Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Libro del profeta Jeremías, los capítulos 30 y 31 son
llamados “libro de la consolación”, porque en ellos la misericordia de Dios se
presenta con toda su capacidad de confrontar y abrir el corazón de los afligidos
a la esperanza. Hoy queremos también nosotros escuchar este mensaje de
consolación.
Jeremías se dirige a los israelitas que han sido deportados a
tierras extranjeras y pre-anuncia el regreso a la patria. Este regreso es signo
del amor infinito de Dios Padre que no abandona a sus hijos, sino que los cuida
y los salva. El exilio había sido una experiencia catastrófica para Israel. La
fe había vacilado porque en tierra extranjera, sin el templo, sin el culto,
después de haber visto el país destruido, era difícil continuar creyendo en la
bondad del Señor. Me viene a la mente la cercana Albania y como después de
tantas persecuciones y destrucciones ha logrado levantarse en su dignidad y en
la fe. Así había sufrido los israelitas en el exilio.
También nosotros podemos vivir a veces una especie de exilio,
cuando la soledad, el sufrimiento, la muerte nos hacen pensar de haber sido
abandonados por Dios. Cuántas veces hemos escuchado esta palabra: “Dios se ha
olvidado de mi”. Muchas veces personas que sufren y se sienten abandonadas. Y
cuántos de nuestros hermanos en cambio están viviendo en este tiempo una real y
dramática situación de exilio, lejos de su patria, en sus ojos todavía las
ruinas de sus casas, en el corazón el miedo y muchas veces, lamentablemente, ¡el
dolor por la pérdida de personas queridas! En estos casos uno puede
preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Cómo es posible que tanto sufrimiento pueda
golpear a hombres, mujeres y niños inocentes? Y cuando tratan de entrar en otra
parte les cierran la puerta. Y están ahí, al límite porque tantas puertas y
tantos corazones están cerrados. Los migrantes de hoy que sufren el aire, sin
alimentos y no pueden entrar, no reciben la acogida. ¡A mí me gusta mucho
escuchar, cuando veo a las naciones, los gobernantes que abren el corazón y
abren las puertas!
El profeta Jeremías nos da una primera respuesta. El pueblo
exiliado podrá regresar a ver su tierra y a experimentar la misericordia del
Señor. Es el gran anuncio de consolación: Dios no está ausente, ni siquiera hoy
en estas dramáticas situaciones, Dios está cerca, y hace obras grandes de
salvación para quien confía en Él. No se debe ceder a la desesperación, sino
continuar a estar seguros que el bien vence al mal y que el Señor secará toda
lágrima y nos liberará de todo temor. Por eso Jeremías da su voz a las palabras
del amor de Dios por su pueblo: «Yo te amé con un amor eterno, por eso te
atraje con fidelidad. De nuevo te edificaré y serás reedificada, virgen de
Israel; de nuevo te adornarás con tus tamboriles y saldrás danzando
alegremente» (31,3-4).
El Señor es fiel, no abandona en la desolación. Dios ama con
un amor sin fin, que ni siquiera el pecado puede frenar, y gracias a Él el
corazón del hombre se llena de alegría y de consolación.
El sueño consolador del regreso a la patria continua en las
palabras del profeta, que dirigiéndose a cuantos regresaran a Jerusalén dice:
«Llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes
del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas
y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a
desfallecer» (31,12).
En la alegría y en la gratitud, los exiliados retornaran a
Sión, subiendo al monte santo hacia la casa de Dios, y así podrán de nuevo
elevar himnos y oraciones al Señor que los ha liberado. Este regreso a
Jerusalén y a sus bienes es descrito con un verbo que literalmente quiere decir
“afluir, correr”. El pueblo es considerado, en un movimiento paradójico, como
un río caudaloso que corre hacia la altura de Sión, subiendo hacia la cima del
monte. ¡Una imagen audaz para decir cuánto es grande la misericordia del Señor!
La tierra, que el pueblo había debido abandonar, se había
convertido en presa de los enemigos y desolada. Ahora, en cambio, retoma vida y
florece. Y los exiliados mismos serán como un jardín irrigado, como una tierra
fértil. Israel, llevado a su patria por su Señor, asiste a la victoria de la
vida sobre la muerte y de la bendición sobre la maldición.
Y así el pueblo es fortificado y – esta palabra es
importante: ¡consolado! – es consolado por Dios. Los repatriados reciben vida
de una fuente que gratuitamente los irriga.
A este punto, el profeta anuncia la plenitud de la alegría, y
siempre en nombre de Dios proclama: «Yo cambiaré su duelo en alegría, los
alegraré y los consolaré de su aflicción» (31,13).
El salmo nos dice que cuando regresaron a su patria la boca
se les llenó de sonrisa; ¡es una alegría tan grande! Es el don que el Señor
quiere hacer también a cada uno de nosotros, con su perdón que convierte y
reconcilia.
El profeta Jeremías nos ha dado el anuncio, presentando el
regreso de los exiliados como un gran símbolo de la consolación dado al corazón
que se convierte. El Señor Jesús, por su parte, ha llevado a cumplimiento este
mensaje del profeta. El verdadero y radical regreso del exilio y la confortante
luz después de la oscuridad de la crisis de fe, se realiza en la Pascua, en la
experiencia llena y definitiva del amor de Dios, amor misericordioso que dona
alegría, paz y vida eterna.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
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