Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
En las anteriores catequesis
hemos iniciado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en
esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a
poner en evidencia la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el
Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesús y por el
evento pascual: la esperanza cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres
de esperanza.
Es esto lo que emerge de
modo claro desde el primer texto que ha sido escrito, es decir, desde la
Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos
escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio
cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven, fundada de hace
poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está enraizada en la
fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El
Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos renacen en la
Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día» – así los
llama él – (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.
Cuando Pablo les escribe, la
comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y sólo pocos años la separan de
la Pascua de Cristo; pocos años después, ¡eh! Por esto, el Apóstol trata de
hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que éste evento único y
decisivo, es decir, la resurrección del Señor, comporta para la historia y para
la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto
reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino de creer en la
resurrección de los muertos. Si, Jesús ha resucitado, pero los muertos tenían
un poco de dificultad.
En este sentido, esta carta
se presenta más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos ante nuestra
muerte, o a aquella de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a
la prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos
preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después de la muerte? ¿Podré todavía
ver y abrazar a las personas que he amado?”. Esta pregunta me la ha hecho una
señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo: ¿Encontraré a mis seres
queridos? Una incógnita… También nosotros, en el contexto actual, tenemos
necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos de nuestra fe, para que
así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Cristo Jesús y
que cosa significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo; la muerte,
por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra de Pablo. Me viene a la
memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo a la
muerte. Tengo un poco de miedo verla venir”. Y tenía miedo de esto.
Pablo, ante los temores y
las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme sobre la cabeza como un
yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra
vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Es esta la esperanza
cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a comprenderla
según el significado común del término, es decir, en relación a algo bello que
deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que suceda, pero…
esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: “¡Espero que mañana haga
buen clima!”; pero sabemos que al día siguiente en cambio puede hacer un mal
clima… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de
algo que ya ha sido realizada; está la puerta ahí, y yo espero llegar a la
puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro que
llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo
estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la
esperanza cristiana. La esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha
sido realizada y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros.
También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no
es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en
cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar pues
significa aprender vivir en la espera. Aprender a vivir en la espera y
encontrar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de estar embarazada, cada día
aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que llegará… También
nosotros debemos vivir y aprender de estas actitudes humanas y vivir en la
espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se
aprende: a vivir en la espera. Esperar significa e implica un corazón humilde,
pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no
sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo.
Escribe aún Pablo: «Él que
murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él» (1
Tes 5,10). Estas palabras son siempre motivo de grande consolación y de paz.
Asimismo por las personas amadas que nos han dejado estamos pues llamados a
orar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa
que a mí me toca el corazón es una expresión de San Pablo, siempre dirigida a
los Tesalonicenses. A mí me llena de seguridad en la esperanza. Dice así: «Y
así permaneceremos con el Señor para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo
pasa. Pero, después de la muerte, por siempre estaremos con el Señor. Es la
certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar
a Job: «Yo sé que mi Redentor vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis
ojos» (Job 19,25.27). Y así por siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen
esto? Les pregunto: ¿Creen esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de
fuerza los invito a decirlo tres veces conmigo: “Y así por siempre estaremos
con el Señor”. Todos juntos: “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así
por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el
Señor”. Y allá, con el Señor, nos encontraremos. Gracias.
(Traducción del italiano,
Renato Martinez – Radio Vaticano)
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