En este primer
domingo después del día de Navidad, solemnidad de la Sagrada Familia, el papa
Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el
Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que
le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el pontífice argentino les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, la liturgia nos invita a
celebrar la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. De hecho, cada pesebre nos
muestra a Jesús junto a la Virgen y San José en la gruta de Belén. Dios ha
querido nacer en una familia humana, ha querido tener una madre y un padre como
nosotros.
El Evangelio de hoy nos presenta a la Santa Familia en la vía
dolorosa del exilio, buscando refugio en Egipto. José, María y Jesús
experimentan la condición dramática de los refugiados, marcada por el miedo, la
incertidumbre, la incomodidad (cf. Mt 2,13-15.19-23).
Por desgracia, en nuestros días, millones de familias pueden
identificarse con esta triste realidad. Casi todos los días la televisión y los
periódicos dan noticias de los refugiados que huyen del hambre, la guerra y
otros graves peligros en busca de seguridad y una vida digna para ellos y sus
familias. En tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, los refugiados
y los inmigrantes no siempre encuentran una acogida verdadera, el respeto, el
aprecio de los valores que llevan. Sus expectativas legítimas chocan con
situaciones complejas y problemas que parecen insuperables a veces. Por lo
tanto, mientras fijamos la mirada sobre la Santa Familia de Nazaret, cuando se
ve obligada a convertirse en prófuga, pensemos en el drama de los inmigrantes y
refugiados que son víctimas del rechazo y la explotación, que son víctimas de
la trata de personas y del trabajo esclavo. Pero también pensemos en los
"exiliados", yo los llamaría "exiliados escondidos",
aquellos “exiliados” que puedan existir dentro de las propias familias:
los ancianos, por ejemplo, que a veces son tratados como un estorbo. Muchas
veces pienso que un signo para saber cómo van las cosas en una familia es ver
cómo son tratados los niños y los ancianos.
Jesús ha querido pertenecer a una familia que ha experimentado este
tipo de dificultades, para que nadie se sienta excluido de la cercanía amorosa
de Dios. La huida a Egipto a causa de las amenazas de Herodes nos muestra que
Dios está allí donde el hombre se encuentra en peligro, donde el hombre sufre,
donde se escapa, donde experimenta el rechazo y el abandono; pero también está
donde el hombre sueña, espera regresar a su patria en libertad, proyecta y
elige a favor de la vida y la dignidad de sí mismo y de sus familiares. Hoy
nuestra mirada sobre la Santa Familia se deja atraer también por la simplicidad
de la vida que esta lleva en Nazaret. Es un ejemplo que hace tanto bien a
nuestras familias, ayudándoles a convertirse cada vez más en comunidades de
amor y de reconciliación, en las que se experimenta la ternura, la ayuda mutua,
el perdón mutuo.
Recordemos las tres palabras clave para vivir en paz y alegría en la
familia: “permiso”, “gracias”, “perdón”. Cuando en una familia no se es entrometido,
y se pide permiso, cuando en una familia
no se es egoísta y se aprende a decir gracias, y cuando en una familia uno se da cuenta de
que ha hecho algo malo y sabe pedir perdón, ¡en esa familia hay paz y hay
alegría!
Recordemos estas
tres palabras. Pero podemos repetirlas todos juntos. Permiso, gracias, perdón.
Todos: Permiso, gracias, perdón.
Pero también quisiera animar a las familias a tomar conciencia de la
importancia que tienen en la Iglesia y en la sociedad. El anuncio del
Evangelio, de hecho, pasa sobre todo a través de las familias, para luego
llegar a los diferentes ámbitos de la vida diaria.
Invoquemos con fervor a María Santísima, la Madre de Jesús y Madre
nuestra, y a San José, su esposo. Pidámosles que iluminen, conforten y guíen a
todas las familias del mundo, para que pueda cumplir con dignidad y serenidad
la misión que Dios les ha confiado.
Al término de estas palabras, el santo padre rezó la oración del
ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:
Queridos hermanos y hermanas,
en el próximo Sínodo de los Obispos se abordará el tema de la familia, y
la fase de preparación ya ha iniciado desde hace tiempo. Por eso hoy, fiesta de
la Santa Familia, deseo confiar a Jesús, María y José este trabajo sinodal,
rezando por las familias de todo el mundo. Os invito a uniros espiritualmente a
mí en la oración que ahora recito:
Jesús, María y
José, en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros,
confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de obstinación y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de obstinación y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén
Fuente: Zenit
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