Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2016
La Iglesia, madre de vocaciones
Queridos hermanos y hermanas:
Cómo desearía que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de
la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de
pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana,
así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son
dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la
«tierra» donde la vocación germina, crece y da fruto.
Por eso, invito a todos los fieles, con ocasión de esta 53ª
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, a contemplar la comunidad
apostólica y a agradecer la mediación de la comunidad en su propio camino
vocacional. En la Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la
Misericordia recordaba las palabras de san Beda el Venerable referentes a la
vocación de san Mateo:misereando atque eligendo (Misericordiae
vultus, 8). La acción misericordiosa del Señor perdona nuestros pecados y
nos abre a la vida nueva que se concreta en la llamada al seguimiento y a la
misión. Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de
Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se
implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero.
El beato Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi, describió los pasos del proceso evangelizador. Uno de ellos es
la adhesión a la comunidad cristiana (cf. n. 23), esa comunidad de la cual el
discípulo del Señor ha recibido el testimonio de la fe y el anuncio explícito
de la misericordia del Señor. Esta incorporación comunitaria incluye toda la
riqueza de la vida eclesial, especialmente los Sacramentos. La Iglesia no es
sólo el lugar donde se cree, sino también verdadero objeto de nuestra fe; por
eso decimos en el Credo: «Creo en la Iglesia».
La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación
comunitaria. Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en
su seno, nos concede una vocación específica. El camino vocacional se hace al
lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala: es una con-vocación.
El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la
indiferencia y el individualismo. Establece esa comunión en la cual la
indiferencia ha sido vencida por el amor, porque nos exige salir de nosotros
mismos, poniendo nuestra vida al servicio del designio de Dios y asumiendo la
situación histórica de su pueblo santo.
En esta jornada, dedicada a la oración por las vocaciones,
deseo invitar a todos los fieles a asumir su responsabilidad en el cuidado y el
discernimiento vocacional. Cuando los apóstoles buscaban uno que ocupase el
puesto de Judas Iscariote, san Pedro convocó a ciento veinte hermanos (Hch 1,15);
para elegir a los Siete, convocaron el pleno de los discípulos (Hch 6,2).
San Pablo da a Tito criterios específicos para seleccionar a los presbíteros (Tt 1,5-9).
También hoy la comunidad cristiana está siempre presente en el surgimiento,
formación y perseverancia de las vocaciones (cfr. Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 107).
La vocación nace en la Iglesia. Desde el nacimiento de una
vocación es necesario un adecuado «sentido» de Iglesia. Nadie es llamado
exclusivamente para una región, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al
servicio de la Iglesia y del mundo. Un signo claro de la autenticidad de un carisma
es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del
santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos (ibíd., 130). Respondiendo a la
llamada de Dios, el joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede
considerar los diferentes carismas y vocaciones y alcanzar así un
discernimiento más objetivo. La comunidad se convierte de este modo en el hogar
y la familia en la que nace la vocación. El candidato contempla agradecido esta
mediación comunitaria como un elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a
conocer y a amar a otros hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y
estos vínculos fortalecen en todos la comunión.
La vocación crece en la Iglesia. Durante el proceso
formativo, los candidatos a las distintas vocaciones necesitan conocer mejor la
comunidad eclesial, superando las percepciones limitadas que todos tenemos al
principio. Para ello, es oportuno realizar experiencias apostólicas junto a
otros miembros de la comunidad, por ejemplo: comunicar el mensaje evangélico
junto a un buen catequista; experimentar la evangelización de las periferias
con una comunidad religiosa; descubrir y apreciar el tesoro de la contemplación
compartiendo la vida de clausura; conocer mejor la misión ad gentes por el
contacto con los misioneros; profundizar en la experiencia de la pastoral en la
parroquia y en la diócesis con los sacerdotes diocesanos. Para quienes ya están
en formación, la comunidad cristiana permanece siempre como el ámbito educativo
fundamental, ante la cual experimentan gratitud.
La vocación está sostenida por la Iglesia. Después del
compromiso definitivo, el camino vocacional en la Iglesia no termina, continúa
en la disponibilidad para el servicio, en la perseverancia y en la formación
permanente. Quien ha consagrado su vida al Señor está dispuesto a servir a la
Iglesia donde esta le necesite. La misión de Pablo y Bernabé es un ejemplo de
esta disponibilidad eclesial. Enviados por el Espíritu Santo desde la comunidad
de Antioquía a una misión (Hch 13,1-4), volvieron a la comunidad y
compartieron lo que el Señor había realizado por medio de ellos (Hch 14,27).
Los misioneros están acompañados y sostenidos por la comunidad cristiana, que
continúa siendo para ellos un referente vital, como la patria visible que da
seguridad a quienes peregrinan hacia la vida eterna.
Entre los agentes pastorales tienen una importancia especial
los sacerdotes. A través de su ministerio se hace presente la palabra de Jesús
que ha declarado: Yo soy la puerta de las ovejas… Yo soy el buen pastor (Jn 10,
7.11). El cuidado pastoral de las vocaciones es una parte fundamental de su
ministerio pastoral. Los sacerdotes acompañan a quienes están en buscan de la
propia vocación y a los que ya han entregado su vida al servicio de Dios y de
la comunidad.
Todos los fieles están llamados a tomar conciencia del
dinamismo eclesial de la vocación, para que las comunidades de fe lleguen a
ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que acoge el don del Espíritu
Santo (cfr. Lc 1,35-38). La maternidad de la Iglesia se
expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción
educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de
Dios. También lo hace a través de una cuidadosa selección de los candidatos al
ministerio ordenado y a la vida consagrada. Finalmente es madre de las
vocaciones al sostener continuamente a aquellos que han consagrado su vida al
servicio de los demás.
Pidamos al Señor que conceda a quienes han emprendido un
camino vocacional una profunda adhesión a la Iglesia; y que el Espíritu Santo
refuerce en los Pastores y en todos los fieles la comunión eclesial, el
discernimiento y la paternidad y maternidad espirituales:
Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por
nuestra salvación y nos sostienes continuamente con los dones de tu Espíritu,
concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes
de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a
Ti y a la evangelización. Sostenlas en el empeño de proponer a los jóvenes una
adecuada catequesis vocacional y caminos de especial consagración. Dales
sabiduría para el necesario discernimiento de las vocaciones de modo que en
todo brille la grandeza de tu amor misericordioso.
Que María, Madre y educadora de Jesús, interceda por cada una
de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo,
sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios.
Vaticano, 29 de noviembre de 2015
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