Texto completo de la homilía del Papa Francisco
Hermanos y hermanas,
La invitación del profeta dirigida a la antigua ciudad de
Jerusalén, hoy también está dirigida a toda la Iglesia y a cada uno de
nosotros: «¡Alégrate… exulta!» (Sof 3,14). El motivo de la alegría se expresa
con palabras que infunden esperanza, y permiten mirar el futuro con serenidad.
El Señor ha abolido toda condena y ha decidido vivir en medio a nosotros.
Este tercer domingo de Adviento dirige nuestra mirada hacia
la Navidad ya próxima. No podemos dejarnos llevar por el cansancio; no está
permitida ninguna forma de tristeza, a pesar de tener motivos por tantas
preocupaciones y por las múltiples formas de violencia que hieren nuestra
humanidad. La venida del Señor, debe llenar nuestro corazón de alegría. El
profeta, que lleva escrito en su mismo nombre – Sofonías – el contenido de su
anuncio, abre nuestro corazón a la confianza: “Dios protege” su pueblo. En un contexto
histórico de grandes injusticias y violencias, por obra sobre todo de hombres
de poder, Dios hace saber que Él mismo reinará sobre su pueblo, que no lo
dejará más a merced de la arrogancia de sus gobernantes, y que lo liberará de
toda angustia. Hoy nos piden que “no desfallezcan tus manos” (Cfr. Sof 3,16) a
causa de la duda, de la impaciencia o del sufrimiento.
El apóstol Pablo retoma con fuerza la enseñanza del profeta
Sofonías y lo repite: «El Señor está cerca» (Fil 4,5). Por esto debemos
alegrarnos siempre, y con nuestra amabilidad debemos dar a todos testimonio de
la cercanía y de la atención que Dios tiene por cada persona.
Hemos abierto la Puerta Santa, aquí y en todas las catedrales
del mundo. También este simple signo es una invitación a la alegría. Inicia el
tiempo del gran perdón. Es el Jubileo de la Misericordia. Es el momento de
descubrir la presencia de Dios y su ternura de Padre. Seamos también nosotros
como la gente que interrogaba a Juan: «¿Qué cosa debemos hacer?» (Lc 3,10). La
respuesta del bautista no se hace esperar. Él invita a actuar con justicia y a
mirar a las necesidades de cuantos se encuentran en dificultad. Lo que Juan
exige de sus interlocutores, es cuanto se puede confrontar con la ley. A
nosotros, en cambio, nos piden un compromiso más radical. Delante a la Puerta
Santa que estamos llamados a atravesar, nos piden ser instrumentos de misericordia,
conscientes que seremos juzgados sobre esto. Quien ha sido bautizado sabe que
tiene un compromiso más grande. La fe en Cristo lleva a un camino que dura toda
la vida: aquel de ser misericordiosos como el Padre. La alegría de atravesar la
Puerta de la Misericordia se une al compromiso de acoger y testimoniar un amor
que va más allá de la justicia, un amor que no conoce confines. Es de este
infinito amor que somos responsables, no obstante nuestras contradicciones.
Oremos por nosotros y por todos aquellos que atravesaran la
Puerta de la Misericordia, para que podamos comprender y acoger el infinito
amor de nuestro Padre celestial, que transforma y renueva la vida.
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