Estos días ha circulado por Madrid, una noticia recogida
por muchos medios de comunicación, un
autobús provida en el que se recogen duras imágenes de denuncia social sobre la
realidad del aborto. Esta publicidad no ha gustado nada en los medios
proabortistas, habiendo llegado a calificar la vicesecretaria general del PSOE,
Elena Valenciano, de «terrorismo publicitario» esta campaña.
El problema está en
qué se entiende por bien y por mal. El
señor Rodríguez Zapatero expresó muy bien su postura y la de los suyos cuando
dijo aquello de: «La idea de una ley natural por encima de las leyes que se dan
los hombres es una reliquia ideológica frente a la realidad social y a lo que
ha sido su evolución. Una idea respetable, pero no deja ser un vestigio del
pasado». Es decir, como Dios no existe, somos nosotros los seres humanos, los
que decidimos lo que está bien y está mal. Es la concepción relativista,
positivista y subjetivista, en la que «lo que yo sinceramente tengo por bueno,
eso es realmente bueno», lo que me erige en maestro supremo de moral, incluso
si fuese abortista, pues nadie tiene autoridad superior para decirme «estás
equivocado», salvo la mayoría parlamentaria en las cosas de su incumbencia,
pero como ésta puede variar lo malo se puede volver bueno y lo bueno malo.
En cambio en la concepción cristiana, según el texto clásico del Concilio
Vaticano II: «En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la
existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe
obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón,
advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz
esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su
corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será
juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del
hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el
recinto más íntimo de aquélla» (Gaudium et Spes nº 16). Para nosotros está
claro que: «la Ley natural expresa el sentido moral original que permite al
hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la
mentira» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1954). El fundamento último de
los derechos es la dignidad humana, dignidad basada en que hemos sido creados
por Dios e, incluso, somos hijos suyos por adopción (Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef
1,5). El ser humano, por el hecho de serlo, tiene una serie de derechos
intrínsecos propios de su naturaleza que los demás, incluido el Estado, deben
respetar. La dignidad humana exige la fidelidad a unos principios fundamentales
de la naturaleza, principios comprensibles por la razón. El considerar que
estos derechos surgen de las leyes que se dan los hombres es una bofetada en
toda su amplitud a los valores democráticos. Si a mí mis derechos no son
propiamente míos, sino son una concesión del Estado, es indudable que
el Estado puede en cualquier momento quitármelos. De ahí al totalitarismo no es
que haya un paso, sino que ya estamos dentro del totalitarismo. Y es que la
increencia, como indiqué en mi artículo anterior, nos lleva no sólo a la
corrupción moral, sino a coincidir en muchas cosas con los nazis, como por
ejemplo en la cuestión del aborto.
Por
ello, cuando leí las declaraciones de Elena Valenciano, no pude por menos de pensar que se
había equivocado y metido la pata hasta el fondo. En primer lugar, llamar
terrorismo e intentar prohibir la difusión de unas fotos, sólo puede suponer
reconocer que esas fotos representan una realidad mucho más horrible, en pocas
palabras un crimen abominable, como califica al aborto el Concilio Vaticano II
(GS nº 51); en segundo lugar que la conciencia existe en todos, y. por mucho
que lo intentemos, de vez en cuando sale a la luz, y no podemos dejar de pensar
que el aborto es terrorismo, con sus miles de víctimas humanas, y a quien
piense lo contrario, me gustaría enseñarle la ecografía de mi primera sobrina
biznieta cuando tenía dos meses de gestación. Negar que eso es un ser humano,
sólo lo puede decir una sectaria profunda, porque es ya una evidencia.
Para terminar desear
que en nuestro país y
en el resto del mundo se termine con esa legislación criminal que permite la
muerte de tantos seres humanos inocentes.
Pedro Trevijano, sacerdote
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