Querido hombre:
He leído tu carta, como bien decías en ella, llena de pesimismo. Te comprendo, pero no estoy de acuerdo. A mí no
se llega por el miedo. A mí se viene por el camino de la paz, de la verdad, del
amor. ¡Cuándo vais a entender! ¿Por qué no entras en lo que vivió mi enviado,
mi Hijo...? Para ver la nueva vida tienes que ampliar tu horizonte de miras. La
vida nueva no está sujeta a grupos o instituciones que, en principio, tendrían
que ser fuente de vida nueva. Mira un poco más allá. Sal a los caminos donde
viven los necesitados. Este es el secreto. Nace vida donde hay sufrimiento y
dolor humanos. Nace la vida donde hay gritos de esclavitud y hermanos que saben
escucharlos. Sí, la vida sigue brotando y sorprendiendo en muchos rincones, en
muchos hombres y mujeres que no están marcados con ningún sello ni llevan
etiqueta alguna, pero sienten en su corazón la llamada de ir al encuentro del
hermano. Con la excusa de conservar la vida que han recibido, mucha gente lo
único que hace es encerrarse y apagar lentamente el don recibido. Se parecen a
las vírgenes necias, o al siervo perezoso que enterró el talento en la tierra.
Aunque te parezca increíble o imposible, yo, el Señor, te digo que hay más vida
de la que te imaginas. Si no la descubres es que te has encerrado en un
castillo impenetrable. Tu pesimismo, querido hombre, es acusación. Te has
acomodado en la sala del bienestar y sólo sabes mirarte o mirar la TV. Te
ocupas en controlarlo todo, en conservarlo todo en vez de abrir la puerta a los
que necesitan cuidados. No te encarnas, y por eso no nace nada. Si al menos en
este tiempo te abrieras a la verdad y a la palabra que te traigo! Estoy cerca,
¿por qué no me ves? Nada más.
Tu Dios que te
quiere
No hay comentarios:
Publicar un comentario