El santo padre
Francisco ha presidido en la basílica Vaticana, a las 21.30, la Santa Misa de la
Noche por la Solemnidad de la Navidad del Señor. Durante la celebración
eucarística, después de la proclamación del Evangelio, el papa ha pronunicado
la siguiente homilía.
1. «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is
9,1).
Esta profecía de Isaías no deja de conmovernos, especialmente cuando la
escuchamos en la
Liturgia de la Noche de Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental;
nos conmueve porque dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en
camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y
luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se
renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en
camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio:
misterio de caminar y de ver.
Caminar. Este verbo nos hace pensar en el curso de la historia, en
el largo camino de la
historia de la salvación, comenzando por Abrahán, nuestro padre en la fe, a
quien el Señor llamó un día a salir de su pueblo para ir a la tierra que Él le
indicaría. Desde entonces, nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos
hacia la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. Él
permanece siempre fiel a su alianza y a sus promesas. «Dios es luz sin tiniebla
alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del pueblo, en cambio, se alternan momentos de
luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión,
momentos de pueblo peregrino y de pueblo errante.
También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros,
luces y
sombras. Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si
nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda
del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera.
«Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las
tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han
cegado sus ojos» (1 Jn 2,11).
2. Pueblo en camino pero pueblo peregrino que no quiere ser pueblo errante. En
esta noche, como un haz de luz clarísima, resuena el anuncio del Apóstol: «Ha
aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt
2,11).
La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y
hombre
verdadero. Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha
venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la
gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No
es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que
nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que
ha puesto su tienda entre nosotros.
3. Los pastores fueron los primeros que vieron esta “tienda”, que
recibieron el anuncio del
nacimiento de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los
marginados. Y
fueron los primeros porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño.
El peregrino hacía la vela, y ellos la hacían. Con ellos nos quedamos ante el
Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos
dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su
fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango
por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has
hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil.
Que en esta Noche compartamos la alegría del Evangelio: Dios nos ama, nos ama
tanto que
nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas.
El Señor nos dice una vez más: “No teman” (Lc 2,10). Como han dicho los ángeles
a los pastores, 'no teman'. Y también yo les repito: No teman. Nuestro Padre
tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a
la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es la
misericordia. Nuestro Padre perdona siempre. Él es nuestra paz. Amén.
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