«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


11 de junio de 2015

CATEQUESIS DEL PAPA: LA FAMILIA Y LA PRUEBA DE LA ENFERMEDAD.

Texto completo de la Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la familia, y en esta catequesis me gustaría tocar un aspecto muy común en la vida de nuestras familias, el de la enfermedad. Es una experiencia de nuestra fragilidad, que vivimos principalmente en la familia, desde niños, y luego sobre todo como ancianos, cuando llegan los “achaques”. En el ámbito de los lazos familiares, la enfermedad de las personas que amamos se padece con mayor sufrimiento y angustia. Es el amor que nos hace sentir esto. Muchas veces para un padre y una madre, es más difícil soportar el dolor de un hijo, de una hija, que el suyo propio. La familia, podemos decir, siempre ha sido el “hospital” más cercano. Aún hoy, en muchas partes del mundo, el hospital es un privilegio para pocos, y con frecuencia se encuentra lejos. Son la mamá, el papá, los hermanos, las hermanas, las abuelas, quienes garantizan los cuidados y ayudan a sanar.
En los Evangelios, muchas páginas hablan de los encuentros de Jesús con los enfermos y su compromiso de sanarlos. Él se presenta públicamente como uno que lucha contra la enfermedad y que ha venido para curar al hombre de todo mal: el mal del espíritu y el mal del cuerpo. Es verdaderamente conmovedora la escena evangélica apenas indicada en el Evangelio de Marcos. Dice así: «Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados» (1,32). Si pienso en las grandes ciudades contemporáneas, me pregunto dónde están las puertas ante las cuales llevar a los enfermos esperando que sean sanados. Jesús nunca huyó de sus cuidados. Nunca pasó de largo, nunca volvió la cara hacia otro lado. Y cuando un padre o una madre, o incluso gente amiga lo llevaban delante de un enfermo para que lo tocase y lo sanase, no dejaba de hacerlo; la sanación estaba antes que la ley, también de aquella tan sagrada como la del descanso del sábado (Mc 3,1-6). Los doctores de la ley reprendían a Jesús porque Él sanaba el sábado, hacia el bien el sábado.  Pero el amor de Jesús era dar la salud, hacer el bien: ¡y esto está siempre en primer lugar!
Jesús envía a sus discípulos a cumplir su propia obra y les dona el poder de sanar, es decir, de acercarse a los enfermos y cuidarlos hasta el fondo (cfr. Mt 10,1). Hay que tener en cuenta lo que Jesús dijo a sus discípulos en el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9,1-5). Los discípulos - ¡con el ciego ahí adelante! - discutían sobre quién había pecado porque había nacido ciego, si él o sus padres, para causar su ceguera. El Señor dijo claramente, ni él, ni sus padres;  es así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Y lo sanó. ¡Esa es la gloria de Dios! ¡Esa es la tarea de la Iglesia! Ayudar a los enfermos, no perderse en habladurías, ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos; ésta es la tarea.
La Iglesia invita a la oración continua por los propios seres queridos afectados por la enfermedad. Nunca debe faltar la oración por los enfermos. Aún más, debemos impulsar cada vez más la oración, tanto personal como en la comunidad. Pensemos en el episodio evangélico de la mujer cananea (cfr Mt 15,21-28). Es una mujer pagana, no es del pueblo de Israel, sino una pagana, que le suplica a Jesús que le cure a su hija. Jesús, para poner a prueba su fe, primero le responde duramente: ‘No puedo, debo pensar primero en la ovejas de Israel’. La mujer no retrocede – una mamá, cuando pide ayuda para su criatura, nunca cede: todos sabemos que las mamás luchan por sus hijos – y responde: ‘¡También a los perritos, cuando sus dueños han comido, se les da algo!’. Como queriendo decir: ‘¡Por lo menos, trátame como a una perrita!’. Entonces Jesús le dice: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!».
Ante la enfermedad, también en familia surgen dificultades, debido a la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad fortalece los lazos familiares. Y pienso en cuán importante es educar a los hijos, desde pequeños, a la solidaridad en el tiempo de la enfermedad. Una educación que deja de lado la sensibilidad hacia la enfermedad humana, hace que los corazones se vuelvan áridos. Hace que los chicos se queden ‘anestesiados’ hacia el sufrimiento de los demás, incapaces de afrontar el sufrimiento y de vivir la experiencia del límite. ¡Cuántas veces, vemos llegar al trabajo a un hombre, a una mujer con la cara cansada, con cansancio, y cuando se le pegunta ‘¿qué pasa?’, responde: ‘he dormido sólo dos horas porque en casa nos turnamos para estar cerca del niño, de la niña, del enfermo, del abuelo, de la abuela’. Y la jornada prosigue con el trabajo. ¡Estas cosas son heroicas, son la heroicidad de las familias! Esas heroicidades escondidas que se realizan con ternura y con valentía, cuando en casa hay alguien que está enfermo.
La debilidad y el sufrimiento de nuestros seres más queridos y más sagrados, pueden ser, para nuestros hijos y nuestros nietos, una escuela de vida – es importante educar a los hijos, a los nietos a comprender esta cercanía en la enfermedad, en familia – y ello sucede cuando los momentos de la enfermedad están acompañados por la oración y por la cercanía cariñosa y solícita de los familiares. La comunidad cristiana sabe bien que no se debe dejar sola a la familia, en la prueba de la enfermedad. Y debemos decirle gracias al Señor por esas experiencias bellas de fraternidad eclesial, que ayudan a las familias a afrontar el difícil momento del dolor y del sufrimiento. Esta cercanía cristiana, de familia a familia, es un verdadero tesoro para la parroquia; un tesoro de sapiencia, que ayuda a las familias en los momentos difíciles y ¡hace comprender el Reino de Dios mejor que tantas palabras! ¡Son caricias de Dios!



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