y…
pequeñas cosas… rupturas… Se destruye la hermandad”. Y Dios pregunta: “¿Dónde
está Abel, tu hermano?”. La respuesta de Caín “es irónica”: “No sé:
¿acaso soy yo el custodio de mi hermano?”. “Sí, tú eres el custodio de tu
hermano”. Y el Señor dice: “La voz de la sangre de tu hermano me grita desde el
suelo”. Cada uno de nosotros – afirmó el Pontífice, incluyéndose en la
lista – puede decir que jamás ha matado: pero “si tú tienes un sentimiento malo
hacia tu hermano, lo has matado; si tú insultas a tu hermano, lo has matado en
tu corazón. Matar es un proceso que comienza desde lo pequeño”. Así, sabemos
“dónde están aquellos que son bombardeados” o “que son expulsados” pero “éstos
no son hermanos”:
“Y cuántos poderosos de la Tierra
pueden decir esto… ‘A mí me interesa este territorio, a mí me interesa esto
pedazo de tierra, este otro… si la bomba cae y mata a doscientos niños, no es
mi culpa: es culpa de la bomba. A mí me interesa el territorio…’. Y todo
comienza a partir de aquel sentimiento que te lleva a separarte, a decir al
otro: ‘Este es fulano, éste es así, pero no es hermano…’, y termina en la
guerra que mata. Pero tú has matado al inicio. Este es el proceso de la sangre,
y hoy la sangre de tanta gente en el mundo grita a Dios desde el suelo. Pero
todo está relacionado, ¡eh! Aquella sangre allá tiene una relación – tal vez
una pequeña gota de sangre – que con mi envidia, mis celos yo he hecho salir,
cuando he destruido una hermandad”.
Una lengua que destruye al
prójimo
Que el Señor – fue la oración
conclusiva de Francisco – nos ayude hoy a repetir esta
pregunta suya: “¿Dónde está tu hermano?”, y que nos ayude a pensar en aquellos
a los que “destruimos con la lengua” y “a todos aquellos que en el mundo son
tratados como cosas y no como hermanos, porque es más importante un pedazo de
tierra que el lazo de la hermandad”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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