«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


9 de junio de 2015

EL ABORTO: ¿CRIMEN O DERECHO?

El derecho a la vida es el derecho humano fundamental, hasta el punto que todos los demás derechos se apoyan en él. No atentar contra la vida humana no nacida sino defenderla y protegerla es de sentido común elemental, porque nadie tiene derecho a decidir que otra vida no tiene que ser vivida, consistiendo el aborto voluntario en la destrucción violenta de un ser humano. La finalidad natural, primaria y principal de la medicina y del progreso científico técnico es la defensa y la protección de la vida, no su eliminación. El aborto provocado consiste en perpetrar la muerte del óvulo fecundado, embrión o feto humano dentro del seno materno y es un acto intrínsecamente malo que viola muy gravemente la dignidad de un ser humano inocente, quitándole la vida. Ya en el juramento hipocrático, que se ha realizado prácticamente hasta nuestros días por los médicos desde el siglo V a. de C. encontramos: «Tampoco daré un abortivo a ninguna mujer».
La Declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948 dice en su art. 3º: «todo individuo tiene derecho a la vida», derecho que se tiene por el mero hecho de existir, mientras que la Declaración de Derechos del Niño, aprobada por la ONU el 20 de Noviembre de 1959, dice en su Preámbulo, que el niño «tiene necesidad de una particular protección y de cuidados especiales incluida una adecuada protección jurídica, sea antes que después del nacimiento». Y es que si no estoy vivo no necesito para nada los demás derechos.
Es indudable que la gran cuestión en torno al aborto es la siguiente: cuando se destruye un embrión o un feto, ¿lo que se destruye es un ser humano, sí o no? Si lo que se destruye es un ser humano, estamos ante un crimen, si lo que se destruye es, aunque sea un ser vivo, pero no es un ser humano, a eso no le podemos llamar crimen. Es indudable también, que desde hace unos cuantos años, la Medicina está realizando enormes progresos en el conocimiento de lo que sucede antes del nacimiento. Algunos de estos avances son claros hasta para un profano en la materia: muchos padres y abuelos llevan en sus móviles la foto de la ecografía de sus hijos y nietos a los que les falta todavía bastante para nacer. Recuerdo que en un debate televisivo llevé la foto de un feto de diez semanas, es decir bastante antes de las catorce semanas, cuando el aborto todavía es libre. Nadie pudo negarme que aquello era un ser humano, aunque mi rival abortista me soltó: «Enseñar eso es un frivolidad».
Pero no es sólo por las ecografías. Los avances científicos médicos van todos en la misma dirección. En el Manifiesto de Madrid del 2009, encabezado por científicos de la talla de Nicolás Jouve y César Nombela, varios miles de intelectuales españoles se pronunciaron sobre el aborto. Copio los párrafos que me han parecido más interesantes: «a) Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación. Los conocimientos más actuales así lo demuestran: la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad genética singular; la Biología Celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad; b) el cigoto es la primera realidad corporal del ser humano; g) El aborto es un drama con dos víctimas: una muere y la otra sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable. Quien aborta es siempre la madre y quien sufre las consecuencias también, aunque sea el resultado de una relación compartida y voluntaria; h) Es por tanto preciso que las mujeres que decidan abortar conozcan las secuelas psicológicas de tal acto y en particular del cuadro psicopatológico conocido como el «Síndrome Postaborto» (cuadro depresivo, sentimiento de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones de conducta, pérdida de autoestima, etc.)».
La Ley sobre el Aborto del 3 de Marzo de 2010, tiene el cinismo de admirar en su Preámbulo, que busca «garantizar y proteger adecuadamente los derechos e intereses en presencia, de la mujer y de la vida prenatal». Pero ésta y otras afirmaciones rimbombantes en el mismo sentido no valen para nada por el artículo 3 párrafo 2 que dice: «Se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida». El aborto es un derecho, aunque signifique matar a un ser humano. A mí en Derecho me enseñaron que los derechos de uno terminan cuando chocan con un derecho prevalente de otro. Me gustaría que me explicasen qué derecho es más prevalente que el derecho a la vida de un ser humano, y para colmo, inocente. También me gustaría saber, fuera de la edad de las víctimas, cuál es la diferencia entre un campo de exterminio nazi y un centro médico abortivo (me niego a llamarle clínica), pues en ambos el objetivo es matar a seres humanos. Cuando nuestros diputaron votaron y ahora vuelvan a votar sobre el aborto tendrán que decidir si para ellos el aborto es un crimen o un derecho. Me temo que la inmensa mayoría va a votar, sea cual sea su pensamiento real, que el aborto es un derecho.
Termino con una observación: en este artículo he prescindido por completo del aspecto religioso del problema. Para mí está claro que incluso desde un punto de vista meramente humano el aborto es una aberración. Eso sí, mi autocensura me impide poner lo que pienso de los diputados y gobernantes abortistas.

Pedro Trevijano, sacerdote



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