Texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Ayer he abierto aquí, en la Basílica de San Pedro, la Puerta
Santa del Jubileo de la Misericordia, después de haberla abierta ya en la
Catedral de Bangui en República Centroafricana. Hoy quisiera reflexionar junto
a ustedes sobre el significado de este Año Santo, respondiendo a la pregunta:
¿Por qué un Jubileo de la Misericordia? ¿Qué significa esto?
La Iglesia necesita de este momento extraordinario. No digo
es bueno para la Iglesia este tiempo extraordinario, no, no, digo la Iglesia
necesita de este momento extraordinario. En nuestra época de profundos cambios,
la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles
los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo
favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina Misericordia, que
supera cada límite humano y resplandece sobre la obscuridad del pecado, podamos
transformarnos en testigos más convencidos y eficaces.
Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los
hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención sobre el
contenido esencial del Evangelio: Jesús la Misericordia hecha carne, que
hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios.
Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo al centro de
nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo específico de la fe
cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso.
Un Año Santo, por lo tanto, para vivir la misericordia. Si,
queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es ofrecido para experimentar
en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado
de nosotros y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.
Este Jubileo, en resumen, es un momento privilegiado para que
la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello que a Dios le gusta más”. Y,
¿qué cosa es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a sus hijos, tener
misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su vez perdonar a los
hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el
mundo. Esto es aquello que a Dios le gusta más. San Ambrosio en un libro de
teología que había escrito sobre Adán toma la historia de la creación del mundo
y dice que Dios, cada día después de haber creado la luna, el sol o los
animales, el libro, la Biblia dice “y Dios dijo que esto era bueno” pero
cuando ha creado al hombre y a la mujer la Biblia dice “Dios dijo que esto era
muy bueno” y San Ambrosio se pregunta por qué dice “muy bueno” por qué -dice-
está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la mujer, porque
finalmente tenía a alguno para perdonar. Es bello eh. La alegría de Dios
es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por esto este año debemos abrir el
corazón, para que este amor, esta alegría de Dios nos llene, nos llene a todos
nosotros de esta misericordia.
El Jubileo será un “tiempo favorable” para la Iglesia si
aprendemos a elegir “aquello que a Dios le gusta más”, sin ceder a la tentación
de pensar que haya algo más importante o prioritario. Nada es más importante
que elegir “aquello que a Dios le gusta más”, ¡su misericordia, su amor, su
ternura, su abrazo, sus caricias!
También la necesaria obra de renovación de las instituciones
y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la
experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios que, sola, puede
garantizar a la Iglesia de ser aquella ciudad puesta sobre un monte que no
puede permanecer escondida (cfr Mt 5,14). Solamente
resplandece una Iglesia misericordiosa. Si debiéramos, aún solo por un momento,
olvidar que la misericordia es “aquello que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo
nuestro sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras
instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero
siempre seríamos esclavos.
«Sentir fuerte en nosotros la alegría de haber estado
reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos porque estábamos
perdidos» (Homilía en las Primeras vísperas del domingo de la Divina
Misericordia, 11 abril 2015): este es el objetivo que la Iglesia se
pone en este Año Santo. Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la
misericordia puede contribuir realmente a la edificación de un mundo más
humano. Especialmente en estos nuestros tiempos, en que el perdón es un huésped
raro en los ámbitos de la vida humana, el reclamo a la misericordia se hace más
urgente, y esto en cada lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el
trabajo y también en la familia.
Cierto, alguno podría objetar: “Pero, Padre, la Iglesia, en
este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de
Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!”. Es verdad, hay mucho por hacer,
y yo en primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en
cuenta que, a la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor
proprio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los
propios intereses, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas,
mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y
de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas
del amor propio, que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son
totalmente tantos y numerosos que frecuentemente no estamos ni siquiera en
grado de reconocerlos como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario
reconocer el ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia
divina. “Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu
misericordia” y esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración
fácil para decirla todos los días, todos los días: “Señor yo soy un pecador,
Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia”.
Queridos hermanos y hermanas, deseo que en este Año Santo,
cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de Dios, para ser
testigos de “aquello que a Dios le gusta más”. ¿Es de ingenuos creer que esto
pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero «porque la
locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de
Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25).
Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).
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