Todos
queremos ser felices. El anhelo de felicidad está inscrito en nuestro corazón,
desde el primer momento de nuestra existencia. Sin embargo, la verdadera
felicidad no se consigue así, nada más. Es necesario trabajar mucho para poder
alcanzarla, y después de tenerla, conservarla y hacerla crecer.
Al
contrario de lo que muchos piensan, de lo que nuestra sociedad consumista y
hedonista nos quiere hacer creer, la verdadera felicidad no está en el TENER,
ni en el PODER, ni en el PLACER, ni siquiera está en el SABER. No es feliz
aquel que puede disfrutar de riquezas o de prestigio, por muy grandes que ellos
sean. La verdadera felicidad está sólo en el SER; ser cada vez más personas,
más humanos, más “imagen y semejanza de Dios”. La verdadera felicidad está en
sentir y apreciar lo ordinario de la vida como un don extraordinario de Dios
que nos ama y que quiere lo mejor para nosotros, porque es nuestro Padre.
Si
quieres vivir tu vida con paz y tranquilidad, y ser feliz en la medida en que
los seres humanos podemos serlo, ten en cuenta lo siguiente:
- Todos los días, al levantarte, piensa en Dios, dale gracias por la vida que te da y entrégale tus trabajos y todo lo que se te presente.
- Haz el propósito de mantener una actitud cordial y respetuosa con las personas que se crucen en tu camino.
- Enfrenta con alegría y entusiasmo la primera acción del día; de ella depende en gran medida el resto de él.
- Si te encuentras con una persona malhumorada o conflictiva, no permitas que te contagie su mal genio.
- Aprovecha el tiempo lo mejor posible, para que te alcance para desarrollar las tareas que te corresponden, y también para descansar. Los seres humanos no somos máquinas de hacer cosas; necesitamos el descanso que repara las fuerzas físicas y espirituales.
- Pasa todo el tiempo que puedas con tu familia: padres, hermanos, esposo o esposa, hijos, parientes. La familia es la mayor riqueza que podemos tener y algunas veces nos damos cuenta de ello demasiado tarde.
- Disfruta de la relación con las otras personas: tus compañeros de trabajo, de estudio, tus jefes, tus subalternos, tus clientes, dando a todos y siempre lo mejor de ti.
- Mira a todas las personas como semejantes a ti, con los mismos anhelos y las mismas necesidades, las mismas capacidades y las mismas debilidades. No eres ni superior a nadie, ni inferior a nadie. El principio de igualdad es fundamental en la vida de quien quiere ser íntegro y justo.
- Trata de hacer – al menos – “una buena obra” en el día. Algo que te haga solidario con quienes sufren por cualquier causa.
- Al finalizar la tarde y antes de ir a dormir, no olvides elevar de nuevo tu corazón a Dios. Dale gracias por los logros obtenidos y pídele perdón por las faltas cometidas, haciendo el propósito de enmendarte.
Ten
presente lo que nos dice el libro del Eclesiástico: “Feliz el hombre a quien no le reprocha la
conciencia, y no ha perdido la esperanza” (Eclesiástico 14, 2)
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