Queridos diocesanos:
De nuevo la Navidad nos acerca al mensaje de Belén
poniendo una pausa en el ajetreo cotidiano, un paréntesis de paz y de intimidad
con las personas que amamos, un tiempo que nos permite disfrutar de ellas y
descubrir en la convivencia familiar el sentido de la vida, el amor que une a
los seres humanos que conviven en el hogar mediante los lazos familiares.
Por eso, cuando se pasan períodos de crisis y de
dificultades como los que estamos viviendo, la familia sigue siendo el medio en
el cual se hace soportan en el día a día las carencias del trabajo que falta y
del sustento que necesitamos. Gracias a las familias, muchos millones de
personas soportan situaciones difíciles de sobrellevar.
El mandamiento del amor es el distintivo de los
discípulos de Cristo y la Iglesia se comprende a sí misma como la gran familia
donde tienen acogida las personas que en ella buscan ayuda y sobre todo la
salvaguarda de su dignidad. Por eso, mi pensamiento va en esta Navidad en
primer lugar a las familias en dificultades y al voluntariado de Caritas que se
multiplica en las parroquias para cubrir tantas necesidades. La Navidad nos
invita a contemplar la gruta de Belén, donde la Sagrada Familia encontró el
cobijo que no tuvo por suerte hallar, para que María diera a luz al Hijo de
Dios hecho carne.
La Navidad nos proporciona un tiempo especial de
gracia para considerar el valor humano y espiritual de la familia como regazo
donde surge y crece la persona y se abre a los demás. La Navidad nos
proporciona el momento propicio para mirar al interior de nosotros mismos y
examinar el estado de cosas en que nos encontramos, donde cada uno de nosotros
nos hallamos colocados en el marco de la situación social en que vivimos.
Ciertamente, hay signos de mejora en la crisis
económica que nos cerca, pero las familias siguen sufriendo el desgaste de una
situación de carencia para millones de personas, jóvenes y adultos en edad
laboral cuyo rendimiento es requerido porque de ellos dependen otras personas.
Es el caso de padres y madres de familia que siguen sin trabajo y con poca
esperanza de encontrarlo. A todas estas personas quiero enviarles mi apoyo
solidario y fraterno y el mensaje de esperanza de la Navidad. Al mismo tiempo,
hemos de considerar que todo el esfuerzo que las administraciones del Estado y
la iniciativa social de los emprendedores lleven a cabo será bienvenido, si con
ello se consigue mejorar la situación laboral y social de las personas y las
familias.
La laboriosidad de la Sagrada Familia es un ejemplo
claro que nos ofrece la encarnación del Hijo de Dios, que quiso vivir en el seno
de una familia dependiente de su propio trabajo, dándonos la gran lección de
cómo el trabajo genera el medio económico que requiere el crecimiento de los
hijos y crea armonía y entendimiento entre los esposos, haciendo que la unión
entre todos los miembros de una familia sea algo más que convencional o pura
conveniencia, cuando no de mero interés.
Tengo en la mente los miles de inmigrantes que siguen
llegando hasta nosotros, en busca de una vida mejor a la que tienen derecho.
Pienso también en que, aunque se han dado pasos y cabe suponer la mejor
voluntad de todos cuantos tienen responsabilidad en ello, todavía se hace poco
por atajar el tráfico de seres humanos, que da lugar a situaciones de
marginación y de cruel inhumanidad. Por eso cabe esperar de las autoridades una
actuación que persiga esta lacra social del tráfico de personas, que atenta
contra su dignidad y conduce a situaciones de hacinamiento, dando lugar a
situaciones ofensivas para las personas objeto de mercancía y para los
inmigrantes.
Siguiendo las enseñanzas de la doctrina social de la
Iglesia, recordada y profundizada por el Papa Francisco, se hace necesario
tener presente tanto el respeto al orden internacional y el castigo ejemplar de
los que trafican con personas como la generosidad para recibir a los que
llegan. Algo que no será fácil de lograr sin la cooperación internacional y la
solidaridad de todos, pero sobre todo de la generosidad de los países
económicamente más capaces porque tiene más medios.
No podemos olvidar que la fuerza de la solidaridad
emana de la común convicción de que la sociedad se fortalece cuando se
estrechan los lazos que unen a las personas, las comunidades y las regiones.
Las tensiones vividas este año que termina descubren que, tanto dentro de
nuestro país como en los países del entorno europeo al que pertenecemos, nos
faltan logros políticos y sociales de convivencia y solidaridad, que se apoyen
suficientemente en la justicia de las leyes, que han de proteger la vida y la
dignidad de las personas. Pido al Niño de Belén que podamos encontrar
soluciones que fortalezcan la unión entre todos.
Estos días no podemos olvidar tampoco a los cristianos
que sufren a causa de fe en el mundo y son injustamente perseguidos por
sistemas de gobierno integristas, o por movimientos fundamentalistas que
atentan contra los lugares de culto y ponen incluso en riesgo la vida de los
fieles. Como no podemos olvidar la crueldad de la guerra y su perduración en
algunos países, sobre todo en Siria; ni la crueldad de esa otra lacra
indeseable del terrorismo que siega la vida de personas tantas inocentes.
Hemos clausurado recientemente el Año de la Fe, que
nos ha ayudado a confirmar el credo que da sentido a nuestra vida. Nos toca
ahora proseguir con el compromiso del testimonio, sabiendo que al compartir
bienes espirituales y materiales todos nos enriquecemos. Necesitamos mantener
la identidad clara de nuestra fe cristiana y al mismo tiempo abrir el corazón y
tender la mano a cuantos conviven con nosotros, o vienen a nosotros y se hallan
alejados de la fe o no la comparten, pero unidos a nosotros por el aprecio de
verdaderos valores morales, que dan sentido y orientación a nuestra
convivencia.
Termino enviando mi cordial felicitación a todos,
pidiendo un lugar en vuestros hogares y en vuestros corazones para Jesús recién
nacido, Hijo de Dios y del hombre por ser hijo de María, el Príncipe de la Paz.
Que esta felicitación llegue también a nuestros
hermanos y hermanas de otras Iglesias cristianas que conviven con nosotros, a
los que nos une más que aquello que nos separa. Que llegue a las personas de
otras confesiones religiosas que buenamente quieran aceptarla, y a todas las
personas de buena voluntad.
A todos felicito, pidiendo para cada uno, en especial
para cuantos padecen diversas clases de dificultades y sufrimientos, y para
todas las familias la bendición del Niño de Belén. ¡Feliz y santa Navidad!
Almería, a 24 de diciembre de 2013
+Adolfo González Montes
Obispo de Almería
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